Breve historia del mito
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Breve historia del mito

  1. 196 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Breve historia del mito

Descripción del libro

La historia del mito es la historia de la humanidad. Nuestras narraciones y creencias, nuestra curiosidad y nuestras tentativas de comprender el mundo nos vinculan directamente con nuestros antepasados y con los demás seres humanos: los mitos nos ayudan a dotar de sentido al universo. El libro de Karen Armstrong, referente mundial en el estudio de la historia de las religiones, supone una concisa, certera y absorbente aproximación a las más diversas expresiones del mito, desde los cazadores del Paleolítico hasta su descrédito en Occidente en favor de la ciencia y lo que su pérdida supone para el mundo moderno.

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Información

Editorial
Siruela
Año
2020
ISBN de la versión impresa
9788418245985
ISBN del libro electrónico
9788418436246
Edición
1
Categoría
Literatura

1
¿Qué es un mito?

Los humanos siempre hemos sido creadores de mitos. En las tumbas neandertales se han encontrado armas, herramientas y huesos de animales sacrificados, elementos que sugieren que ya aquellos hombres primitivos tenían algún tipo de creencia en un mundo ulterior parecido al suyo. Es muy posible que los neandertales se contaran unos a otros historias sobre la vida de que disfrutaban sus semejantes después de morir. Sin duda reflexionaban sobre la muerte, a diferencia del resto de las criaturas con que convivían. Los animales ven morir a sus iguales, pero nada indica que se detengan a meditar sobre ello. En cambio, las tumbas neandertales demuestran que cuando esos primeros humanos tomaron conciencia de su mortalidad, crearon una especie de narración paralela que les permitiera entenderla. Todo indica que aquellos primeros hombres, que con tanto cuidado enterraban a sus muertos, suponían que el mundo visible y material no era la única realidad existente. Por tanto, cabe afirmar que desde época muy temprana los seres humanos se han distinguido por su capacidad para concebir ideas que van más allá de su experiencia cotidiana.
Somos criaturas que le buscamos significado a todo. Que sepamos, los perros no pasan horas cavilando sobre la naturaleza canina, no les preocupan las dificultades que afligen a los perros de otras partes del mundo ni intentan enfocar su vida desde una perspectiva diferente. En cambio, los humanos caemos fácilmente en la desesperación, y desde nuestros orígenes inventamos historias que nos permitían situar nuestra vida en un contexto más amplio, que revelaban un patrón subyacente y nos hacían pensar que, pese a todos los deprimentes y caóticos indicios que sugerían lo contrario, la vida tenía un valor y un significado.
Otra característica peculiar de la mente humana es su capacidad de tener ideas y experiencias que no se explican racionalmente. Estamos dotados de imaginación, una facultad que permite pensar en cosas que no están presentes y que, en el momento en que las concebimos, carecen de existencia objetiva. La imaginación es la facultad de la que nacen la religión y la mitología. Hoy en día, el pensamiento mítico ha caído en descrédito; muchas veces lo desechamos por considerarlo irracional y autocomplaciente. Pero la imaginación también es la facultad que ha permitido a los científicos sacar a la luz nuevos conocimientos e inventar una tecnología que nos ha convertido en seres inconmensurablemente más eficaces. La imaginación de los científicos nos ha permitido viajar por el espacio y caminar por la luna, proezas que antaño solo eran posibles en el reino de los mitos. Tanto la mitología como la ciencia amplían las posibilidades del género humano. Al igual que la ciencia y la tecnología, la mitología, como veremos más adelante, no consiste en desentenderse de este mundo, sino en capacitarnos para vivir de forma más plena en él.
Las tumbas neandertales aportan cinco datos importantes sobre los mitos. En primer lugar, el mito casi siempre está enraizado en la experiencia de la muerte y el miedo a la extinción. Segundo: los huesos de animales indican que el entierro iba acompañado de un sacrificio. Normalmente, la mitología va unida a un ritual. Muchos mitos no tienen sentido fuera del ámbito de un drama litúrgico que les da vida, y resultan incomprensibles en un contexto profano. Tercero: de algún modo, los mitos neandertales eran recordados junto a una tumba, con motivo de una defunción. Los mitos más impactantes tratan sobre situaciones límite y nos obligan a ir más allá de nuestra experiencia. Hay momentos en que todos, de un modo u otro, tenemos que ir a un lugar que no conocemos y hacer algo que nunca hemos hecho. Los mitos tratan de lo desconocido; tratan de eso para lo que al principio no teníamos palabras. Por tanto, los mitos se asoman al interior de un gran silencio. En cuarto lugar, los mitos no son historias que se cuentan porque sí. Antes bien, nos enseñan cómo debemos comportarnos. En las tumbas neandertales, a veces el cadáver está colocado en posición fetal, como si se preparara para renacer: el difunto tenía que dar el siguiente paso él solo. Adecuadamente entendida, la mitología nos coloca en la postura espiritual o psicológica correcta para la acción apropiada, ya sea en este mundo o en el más allá.
