Teorías
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Descripción del libro

Como volumen, reúne distintos estudios y reflexiones del pensador argentino, tantas veces valorizado como humorista, en desapego de la real significación de su obra. La severidad y la profusión de los diferentes enfoques, la originalidad de las arriesgadas meditaciones y los encuadres teóricos propuestos por Macedonio Fernández, permiten suponer que la falta de metodología atribuida en tantas oportunidades a un mítico y exótico Macedonio fue sólo una manera de menospreciar al autor de una auténtica revolución ideológica, que a través de las variadas teorías agrupadas en este libro prefigura su verdadera dimensión en el ámbito mayor de la historia del pensamiento latinoamericano. El autor expone sus trabajos sobre la crítica de la eudemonología, las teorías del valor-esfuerzo, del Estado, la salud, el arte, la novela y la humorística.

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Información

ISBN del libro electrónico
9789500532198

ADVERTENCIA

Hacia 1938 fueron pasadas en limpio y organizadas sumariamente varias redacciones de un comienzo y primer desarrollo de “Crítica del Dolor”, “Eudemonología”, “Arte de vivir”, concordantes con un esbozo de “Crítica del Valor” y teoría del Esfuerzo, o sea estudios de Psicología o Capítulo Práctico, como dicen algunos subtítulos, escritos en 1906-8. Estos textos son obviamente paralelos y hacen juego con diversos estudios de metafísica (también en varias redacciones) de la misma época que quedaron asimismo inéditos y que en parte han sido incorporados a la edición de No toda es vigilia la de los ojos abiertos de 1967 (y que aparecerán más completos en el respectivo tomo de estas Obras).
Esta relación entre los complementarios aspectos místico y práctico de la unidad humana aparece aludida en el prefacio de “Crítica del Dolor”, donde el autor, a pesar de declarar ineludible la opción entre la actitud práctica y la actitud metafísica, y hallarse exponiendo precisamente el Capítulo Práctico, confiesa empero la primacía de su personal vocación metafísica. Es posible que la comprensión plena de estos estudios eudemonológicos exija relacionarlos con los metafísicos, pues desde sus reflexiones más tempranas caracteriza al hombre como unidad místico-práctica. Esa correlación resulta a veces del propio texto, como cuando insiste en que la Vida, como posición terrestre del ser, es una invención del alma, o cuando escribe que la Metafísica es la disciplina más favorable a la felicidad. Otras veces, como en alguna anotación inédita, muestra cómo lo que desde la faz práctica aparece con determinado carácter, en su faz teórica reviste otro, por ejemplo la Sensación, que desde el punto de vista psicofisiológico aparece como información cualitativa: el sonido como diferente del color, el contacto, el olor, el sabor, la temperatura, diferenciaciones prácticamente irreductibles, mientras metafísicamente entiende que son reductibles.
Estos varios comienzos de investigación eudemonológica, ninguno al parecer decisivo en cuanto a exposición, ya que las ideas concuerdan con las de textos anteriores y posteriores, permanecen largos años dejados. De todos modos, instado M. F. hacia 1938 a recuperar la investigación encarada treinta y más años antes, ya que nunca había dejado de interesarle, el resultado fue que, acaso por condescender, dictó algunas condensadas anotaciones suplementarias. Se reúnen aquí, pues, páginas escritas hacia 1906-8 y otras pocas de 1938 y alguna breve anotación posterior; en el intervalo, no aparecen retomados los viejos papeles.
Después de 1938, alguna vez aparece mencionada la “Crítica del Dolor (Psicología del esfuerzo o trabajo de exclusión de su acceso a la sensibilidad)”, como la recuerda Gómez de la Serna en el prólogo a Papeles de Recienvenido (1944). Pero, en fin, pasaron otros muchos años y el ensayo no fue publicado, ni revisado, ni anunciado.

