1
Genealogía conceptual de la comunicación alternativa en el debate internacional comparado
Chiara Sáez Baeza (Universidad de Chile)
Alejandro Barranquero
(Universidad Carlos III de Madrid)
Introducción
La comunicación alternativa es un concepto polisémico, al cual se le han otorgado gran cantidad de atributos y adjetivos. Sin embargo, el punto de partida común es la idea de que la comunicación alternativa siempre remite a diversas formas de expresión, representación y mediatización presentes en la esfera pública que no forman parte de la opinión pública dominante o convencional, a la que se oponen y de la que a menudo son excluidas. Estas expresiones configuran un espacio plebeyo o subalterno, en el cual se manifiestan las aspiraciones y deseos de todos aquellos sujetos y colectivos que por razones de clase, etnia, género u otras, no suelen ser reconocidos como interlocutores válidos en el debate público.
Rastrear sus orígenes nos lleva a reconocer distintas formas de expresión, especialmente a partir del Renacimiento y el desarrollo de la imprenta (Bajtín, 2003 [1987]; Thompson, 2012 [1963], McIlvenna, 2016), que indican que la lucha de individuos y grupos excluidos por hacerse ver y oír, o por acceder y apropiarse de los dispositivos de expresión de cada época, no es en absoluto un aspecto periférico de la modernidad. Desde un punto de vista académico, la comunicación alternativa puede entenderse entonces como un campo orientado a investigar, teorizar y planear estrategias sobre y a partir de experiencias comunicacionales alternativas y ciudadanas incluyendo expresiones en diversos soportes mediáticos —prensa, radio, televisión, internet—, así como en distintas vías de expresión cultural: artes plásticas, música, teatro, cómic, etc.
1. La comunicación alternativa y el campo de la comunicación
A nivel conceptual, la comunicación alternativa se alimenta y se constituye a partir del diálogo entre tres paradigmas centrales del campo de la comunicación: la economía política, los estudios culturales y las teorías latinoamericanas de la comunicación para el cambio social. Dichas corrientes cuentan con un largo recorrido histórico cuyos aportes fundamentales al concepto de comunicación alternativa resumimos a continuación.
A grandes rasgos, la economía política se puede definir como «el estudio de las relaciones sociales, particularmente las relaciones de poder, que mutuamente constituyen la producción, distribución y consumo de recursos, incluidos los recursos de comunicación» (Mosco, 2006, p. 59). Esta perspectiva se caracteriza por haber desarrollado un vasto conocimiento sobre el sistema comunicativo en tanto que totalidad social, desde la perspectiva del materialismo histórico. La economía política presta especial atención a los procesos de mercantilización, estructuración y especialización de la comunicación y la cultura dentro del capitalismo, además de observar el rol que juegan los estados, a través de las políticas públicas de comunicación. Esta tradición teórica es sensible a los problemas de concentración de la propiedad en las industrias culturales y su impacto sobre la representación de la diversidad social, lo que constituye un punto de partida para la crítica y la constitución de la comunicación alternativa como un espacio contrahegemónico frente al sistema de medios tradicionales.
Los estudios culturales británicos, en especial los originados en torno a la Escuela de Birmingham, representan una vertiente heterodoxa dentro del marxismo europeo orientada a cuestionar la idea ortodoxa de una sobredeterminación de la economía sobre la cultura (Williams, 1980). Su aporte a la teoría de la comunicación alternativa, al ser una corriente materialista, conduce a una revalorización de las expresiones culturales populares como parte de una experiencia subalterna de estar en el mundo, poniendo el acento en la capacidad de resignificación y reapropiación de mensajes y discursos hegemónicos por parte de los sujetos populares y dominados. Estos aportes son a su vez deudores de la idea ya germinal en Gramsci (1986) respecto a que la dominación se vuelve legítima a través de una relación dialéctica entre convencimiento y consentimiento; en este paradigma, se asume que la cultura porta a su vez elementos de estructura y de agencia y estos últimos tienen un potencial para la generación de discursos alternativos que desafían a los sentidos dominantes. A nivel latinoamericano, autores como García Canclini (1989) y Martín Barbero (1987) van a desarrollar una aproximación particular a este debate desde las particularidades de la relación entre cultura popular y cultura de masas dentro de este contexto.
Las teorías latinoamericanas de la comunicación para el cambio social emergen como una respuesta crítica a la relación entre los sectores populares, los procesos de modernización en los mal llamados contextos subdesarrollados y el uso persuasivo de los medios de comunicación de la época —radio y prensa, especialmente— para generar cambios de conducta o eliminar factores culturales de los sectores marginados —campesinos, indígenas, poblaciones urbanas excluidas, etc.—, factores que eran considerados barreras u obstáculos al «desarrollo», entendido éste como un proceso de imitación de los valores culturales del norte global (Beltrán, 1976; Díaz Bordenave, 1976). Frente a estas perspectivas modernizadoras, nacidas originariamente en EE.UU. para combatir el subdesarrollo, teóricos latinoamericanos hicieron hincapié en la necesidad de incorporar el conocimiento, opiniones y visiones de mundo de los propios sectores sociales considerados «subdesarrollados» desde este marco. De hecho, la obra de pioneros como Freire, Kaplún o Beltrán estuvo inspirada por una amplia gama de experiencias de comunicación alternativas y educomunicativas surgidas a partir de los años cincuenta en todo el continente. Éstas ayudaron a pensar en las posibilidades de la comunicación como un proceso dialógico (Freire, 1970) que supone una posición activa de los sujetos participantes (con independencia de su conocimiento, educación o cultura formal) en la construcción de sus formas propias de comunicación y cultura, así como a conducirles a descubrir las condiciones de su opresión y a construir alternativas comunitarias de cambio (Kaplún, 1985 y 1998; Beltrán, 2008).