Por último, todas las mitologías hablan de un plano paralelo a nuestro mundo y que en cierto sentido lo sostiene. La creencia en esa realidad invisible pero más intensa, que a veces se identifica con el mundo de los dioses, es un tema esencial de la mitología. Se la ha llamado «filosofía perenne» porque ha impregnado la mitología y la organización ritual y social de todas las sociedades antes del advenimiento de nuestra modernidad científica, y todavía hoy sigue influyendo en las sociedades tradicionales. Según la filosofía perenne, todo lo que ocurre en este mundo, todo lo que podemos oír y ver aquí abajo, tiene su contrapartida en el reino divino, más rico, más fuerte y más duradero que el nuestro.1 Y toda realidad terrenal no es más que una pálida sombra de su arquetipo, el patrón original, del que es simplemente una copia imperfecta. Los seres humanos, frágiles y mortales, solo desarrollan todo su potencial si participan en esa vida divina. Los mitos daban forma gráfica y detallada a una realidad que las personas percibían de manera intuitiva. Les explicaban cómo se comportaban los dioses, no con el fin de satisfacer su curiosidad ni porque esos relatos resultaran entretenidos, sino para permitir a hombres y mujeres imitar a esos seres poderosos y, así, experimentar también ellos la divinidad.
En nuestra cultura científica solemos tener nociones muy simplistas de lo divino. En la Antigüedad, los «dioses» raramente eran contemplados como seres sobrenaturales con una personalidad diferenciada que vivían una existencia metafísica totalmente separada de la de los mortales. La mitología no trataba sobre la teología, en el sentido moderno, sino sobre la experiencia humana. La gente pensaba que los dioses, los humanos, los animales y la naturaleza estaban estrechamente ligados, sujetos a las mismas leyes y compuestos de la misma sustancia divina. Al principio no había abismo ontológico entre el mundo de los dioses y el mundo de los humanos. Cuando estos hablaban de lo divino, generalmente se referían a algún aspecto de lo terrenal. La propia existencia de los dioses era inseparable de la de las tormentas, los mares, los ríos o esas poderosas emociones humanas —el amor, la ira o la pasión sexual— que parecían elevar temporalmente a los mortales a un plano de existencia diferente y desde el que podían ver el mundo con nuevos ojos.
Por tanto, la función de la mitología era ayudarnos a hacer frente a los conflictos humanos. Ayudaba a las personas a encontrar su lugar en el mundo y su verdadera orientación. Todos queremos saber de dónde venimos, pero, como nuestros remotos orígenes se pierden en la noche de los tiempos, hemos creado mitos sobre nuestros antepasados que, pese a no ser históricos, nos ayudan a explicar actitudes habituales de nuestro entorno, nuestros semejantes y nuestras costumbres. También queremos saber adónde vamos, de modo que hemos inventado historias que hablan de una existencia póstuma, aunque, como se verá más adelante, no hay muchos mitos que conciban la inmortalidad de los seres humanos. Y queremos explicar esos momentos sublimes en que nos sentimos transportados más allá de nuestras preocupaciones prosaicas. Los dioses ayudaban a explicar la experiencia de lo trascendente. La filosofía perenne expresa nuestra percepción innata de que detrás de los seres humanos y el mundo material hay cosas que el ojo no ve.
Hoy en día, la palabra «mito» suele designar algo no verídico. Un político acusado de cometer un desliz se defenderá diciendo que eso es un «mito», que nunca ocurrió. Cuando oímos historias sobre dioses que pasean por la tierra, de muertos que se levantan de la tumba o de mares que se abren milagrosamente para permitir que un pueblo elegido huya de sus enemigos, las desechamos por increíbles y de falsedad demostrable. Desde el siglo XVIII hemos desarrollado una perspectiva científica de la historia; lo que más nos preocupa es lo que ocurrió de verdad. Pero, en el mundo premoderno, lo que más preocupaba sobre el pasado era qué había significado determinado suceso. Un mito era un hecho que había ocurrido una vez, pero que en cierto sentido ocurría continuamente. Debido a nuestra actual perspectiva estrictamente cronológica de la historia, no tenemos un término para definir semejante acaecimiento, pero la mitología es una forma de arte que va más allá de la historia y señala lo que hay de eterno en la existencia humana, ayudándonos a traspasar el caótico flujo de sucesos fortuitos y entrever la esencia de la realidad.
