Los juegos de la política
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Los juegos de la política

Las independencias hispanoamericanas frente a la contrarrevolución

Marcela Ternavasio

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Los juegos de la política

Las independencias hispanoamericanas frente a la contrarrevolución

Marcela Ternavasio

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Hubo un tiempo, entre 1814 y 1820, en que las independencias hispanoamericanas –ese acontecimiento inaugural que solemos dar por sentado como una consecuencia "natural" de las guerras revolucionarias– peligraron y estuvieron literalmente en suspenso, a punto de verse sofocadas por fuerzas contrarrevolucionarias. En ese sexenio de pura incertidumbre, en esa "crisis del tiempo" que se abrió con la caída del imperio napoleónico y la restitución de Fernando VII a la corona española, una pregunta sobrevolaba en los corrillos políticos y diplomáticos: ¿se aliará España con la monarquía portuguesa, instalada en Brasil desde 1808, en una cruzada para restaurar el antiguo orden en América?En una apuesta historiográfica originalísima y atrapante, Los juegos de la política cuenta paso a paso las alternativas políticas, diplomáticas y militares de los primeros intentos emancipadores en América Latina, en tensión con lo que se conoce como primera Restauración europea. Centra su enfoque en el corredor luso-hispano-criollo (de Río de Janeiro, por entonces sede de la Corte portuguesa, al Río de la Plata) pero los integra a una riquísima cartografía que incluye Londres, el Congreso de Viena, la Conferencia de París. Con especial inteligencia, soltura y gracia, Marcela Ternavasio –una de las mayores conocedoras del período– despliega ante nuestros ojos la trastienda de negociaciones secretas entre agentes oficiales, oficiosos o advenedizos a uno y otro lado del Atlántico, así como las expediciones militares que finalmente desvían su curso, revelando cómo se diplomatiza la revolución en una trama de intereses, hipótesis fallidas y alianzas efímeras que tenían en vilo a los frágiles gobiernos revolucionarios.Con un formidable dominio de fuentes y pulso narrativo, este libro nos propone dejar de lado los desenlaces ya conocidos para descifrar y seguir en tiempo real las inestables coyunturas de revolución y contrarrevolución en América y Europa. Analizando los dilemas que se presentan a cada instante y que ponen en jaque a los protagonistas, Marcela Ternavasio muestra bajo otra luz a los nuevos sujetos que se forjaron en el proceso revolucionario y construye, a contrapelo de los relatos instalados, una visión completamente renovada de ese acontecimiento inaugural.

