
- 110 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
La herencia de Adelina
Descripción del libro
¿Somos conscientes de lo que hacemos, de cómo vamos transitando nuestro paso por la vida? ¿Somos libres de elegir o estamos condicionadas por mandatos, la cultura o las personas significativas que nos rodean? ¿Podemos acompañar a una persona a vivir sus últimos días con dignidad y, al mismo tiempo, sentir la experiencia de plenitud?Antonio, el protagonista de esta obra, atraviesa la crisis de la mediana edad y se dispone a ayudar a Adelina en las últimas etapas de su vida dando nuevo significado a su formación como Consultor Psicológico. El ciclo de las estaciones de un año es testigo de su recorrido de búsqueda. Entre la vida y la muerte, un camino para volver a encontrarse.
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Información
1
Verano
Principios de febrero de 2002.
Antonio empieza a abrir las persianas de su negocio. Un nuevo día comienza como tantos otros en estos últimos casi dos años desde que está en este nuevo rubro. Un rubro en el que ahora está cómodo, al que le costó acomodarse. Saca el candado principal y después desencaja la puerta de la cortina, para empezar con una cadena que tiene al costado, para levantarla. Ni siquiera desayunó. Lo primero es el trabajo, después todo lo demás. Son las 8:30, y las cortinas ya están arriba. Comienza a colocar los carteles de los números ganadores de ayer, el 1513 a la cabeza en la nocturna de la Ciudad –“la yeta”–, se dice, y el 8983 en la Provincia, –“el mal tiempo”–; parecería que ambos números reflejaran lo que había pasado a fin de año: cinco presidentes en apenas diez días. Argentina atravesando una de sus mayores crisis económicas y sociales desde la vuelta de la democracia.
Con la responsabilidad de siempre, Antonio abrió puntualmente el negocio, y como todos los días revisa en los papeles quiénes fueron los ganadores del día anterior; así empieza a separar la plata para cuando vengan a buscarla.
Prende la radio; escucha un poco las noticias, pero la apaga enseguida, todo negativo. Sabe que nadie tiene un peso, y cada vez está entrando menos gente a jugar. Aunque también conoce la paradoja del juego: la gente parece no tener para comer, pero siempre espera salvarse de alguna manera, y el que juega, sigue jugando, aunque a la noche coma arroz, fideos, o nada.
Entra Lidia, una señora de unos cincuenta y cinco años; todos los días se baja del colectivo línea 106, que para en la esquina, justo donde termina el recorrido y, como si fuera una obligación, entra en la agencia de quiniela de Antonio y juega un numerito, a la cabeza para la quiniela matutina y también para la nocturna. Parece ser una persona humilde económicamente, pero nunca dejaría de jugar.
—¡Buen día, Antonio! ¿Cómo anda hoy? —preguntó como todos los días.
—¡Buen día, Lidia! Bien, usted ¿cómo anda? —le respondió también como siempre.
—Igual que siempre, Antonio. Te dejo los números para hoy.
—Bueno, ¿saldás ahora o a la tarde cuando vuelvas?
—A la tarde, porque ahora tengo solo para el colectivo, espero que hoy me paguen. ¿Tengo algo de ayer? —Ya sabía que no había acertado el número del día anterior, pero siempre le preguntaba lo mismo.
—No, de ayer nada, Lidia.
—Nos vemos a la tarde, Antonio —y se fue.
En el momento en que se estaba yendo Lidia, apareció Osvaldo, el amigo de Antonio del negocio de al lado. Amigo amigo no; él es de pocos amigos. En el mejor de los casos, Osvaldo es un buen compañero de la cuadra. A Antonio le cuesta mucho afianzar amistades; en el fondo le gustaría entregar su confianza a una persona, pero no podría soportar una pérdida o sufrir por una pelea; cuanto más lejos esté del dolor, mejor.
A fin del año pasado Antonio se graduó de Counselor, Consultor Psicológico, una carrera que empezó gracias a un conocido de su trabajo anterior que lo animó a estudiar. Había terminado la secundaria de grande, a los treinta años, y siempre quiso hacer una carrera. Esta era bastante flexible con los horarios y se animó. Eso le cambió un poco la mirada sobre el dolor, pero igualmente, pensaba, una cosa es la teoría y otra vivirlo, para vivirlo hay que animarse, y para animarse hay que jugársela, y a sus cuarenta y cuatro años, seguía siendo bastante conservador.
—¿Qué haces, Antonio? ¿Cómo estamos hoy? ¿Preparando todo para mañana?