La experiencia de lo trascendente siempre ha sido parte de la experiencia humana. Buscamos esos momentos de éxtasis en que nos sentimos profundamente arrebatados y brevemente impulsados más allá de nosotros mismos. En esos momentos tenemos la impresión de vivir con mayor intensidad de lo habitual, a toda máquina y explotando al máximo nuestra humanidad. La religión ha sido uno de los medios más tradicionales para alcanzar el éxtasis, pero si la gente ya no lo encuentra en templos, sinagogas, iglesias o mezquitas, lo busca en otros sitios: en la pintura, la música, la poesía, el rock, el baile, las drogas, el sexo o el deporte. Al igual que la poesía y la música, la mitología debería producirnos embeleso, incluso ante la muerte y ante el aturdimiento que pueda producirnos la perspectiva de la extinción. Cuando un mito deja de lograr ese efecto, podemos considerar que ha muerto, porque ya no resulta útil.
Por tanto, es un error considerar los mitos una forma inferior de pensamiento que puede dejarse de lado cuando los seres humanos alcanzan la madurez. La mitología no es un precedente de la historia, ni afirma que sus relatos sean hechos objetivos. El mito es inventado, como las novelas, las óperas o los ballets; es un juego que transforma nuestro mundo, fragmentado y trágico, y nos ayuda a atisbar nuevas posibilidades preguntándonos «¿y si...?», una pregunta que también ha engendrado algunos de nuestros descubrimientos más importantes en filosofía, ciencia y tecnología. Los neandertales que preparaban a su compañero muerto para una nueva vida quizá practicaran un juego de fantasía espiritual: «¿Y si este mundo no fuera lo único que hay? ¿Cómo afectaría eso psicológica, práctica o socialmente a nuestra vida? ¿Nos volveríamos diferentes? ¿Más completos? Y si resultara que nos transformamos, ¿no demostraría eso que nuestra creencia mítica era de algún modo cierta, que nos estaba diciendo algo importante respecto a nuestra naturaleza, aunque no pudiéramos demostrarlo racionalmente?».
Los seres humanos somos únicos con respecto a la conservación de la capacidad para el juego.2 A menos que vivan en condiciones artificiales de cautividad, los otros animales pierden su inicial sentido de lo lúdico cuando se enfrentan a la dura realidad de la vida salvaje. Los adultos humanos, en cambio, seguimos disfrutando con diferentes versiones del juego y, como los niños, creando mundos imaginarios. En el arte, liberado de las restricciones de la razón y la lógica, concebimos y combinamos nuevas formas que enriquecen nuestra vida, y cuyo mensaje consideramos importante y profundamente «cierto». También en la mitología contemplamos una hipótesis, le damos vida mediante un ritual, obramos en consecuencia, observamos el efecto que ejerce en nuestra vida y descubrimos que nos ha permitido comprender mejor el perturbador rompecabezas de nuestro mundo.
Por tanto, un mito es cierto porque es eficaz, no porque proporcione una información objetiva. Sin embargo, fracasará si no nos permite comprender mejor el significado profundo de la vida. Si «funciona», es decir, si nos hace cambiar nuestra mente y nuestro corazón, si nos infunde esperanza y nos incita a vivir de una forma más plena, el mito es válido. La mitología solo nos transformará si seguimos sus directrices. En esencia, un mito es una guía; nos dice qué debemos hacer para enriquecer nuestra existencia. Si no lo aplicamos a nuestra propia situación y no lo convertimos en una realidad de nuestra vida, nos resultará algo tan incomprensible y ajeno como las reglas de un juego de mesa, que a menudo parecen complicadas y aburridas hasta que empezamos a jugar.
El abandono actual de los mitos es algo sin precedentes. En el mundo premoderno, la mitología era indispensable. No solo ayudaba a las personas a dar sentido a su vida, sino que también revelaba aspectos de la mente humana que de otro modo habrían sido inaccesibles. Era una forma temprana de psicología. Las historias de dioses o héroes que descendían a los infiernos, pasando por laberintos y luchando contra monstruos, sacaban a la luz el misterioso funcionamiento de la psique, y enseñaba a la gente cómo enfrentarse a sus crisis interiores. Cuando Freud y Jung inauguraron las indagaciones modernas en la naturaleza del alma, para explicar sus teorías recurrieron de forma instintiva a la mitología clásica, y dieron así una nueva interpretación a los mitos de la Antigüedad.
No había nada de nuevo en esto. Nunca hay una versión única y ortodoxa de un mito. A medida que cambian las circunstancias, necesitamos contar nuestras historias de forma diferente para extraer de ellas su verdad eterna. En esta breve historia del mito veremos que cada vez que la humanidad dio un gran paso adelante, revisó su mitología y la adaptó para que hablara de las nuevas condiciones. Pero también veremos que la naturaleza humana no cambia demasiado, y que muchos de esos mitos, inventados en sociedades muy distintas de la nuestra, siguen refiriéndose a nuestros miedos y deseos más esenciales.

