Manual de zonceras argentinas
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Manual de zonceras argentinas

Arturo Jauretche

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Manual de zonceras argentinas

Arturo Jauretche

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Las formulaciones que Arturo Jauretche llama 'zonceras argentinas' son las leyendas que ocultaban al hombre argentino la verdadera realidad del país en el que vivía o en el que sobrevivía sin sospechar siqueira la urdimbre de intereses extraños que manejaban su existencia, usufructuaban las riquezas de su país y conducían el destino de su nacionalidad. Para el autor, descubrir las zonceras que llevamos dentro es un acto de liberación. Obra de permanente lectura y actualidad, se ha convertido en el gran clásico del pensamiento nacional.

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Información

Año
2019
ISBN
9789500531962

Manual de zonceras argentinas

Donde se habla de las zonceras en general

“Zonzo y zoncera son palabras familiares en América desde México hasta Tierra del Fuego, variada apenas la ortografía, un poco en libertad silvestre (sonso, zonzo, zonso, sonsera, zoncera, azonzado, etc.)”, dice Amado Alonso. (Zonzos y zoncerías, Archivo de Cultura, Aga-Taura, Feb. 1967, pág. 49).
Según el mismo, la acepción que les dan los diccionarios como variantes de soso, desabrido, sin sal, es arbitraria porque proviene del Diccionario de Autoridades que se escribió cuando ya habían dejado de ser usuales en España. Zonzo fue en España palabra de uso coloquial pero durante corto tiempo: “Cosa sorprendente, esta palabra castellana, inexistente antes del siglo ⅩⅦ y desaparecida en España en el siglo ⅩⅧ, vive hoy en todas partes donde fue exportada”, particularmente América. También señala Alonso el parentesco con algunos equivalentes españoles, mas agrega que “por pariente que sea el zonzo americano conserva su individualidad”. “Aunque como improperio los americanos dicen a uno (o de uno) zonzo, cuando los peninsulares dicen tonto, los significados no se recubren”.
Todo lo cual vale para zoncera.
* * *
¿Los argentinos somos zonzos?… Esto es lo que nos faltaba, convencidos como estamos de la “viveza criolla”, que ha dado origen a una copiosa literatura que va de la sociología y la psicología a las letras de tango.
Un amigo que hace muchos años percibió la contradicción entre nuestra tan mentada “viveza” y las zonceras, la explicaba así: “El argentino es vivo de ojo y zonzo de temperamento”, con lo que quería significar que paralelamente somos inteligentes para las cosas de corto alcance, pequeñas, individuales, y no cuando se trata de las cosas de todos, las comunes, las que hacen a la colectividad y de las cuales en definitiva resulta que sea útil o no aquella “viveza de ojo”.
A estas zonceras en lo que trata de los intereses del común, es a las que se refiere mi personaje de las letras gauchescas que cito en el copete, porque lo que el cantor ha dicho antes se refiere precisamente a ellas, y su escéptica sentencia surge de la continuidad en su acepción a través de generaciones.
Esto no importa necesariamente que la zoncera sea congénita; basta con que la zoncera lo agarre a uno desde el “destete”.
Tal es la situación, no somos zonzos; nos hacen zonzos.
El humorismo popular ha acuñado aquello de “¡Mamá, haceme grande que zonzo me vengo solo!”. Pero esta es otra zoncera, porque ocurre a la inversa: nos hacen zonzos para que no nos vengamos grandes, como lo iremos viendo.
Las zonceras que voy a tratar consisten en principios introducidos en nuestra formación intelectual desde la más tierna infancia –y en dosis para adultos– con la apariencia de axiomas, para impedirnos pensar las cosas del país por la simple aplicación del buen sentido. Hay zonceras políticas, históricas, geográficas, económicas, culturales, la mar en coche. Algunas son recientes, pero las más tienen raíz lejana y generalmente un prócer que las respalda. A medida que usted vaya leyendo algunas, se irá sorprendiendo, como yo oportunamente, de haberlas oído, y hasta repetido innumerables veces, sin reflexionar sobre ellas y, lo que es peor, pensando desde ellas.