1. Crítica del dolor - Eudemonología

PREFACIO

Tiempo ha que tuve la idea de esta Crítica y anduve temiendo no saber hacerme entender a causa de mi poca disciplina y diligencia para las explicaciones –a veces la sola Gramática es suficiente para ponerme en fuga del esfuerzo comenzado– y especialmente porque la particularidad de la noción que trato de presentar, la singular denominación y tema de mi asunto o haría imaginar que traigo uno de esos libros que viven de su título, pacientemente estudiado en las mejores horas mentales de su autor, o sugeriría desde luego al lector otras ideas tras las cuales se me marcharía, no siendo aquellas a que deseo traerlo y creando una situación tan cómoda como infecunda, que es la desesperación clásica de los escritores.
A estas razones bastantes, quizá, para hacer de mi libro un caso de inoportunidad permanente, se añade la inoportunidad actual nacida de la gran prosperidad en que están viviendo los argentinos, quienes apenas conservan impresiones de la riqueza en dolor de la Vida. Viéndome hablar del Dolor no dejarán de suponerme un estudioso de cosas antiguas, y sin desdén, con amistosa lástima, pues como argentinos y como hombres felices mis lectores de ahora acogen con doblada cordialidad toda aparición de un producto de vida en la escena que ellos hacen hermosa con su trabajo, sus capacidades de esperanza y su plena buena voluntad de vivir, pensarán que seguramente se me ven méritos y labor, y haciendo de Gobierno Nacional ya estarán preocupados con un buen empleo para mí.
Por mi parte no quisiera más honroso destino, pero bien advierto que tan pronta iniciativa no significa otra cosa que la decisión firmísima de despedirse de mí desde ahora sin comprometerse en la lectura más allá de la primera página y con una ojeada al índice de “esta nueva producción que con la sugestiva carátula de “Crítica del Dolor” nos visita a principios de año y hemos de leer con detenimiento”.
Creo, empero, que esta gallarda Nación que es uno de los grupos nacionales de convivencia más culto y sano y vivaz de la Tierra, esta sociabilidad en que el trabajo de todos los corazones parece que está concentrando y creando el más espléndido Sol humano de Buena Voluntad actualmente existente o en formación, está sujeta a una inminente catástrofe económica que abrirá un período de dolor nacional como el que soportamos hace veinte años o como el que soportan los Estados Unidos desde 1907. El Dolor efectuará su reaparición y estos hogares argentinos cuya estructura moral no tiene igual en el mundo (los hogares son las fortalezas y la finalidad de la nacionalidad: allí se refugia y se repara la patria enferma o intimidada; de allí salen cotidianamente las fuerzas puras, la sangre moral, sin las cuales la vida política y comercial se hundiría en el crimen en una semana: un día de hogar es más eficiente que toda la instrucción-educación pública que recibe un joven: el Gobierno, la Religión Externa, las costumbres son estructuras de lujo, productos residuales y de fricción que existen simplemente porque no se les ha podido evitar del todo, porque el hogar no es una perfección) conocerán nuevamente las amarguras de esos largos años de combate estrecho y acérrimo que es preciso para que entre el pan en la casa cuando un violento ciclón económico ha pasado por la Nación.
Estamos olvidados de que si no la miseria, la estrechez más o menos disimulada y continua y el trabajo rudo es la ley en el noventa por ciento de los hogares en toda la Tierra excepto en períodos locales muy prósperos.
Solemos creer que los privilegios propios de la Argentina consistentes en la riqueza de su suelo, ausencia de gérmenes étnicos y en cierta medida económico-sociales de conflicto y ruina, salubridad en sus circunstancias físicas, benignidad de clima, son extraordinariamente prominentes. Yo declaro que en mi opinión son en conjunto superiores a los de Estados Unidos, Canadá, Australia, Trasvaal, Bélgica y algunos otros países que en la hora actual pueden reconocerse como las agrupaciones nacionales más favorablemente dotadas por ventajas físicas, étnicas, sociales, y a pesar de poner tan alto a mi patria creo que en un parangón hedónico, es decir, comparando el bienestar y malestar sustancial, subjetivo, las diferencias entre las nacionalidades son insignificantes, como son insignificantes las diferencias reales de sufrimiento y goce entre los diversos individuos cualesquiera sean las variedades de condición, educación, carácter, poder mental, etcétera, etcétera.
Sea como fuere creo que la crítica del dolor como dirección teórica sistemática, precisa –a nadie habíasele ocurrido hasta ahora que era un problema especial deslindable y que debía deslindarse, extraviado el problema entre esos tejidos de vaguedades con que se componen los libros sobre la Felicidad– es un examen y preparación cuya necesidad todo individuo siente mil veces en las vicisitudes de su carrera hedónica, y opino que tal como la propongo hará que la lectura de estas páginas sea de efecto más bien tónico que depresivo, con mejora casi imperceptible pero general del nivel permanente de combate en la “actitud” voluntaria.
