MIRADA, ¿DE QUIÉN?
El dogal al cuello. La “mirada” anglosajona sobre el mundo hispano
José María Ortega Sánchez
Para José Manuel de Torres,
por gratitud.
Para Nayeli y Carlos Higinio,
con amor.
tarados de ambos hemisferios
Bolívar: American Liberator (2013) de Marie Arana es una pésima biografía, y no solo por sus disparatadas afirmaciones sobre la Monarquía Católica, de las causas de su implosión y del desarrollo de las guerras civiles de independencia, también por estar plagada de errores (y horrores). Valga como ejemplo este párrafo:
En la medianoche del 1 de abril de 1767, todos los sacerdotes jesuitas fueron expulsados de la América española. Cinco mil clérigos, la mayoría nacidos en América, se dirigieron a las costas […]. El rey Carlos IV dejó muy claro que no consideraba la enseñanza recomendable para los americanos: sería mejor para España, y sus súbditos serían más dóciles, si se mantenía a las colonias en la ignorancia.
En realidad, se expulsó a los jesuitas, no solo a los sacerdotes jesuitas, y así lo establece la Pragmática Sanción: “Regulares de la Compañía, así Sacerdotes, como Coadjutores ó Legos que hayan hecho la primera profesión, y á los Novicios que quisieren seguirles”, equivoca fecha y cantidad pues la medianoche del 31 de marzo al 1 de abril fueron expulsados los jesuitas de Madrid, y la del 2 al 3 los del resto de lo que hoy es España, pero de Nueva Granada lo fueron a partir de julio; y de América y Filipinas solo salieron alrededor de dos mil seiscientas personas; llama “colonias” a los virreinatos, aunque la realidad de la América española queda lejos de los Estados coloniales decimonónicos, y más aún de lo que Arana imagina; confunde a Carlos IV con su padre, y ofrece una descabellada explicación de las razones de Carlos III. Son aún discutidas, pero desde luego no lo hizo para “mantener las colonias en la ignorancia”, sino probablemente por las mismas razones por las que el criollo Bernardino de Cárdenas, franciscano y obispo de Asunción, encabezó una “revolución” que además de proclamarle “Gobernador, Capitán y Justicia Mayor” expulsó a los jesuitas de sus dominios (1649): intentar ser un Estado dentro del Estado. De hecho, uno de los textos que justificó la expulsión fue la Colección general de documentos tocantes a la persecución que los regulares de la Compañía suscitaron contra el ilustrísimo y reverendísimo señor fray D. Bernardino de Cárdenas (1768).
De donde fueron expulsados y expoliados los jesuitas por tales razones –en concreto “agitar” a los esclavos negros– fue de la colonia francesa de Saint Domingue (1763). Arana podría haber ojeado la variada normativa dictada por la Monarquía desde el siglo xvi para fomentar la educación de los súbditos americanos –y no solo de los españoles, como Bolívar–, fomento que alcanzó su cenit con Carlos III, que potenció la creación de escuelas de primeras letras (Real Cédula, 14 de agosto de 1768) su secularización y la profesionalización del profesorado (Real Provisión, 11 de julio de 1771), prestando especial atención a la educación de las niñas (Real Cédula, 11 de mayo de 1783). Una educación popular, pública y gratuita. Política que tuvo eco en toda la Monarquía, América incluida, y hasta sus últimos confines. Así, tras fundarse Reynosa (1749, hoy en Tamaulipas) en el recién pacificado territorio de Nuevo Santander (1747-1772) se ordenó la fundación de escuelas (1782 y 1786). Uno de los mejores ejemplos de las ideas ilustradas en educación, y en especial de su vinculación con el desarrollo económico, fue el proyecto de “escuelas patrióticas” que llegó a Nueva Granada con la fundada por el canónigo Francisco Antonio Uzcátegui en Ejido (1788), población lindera de Mérida, donde un año antes, Carlos III dictó la cédula que dio origen a la segunda universidad de la hoy Venezuela, y el mismo año, en la primera, llegó a la cátedra de Filosofía el caraqueño Baltasar de los Reyes Marrero, introductor de la enseñanza de la física moderna.
En conclusión, Arana replica la estupidez de una América española como conjunto de colonias habitadas por gentes mantenidas deliberadamente en la ignorancia, mito levantado por los enemigos de la Monarquía, avivado por los líderes independentistas durante las guerras civiles de independencia, y consolidado por la historiografía decimonónica de las nuevas repúblicas. Y hasta hoy.
Los párrafos de la misma página son de similar calidad, y destaca el que afirma que “[España] controlaba la totalidad del suministro mundial de cacao y lo redirigía a puntos de todo el planeta desde las bodegas de Cádiz” y “lo mismo había hecho” con, entre otros, el algodón, la lana, patatas y tomates. En realidad, cuando nace Bolívar (1783) el cacao era la base de la economía de las colonias británicas caribeñas y holandesas; de hecho, en Trinidad se creó una de las tres variedades clásicas (ca. 1756). En cuanto al algodón y la lana, a finales del xviii Inglaterra dominaba el mercado textil, importando lana (peninsular, no americana) de España y algodón de la India. Donde, por cierto, ya cultivaban tomate y comenzaba la patata, que, tras difundirse libremente por Europa, iniciaron su conquista del mundo. Por no hablar de las complicaciones inherentes a transportar desde América tomates sin cámaras frigoríficas.
Y si Arana, en una página, logra tal machada, es fácil suponer de lo que es capaz en las seiscientas del libro. Arana asevera que la Corona “reprimió ferozmente el espíritu empresarial americano” y prohibió a los americanos plantar tabaco, olivos, viñedos, hacer bebidas alcohólicas, tener tiendas en las calles, minas, imprentas, crear fábricas (salvo ingenios de azúcar) y cualquier manufactura, el comercio en América (p. 27) y en general prosperar, afirma que todo el dinero recaudado por impuestos “se enviaba de vuelta a España”(p. 27), atestigua que la Constitución (1812) no permitía votar a los americanos (p. 84), acusa a Colón de propagar la sífilis en América (p. 10) afirma que “casi todos” los mestizos eran ilegítimos (p. 28), confunde el Consejo de Indias con la Casa de Contratación (p. 19), llama a Fernando “El Católico” Ferdinand I (p. 589) y afirma que, tras rebelarse contra el rey, Mateo Pumacahua tomó La Paz (p. 173), cambia a los oficiales realistas Yáñez y Morales, respectivamente, nombre y profesión –de pulpero a carnicero– (p. 153), convierte al abate Juan Pablo Viscardo en sacerdote (p. 19) y la lista podría seguir ad nauseam.
La meta de Bolívar: American Liberator es justificar el Liberator del título, y por ello necesita imaginar una América española invariable durante tres siglos y uniforme de Chile a California, singularmente tiránica, corrupta, ineficaz y racista. Otorga especial importancia a lo último, escandalizada porqu...