Basta detenerse un instante en su análisis para que la zoncera resulte obvia, pero ocurre que lo obvio pasa con frecuencia inadvertido, precisamente por serlo.
* * *
Jeremías Bentham –pocos filósofos pueden ser tan gratos a los académicos de las zonceras como este maestro de los más preclaros de sus inventores– escribió un Tratado de los sofismas políticos, que es un tratado de lógica, según dice Francisco Ayala, prologuista de una de sus ediciones castellanas (Ed. Rosario, 1944). Al hablar del sofisma en general, Bentham establece la diferencia entre error, simple opinión falsa, y sofisma, con que designa la introducción en el razonamiento de una premisa extraña a la cuestión, que lo falsea.
Le faltó tiempo a Bentham para ver cómo sus discípulos rioplatenses superaban a lo que se proponía combatir. Porque las zonceras de que estoy hablando cumplen las mismas funciones de un sofisma, pero más que un medio falaz para argumentar son la conclusión del sofisma, hecha sentencia.
Su fuerza no está en el arte de la argumentación. Simplemente excluyen la argumentación actuando dogmáticamente mediante un axioma introducido en la inteligencia –que sirve de premisa– y su eficacia no depende, por lo tanto, de la habilidad en la discusión como de que no haya discusión. Porque en cuanto el zonzo analiza la zoncera –como se ha dicho– deja de ser zonzo.
Trato aquí, pues, de suscitar la reacción de esa tan mentada “viveza criolla” para qué, si en verdad somos vivos de ojo, lo seamos también de temperamento, como decía mi amigo.
* * *
Este no es un trabajo histórico; pero nos conducirá frecuentemente a la historia para conocer la génesis de cada zoncera. Veremos entonces, que muchas tuvieron una finalidad pragmática y concreta que en el caso las hace explicables aun como errores, y que su deformación posterior, dándole jerarquía de principios, ha respondido a los fines de la pedagogía colonialista para que actuemos en cada emergencia concreta solo en función de la zoncera abstracta hecha principio. Esto lo veremos muy particularmente en la increíble zoncera de que la victoria no da derechos, que verdaderamente es un capolavoro en la materia.
En otras ocasiones, la zoncera no tiene un origen eventual, sino que es el resultado de una conformación mental. Es el caso de la zoncera el mal que aqueja a la Argentina es la extensión que, erigida en principio como consecuencia de otra zoncera –Civilización y barbarie– llevó directamente a una política de achicamiento del país que fue la que presidió la disgregación del territorio rioplatense. En este caso, la zoncera no se justifica ni eventualmente pero es susceptible de explicación. Lo que no puede explicarse es que continúe en vigencia hasta cuando ya fueron logrados los objetivos que le dieron origen. Tal vez se la reitere solo para mantener la sobrevivencia y prestigio de quienes la generaron. En otros casos, como lo veremos al tratarlas, muchas zonceras pueden comprenderse en función de las ilusiones que el siglo ⅩⅨ en su primera parte provocó en los progresistas a outrance, pero no ahora que son evidentemente anti-progresistas pues tratan de inmovilizar el país dentro de una concepción perimida, con lo que paradojalmente, los progresistas se vuelven reaccionarios.
Y ahora tenemos que recordar de nuevo a Jeremías Bentham, porque en la base de los sofismas que puntualizó está el de autoridad, y la zoncera, como aquellos, generalmente reposan en la “autoridad” del que la enunció.
Estas zonceras de autoridad cumplen dos objetivos: uno es prestigiar la zoncera con la autoridad que la respalda, como se ha dicho; y otro reforzar la autoridad con la zoncera. Así los proyectos de Rivadavia se apoyan en el prestigio de Rivadavia. Y el prestigio de Rivadavia en sus proyectos.
Esto nos lleva de nuevo a la historia, cuya falsificación tiene también por objetivo una zoncera: presentar nuestro pasado como una lucha maniquea entre “santos” y “diablos”, con lo que los actores dejan de ser hombres para convertirse en bronces y mármoles intangibles.