Para mí es ineludible optar en la carrera terrestre o por la actitud metafísica o por la actitud práctica, tan valiosas y tan legítimas una como otra. Con cualquiera de ellas llevadas a un extremo de disciplina podemos situarnos favorablemente en lo que tiene de hedónico nuestro pasaje terrestre.
La “Crítica del Dolor” es el capítulo mayor de mi posición práctica general, lo que no significa que yo me sienta más llevado hacia la posición práctica; al contrario, la posición metafísica es mi gran escudo, pero he solido verme y he visto a otros bien defendidos en la posición práctica en toda su desnudez. No solo se puede vivir sin necesitar a Dios (Religión) sino aun sin necesitar ser Dios (Metafísica, Misticismo).
A veces en verdad parece que se hace más honor a la Tierra como escuela del momento enclavándose en un valor tan grande cual el Mundo.
A veces la Metafísica, es decir, una disciplina sin límites de refutación de la presentación práctica del mundo, parece más definitivo que el Valor.
Mas, ¿qué hay más definitivo que un presente bien llenado? Una recepción plena es lo que quiere el Presente para hacerse Eternidad.
Al compás de estas páginas voy pensando y haciéndome de disciplina práctica. No entiendo de otra manera el escribir libros. Yo tengo que preparar, como todos, reservas para emplearlas en las horas que el Dolor se toma con nosotros. Pero si me siento a meditar actitudes e inhibiciones con que resistir el dolor cuando llegue, la meditación se dispersa a cada minuto. Tener en la cabeza un plan de libro y ver páginas que crecen día a día, son auxilios internos y externos para la continuidad de la meditación y, sobre todo, las sensaciones musculares de la escritura la sostienen muy bien. Que después de todo y habiendo ya sido útil a quien lo hacía el libro que ayudó a pensar escribiendo ayude a pensar leyendo y que todavía sus sugestiones –ya que no trasmisiones de ideas que rara vez ocurren– levanten un minúsculo grado el tono del día anterior del hijo, del amigo, del lector, que este se separe de sus páginas con más elasticidad para la Fiesta y más disciplina de Infierno…
Se advertirá en estas páginas cierta inconstancia en el acento de serio dogmatismo con que se calzan y visten todos los que escriben libros científicos.
Es, efectivamente, así; pero ante la incesante alternativa de las opiniones de los más vigorosos pensadores, prueba eterna de la fragilidad del pensamiento o de la complicación de las cosas, me parece ridícula tanta seriedad y buenamente digo que la intención científica de mis capítulos es sincerísima y que nada me interesa tanto en este mundo como la verdad (no empleo mayúscula porque estoy harto de énfasis); las dos verdades: la práctica y la metafísica; esta última más que la otra.
Leyendo la “vida” de Napoleón, de Beethoven, de Spencer, nuestra sospecha de que la suerte humana, inextricable mixtura de sufrimiento y goce, es igual y común y no la modifica de ninguna manera favorable la posesión más extensa de cualquier “bien” (poder, riqueza, ciencia, sensibilidad) se robustece; y un examen sistemático de nuestra constitución psico-fisiológica parece conducir a lo mismo.
La “Historia” (de la Ciencia, de la Acción, de la Expresión) narra tantos fracasos como victorias y cada vida individual es un tejido de perplejidades y lucideces. Lo que se llama Progreso, hecho incuestionable en mi opinión, es una complicación creciente para el Placer y para el Dolor, para el Error y la Verdad, pero la “vida” continúa siendo una igual posibilidad de goce o sufrimiento y el “mundo” una igual posibilidad de causas de dolor y de placer.
No es, pues, el caso de adoptar una actitud de sapiencia ilimitada cuando se descerraja un libro sobre el público, no tomar esa adorable apostura de “lo sé todo” con que se retratan los autores en la primera página o tapa de su “obra” con mirada centelleante y gesto de inquebrantable voluntad; las señoritas y damas también tienen para el fotógrafo una actitud insustituible que llamaremos: la actitud virginal; pero aquella “perfecta lucidez” y “definitiva orientación” y este “perfil virginal” son cosas cuya existencia positiva …
Téngase, pues, presente que estamos escribiendo y estudiando; que rectificaremos sin dificultad cualquier afirmación de los primeros capítulos que al llegar a los últimos haya perdido nuestras simpatías, y también, que sabemos, en este momento, tan poco que ni aun podríamos decir si al fin sabremos algo irrefutable.
Es decir, que no tenemos por qué desesperar de alcanzar alguna verdad favorable a la dicha humana. Así sea.
Añadiremos, para terminar, que estas páginas tratan un tópico que no tiene la primera jerarquía en las meditaciones del autor. Han sido pensadas y escritas para amenizar la persecución de la soberana intelección metafísica, nuestra predilecta Esperanza.

