Allegro Molto. 60 Años de Anécdotas
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Allegro Molto. 60 Años de Anécdotas

  1. 176 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Allegro Molto. 60 Años de Anécdotas

Descripción del libro

Artistas, escenarios y públicos son elementos, si no "condenados a la perfección" como hubiera dicho Juan José Arreola por lo menos obligados a no estorbar y no estorbarse en su misión delicada. Las bambalinas de un concierto no comienzan con él, ni se extinguen al aplauso final. Los anecdotarios han hecho de directores y solistas; de salas de concierto y aun de los más modestos aficionados, actores protagónicos a veces dignos de la inmortalidad. Toda una vida ha hecho de José Alfredo Páramo, maestro de Periodismo, un escritor musical autorizado por su cultura, con experiencia y humor que aquí demuestra contando sus propias anécdotas, donde comprobamos una vez más que la música también da risa.

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Información

Editorial
Discos Luzam
Año
2021
ISBN del libro electrónico
9786078427093
La Resurrección, frustrada
En los años que se agregaron ceros al valor de nuestra moneda, nunca me imaginé que la entrega de dos mil pesos para que se desayunara uno de mis hijos en la mañana dominical, iba a marcar el destino del concierto que yo tanto anhelaba escuchar.
Estaba programada, como obra única, la Segunda Sinfonía, denominada Resurrección, de Gustav Mahler, dirigida por Kaplan, estadounidense que había llegado a México precedido por cierta asombrosa publicidad.
Gilbert Kaplan nació el 3 de marzo de 1941 en la ciudad de Nueva York. Además de ser un multimillonario hombre de negocios y un director de orquesta aficionado que inclusive ha actuado al frente de la New York Philharmonic (para escándalo de algunos instrumentistas del conjunto), fundó la revista Institutional Investor y se ha dedicado al periodismo.
En el libro conmemorativo del trigésimo aniversario de la Orquesta Sinfónica de Minería, se explica así la incorporación al programa de la Academia de Música del Palacio de Minería de Gilbert Kaplan:
Saturnino Suárez y Luis Herrera de la Fuente debieron aceptar (1991) la “amistosa presión” del Secretario de Hacienda, que había sido compañero de estudios de Kaplan, para que lo invitaran a dirigir la Orquesta, lo que resultó, por cierto, muy exitoso.
“¿Cómo le dices al Secretario de Hacienda que no?”, dice don Luis irónicamente. “Es como si un monstruo te dice: o me firmas aquí o te mueres... pues firmas”.
Aficionado o no, el hecho era que a este hombre que arribó al país en su jet particular se le había encargado, en calidad de huésped, la conducción de uno de los mejores conjuntos mexicanos: la Orquesta Sinfónica de Minería.
No fue la curiosidad morbosa, sino el amor a la música de Mahler lo que me llevó a apresurarme para arribar temprano a las taquillas de la Sala Nezahualcóyotl.
Filas colosales
A pesar de que llegué a las taquillas 40 minutos antes del concierto, encontré filas colosales en cada una de ellas. Nervioso, decidí formarme en la menos desproporcionada y aposté a mi buena suerte.
Veinticinco minutos después, me encontraba a una distancia razonable de la ventanilla. Tan razonable, que pude leer el letrero siniestro: “Agotadas todas las localidades para el concierto de la Orquesta Sinfónica de Minería de los días sábado 13 y domingo 14 de agosto”.
—¿Qué no es ésta la fila para los boletos de la Segunda de Mahler? –pregunté entre descorazonado e ingenuo a mis vecinos de fila.
—No, mi amigo –respondió uno de ellos–, es para el próximo concierto de la temporada, el de la semana entrante. Los de éste se agotaron desde hace varios días.