* * *
El protagonista de la historia no pierde nada como hombre cuando se lo baja del pedestal; ni siquiera como ejemplo. Por el contrario, gana al humanizarse con su carga de aciertos y errores. Pero como el objetivo de falsificación es una política de la historia que alimenta las zonceras, ver el hombre en su propia dimensión relativiza el personaje perjudicándolo como autoridad desde que, en cuanto hombre, no es el dueño de la verdad absoluta con que aparece respaldando a aquellas desde el nicho.
Tomaremos el caso de Sarmiento: primero, porque es el héroe máximo de la intelligentzia, y segundo, porque es el más talentoso de la misma.
Sarmiento es para mí, uno de nuestros más grandes –sino el mejor– prosistas. Narrador extraordinario –aun de lo que no conoció, como sus descripciones de la pampa y el desierto–, sus retratos de personajes, más imaginados que vistos, su pintura de medios y ambientes, sus apóstrofes, sus brulotes polémicos, al margen de su verdad o su mentira, son obras maestras. Forman una gran novelística hasta el punto de que lo creado por la imaginación llega a hacerse más vivo que lo que existe en la naturaleza.
A este Sarmiento se lo ha resignado al segundo plano para magnificar el pensador y el estadista, siendo que sus ideas económicas, sociales, culturales, políticas, son de la misma naturaleza que su novelística: obras de imaginación mucho más que de estudio y de meditación, y su labor de gobernante la propia de esa condición imaginativa. Pero insistir sobre la personalidad literaria del sanjuanino iría en perjuicio de su prestigio como pensador y del ideario que expresó al colocarlo en otra escala de medida. Entonces, decir el escritor Sarmiento sería como decir el escritor Hernández o el escritor Lugones, cuando opinan sobre el interés general; referencias importantes pero no decisorias. Y sobre todo cuestionables. Y la zoncera solo es viable si no se la cuestiona.
* * *
Además, al margen de la pedagogía colonialista, se deforma al prócer para hacerlo ismo. Juega entonces el interés de la capilla y los capellanes. Así como el locutor Julio Jorge Nelson es la viuda de Gardel, cada prócer tiene sus viudas que administran su memoria, cuidan su intangibilidad y cobran los dividendos que da el sucesorio. Quizá sea Sarmiento el que tenga más viudas porque hay en el personaje una especie de padrillismo supérstite como para permitir una multiplicada poligamia póstuma. Más difícil es la tarea de los rivadavianos profesionales porque don Bernardino, el pobre, no tiene puntos de apoyo para su explotación: hubo que inventárselos. Eso lo hizo Mitre, que a su vez es otra cosa, porque su aprovechamiento no es de viudas. Los cultivadores del mitrismo no miran tanto al General, ya finado, como a La Nación, que está vivita y coleando y es la que distribuye el dividendo de la fama mientras le cuida la espalda al General. Además practican ese culto todas las viudas de los otros próceres como actividad complementaria e imprescindible para el suyo. Aquí operan también matemáticos, poetas, escritores, pintores, escultores, corredores de automóviles, rotarianos, locutores, biólogos, señoras gordas, leones, “señores”, otorrinolaringólogos, militares, pedagogos, políticos, economistas, toda clase de académicos, desde que todo el mundo sabe que sin la lágrima por Mitre, lo mismo en el arte o la técnica que en la vida social, deportiva, etc., no hay reputación posible. Así se explican esas largas columnas de felicitaciones en La Nación, que suceden a cada cumpleaños, y la introducción de Mitre en todo discurso, conferencia o escrito, aunque se trate de un estudio sobre las lombrices de tierra o los viajes estratosféricos.
Acotaremos que la abundancia de viudas hace que ya sea difícil el acceso a los mármoles y bronces, lo que ha motivado la urgencia de algunos por ampliar el registro de los próceres. Así, a falta de mármoles y bronces aparecen los chupamortajas prendidos a la memoria de óbitos más recientes y aun de muchos insepultos rezagados en las Academias o el Instituto Popular de Conferencias.