CRÍTICA DEL DOLOR

I

Estas páginas no son un tratado de optimismo aunque la primera impresión que ha de sugerir al lector el título de mi libro es la de que aquí se expone una defensa optimista.
La palabra optimismo es manifiestamente inexacta, pues solo sería aplicable al sistema que sostuviera lo que dícese –aunque por mi parte no creo que a pensador alguno se le ocurran estas o semejantes terquedades– opinaba Leibnitz: que la vida es hedónicamente no buena y deseable sino óptima. Se llama optimismo, sin embargo, la creencia de que la vida es generalmente mejor que la inexistencia, que la vida contiene por lo general más placer que dolor. Yo entiendo que por poco que se incline la vida en la mayoría de los casos a procurar más placer que dolor, ya es buena y deseable. Y la mejor prueba de que es generalmente deseable está en que es generalmente deseada. Suponer que podría continuar prevaleciendo el deseo de vivir a pesar de que en el contenido de la experiencia individual y hereditaria prevalecieran los capítulos de dolor sobre los de placer es enteramente caprichoso.
Pero también creo que la prevalencia en la generalidad de las existencias del placer sobre el dolor es apenas apreciable, es insignificante, meramente lo suficiente para que hedónicamente sea preferible haber nacido a no hacerlo, en el sentido terrestre, único sentido de la palabra nacimiento. Y esto es así por una razón metafísica, no por un accidente variable como si dijéramos por circunstancias de confort. Así, pues, el progreso en que se cifran tantas esperanzas no puede cambiar estas cosas: siempre ha sido y será así, en el hombre como en el insecto, y los esfuerzos, recibidos con tanto aplauso, de los que nos representan a nuestros antepasados de hace un millón de años como criaturas de dolor, perpetuamente aterrorizados, inermes y hambrientos, temblando en los bosques y temblando en las cavernas, no demuestran sino que a veces el hombre pierde y procura perder el sentido divino de la vida. Es degradar el Tiempo y la Realidad imaginar que hay tiempos mejores que otros y que el alma y la vida tengan que esperar perfecciones del futuro. Toda existencia y nuestros antepasados o no existieron o existieron actualmente: nuestra actualidad no vale más que la de ellos: su presente es el mismo que hoy es nuestro.
Y así como el deseo general de vivir es prueba de la deseabilidad de la vida, la ilusión del progreso hedónico, la general espera del Futuro es prueba de la profunda deficiencia hedónica de toda actualidad y la vida es pura actualidad. Por eso, en suma y cerrando esta digresión pienso que la vida es deseable pero apenas deseable y que no puede ser de otra manera porque la vida es una invención del alma; placer y dolor son sus invenciones; placer es lo que el alma quiere que sea presente; dolor lo que quisiera que deje de ser presente; pero la vida sin el dolor podría ser cualquier cosa menos un algo hedónico, y el alma quiere que la vida sea un algo hedónico, además de otras cosas; por eso hay tanto dolor en ella aunque es invención del alma y por eso hay más placer que dolor, porque es invención del alma. Si tales opiniones pueden autorizarse con un símil cabe decir que el placer no podría crecer como no puede aumentar la luz del mundo como hecho subjetivo, pues todo acrecentamiento de la duración del reino de la luz lleva correlativa una intensificación de nuestra sensibilidad para la oscuridad. Puede prolongarse el día pero la noche será tanto más extraña para nuestros sentidos.
En suma: la Vida, que como posición terrestre del ser es invención del alma, tenía que ser por ello satisfactoria hedónicamente, pero ante todo tenía que ser hedónica para que pudiera ser “moral”, pues el fenomenismo terrestre ha sido concebido como instalación moral y la moralidad nace con el dolor y la pluralidad e individuación, como diría el gran Schopenhauer, el maestro.
Esta extemporánea digresión, cuyo espíritu sé muy bien será decididamente antipático a juicio de casi todos mis lectores, servirá, sin embargo, si es que tengo algún oyente todavía, para guiarlo en la interpretación de algunas singularidades que seguirá encontrando en mi exposición. No puedo dejar de ser todo lo que soy en todo lo que escribo; aunque escribiera sobre Derecho o sobre Higiene no puedo dejar de ser risueño, doloroso y metafísico a cada página. Sobre todo creo que la Metafísica es la disciplina más favorable a la felicidad y nunca me abstendré de presentar toda perspectiva metafísica que se ofrezca a mi espíritu mientras llevo adelante mi redacción.

II

Nadie quizás está tan lleno de miedos como el que escribe esto: y seguramente de haber sufrido tanto por esta causa nació la necesidad profunda de formarme una vez por todas una posición mental completa con respecto al fenómeno Dolor en todas sus posibilidades.
¿Qué me propongo en este libro? ¿Demostrar que en la generalidad de las vidas hay más placer que dolor? Ya he dado mi opinión apenas optimista sobre este punto, pero estas páginas no tienen nada absolutamente qué hacer con el optimismo o el pesimismo.
Lo que me propongo es hacer examen de las “in...

Índice

  1. Advertencia