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Información

Año
2021
ISBN
9789878010885
Parte III
¿La reconquista imposible?
5. Fin a la revolución, principio al orden
Independencia
La declaración de la independencia de las Provincias Unidas se produce pocos días después de que las princesas de Braganza inician el cruce del Atlántico para cumplir con los contratos matrimoniales y las tropas portuguesas emprenden su avance hacia la Banda Oriental. La simultaneidad de los tres acontecimientos invita a observar lo que ocurre en el foco revolucionario rioplatense, mientras las cortes europeas exhiben su estupor ante los cursos de acción desplegados desde Río de Janeiro. La coyuntura es, sin duda, muy sombría para el gobierno de Buenos Aires que, divorciado del poder de Artigas en el litoral entero, se ve cercado por las fuerzas realistas que desde el bastión leal de Lima han logrado dominar Chile y el Alto Perú. Con los ejércitos lusos camino a la frontera, la región podría ser rápidamente reconquistada si los enlaces dinásticos a punto de concretarse confirman la hipótesis de una alianza entre Portugal y España. Por el momento, se desconocen los objetivos de la corte de Brasil, y por supuesto se ignoran las derivas que tendrán los sucesos del Atlántico Sur en el Viejo Mundo.
¿Por qué, en un ambiente tan hostil y amenazante, las dirigencias de las Provincias Unidas dan el paso que no se atrevieron a dar luego de 1810? Un acto paradojal si se considera que está encabezado por un Congreso donde la mayoría de los diputados dista de expresar los principios del ala más radical del bloque revolucionario. Una de las claves de la respuesta se cifra en el terreno militar.[319] Definir un nuevo estatus jurídico para las Provincias Unidas y erigirlas en una nueva nación dentro del concierto de naciones es un paso imprescindible para transformar la guerra –que a esa altura parece irrefrenable– en un enfrentamiento reglado a escala continental, con ejércitos que deben luchar contra un enemigo declarado y en las mismas condiciones, según establece el derecho natural y de gentes que rige las relaciones internacionales. Así lo entiende José de San Martín, quien está a cargo de la gobernación intendencia de Cuyo y desde hace tiempo presiona para declarar la independencia: sin ella “los enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos”.[320] El reclamo de San Martín pretende dar un giro sustantivo a la estrategia bélica, que consiste en abandonar la ofensiva por el Alto Perú para trasladarla a Chile, y desde allí avanzar sobre el centro realista de Lima.
Pero más allá de la cuestión militar, en la “encrucijada de la independencia” –así llamó Natalio Botana a ese momento– palpita una clave política que, al debatirse la futura forma de gobierno, explica la tercera variante restauradora que adelanté al comienzo; o en todo caso, una variante que se modula en más de una opción para poner “fin a la revolución [y] principio al orden”, según enuncia el decreto aprobado por el soberano Congreso tres semanas después del acta de emancipación.[321] En esa encrucijada, las opciones que se presentan reflejan una íntima conexión entre los campos de la política, de la guerra y de la diplomacia, cuyas proyecciones en América y Europa no descartan la hipótesis de una coalición entre España y Portugal.
Los acontecimientos que preceden a la declaración de la independencia dejan traslucir que será difícil deslindar cuáles asuntos atañen a la política interna y cuáles a la política exterior. En abril de 1816 Álvarez Thomas renuncia al cargo de director supremo y –a la espera de una resolución definitiva del Congreso que sesiona en Tucumán desde marzo– con carácter interino se designa, según vimos, al general Antonio González Balcarce. A fines de junio comienzan a arribar a la capital las noticias del avance portugués hacia la Provincia Oriental y la Junta de Observación presiona a González Balcarce para que negocie una reconciliación con Artigas ante la inminente ocupación de las fuerzas lusitanas.[322] El director interino actúa en consecuencia y le envía una misiva al Protector del litoral: lamenta el reciente fracaso de la comisión enviada a Santa Fe para pacificar el conflicto con esa provincia, que está bajo la órbita de la Liga de los Pueblos Libres. Lo invita “encarecidamente” a enviar una diputación a Colonia u otro punto de la costa “con el fin de concordar de una vez las pasadas desavenencias” ante las “actuales circunstancias en que una expedición de enemigos externos por varias noticias contestes amenaza próximamente al País”. El director interino se compromete a facilitar la defensa del territorio oriental y garantiza la “independencia y libertad de esa hermosa provincia”.[323] A la semana siguiente, desde Purificación, el Protector responde con una lacónica nota; considera “injusta su solicitud relativa al logro de la unión” mientras persiste el bloqueo de los puertos de Santa Fe y Paraná.[324]
González Balcarce se encuentra ante una situación complicada, con disputas facciosas dentro de la capital y un movimiento confederacionista que reclama independencia para la provincia de Buenos Aires, y sin instrucciones del Congreso que orienten sus gestiones.[325] El desdoblamiento de los dos poderes entre las lejanas ciudades de Tucumán y Buenos Aires (median más de 1200 km de distancia) no colabora a la gobernabilidad en un momento crucial. En una comunicación confidencial, el director interino señala a los diputados que los documentos sobre relaciones exteriores del representante en Río de Janeiro no aclaran cuáles son las intenciones del gobierno portugués, de modo “que carecemos de toda brújula en la dirección de negocios tan delicados”. Informa, además, “que hasta dudamos de la parte que puede tener el general Artigas en aquel movimiento” y que en la capital “las diferencias intestinas contribuyen también a aumentar la agitación”. González Balcarce teme que tanta inacción lo lleve a perder la “confianza pública acusándolo de traidor”.[326]
El documento es premonitorio. Pocos días después, los grupos de oposición lo acusan de entregar la Provincia Oriental a los portugueses y es desplazado del cargo. Para fundamentar la destitución, el 11 de julio la Junta de Observación y el Cabildo expiden una proclama que lo acusa de apatía “para preparar la defensa del país”.[327] Una Junta gubernativa lo reemplaza a la espera del arribo del supremo director propietario que han elegido los diputados del Congreso: Juan Martín de Pueyrredón, de larga trayectoria militar y política desde las invasiones inglesas, quien emprende su camino a Buenos Aires para tomar posesión del cargo. En el trayecto, el flamante director hace una escala en Córdoba para reunirse con San Martín, que acude desde Mendoza, con el objeto de consensuar la futura estrategia bélica: la decisión de proseguirla por la vía del Pacífico está en marcha.[328]
