
- 208 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
PANCHO LIGUORI. Presencia de un poeta en el mundo del humor
Descripción del libro
El lector tendrá en sus manos un libro singular, donde se publica un poco de la obra y otro poco de la vida de un personaje que perteneció al México del siglo pasado; que fue portavoz de su tiempo y heredero de tradiciones que se van olvidando. Se llamó Pancho Liguori.
Le tocaron años de bohemia fecunda, cuando en las barras opulentas y en los humildes cafetines se cultivaban afectos y se consumaban hallazgos del ingenio. Su legado, más bien efímero, inspira un trabajo como éste, que ayude a consolidar y preservar su imagen.
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Información
Categoría
Biografías de artistasFicha bibliográfica
Pancho Liguori
Presencia de un Poeta en el Mundo del Humor
Estudio Histórico y Antología de
FERNANDO DÍEZ DE URDANIVIA
208 páginas de 14 x 21cms
© Fernando Díez de Urdanivia Serrano
Primera edición: 2009
ISBN: 978-607-00-1011-8
Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio. Se autorizan breves citas en artículos y comentarios bibliográficos, periodísticos, radiofónicos y televisivos, dando al autor el crédito correspondiente.
El dibujo que aparece en la Pág. 5
es derecho reservado de Rafael Freyre.
Editor:
LUZAM
Río Lerma No. 260
Col. Vistahermosa
62290 Cuernavaca, Mor.
Diseño y cuidado de la edición:
Carmen Bermejo y el autor
Impreso y hecho en México
PANCHO LIGUORI
Presencia de un Poeta en el Mundo del Humor
Estudio Histórico y Antología de
FERNANDO DÍEZ DE URDANIVIA

AGRADECIMIENTOS
Pablo Aveleyra Arroyo de Anda
Arturo Azuela
Familia Azuela Arriaga
Leonardo Ffrench Iduarte
Manuel Hernández Alemán
Don Leandro Iturriaga
Héctor Murillo Cruz
Beatriz Pagés Rebollar
Raymundo Ramos
Celeste Sáenz de Miera
Lupita Mora
Jorge Saldaña
Mouris Salloum
Felipe San José
Al caricaturista Rafael Freyre,
que permitió la reproducción
de un espléndido retrato
dibujado hace cuarenta años.
A don Ernesto de la Torre Villar,
quien creyó en este libro
y no llegó a verlo editado.
DOS TESTIMONIOS
Te Recordamos…
Caminé muchos años de la mano de Pancho Liguori, unidos por la vanidad que genera la televisión.
Llegaba bien trajeado al estudio con paso largo, mandíbula en ristre, con la mano extendida gritándome “Paradigma de Banderilla” para después demolerme haciendo escarnio de mis pocas cualidades musicales con el epigrama donde habla de que yo para cantar “me cubría una oreja, pero el público las dos”.
Siempre tuve la impresión de que peregrinar de cantina en cantina con Pancho era una procesión que algo tenía de infantil. El común denominador era la ironía, la farsa, la risa, la inventiva, el retruécano. En una palabra: la mala leche, un océano de burlas que derrotaba al más aguerrido y solemne político de la época.
En reiteradas ocasiones Pancho hacía alusión a que ambos fuimos hijos únicos. No pocas veces examinamos los problemas inherentes a esta condición.
Recuerdo, como si fuese en este momento, la sonora carcajada cuando Georgina, de 4 años, le contaba con celestial inocencia, que la abuela doña Lolita le gritaba a sus vacas: “vaca cabrona, hija de la chingada y ojeta…”
Era el español correcto y Pancho y los amigos literatos de Sopa de Letras no podían condenar el uso exacto de los giros gramaticales que pregonábamos en nuestras emisiones.
Francisco Liguori vivió de paso y lo sabía, no tomarse en serio era su bandera y su estrategia; desolemnizar al hombre de la política.
Esto le valió, más que una gran riqueza, una sonrisa interior que llevó a lo largo de su vida.
“Me declaro Cristiano antes que Católico; son muchos los que sin saberlo son Católicos pero no Cristianos”. ¡Qué razón tenía..!
