Los milagros del reino de Jesús de Nazaret
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Los milagros del reino de Jesús de Nazaret

Samuel Pagán

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Los milagros del reino de Jesús de Nazaret

Samuel Pagán

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El objetivo de Los Milagros del Reino de Jesús de Nazaret es estudiar el amplio tema de los milagros de Jesús de Nazaret, según se incorporaron en los Evangelios canónicos. Se estudiarán todos los milagros, para explorar las implicaciones y las enseñanzas de esas acciones extraordinarias. Los milagros son ciertamente signos del poder de divino, pero, a la vez, son enseñanzas transformadoras a los discípulos y seguidores originales del Señor. Y esos actos especiales de Jesús también se constituyen en mensajes desafiantes para los creyentes a través de la historia.Esas narraciones de los Milagros; se articulan con gran imaginación teológica, capacidad de comunicación y belleza literaria. Son relatos breves muy bien pensados que usan la cotidianidad para transmitir alguna enseñanza y afirmar valores éticos y principios morales. Y esas narraciones propician decisiones fundamentadas en la fe, que superan las expectativas religiosas de la época.El análisis de todas las narraciones de milagros del Señor en los evangelios revela que se pueden dividir en cuatro grandes áreas de acción divina. La revisión de todas esas narraciones identifica que hay milagros de sanidades, de liberación de endemoniados, de resurrección de muertos, y de manifestaciones de poder sobre la naturaleza. Esos milagros especiales del Señor tocan no solo individuos, familias, comunidades, sino a la naturaleza misma. El poder del milagro de Jesús no estaba cautivo en las enfermedades personales, sino que tenía la capacidad de llegar a la naturaleza, que era una manera de relacionar su ministerio terrenal del Señor con la naturaleza misma del Dios de la creación.