El día siguiente era 7 de febrero, y siempre se espera mucho movimiento en la zona, porque enfrente estaba la iglesia de San Cayetano, y muchas personas se acercan a pedir por pan y trabajo, después de los días que se estaban viviendo en Argentina, se esperaba más gente que de costumbre. Desde que Antonio estaba en la agencia le sorprendía la cantidad de fieles que venían a la iglesia los 7 de cada mes, y sobre todo cerca del 7 de agosto, eran dos o tres días en que las calles se cortaban y el negocio lo tenía que tener abierto las 24 horas. ¡Qué incongruencia! Pedían en la iglesia por pan y trabajo, y todos los negocios de la cuadra, trabajaban más que de costumbre, llevándose un aguinaldo a la casa.
—Hola, Osvaldo, ¿qué hacés? Siempre temprano vos —le respondió irónicamente.
—Yo nací para levantarme tarde, ya lo sabés —mientras mira los números en los carteles del día de ayer—. Sigue la sequía parece, hace como dos semanas que no agarro ni jugándole a los diez.
—¿Cómo es para vos eso de no ganar? —Una pregunta que de a poco incorporaba en su vocabulario gracias a su carrera de Counseling.
—Para mí es malo, muy malo, ¿cómo querés que sea? Si agarro es bueno, y si no agarro es malo.
—Bueno, bueno, parece que estás un poco… ¿enojado?
—Parece que me estás cargando, anotame los mismos de ayer para la matutina —dijo con firmeza cambiando de tema.
Los clientes que apuestan seguido a la quiniela suelen jugar a los mismos números, y siempre tienen una lista de cuáles van a la cabeza y cuáles a los diez, y en cuál de los sorteos apuestan, si la nacional, la provincia, si la matutina o la de lo noche.
—Contame, Osvaldo, ¿cómo estás para mañana? ¿Compraste un poco más de mercadería?
—Conseguí que me trajeran una panchera, así que mañana ocupo un poco de la vereda y me voy a dedicar a vender unos panchos.
—Uh, no me ocupes la vereda que después la gente no me entra acá.
—¡Qué hinchapelota, Antonio! Le voy a ofrecer un pancho y un numerito a la cabeza así te quedás tranquilo —Osvaldo ya conoce a Antonio y sabe que los cambios mucho no le gustan, y que lo primero en que se fija es si algo le va a afectar a él, y sobre todo a su negocio.
—Es que después la gente no puede circular bien por la vereda —insiste, medio molesto por la situación.
—Che… ¿tu familia cómo va, que hace mucho que no los veo? ¿Tu señora? ¿Tus hijos? —Cambia de tema para no pelearse.
—Hoy me dijeron que van a pasar, porque se van a comprar algo de ropa, por suerte están todos bien —Nunca fue de contar mucho a los demás, pero a Antonio le preocupa un poco la situación de su hija.
Antonio está casado desde 1980 con María Carmen; tienen una hija de veintidós años, Laura, y un hijo de dieciséis, Santiago.
Este último tiempo está encontrando rara a Laura; está saliendo poco, se queda mucho en su habitación. Le preguntó a Carmen si notaba algo así, pero no había visto nada que le llamara la atención.
Entra Luisa al negocio, una clienta que aparece de vez en cuando. Una señora de unos cincuenta años, muy arreglada y muy bien vestida.
—Hola, Antonio, hola Osvaldo, ¿cómo andan?
Osvaldo se apura a responderle: —Hola, Luisa ¿cómo andás? Pero qué facha te traés hoy, ¿es temprano para salir? —Le habla como seduciéndola.
—Tengo una reunión de trabajo, y me tuve que arreglar un poco —como si le siguiera el juego.
Antonio, que simplemente saludó, sigue ordenando unos papeles.
—¿Qué te parece —le dice Osvaldo— si cuando cierro el quiosco, nos vamos a tomar algo?
—¡Osvaldo! ¿Otra vez con lo mismo? —Sonrojada y con un poco de vergüenza.
—Salimos a divertirnos un poco y nos sacamos todos estos problemas de encima.
—¿A usted le parece? —hablándole a Antonio que hacía como que no estaba escuchando nada. Le cambia de tema y le dice que le juegue al 47, porque había tenido un sueño con alguien que murió hace un tiempo. Le deja un papelito con el número en el escritorio.
Entra en el negocio Carlos, Carlitos, como lo conocen en toda la cuadra. Es el policía que se encarga de que todo esté bien, en orden. Desayuna gratis en el bar de la esquina, los puchos son gratis en el quiosco de Osvaldo, almuerza en otro barcito el menú del día, y también juega gratis uno o dos numeritos por día.
Cuando entra Carlitos, Luisa agarra el papelito de la jugada y lo guarda en el bolsillo.
—¿Qué haces, Carlitos? ¿Cómo andás? —le dice Antonio.
—¿Cómo anda, jefe? ¿Todo bien? Le dejo acá los números para hoy. —Y se dirige a Osvaldo—: en un rato paso a buscar los puchos, porque tengo que irme hasta la Santería de José porque parece que a la noche le rompieron la vidriera.