En materia Política: “Soy un Socialista utópico” el mejor régimen sería un socialismo con libertad y esto es una utopía”.
“En materia literaria soy retrógrado no me gustan las expresiones plásticas, abstractas, ni la poesía hermética, ni siquiera el verso libre. La libertad irrestricta no la admito ni en el verso”.
Así continuaba Pancho describiéndose, dibujándose sin decir una sola mentira, mucho menos cuando dijo: “Jamás perdí mi alegría de vivir, tengo una visión irónica y burlesca del mundo y de la vida que llevo conmigo como filosofía perenne. Pero soy un hombre frustrado. A pesar de lo que he hecho para lograrlo, no he fracasado totalmente en mi vida”.
Qué hermosísimo ejemplo nos dejó a todos los que, con él, paseamos por los aserrines de las viejas cantinas de México, haciendo un viacrucis ante cada botella que se cruzaba en nuestras nocturnas travesías.
Ahora que todo eso es nostalgia, sólo queda la figura señera, genial, irónica, sonriente y noble de Francisco Liguori.
Jorge Saldaña
Banderilla, Veracruz, febrero de 2009
Conocí al licenciado Liguori. Vivía cerca de mi casa. Lo encontraba a veces en la calle, o en actos académicos, o en alguna recepción. Pero cuando tuve la suerte y el honor de entrar a formar parte del equipo de “Sopa de Letras”, conocí verdaderamente al gran Pancho Liguori y entablamos una amistad profunda y duradera.
Pancho era excepcionalmente apto para la amistad. Su extraordinaria cordialidad y su trasparencia —su carácter era diáfano como una vidriera recién lavada— le granjeaban amigos por centenares.
Pancho bebía “con singular entusiasmo”. Sin embargo, su afán por la bebida no era propiamente morboso. No se perdía en los vapores alcohólicos por días y días, y tampoco perdía el control de su vida. En el bar de su casa, adoptando el precepto latino de “honeste vivere”: vivir honestamente, había puesto: “honeste bibere”: beber honestamente. Bebía en determinadas ocasiones, especialmente el 4 de octubre, día de su santo, cuando abría su casa a sus innumerables amigos. Entonces sí llegaba a excederse y acababa tropezando con los muebles, tratando de salir al jardín a través de las vidrieras cerradas, golpeándose a veces fuertemente, y hasta caía encima de algún invitado —o tal vez mejor, invitada— hasta que Gloria, la santa, la maravillosa Gloria lo conducía a su cama, con la ayuda de algún amigo.
Al día siguiente Gloria se desquitaba diciéndole que había hecho terribles inconveniencias: insultado a los invitados y faltado al respeto a las señoras. Entonces Pancho, aterrado por su mal comportamiento, se ponía a llamar por teléfono a los supuestos afectados o afectadas para disculparse. Disculpas que los llamados recibían con gran asombro, sin saber a qué se refería. Alguna vez le dijeron que se afiliara en Alcohólicos Anónimos, pero él respondió que no podía, porque era borracho conocido. También solía decir que los Alcohólicos Anónimos eran “expeditos”.
Pancho, mente de sabio y corazón de niño, en un corpachón de ogro bondadoso tenía voz al mismo tiempo tumbal y estentórea.
Presumía de pillín, pero su ingenuidad impedía siempre que las cosas llegaran a mayores. En una ocasión en que Gloria había ido a Colima —“a Colima va mi loca”, era el ingenioso palindroma que le aplicaba en esos casos. En realidad lo había inventado cuando su entrañable amiga Griselda Álvarez era candidata al gobierno de esa entidad,
En algún momento Pancho le hizo proposiciones indecorosas a una amiga de Gloria. La señora le dijo: Mira, Pancho, yo soy muy amiga de tu esposa y no la voy a traicionar; pero además tú ya estás muy cacheteado. Esto lo contaba Pancho, poniendo cara de niño regañado. Otra vez me dijo:
–Yo, a fulanita, le tengo un amor platónico.
–Muy bien, Pancho, eso es bueno.
