A contrapelo
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A contrapelo

O por qué romper el círculo de depilación, sumisión y autoodio

Bel Olid

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A contrapelo

O por qué romper el círculo de depilación, sumisión y autoodio

Bel Olid

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Es fascinante que un cuerpo sin pelo, fruto de un artefacto social como la depilación, se considere una muestra de feminidad innata. Sería lógico que el vello corporal, que separa la niña de la mujer, se considerase intrínsecamente femenino, incluso sexi. En cambio, hemos llegado al punto en que es todo lo contrario. La mayoría de las mujeres de nuestra sociedad afirman que se depilan porque quieren, porque se sienten más atractivas o por motivos de higiene. En cambio, no depilarte o mostrar públicamente que no te depilas suele ser una decisión política.Este libro desmonta las ideas preconcebidas sobre las supuestas bondades de la depilación y analiza la penalización social que conlleva mostrar el pelo corporal tal y como nos nace. Con los datos en la mano, veremos que la elección no es libre y que mostrar o no mostrar el pelo corporal no es una simple opción inofensiva. ¿Qué vello estamos obligadas a erradicar si queremos ser vistas como "mujeres de verdad"? ¿Qué impacto tiene sobre nuestra salud física y mental acatar las normas sociales sobre depilación? ¿Qué pasa si no podemos? ¿Y si no queremos? Bel Olid expone con claridad y valentía no solo las contradicciones de la depilación de la mujer, sino también todo lo que conlleva de sumisión social, de obediencia a unas normas de mercado exigentes y de inseguridad personal de tantas mujeres.