* * *
Este es un manual de zonceras, y no un catálogo de las mismas. Doy, con unas cuantas de ellas, la punta del hilo para que entre todos podamos desenredar la madeja. Y aclaro que yo no soy “uno” más “vivo”, sino apenas un “avivado”, y aun me temo que no mucho, porque ya se verá cómo he ido descubriendo zonceras dentro de mí.
Sin ir más lejos en ese Paso de los Libres que cito al caso en el copete, se me ha deslizado alguna, a pesar de que para la fecha de su publicación ya tenía la edad de Cristo. Y me las sigo descubriendo –¡y vaya si van años!–, tanto me han machacado con ellas en la época en que estaba descuidado.
Precisamente para que no nos agarren descuidados otra vez, y a los que nos sigan, es que se hace necesario un catálogo de zonceras argentinas que creo debe ser obra colectiva y a cuyo fin le pido a usted su colaboración.
Mi editor me dice que hará un concurso de zonceras con premios y todo. Si tal ocurre le ruego al lector que, por el bien común, participe. Haremos el catálogo entre todos. Por si usted está dispuesto a colaborar en él, este libro lleva unas páginas suplementarias convenientemente rayadas para que vaya anotando sus propios descubrimientos, mientras lo lee.
* * *
Además, descubrir las zonceras que llevamos adentro es un acto de liberación: es como sacar un entripado valiéndose de un antiácido, pues hay cierta analogía entre la indigestión alimenticia y la intelectual. Es algo así como confesarse o someterse al psicoanálisis –que son modos de vomitar entripados–, y siendo uno el propio confesor o psicoanalista. Para hacerlo solo se requiere no ser zonzo por naturaleza, con la connotación que hace Amado Alonso “escasez de inteligencia, cierta dejadez y debilidad”; simplemente estar solamente azonzado, que así viene a ser cosa transitoria, como lo señala el verbo.
Tampoco son zonzos congénitos los difusores de la pedagogía colonialista. Muchos son excesivamente “vivos” porque ese es su oficio y conocen perfectamente los fines de las zonceras que administran; otros no tienen ese propósito avieso sin ser zonzos congénitos: lo que les ocurre es que cuando las zonceras se ponen en evidencia no quieren enterarse; es una actitud defensiva porque comprenden que con la zoncera se derrumba la base de su pretendida sabiduría y, sobre todo, su prestigio.
Las zonceras no se enseñan como una asignatura. Están dispersamente introducidas en todas y hay que irlas entresacando.
* * *
Viendo en Amsterdam la inclinación de los edificios motivada por la blandura del suelo insular en que se asientan, tuve la impresión de una ciudad borracha, pues las casas se sostienen apoyándose recíprocamente. Imaginé la catástrofe que significaría extraer una de cada conjunto. Esto le ocurrirá a usted a medida que vaya sacando zonceras, porque estas se apoyan y se complementan unas con otras, pues la pedagogía colonialista no es otra cosa que un puzzle de zonceras. Por eso, a riesgo de redundar, necesitaremos frecuentemente establecer, como dicen los juristas, “sus concordancias y correspondencias”, porque todas se entrerrelacionan o participan de finalidades comunes.
Al tratar de las zonceras no es posible, en consecuencia, clasificarlas específicamente, porque en el campo de su aplicación andan todas mezcladas y, donde menos se espera, salta la liebre. El cazador de zonceras debe andar con la escopeta lista, no es otra cosa que un puzzle de zonceras. Por eso, a liebre, perdiz o pato, o pato-liebre, indistintamente. Pero todas tienen el carácter común de principios destinados a ser el punto de partida del razonamiento de quien la profesa. En cuanto usted fija su atención sobre ese “principio” y no sobre su desarrollo posterior, ya la identifica, porque para evitar el análisis recurre de inmediato a ocultarse tras la autoridad.
Como están entreveradas y dispersas solo se intentará agruparlas; eso y no clasificarlas, es lo que se hace en este trabajo, teniendo en cuenta sus características m...

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