–Sí, porque me la quiero echar al plato...
El plato nunca estuvo listo.
Poseía una erudición verdaderamente enciclopédica. Sobre todo en el campo literario. Lo cual, aunado a una memoria prodigiosa, hacía que sus intervenciones en “Sopa de Letras” fueran siempre precisas, claras, y al mismo tiempo, didácticas. Sus “Crónicas Rimadas” se volvieron clásicas.
Pancho, el querido Pancho, será siempre inolvidable. Esperemos que allá en el cielo, donde seguramente se halla, no escandalice a los ángeles con sus “inmoralejas”.
Felipe San José
Aguascalientes, febrero de 2009
Liguori toma la palabra
a nombre y por boca
de todos los que nos quedamos callados.
Juan José Arreola
SE PUEDE LEER ESTO, O NO
Toda explicación resulta sospechosa, excepto cuando se ofrece al lector la posibilidad de brincársela. Estas líneas son noticia de la causa que dio cauce al libro.
Un propósito inconfeso; una sugerencia oportuna; una decisión firme, condimentaron páginas cuya sazón se ha logrado a base de rigor y de constancia, ingredientes casi siempre reacios a entrar en el caldo.
Por ser breves, digamos que se trató de reunir lo mejor de lo encontrado, y de acotar la poesía de Liguori con elementos que se suponen ilustrativos y no farragosos.
A la abeja semejante
para que cause placer,
el epigrama ha de ser
pequeño, dulce y punzante.
Juan de Iriarte
PARA ENTRAR EN MATERIA
El lector tiene en sus manos un libro singular, donde se publica un poco de la obra y otro poco de la vida de un personaje que perteneció al México del siglo pasado; que fue portavoz de su tiempo y heredero de tradiciones que se van olvidando. Se llamó Pancho Liguori. Le tocaron años de bohemia fecunda, cuando en las barras opulentas y en los humildes cafetines se cultivaban afectos y se consumaban hallazgos del ingenio. Fue fruto de un medio social fascinante, con predecesores consagrados por la historia. Su legado, más bien efímero, inspira un trabajo como éste, que ayude a consolidar y preservar su imagen.
Se parte de una época en que la capital del país conservaba las huellas de quienes habían transitado lo que hoy es avenida Madero, “desde las puertas de La Sorpresa, hasta la esquina del Jockey Club”. Tiempos de hábitos amistosos que todavía congregaban a los poetas, a los pintores, o a los simples desocupados con deseo de comunicar sus ocurrencias al modo en que lo habían hecho sus padres y sus abuelos.
El rescate de Liguori puede ser empresa de exiguos rendimientos, y se presta a escribir un texto lleno de hipótesis y deducciones. El producto de esta selección de su poesía, y del recorrido de algunos aspectos de su vida, no aspira a ser total, pero sí satisfactorio.
Habrá quienes dirán con razón: “yo conozco un poema que no pusieron”. Bien sabemos que mucho de lo mejor de Pancho se perdió en la oralidad. Hubo versos que nacieron en su cabeza y murieron en sus labios. Pasado cierto tiempo, ni él mismo hubiese sido capaz de recordarlos.
Es de esperar que la personalidad del protagonista se proyecte suficientemente a través de los episodios y las anécdotas, relatadas con la fidelidad que una remota vivencia permite y con el afecto que la amistad estrecha hace perdurar.
Es necesario abrir boca diciendo que, para Liguori, el acto de crear fue casi siempre circunstancial y en ocasiones producto de un impulso colectivo. No le faltó razón a Pascal (1623-1662)* cuando afirmó: “En vez de decir mi libro, los escritores debieran decir nuestro libro. Muchas veces lo bueno que hay es de otros, y no del autor”.
Pancho se nutrió de su entorno, y de allí tomó elementos que sin él hubiesen permanecido ignorados. Eso no le resta un solo quilate, y a veces le agrega muchos. Hay poemas que él mismo atribuyó a terceros. Inventó autores que no existieron y también hizo suyas creaciones ajenas, que al pasar por su prisma adquirieron nuevo fulgor.