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Información

Año
2020
ISBN
9788412232462
Edición
1
Categoría
Literatura
imagen
Resulta extraño que un rasgo característico de las mujeres adultas, como es la aparición de vello en el pubis y en las axilas (y a menudo, aunque no siempre, en muchas otras zonas del cuerpo), sea considerado un rasgo masculino que debes eliminar totalmente si quieres parecer innegablemente «femenina». Como hemos visto, para parecer una mujer de verdad tienes que parecer, en realidad, una niña. La presión por uniformizar los cuerpos de las niñas y las mujeres tiene que ver con la necesidad de devolver a las mujeres, que sin duda hemos avanzado en derechos y reconocimiento social, al imaginario de la menor de edad tutorizada por los hombres. A las mujeres en situación de poder se les exige en mayor medida todavía que a las demás una expresión de género inequívocamente femenina; es como si tuvieran que compensar con peinado, maquillaje y, por supuesto, depilación impecable el haber invadido un espacio reservado a los hombres. Lo primero que se les echa en cara a las políticas, mucho antes que sus actuaciones profesionales, es que son feas, que no visten bien, que no saben peinarse. No solo es la reproducción banal de estereotipos de género; es también el recordatorio constante de que lo primero que tiene que preocuparles es la mirada ajena sobre su cuerpo. En esa mirada ajena, los hombres actúan como jueces de lo que es deseable y las mujeres como guardianas de la feminidad: quién puede ser considerada «mujer de verdad», según si sigue las pautas o no. La llamada al orden para interpretar una feminidad tradicional sin fisuras es el intento de controlar y desvirtuar el poder que hayan podido conseguir.
Últimamente hay algunas actrices, cantantes y modelos que enseñan las axilas peludas o las piernas sin depilar. El grado de aceptación de esas transgresiones tiene mucho que ver con hasta qué punto cumplen todo lo demás: puedes salir con las axilas peludas si eres convencionalmente atractiva, sin lugar a dudas. Del mismo modo que las políticas ya han roto una norma de la feminidad accediendo a un lugar de poder y, por lo tanto, tienen que cumplir todas las demás, las mujeres famosas de físicos normativos, como cumplen todas las otras, pueden saltarse la depilación. O, más bien, alguna parte de la depilación: axilas con vello, pero lo demás sin, o piernas con vello siempre que sea poco y discreto. Ingles, bigotes, barba, siguen fuera de cuestión.
Por una parte, la exigencia de depilación es tan estricta que a menudo los medios consideran una axila depilada hace tres semanas (con algo de vello casi invisible) como una gran transgresión de la norma. La pena que se aplica a las mujeres no depiladas (o no lo suficientemente bien depiladas), que es la no deseabilidad, no es aplicable a esas actrices, modelos y cantantes. Son indiscutiblemente deseables a pesar de no depilarse, porque tienen tantos puntos de deseabilidad que no pasa nada si restan unos cuantos.
La melena larga, símbolo potentísimo de la feminidad, es otro ejemplo. La idea de que solo las mujeres convencionalmente atractivas pueden llevar el pelo corto sin ser catalogadas inmediatamente como machorras se basa exactamente en la misma creencia. Solo puedes renunciar a un símbolo tan potente de feminidad como es el pelo largo en la medida en la que eres más que deseable en los demás aspectos. Muchas mujeres creen que no pueden raparse porque no son «lo bastante guapas». Llevar el pelo corto o largo, igual que depilarse o no las axilas, solo es una elección para aquellas que se lo pueden permitir, es decir, para aquellas que no verán su feminidad ni su deseabilidad cuestionadas porque cumplen con los cánones establecidos. Para todas las demás (o sea, para la mayoría), no hay elección: por lo menos tienes que intentar ser lo más deseable que puedas. Eso significa ser convencionalmente atractiva, pero también ser blanca y de clase alta. Las mujeres que sufren racismo o que pertenecen a la clase trabajadora reciben aún más comentarios negativos («sucia», «cerda», «asquerosa») si no se depilan que las blancas de clase alta, en las que se considera una excentricidad perdonable (de nuevo, porque se ajustan a los demás).
Un caso alucinante de autoexclusión buscada por motivos que no tienen nada que ver con romper el binarismo es la aparición en China de unas medias que simulan unas piernas muy peludas. Surgieron en 2013 como respuesta a las muchas agresiones sexuales que hay en el transporte público y la idea era que el vello de las piernas disuadiría a los agresores sexuales, que sentirían repulsión por las mujeres peludas y no las tocarían. Aunque esas medias no se han popularizado y han quedado en una anécdota curiosa, es interesante analizar el razonamiento que llevó a crearlas: en vez de dejarte crecer el vello y ya está, te lo añades en ciertas situaciones en las que crees que parecer «menos femenina» te puede ayudar a sufrir menos violencia. La obligatoriedad de la depilación para las mujeres es tan inflexible que incluso cuando (desde la perspectiva más perversamente patriarcal posible) tener vello podría «ahorrarte» que te violen, ese vello tiene que ser falso para no amenazar tu «feminidad esencial». En ese sentido de hacerse «menos deseable», una de las tácticas recomendadas para reaccionar ante un violador es eructar, tirarse pedos o vomitar, si son cosas que puedes provocarte aposta. En algunos casos, mostrarse «asquerosa» puede disuadirlos. Ni que decir tiene que la causa de las agresiones sexuales no son las piernas depiladas o lo deseable que sea la víctima, sino la cultura de la violación y la impunidad de los violadores.
Un estudio publicado en el 2019 en el Journal of Sexual Medicine expone que, mientras que los hombres están más satisfechos con sus relaciones sexoafectivas cuando su pareja cumple con las expectativas que tenían sobre la depilación, las mujeres están más satisfechas cuando cumplen con las expectativas de su pareja. Es decir, mientras que unos basan su satisfacción en tener lo que desean, las otras la basan en ser deseadas. Eso no es ni innato (el deseo se aprende) ni inmutable (lo que es deseable cambia en el tiempo y en las culturas) ni banal (forma parte del entramado de las desigualdades que sufrimos).
Como mujer, cumplir con las expectativas sociales referentes a la depilación implica someterse a esa dinámica de poder, renunciar al lugar de sujeto que desea y aceptar el papel de objeto de deseo. Significa reforzar el imaginario que somete nuestro placer al de los demás y seguir educando (a los demás y a nosotras mi...

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