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Información

Año
2021
ISBN
9788418204456
01
Sanidades de ciegos
Al irse Jesús de allí, dos ciegos lo siguieron, gritándole:
—¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David!
Cuando entró en la casa, se le acercaron los ciegos,
y él les preguntó: —¿Creen que puedo sanarlos?
Sí, Señor —le respondieron.
Entonces les tocó los ojos y les dijo:
—Que se haga con ustedes conforme a su fe.
Y recobraron la vista. Jesús les advirtió con firmeza:
—Asegúrense de que nadie se entere de esto.
Pero ellos salieron para divulgar por toda aquella región
la noticia acerca de Jesús.
Mateo 9.27-32
Enfermedad, medicina y teología
Las sanidades de Jesús de Nazaret eran una continuación del mensaje teológico y las enseñanzas transformadoras en torno al Reino de Dios. Esa singular y novel enseñanza de redención, liberación y esperanza, que se presenta en el Sermón del monte y se destaca en las Bienaventuranzas (Mt 5.1—7.29), incorpora de forma destacada y, con intencionalidad, el mundo de los prodigios y las esferas de lo sobrenatural. En efecto, las narraciones de las enseñanzas y actividades del Señor, de acuerdo con los Evangelios canónicos, incluyen sus acciones milagrosas de sanidades de personas enfermas, liberaciones de cautivos espirituales y emocionales, resurrecciones de muertos y prodigios sobre la naturaleza.
Desde las perspectivas teológicas, el Reino de Dios era el cumplimiento de las antiguas promesas divinas al pueblo de Israel. Y desde los ángulos prácticos, los valores del Reino respondían a las necesidades concretas del pueblo, especialmente de los sectores más heridos, marginados y angustiados de la comunidad, como son las personas pobres, enfermas y espiritualmente cautivas.
Para Jesús de Nazaret, la buena noticia del Reino tenía implicaciones inmediatas y liberadoras para la gente; además, la predicación del evangelio propiciaba un ambiente de salud integral, de bienestar físico, espiritual y social, y de sosiego y paz, que ciertamente se fundamentan en la revelación de la voluntad divina y la implantación del Reino de Dios y su justicia. El mensaje del Señor llegaba con fuerza a las antiguas ciudades de la Nazaret, Capernaúm y Jerusalén; irrumpía como un agente de bondad, misericordia y transformación, que se vivía no solo en la salud física sino en el bienestar emocional, espiritual, familiar, social, económico y político. Y en medio de esas dinámicas proféticas y educativas, los milagros y las sanidades juegan un papel destacado, singular y protagónico.
La comprensión antigua de la salud entendía que Dios se encuentra en el origen tanto de la salud como de la enfermedad. En efecto, desde la perspectiva de las Escrituras, el Dios bíblico es el Señor de la vida y la muerte, y las enfermedades eran vistas en relación con lo divino. Esa comprensión básica movía a las personas a relacionar el bienestar físico y emocional con la bendición de Dios. Pensaban que las enfermedades y los cautiverios espirituales eran signos claros del juicio divino o abandono del Señor.
En los tiempos bíblicos, los israelitas pensaban que las personas que disfrutaban de vidas saludables y prósperas, era porque tenían la bendición de Dios. También entendían que las enfermedades físicas, mentales y espirituales eran signos del juicio y rechazo divino. Era un mundo espiritualmente complicado, pues las enfermedades se relacionaban con infidelidades o pecados, que podían ser tanto públicos como privados, que necesitaban recibir el juicio y castigo del Señor. Inclusive, pensaban que los pecados y sus consecuencias nefastas podían pasar de generación en generación y de padres a hijos.
Las personas ciegas, paralíticas, tullidas, leprosas, lunáticas o endemoniadas, o espiritual y emocionalmente enfermas, en ese tipo de sociedad, no solo debían cargar el peso de las complejidades físicas y emocionales relacionadas con sus condiciones, sino que también vivían con un sentido de culpa, dolor y frustración. Entendían que estaban viviendo la maldición divina. Ese sector de la sociedad sufría una especie de triple marginación y angustia: sentía los síntomas y los dolores físicos, percibía el rechazo social por sus calamidades y vivía la angustia espiritual por ser rechazado por Dios.
Ese era el ambiente ideal para que las sanidades cumplieran una doble función. Se liberaba a la persona enferma y herida por alguna dificultad física o emocional y se independizaba del martirio asociado con su condición. Además, la sanidad era liberación espiritual y teológica, pues las personas sanadas y liberadas pasaban del mundo de la maldición a las dinámicas gratas de la bendición de Dios. Se movían, providencialmente, de las esferas nefastas de las maldiciones espirituales, a los ambientes gratos y liberados de la misericordia divina.
Esa teología de la sanidad, que se afirma con claridad en la declaración del Salterio (Sal 103.1-3), se pone claramente de manifiesto en la poesía de Isaías (Is 33.21-24). El profeta afirma con certeza que vendrá el día cuando, por el poder de Dios, la enfermedad ya no se manifestará en el pueblo:
Allí el SEÑOR nos mostrará su poder.
Será como un lugar de anchos ríos y canales.
Ningún barco de remos surcará sus aguas,
ni barcos poderosos navegarán por ellas.
Porque el SEÑOR es nuestro guía;
el SEÑOR es nuestro gobernante.
El SEÑOR es nuestro rey: ¡Él nos salvará!
Tus cuerdas se han aflojado:
No sostienen el mástil con firmeza
ni se despliegan las velas.
Abundante botín habrá de repartirse,
y aun los cojos se dedicarán al saqueo.
Ningún habitante dirá: «Estoy enfermo»;
y se perdonará la iniquidad del pueblo que allí habita.
La sanidad de dos ciegos
En ese mundo donde la enfermedad no solo era martirio físico sino una angustia espiritual, las personas ciegas sufrían de manera intensa. ¡No podían disfrutar ni percatarse visualmente de las sonrisas y las lágrimas, de los amaneceres y los ocasos, de las ciudades y los campos, de los desiertos y los ríos, de lo que sucedía a sus alrededores! Los impedimentos visuales son desafíos extraordinarios, pues, para muchas personas, se cierra un carril importante por donde se tiene acceso a la realidad y a lo que sucede en la vida, y se disminuyen y complican las posibilidades de comprender adecuadamente e internalizar las dinámicas que les rodean y afectan.