—Uh, siempre algún quilombo en esta cuadra —dice Antonio, amargado por la mala noticia.
Sale Carlitos del negocio y Luisa, que se había puesto pálida, retoma la conversación.
—Pero… hay algo que no entiendo, ¿el policía acaba de hacer una jugada en la quiniela clandestina? Yo pensé que entraba y nos llevaba a todos a la comisaría.
—La policía juega como cualquier persona. Juega Carlitos y también juega el comisario de la zona. Si mi negocio funciona es gracias a que alguien está arreglando con ellos. Ahora sí, el día que le falle al capo de la mafia del juego clandestino, tenemos que ver qué pasa; espero que ese día no llegue y me pueda ir antes.
—Si te vas a ir, acordate de que soy el primero que va a estar para comprarte la agencia —le dice Osvaldo anotándose como un futuro comprador del negocio.
—Nunca estuve fuera de la ley, no sé cómo me metí en esto —dice Antonio con algo de preocupación.
—Siempre discutimos lo mismo, pero no me vas a decir que no sabías que era clandestina cuando la compraste, eso no te lo voy a creer nunca.
—Bueno…, muchachos, me tengo que ir, ahora que recuperé un poco la respiración después de este momento… —Luisa le deja de nuevo el papel con la plata de la jugada—. Nos vemos mañana en caso de que agarre algo.
—Pero, ¿no nos vemos a la noche entonces? —le dice Osvaldo.
Luisa, que vuelve a ponerse colorada, lo mira a Osvaldo, y se retira del local sin decir nada.
—La tengo ahí, dos jugadas más, y seguro que acepta.
—Te va a mandar a la mierda en cualquier momento me parece a mí —le dice Antonio en broma.
—Me parece que tenés gente esperando en tu negocio, ¿o lo hiciste autoservicio? —Irónicamente, apenas ve gente en la puerta. Los clientes ya saben que Osvaldo se la pasa más con Antonio que en su propio negocio.
Osvaldo se va al quisco a atender a sus clientes y Antonio se queda solo en el local por un buen rato.
Antonio estaba muy preocupado por la situación económica, el negocio estaba cada vez más flojo, el país estaba quebrado. Todo lo último que había acontecido, la poca plata que le entraba en el negocio, lo tenían mal, con mucho estrés y ansiedad por saber cómo seguirían sus días laborales, y si le alcanzaría la plata para seguir pagando el alquiler, la comida para su familia, y los estudios de su hija. Él es el único que trabaja en este momento. Además le debía algunos pesos a Osvaldo que le había prestado para que pudiera terminar de pagar el último año de la carrera de Counseling. Eso era impensable para Antonio; nunca había recibido plata de nadie; siempre se las había arreglado solo.
La carrera lo había atravesado emocionalmente, habían sido tres años de estudio intenso, años de una autoexploración profunda, de reconocer ciertos mandatos familiares, de entender de qué manera estaba viendo la vida, de replantearse para dónde ir, cómo seguir. Sin embargo, había algo de su vida, de su responsabilidad, de sus obligaciones, de esa mochila que llevaba, que aún lo condicionaban en tomar decisiones o en reaccionar de maneras impensadas. No había dudas de que la vida es un ir siendo, un proceso, y que cada uno lleva su ritmo.
En ese momento, entra María Carmen, su esposa, con sus dos hijos.
—¡Hola! ¿Cómo están? —saluda Antonio efusivamente.
—¡Hola, pa! —Laura y Santiago lo saludan con una sonrisa; María Carmen se acerca y le da un beso en la mejilla.
—¿Van de compras a Liniers? Les pido que no gasten mucho, estamos en crisis.
—Recién llegamos y lo primero que te sale es que no gastemos —le responde María Carmen.
Se nota que Carmen está un poco nerviosa y sus hijos también.
—Bueno… nada más digo, no entra nadie en el negocio, y no tenemos ahorros, cuidemos la plata, si no es necesario no compren nada.
—Pa, en verdad vine hasta acá porque tengo que decirte algo —empieza a hablar Laura, tensa por la situación.
—¿Pasó algo? —Antonio mira a María Carmen.
—Estoy embarazada —dice Laura, entre emocionada y nerviosa.
Se produce un nuevo silencio, de esos silencios que son incómodos. Y si bien Antonio no era el mismo de hace un tiempo, algunas cosas que creía tener más trabajadas aún no lo estaban.
—No lo puedo creer… veintidós años, sin un mango, en plena facultad… no lo puedo creer.
—V...
Índice
- Cubierta
- Portada
- Créditos
- Dedicatoria
- Agradecimientos
- 1. Verano
- 2. Otoño
- 3. Invierno
- 4. Primavera
- Víctor Claverié
- Sobre este libro
- índice