El 19 de julio, la publicación en Buenos Aires del bando que anuncia solemnemente la declaración de la independencia se da en un ambiente agitado, sembrado de confusiones y denuncias cruzadas. Ese mismo día, en Tucumán, alertados los diputados sobre las novedades del avance portugués, se decide agregar al acta de juramento que la independencia se declara también respecto de “toda otra dominación extranjera”. La sorpresiva entrada de Portugal en esa área del tablero desorienta a todos. Entre las dudas que suscitan los acontecimientos de ese febril mes de julio se destaca la incógnita acerca de si el avance luso se hace en consonancia con España. En ese contexto, cobra suma relevancia la gestión del enviado García en Río de Janeiro. En realidad, como vimos previamente, sus instrucciones y los pasos que ha dado desde 1815 son un misterio. No se sabe dónde están los papeles que acreditan su representación ni las misivas intercambiadas con los dos directores ya renunciados. Ante el reclamo que eleva el gobierno desde la capital sobre las negociaciones entabladas en Brasil, los diputados consultan a la comisión de relaciones exteriores del Congreso y deciden debatir el asunto en sesión plenaria y secreta, con expresa promesa de mantener el mayor sigilo.[329] De allí en más, las deliberaciones sobre el tema se desarrollan en sesiones secretas.
Los miembros de la comisión informan sobre los documentos que poseen sobre relaciones exteriores, remitidos por el exdirector Álvarez Thomas. Por un lado, cuentan con los reportes que describen el fracaso de las gestiones diplomáticas encabezadas por Sarratea y secundadas por Belgrano y Rivadavia en Londres para coronar al infante Francisco de Paula; por el otro, disponen de cinco oficios de García fechados de marzo a julio de 1816, entre ellos la enigmática misiva donde menciona la entrega de ciertos pliegos a la corte de Brasil y afirma que sería una imprudencia hacer una relación detallada de los documentos intercambiados.[330] El Congreso solicita a Pueyrredón, ya instalado en Buenos Aires, que requiera toda la información sobre la misión de García a los exdirectores supremos.[331] A fines de agosto arriban a Tucumán los pliegos del director con seis comunicaciones del enviado García fechadas en el primer semestre del año. De su lectura los diputados obtienen elementos adicionales para reconfirmar “la dificultad de resolver en la materia cosa alguna en medio de la oscuridad y misterio en que están envueltas las varias comunicaciones del diputado acerca de la Corte del Brasil”.[332] En los días siguientes, continúan debatiendo el asunto y designan una misión para tratar con el general Lecor y con quien lo ha acompañado en su empresa, el oriental Nicolás Herrera. Mientras tanto, manifiestan al director “la general resolución del país a defender su libertad e independencia a toda costa” y lo instan a “solicit[ar] la unión del general Artigas, inspirándole confianza y dándole auxilios que sean posibles, sin exponer la seguridad de esta Banda”.[333]
Las instrucciones para los comisionados, que deberán dirigirse al jefe de las fuerzas de ocupación, están listas y se debaten en la sesión secreta del 4 de septiembre. Las extensas instrucciones reservadas aclaran, desde un comienzo, que “la base principal de toda negociación será la libertad e independencia de las provincias representadas en el Congreso” y luego plantean diversas cuestiones. Se le exigirá a Lecor que presente todas las pruebas de las transacciones celebradas por García con el gobierno de Brasil; se lo informará sobre el verdadero estado de “estos pueblos desimpresionándolos de las ideas exageradas que acaso habrán formado del desorden en que nos suponen”; se lo pondrá al tanto de las “fundadas esperanzas de progresar en Chile” y de “arrojar del Alto Perú las legiones que lo ocupan”; se “le hará ver que los Pueblos recelosos de las miras que podrá tener el Gobierno Portugués sobre esta Banda se agitan demasiado, y que esta agitación les hace expresar el deseo de auxiliar al General Artigas”, y que si el objeto del gabinete luso “es solamente reducir a orden a la Banda Oriental, de ninguna manera podrá apoderarse del Entre Ríos por ser este territorio perteneciente a la provincia de Buenos Aires”.[334]
Hasta allí el soberano Congreso busca dar una imagen de fortaleza, tanto respecto del orden que ha venido a imponer frente a la “anarquía” –principal argumento de la ocupación lusa– como de la expectativa optimista que tiene –o desea transmitir– sobre la futura campaña hacia Chile. Al mismo tiempo marca el terreno de la disputa interna que atraviesa a las provincias del exvirreinato: la Banda Oriental en manos de Artigas es un poder, y otro diferente es el que domina la “otra Banda”. Una toma de posición que no deja de estar en sintonía con la entonada respuesta que el 24 de julio le envía Artigas al director supremo, desde Purificación, al tomar conocimiento de la declaración de independencia pronunciada en Tucumán: “Ha más de un año que la Banda Oriental enarboló su Estandarte Tricolor y juró su independencia absoluta y respectiva. Lo hará V. E. presente al Soberano Congreso para su superior conocimiento”.[335]
Las instrucciones pasan de inmediato al segundo cometido que proponen los diputados: expresar a la corte portuguesa los sentimientos que los animan respecto de la futura forma de gobierno. Comienzan con un diagnóstico:
A pesar de la exaltación de ideas democráticas que se ha experimentado en toda la revolución, el Congreso, la parte más sana e ilustrada de los Pueblos y aún el común de estos están dispuestos a un sistema monárquico constitucional o moderado bajo las bases de la [C]onstitución inglesa acomodados al estado y circunstancias de estos pueblos de un modo que asegure la tranquilidad y orden interior, y estreche sus relaciones e intereses con los de Brasil hasta el punto de identificarlos en la mejor forma posible.[336]
El comisionado debía persuadir al gabinete de Brasil de declararse “protector de la libertad e independencia de estas provincias restableciendo la casa de los Incas y ...

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