Al reto de hacer un libro coherente, siguió el de darle una estructura. Se ha procurado que hombre y obra tengan base; que exista un contexto histórico y cultural donde Liguori se plante con absoluta solidez.
Los poemas que figuran han satisfecho dos exigencias: el humor y la maestría. No hay ninguno que no tenga por lo menos una de esas cualidades. Se ha tratado de que los comentarios y el paisaje humano no sólo sirvan para dar cuerpo al ensayo, sino también para cincelar el perfil del protagonista.
No vale la pena acometer contra los que fomentan la cara negativa de Liguori; censuran sus poemas laudatorios y su vida disipada. No les falta razón, pero les sobra miopía. Aunque en su credo sobre las relaciones políticas Liguori comenzaba rezando “amistad que no se refleja en la nómina es pura demagogia”, versos dedicados a Jesús Reyes Heroles muestran sarcasmo impecable. Muchos otros hay que no tienen salvación.
A Liguori se le reconoce por sus epigramas. Lo cual puede ser llamarlo recolector de frutos que se cultivan en cualquier huerto. Hegel afirmó que los epigramas son “flores muy conocidas que el poeta recoge donde puede y reúne por una idea profunda que constituye su lazo de unión con la realidad”. Una cosa es que el verso surja espontáneamente y otra que, sin poeta verdadero, no se construye un epigrama perdurable.
Pancho dominó los géneros de la poesía con sensibilidad innata y talento señero. Casi todos podemos elaborar un epigrama, pero muy pocas veces, o quizás nunca, lograremos que valga la pena. Nuestro poeta demostró indiscutible señorío en sus sonetos, en sus décimas y en sus coplas de pie quebrado. Suponer que la creación no tiene largos alcances porque el autor era un bohemio sencillo, es contradecir el postulado de Thomas Mann (1875-1955): “las obras más importantes son las que surgen de los propósitos más modestos”.
Un aspecto no debe dejarse pendiente: la raigambre social del poeta. En las ironías y los episodios dramáticos; en el escapismo deliberado y en las arduas formas de expresión, está viva la sociedad de que el escritor es vocero. El paraguayo Augusto Roa Bastos (1917-2005) afirmó: “La mayor fuerza en el sentido de creatividad de un escritor consiste en que en su mundo esté condensada la mayor cantidad posible de energía social, de energía colectiva”. Pero al mismo tiempo, en ese volcarse del poeta, en ese manifestarse a sí mismo, se encuentra al espíritu elevado sobre un mundo que no le conviene y que contempla con vista de pájaro.
Cada capítulo de este libro trata de convertirse en eslabón de una cadena cuya lectura tenga unidad. No se pretende dar a Liguori un lugar que no merezca, pero mucho menos hacerse eco de las voces que intentan devaluarlo. Este libro quiere ser testimonio de un mexicano excepcional.
*Las fechas que se incluyen en este libro no comprenden a los críticos e historiadores de la literatura citados en el texto. Hay algunos casos, los menos, en que fue imposible encontrar datos dignos de confianza.
PRIMERA PARTE
GÉNESIS Y ACTUALIDAD DEL EPIGRAMA
Orígenes grecolatinos
Con abolengo que proviene de la Grecia clásica, y significado patente en su etimología, epigrama fue una forma de inscripción breve sobre una superficie de piedra o de metal, que según su propósito podía llamarse también epitafio o epicedio. Su calidad artística fue conquista paulatina, hasta que Catulo (85 - 57 a.C. ) y Marcial (43-102 d.C.), ambos súbditos del Imperio Romano, lo llevaron a su primera madurez y le dieron el carácter de “broma mordaz” que prevalece hasta hoy.
La gestación helénica del epigrama parece coincidir con la del drama satírico, supervivencia humorística del culto a Dyonisos que se perdió casi por completo. Eurípides (ca.480-406 a.C.) cultivó ese género en Los Cíclopes, rescatado para la posteridad. En cambio nada conservamos del poeta Pratinas (hacia 500 a.C.), de quien se dice que fue su principal representante.
El...
Índice
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- Pancho Liguori
- Pancho Liguori