2

El periodo paleolítico: la mitología
de los cazadores (
c. 20000-8000 a. C.)

El periodo en que los seres humanos completaron su evolución biológica es uno de los más largos y más formativos de su historia. En muchos aspectos fue una época de miedo y apremios. Aquellos hombres primitivos todavía no habían desarrollado la agricultura. No podían cultivar su propio alimento, sino que dependían por completo de la caza y la recolección. La mitología era tan esencial para su supervivencia como las armas y las técnicas de caza que inventaron para matar a sus presas y lograr cierto control sobre su entorno. Al igual que los neandertales, los hombres y las mujeres del Paleolítico no podían registrar sus mitos por escrito; pero esas historias, cruciales para que los seres humanos se entendieran a sí mismos y entendieran las penurias que soportaban, sobrevivieron de forma fragmentaria en las mitologías de culturas posteriores, más evolucionadas. También podemos obtener información sobre la experiencia y las preocupaciones de aquellos hombres primitivos estudiando a pueblos indígenas como los pigmeos o los aborígenes australianos, quienes, al igual que los pueblos de la época paleolítica, viven en sociedades cazadoras y no han realizado ninguna revolución agrícola.
Es natural que esos pueblos indígenas piensen en términos de mitos y símbolos, porque, como nos explican los etnólogos y antropólogos, tienen plena conciencia de la dimensión espiritual de su vida cotidiana. La experiencia de lo que denominamos lo sagrado o lo divino se ha convertido, como mucho, en una realidad distante para los hombres y mujeres de las sociedades urbanas industrializadas, pero para los aborígenes australianos, por ejemplo, no solo es obvio sino también más real que el mundo material. La «Época del Sueño» —que los australianos experimentan cuando duermen y también en momentos de trance— es eterna y «continua». Forma un telón de fondo estable para la vida de cada día, que está dominada por la muerte, los cambios constantes, la interminable sucesión de acontecimientos y el ciclo de las estaciones. La Época del Sueño está habitada por los Antepasados, poderosos seres arquetípicos que enseñaron a los humanos las técnicas esenciales para vivir, como la caza, la guerra, el sexo, el tejido y la cestería. De ahí que esas actividades no sean profanas, sino sagradas, y que pongan en contacto a los mortales con la Época del Sueño. Cuando un australiano sale a cazar, por ejemplo, su comportamiento imita con tanta exactitud el del Primer Cazador que se siente en plena armonía con él, inmerso en ese poderoso mundo arquetípico. Su vida solo tiene significado cuando él experimenta esa unión mística con la Época del Sueño. Después se aleja de esa riqueza primaria y vuelve al mundo del tiempo, del cual teme que lo devore y reduzca a la nada cuanto él hace.3
El mundo espiritual es una realidad tan inmediata y cautivadora que los pueblos aborígenes creen que en otro tiempo era más accesible para los seres humanos. En todas las culturas encontramos el mito de un paraíso perdido en el que los humanos vivían en contacto directo y diario con lo divino. Eran inmortales y vivían en armonía unos con otros, con los animales y la naturaleza. En el centro del mundo había un árbol, una montaña o un poste que unía la tierra y el cielo y al que las personas podían trepar fácilmente para alcanzar el reino de los dioses. Luego hubo una catástrofe: la montaña se derrumbó, o talaron el árbol, y se hizo más difícil alcanzar el cielo. La historia de la Edad de Oro, un mito muy temprano y casi universal, nunca pretendió ser histórica. Surge de una intensa experiencia de lo sagrado que es intrínseca a los seres humanos, y expresa su tentador sentido de una realidad casi tangible que está fuera de su alcance por muy poco. Casi todas las religio...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Índice
  5. 1 ¿Qué es un mito?
  6. 2 El periodo paleolítico: la mitología de los cazadores (c. 20000-8000 a. C.)
  7. 3 El periodo neolítico: la mitología de los agricultores (c. 8000-4000 a. C.)
  8. 4 Las primeras civilizaciones (c. 4000-800 a. C.)
  9. 5 La era axial (c. 800-200 a. C.)
  10. 6 El periodo postaxial (c. 200 a. C.- c. 1500 d. C.)
  11. 7 La gran transformación occidental (c. 1500-2000)
  12. Notas bibliográficas