Las personas con impedimentos visuales carecen de un componente esencial para interactuar con la vida y esa condición les hace depender de otros sentidos para comprender de alguna forma las complejidades de la existencia humana. Esa condición física e impedimento complica los procesos naturales para conocer las personas y para reaccionar ante los cambios en el ambiente y la comunidad. La invidencia se convertía no solo en angustia física y crisis teológica y espiritual, sino en la disminución de sus habilidades para interaccionar de manera óptima con las personas, las conversaciones, los ambientes y las comunidades.
La ceguera en la antigüedad era una condición bastante frecuente, en comparación con las realidades contemporáneas. Posiblemente algunas de las causas de esa condición eran las siguientes: la enfermedad de la viruela y la inflamación de los ojos producto de la falta adecuada de higiene, por el polvo fino del ambiente que se acumula en los ojos y por la intensidad solar. Además, se piensa que unas moscas diminutas se escondían en los párpados y atacaban directamente los ojos de las personas. Las leyes del Pentateuco afirman la importancia de tratar a las personas con diversas discapacidades, incluyendo las que tienen impedimentos visuales, con misericordia, respeto y dignidad (Lv 19.14).
Respecto al mundo de la invidencia debemos destacar que los Evangelios canónicos presentan la prioridad que Jesús le dio a la sanidad de las personas con esa condición de salud. De acuerdo con las narraciones que presentan la respuesta de Jesús a los discípulos de Juan el Bautista (Mt 11.2-11; Lc 7.18-28), los ciegos tienen prioridad en la manifestación del Reino de los cielos.
Ante la pregunta si Jesús era verdaderamente el Mesías esperado, el Señor contestó de manera clara, firme y decidida (Mt 11.4-5):
Les respondió Jesús:
—Vayan y cuéntenle a Juan lo que están viendo y oyendo:
Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados,
los sordos oyen, los muertos resucitan
y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas.
La respuesta de Jesús ante las preocupaciones mesiánicas del famoso profeta del desierto, que lo conocía bien y lo había bautizado en el río Jordán (Mt 3.13-17; Mr 1.9-11; Lc 3.21-22), revela la relación íntima que había entre su ministerio profético y educativo y las señales prodigiosas y los milagros. La llegada del Reino a la historia tenía un mensaje especial de sanidad y esperanza para las personas enfermas.
Y en el marco amplio de esas acciones milagrosas y sanidades de Jesús de Nazaret, el primer signo de su identidad mesiánica es la sanidad de las personas ciegas. En efecto, la restauración de la capacidad de ver era una clara señal de la inauguración de la época mesiánica.
La narración de la sanidad de los dos ciegos en Capernaúm era una forma de destacar que había llegado una nueva época, un tiempo novel al mundo judío palestino de la antigüedad. Esa hora novel de intervenciones milagrosas de Dios, tomaba prioritariamente en consideración a las personas enfermas o discapacitadas que habían perdido la esperanza de experimentar algún tipo de cambio positivo y liberador en sus formas de vida.
En este relato evangélico, dos invidentes siguieron a Jesús y no lo dejaron hasta lograr sus metas: ¡recibir la vista! Esta sanidad dual abría la posibilidad de que otras personas ciegas —o que sufrían diversas enfermedades y calamidades físicas, emocionales y espirituales— salieran de la oscuridad y el cautiverio en que vivían, recuperaran la esperanza y recobraran los deseos de vivir con dignidad, respeto e integridad. La intervención de Jesús les devolvió la vida, pues cambiaba la condición de dependencia e inseguridad, a una nueva realidad de independencia y seguridad.
La ciudad de Capernaúm
Este milagro se llevó a efecto en la ciudad de Capernaúm, a orillas del lago de la Galilea. Luego del asesinato de Juan el Bautista, Jesús se mudó desde la pequeña villa de Nazaret donde se había criado y vivía, a esta ciudad pesquera por varias razones, entre las que se encuentran las siguientes: como era una ciudad de importancia en la Galilea, en Capernaúm el Señor tenía la oportunidad de llegar a más personas y su mensaje se podía difundir con amplitud y rapidez; además, en esa ciudad, por su naturaleza urbana y comercial, vivían algunos de los líderes rabínicos más importantes de la región y su población era mixta, pues sus ciudadanos eran judíos y gentiles.
En Capernaúm Jesús estableció su base de operaciones (Mt 4.12-17; Lc 4.14-15; 5.1-11; 6.17-19), por esa razón los Evangelios la identifican como “su ciudad” (Mt 9.1). La importancia de Capernaúm se revela al notar que contaba con un puesto para cobrar impuestos (Mt 9.9) y que tenía una base militar romana (Mt 8.5). Además, en esa ciudad se hospedaba en la casa de Pedro y Andrés, que se dedicaban a la pesca. Y en esa misma ciudad llevó a efecto varias sanidades y milagros de importancia (Mt 8.16-17).
Por ser una ciudad de reconocimiento político y comercial, también era un espacio adecuado para las personas que se dedicaban a la mendicidad. Personas enfermas y marginadas de los centros de trabajo, y carentes de adecuadas infraestructuras de apoyo familiar, se mudaban a Capernaúm para esperar algún tipo de ayuda para la subsistencia. Las personas que viven de la misericordia de limosnas y de la comunidad buscan lugares económicamente desarrollados para establecer sus vidas.
En medio de ese complejo mundo de discapacidades, enfermedades, impotencias y desesperanzas, dos ciegos escucharon de Jesús y de su tarea mesiánica, profética y educativa. Además, el poder del Señor para llevar a efecto milagros de sanidades se escuchaba ya no solo en las ciudades de Nazaret y Capernaúm, sino en la región de la Galilea. Y en ese ambiente de necesidad personal y de cautiverio, y a la vez de expectativa positiva de recobrar la vista y la normalidad, los dos ciegos se decidieron buscar al Señor y seguirlo hasta conseguir lo que necesitaban y deseaban: la salud física y el bienestar individual, familiar y social.
El clamor humano y la respuesta divina
La sanidad de los dos ciegos en el Evangelio de Mateo se ubica en medio de una serie de relatos de milagros luego del Sermón del monte (Mt 5.1—7.28). Como una especie de continuación teológica de las Bienaventuranza, las narraciones evangélicas indican que el Señor sanó a personas de lepra, espíritus inmundos, fiebres, parálisis y hemorragias; además de haber calmado los vientos en el lago de la Galilea.
L...

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