Con la actitud del solista que toca una nota falsa en el último compás, decidí desandar los 45 kilómetros que separan el Centro Cultural Universitario de las colinas del municipio conurbado de Naucalpan. Pero había apostado a mi buena suerte, que no podía fallarme.
—Me sobra un boleto –anunció una señora–, ¿quién lo...?
Como cascada de corcheas en partitura de Bach, caímos varios pretendientes sobre ella. La expresión de súplica de mi rostro debe de haber sido más convincente que la de mis rivales, puesto que a mí extendió la mano.
—¿Cu... cuánto le debo? –la ametrallé tartamudo.
—Dos mil pesos.
Metí rápidamente la mano en el bolsillo. Recordaba que tenía un billete de mil, una moneda de 500 y cinco de 100, justamente lo que necesitaba. Pero, oh, infortunio, el dinero se lo había dejado a mi hijo hora y media antes.
Los demás aspirantes trataron de aprovechar mi desconcierto. Uno de ellos agitó ante los ojos de la señora un billete de dos mil. Abrí apresurado el bolso de mano, ese bolso que escandaliza a mis hijos, al que llaman mariconera. El billete que traía era verde, con el retrato de Cárdenas, el del petróleo.
—Tenga, señora, gracias.
Ella iba a entregarme el pase para el Paraíso, pero añadió:
—Sólo que no tengo cambio.
Mi primer intento fue dejarle ese billete de diez mil, pero era el único que llevaba.
—Espéreme –rogué–, corro a la cafetería a cambiar. Por favor no vaya a venderlo a otra persona.
Mi salvadora hizo una mueca de impaciencia y amenazó:
—No se tarde, ¿eh? Porque si no...
De unas zancadas llegué a la cafetería.
—Pronto, por favor, un café y un... un... rollo de canela. ¿Dónde pago?
Regresé con mi hada madrina justo a tiempo para evitar el último asalto de mis rivales.
—Tenga, señora, aquí están los dos mil pesos. Gracias, de veras muchas gracias.
El café fatal
Faltaban unos cinco minutos para el inicio del concierto. Recordé que había dejado en la barra mi café y el rollo de canela. Regresé a la cafetería y de dos tragos di cuenta de la bebida y envolví el pan en una servilleta de papel.
La muchacha me miró extrañada y me preguntó si quería más café. Ante mi titubeo, añadió:
—Es gratis.
Llenó nuevamente el vaso de plástico y de un trago vacié su contenido. Sentía la lengua y la garganta quemadas. Subí en tempo vivacísimo por las escaleras hasta la localidad del segundo piso, donde tuve la fortuna de encontrar una butaca vacía, y me dispuse a concentrarme en lo que habría de escuchar.
Ya habían entrado los instrumentistas y los cantantes. El espectáculo era hermoso: una orquesta de grandes proporciones cubría el abanico del proscenio. Los hombres vestían de impecable etiqueta y las blusas blancas de las muchachas brillaban como crestas de olas en aquel mar negro. Atrás de los instrumentistas se extendía la franja azul del cielo de los vestidos de las jóvenes del coro.
“Esto es un anticipo de la eterna bienaventuranza”, pensé, mientras las cuerdas inicia...

Índice

  1. Portada
  2. Legales
  3. Autor
  4. Ilustrador
  5. Proemio
  6. 1Quien
  7. 2Resurreccion
  8. 3Tormento
  9. 4Musica
  10. 5Opus
  11. 6Vaya
  12. 7Violines
  13. 8AIndiscretas
  14. 9Muera
  15. 10Mambo
  16. 11Diana
  17. 12Ogros
  18. 13Balones
  19. 14Pierrot
  20. 15Monica
  21. 16Misinfonia
  22. 17Sigo
  23. 18Concierto
  24. 19Clemens
  25. 20Epifania
  26. 21Berrinche
  27. 22Apunto
  28. 23Cierre
  29. 24Furia
  30. 25Nene
  31. 26Wolfgang
  32. 27Adios
  33. 28Busca
  34. 29Mentada
  35. 30Hermida
  36. 31Asisti
  37. 32Recuerdos
  38. 33Allons
  39. 34Rumor
  40. 35Celibidache
  41. 36Violinista
  42. 37Soporiferas
  43. 38Por
  44. 39Tarde
  45. 40Brujos
  46. 41Kinder
  47. Contenido
  48. BMMTitulos