El ascenso del hombre
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El ascenso del hombre

Jacob Bronowski, Pedro Pacheco González

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El ascenso del hombre

Jacob Bronowski, Pedro Pacheco González

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Este clásico del doctor Bronowski traza el desarrollo de la sociedad humana a través de nuestra comprensión de la ciencia. Publicado en 1973 junto con una innovadora serie de televisión de la BBC, es considerado una de las primeras obras de divulgación científica, que ilumina el contexto histórico y social del desarrollo científico para una generación de lectores. Bronowski analiza la invención humana desde la herramienta de pedernal a la geometría, desde la agricultura a la genética y desde la alquimia a la teoría de la relatividad, mostrando cómo todas ellas son expresiones de nuestra capacidad de comprender y controlar la naturaleza.Un viaje a través de la historia intelectual con el fin de encontrar "los grandes monumentos de la invención humana": la isla de Pascua, Machu Picchu, la biblioteca de Newton y el observatorio de Gauss, la Alhambra y las cuevas de Altamira. En cada lugar, Bronowski considera las cualidades del pensamiento y la imaginación que hicieron que el hombre, primero, analizara el mundo físico para, a continuación, explorar las leyes y estructuras invisibles por encima y por debajo de su superficie. El hombre asciende al descubrir la plenitud de sus propios dones, y lo que va creando en el camino son "monumentos" en las etapas de su comprensión de la naturaleza y de sí mismo.