No obstante su clara vinculación epistemológica a estas tradiciones teóricas, la comunicación alternativa ha padecido históricamente una triple invisibilización (Sáez, 2009): en la historia de la comunicación social, dentro del sistema de medios y dentro de la investigación aplicada. Por un lado, y en la medida que la historia de la comunicación social ha permanecido anclada a la noción habermasiana de esfera pública (actualmente cuestionada desde distintas disciplinas por su orientación blanca, masculina, desde una posición económica específica, racional y letrada), ha sido insensible a las diversas formas colectivas de expresión y comunicación que, en distintos momentos y lugares de la historia moderna, han operado de manera autónoma y confrontativa por fuera de esas categorías. En esta línea, autores como John Thompson (1998: 103) van a señalar que: «no se puede asumir que estos movimientos fueran derivados u organizados a lo largo de líneas similares, de las actividades que tenían lugar en la esfera pública burguesa. Por el contrario, las relaciones entre esta esfera pública burguesa y los movimientos sociales populares eran con frecuencia conflictivas».
Por otro lado, la dupla habitual en el sistema de medios en muchos estados democráticos ha estado protagonizada por medios de titularidad pública y medios privados: los primeros muchas veces estatales y los segundos, claramente comerciales. A este binomio se orienta el debate, la publicidad y las políticas públicas. Y, aunque los Estados deben garantizar la diversidad de emisión, lo que hacen en la mayoría de los casos es generar políticas de comunicación que no la favorecen sino que más bien niegan su estatus jurídico o imponen restricciones para el autofinanciamiento de aquellos medios que no se encuentran vinculados a grandes intereses políticos ni comerciales. Así, la situación de precariedad y marginalidad que sufren los medios que se apartan del binomio público comercial no es un atributo intrínseco a su alternatividad, sino que es más bien consecuencia de un marco político, económico y jurídico concreto que refuerza su invisibilización.
Por último, y aunque la comunicación alternativa no es un objeto de estudio reciente dentro del campo de la investigación en comunicación surgido a partir del desarrollo de la web social (ver, por ejemplo, Mattelart y Siegelaub: 1977, 1983), sí ha permanecido como un campo menor en términos de relevancia o estatus, tal y como señala Atton (2002: 7): «los medios alternativos y radicales difícilmente aparecen en las tradiciones teóricas dominantes de la investigación sobre medios». A diferencia del sistema oficial de medios y su disección en emisores-mensajes-receptores, podemos afirmar que la comunicación alternativa es un objeto de estudio indisciplinado. Es decir, sus expresiones se han caracterizado históricamente por su carácter inconstante, difuso y en ocasiones efímero: si se le mira con el mismo foco de análisis que a los medios tradicionales no se podrá decir mucho de ellos y su influencia será denostada. No obstante, la comunicación alternativa «tiene una importancia fuera de toda proporción con su volumen» (MacBride, 1980: 147-148).
Una consecuencia lógica de la opción teórica y metodológica por una división de la comunicación en emisor-mensaje-receptor ha sido el desarrollo de investigaciones y producciones teóricas que operan dentro de esta tríada. Sin embargo, el proceso ocurrido en el camino es que aquella diferenciación originalmente analítica se ha naturalizado, sin cuestionar sus implicancias epistemológicas en el sentido de delimitar artificialmente un campo de investigación. Esto incide aún más en la invisibilización de la comunicación alternativa como objeto y como ámbito de discusión teórica.
2. Conceptos clave para la comprensión de la comunicación alternativa
La conexión de la comunicación alternativa con paradigmas centrales del campo de las teorías de la comunicación también se expresa en la relevancia que tienen algunos conceptos provenientes de estos paradigmas en la reflexión teórica específica. Entre los más importantes podemos señalar el materialismo cultural, la cultura popular, la esfera pública y la hegemonía.
Desde la perspectiva de los estudios culturales, la cultura constituye un nivel específico del sistema social y, a su vez, no puede ser estudiada aisladamente, porque está inserta en todo hecho socioeconómico. En otras palabras, la cultura es concebida como una dimensión de sentido que no opera fuera de la acción social cotidiana ni de las necesidades de la vida material. Con ello, todas las formas de expresión, aun sin un discurso explícito al respecto, remiten siempre al ámbito de la reproducción, un ámbito ligado a las desigualdades sociales, que implica que la cultura no pueda ser estudiada aisladamente: «cualquier práctica es simultáneamente económica y simbólica, a la vez que actuamos a través de ella, nos la representamos atribuyéndole un significado» (García Canclini, 1989: 45).
El enfoque materialista nos ayuda a comprender que las posibilidades viables de transformación social sólo pueden darse a partir de las posibilidades contenidas por la realidad y no como un simple fruto del voluntarismo. Est...