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Información

Año
2020
ISBN
9788412259445
Edición
1
Categoría
Literatura

07
Un majestuoso mecanismo
de relojería
Cuando Galileo escribió las páginas iniciales del Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo alrededor del año 1630, dijo dos veces que la ciencia italiana (y el comercio) estaba en peligro de ser adelantada por los rivales del norte. Qué cierta fue esa profecía... El hombre quien más tenía en mente cuando aseveró tal cosa era el astrónomo Johannes Kepler, que llegó a Praga en 1600, a la edad de veintiocho años, y pasó allí su época más productiva. Concibió las tres leyes que transformaron el sistema de Copérnico, de una descripción general del sol y de los planetas a una precisa fórmula matemática.
Primero, Kepler demostró que la órbita de un planeta es solo vagamente circular: es una elipse ancha en la que el sol está ligeramente desplazado del centro, en un foco de la elipse. Segundo, un planeta no viaja a una velocidad constante: lo que sí es constante es el ritmo en el que la línea de unión entre el planeta y el sol barre el área que forman su órbita y el sol. Y tercero, el tiempo que tarda un planeta en particular para completar su órbita alrededor del sol —su año— se incrementa con su distancia (media) al sol de forma exacta.
Así es como estaban las cosas cuando Isaac Newton nació, en el año 1643, el día de Navidad. Kepler había fallecido doce años antes, y Galileo ese mismo año. Y no solo la astronomía, sino también la ciencia en general, estaban estancadas en un momento crítico, esperando un nuevo impulso: la llegada de una mente nueva que intuyera el paso crucial que había que dar desde las descripciones que habían servido en el pasado hacia las explicaciones dinámicas y causales del futuro.
En el año 1650, el centro de gravedad del mundo civilizado se había desplazado desde Italia al norte de Europa. La razón obvia es que las rutas comerciales del mundo eran diferentes desde el descubrimiento y la posterior explotación de América. El Mediterráneo ya no hacía honor a su nombre, en medio del mundo. El centro del mundo se había desplazado hacia el norte, hacia la costa atlántica, desde el mismo momento en que a Galileo se le amenazó. Y con un comercio diferente llegó un cambio de perspectiva en política, mientras Italia y el Mediterráneo seguían siendo gobernados por autocracias.
Las ideas y los principios nuevos avanzaron en las naciones protestantes marineras del norte, Inglaterra y los Países Bajos. Inglaterra se había convertido en republicana y puritana. Los holandeses fueron al mar del norte para drenar las marismas inglesas; y eso convirtió esa zona en una tierra firme. Creció un espíritu independentista a lo largo de los paisajes llanos y húmedos de Lincolnshire, donde Oliver Cromwell reclutó a sus Ironsides.[4] En 1650 Inglaterra era una república que había decapitado a su monarca reinante.
Cuando Newton nació en casa de su madre en Woolsthorpe en 1642, hacía unos meses que su padre había fallecido. En muy poco tiempo, su madre se había vuelto a casar, y Newton se quedó bajo el cuidado de una abuela. No se puede decir que fuera un chico sin hogar, aunque bien es cierto que desde edad temprana manifestaba esa falta de cariño que todos los hijos reciben en el seno familiar. Toda su vida dio la impresión de ser un hombre sin amor. Nunca se casó. Nunca pareció tener esa capacidad de saber desenvolverse en sociedad que hace que los logros individuales sean una consecuencia natural del pensamiento perfeccionado en compañía de los demás. Todo lo contrario, los logros de Newton siempre eran en solitario, y siempre estaba temeroso de que alguien se los robara como (puede que pensara) le habían robado a su madre. No tenemos prácticamente noticia alguna suya ni de su época escolar ni como estudiante universitario.
Los dos años posteriores a su graduación en Cambridge, 1665 y 1666, fueron los años de la peste, y pasó en su casa todo ese tiempo en el que estuvo cerrada la universidad. Su madre había enviudado y estaba de vuelta en Woolsthorpe. Allí es donde encontró su mina de oro: las matemáticas. Ahora que sus cuadernos de notas han sido leídos, está claro que Newton no había gozado de una buena enseñanza, y que aprendió la mayoría de las matemáticas que sabía de forma autodidacta. Y de ahí pasó a sus descubrimientos originales. Inventó las fluxiones, lo que ahora conocemos con el nombre de cálculo.
También fue allí donde Newton concibió la idea de la gravitación universal, y la puso a prueba calculando el movimiento de la luna alrededor de la tierra. La luna era un símbolo muy poderoso para él. Newton razonaba que, si sigue su órbita como consecuencia de la atracción que la tierra ejerce sobre ella, entonces la luna es como una pelota (o una manzana) que se ha lanzado con mucha fuerza: está cayendo sobre la tierra, pero va tan rápido que de esa manera logra evitarlo; mantiene su movimiento alrededor de la tierra porque esta es redonda. ¿Cuán grande ha de ser la fuerza de la gravedad?
Yo deduje que las fuerzas que mantienen a los planetas en sus órbitas debían ser recíprocas a los cuadrados de sus distancias desde los centros alrededor de los cuales giran; y de este modo comparé la fuerza necesaria para mantener a la luna en su órbita con la fuerza de la gravedad en la superficie de la tierra; y descubrí que eran bastante parecidas.
Esa precisión es característica de Newton; su primer cálculo dio, de hecho, un periodo de la luna muy cercano a su verdadero valor, sobre 271/4 días.
Cuando los cálculos salen así de exactos, se sabe, como sabía Pitágoras, que se ha abierto un secreto de la naturaleza en la palma de la mano. Una ley universal gobierna la maquinaria majestuosa de los cielos, en la que el movimiento de la luna es un acontecimiento armonioso. Es una llave que se ha de introducir en la cerradura y girarla, y la naturaleza mostrará en números la confirmación de su estructura. Pero, si eres Newton, no lo publicas.
Cuando regresó a Cambridge en 1667, Newton ya era miembro de su universidad, Trinity College. Dos años después, su profesor dejó la cátedra de matemáticas. No fue, como se suele pensar, explícitamente en favor de Newton, pero el resultado fue el mismo: se nombró sucesor a Newton. Tenía por entonces veintiséis años.
Newton publicó su primer trabajo sobre óptica. Fue concebido al igual que todas sus grandes ideas «en los dos años de la peste, 1665 y 1666, ya que en esos tiempos estaba en la plenitud de mi etapa inventiva». Newton no estaba en casa, ya que había regresado al Trinity College, en Cambridge, durante un corto periodo de tiempo, cuando la peste disminuyó un poco.
Resulta curioso descubrir que la persona que consideramos como el maestro de la explicación del universo material empezara pensando sobre la luz. Existen dos razones para ello. En primer lugar, este era un mundo de marineros, en el que las mentes brillantes de Inglaterra estaban ocupadas en todos aquellos problemas referentes a la navegación. Hombres como Newton no se veían a sí mismos haciendo investigación técnica, por supuesto —sería muy ingenuo pensar que eso era lo que cautivaba su interés—. Se vieron atraídos hacia los temas que preocupaban a sus antecesores, como les pasa a todos los jóvenes. El telescopio era uno de los problemas destacados de esa época. Y, de hecho, Newton fue el primero en darse cuenta de los problemas que había con los colores en la luz blanca cuando estaba puliendo unas lentes para su propio telescopio.
Pero, por supuesto, hay una razón subyacente mucho más fundamental. El fenómeno fí...

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