Hacia 1938 fueron pasadas en limpio y organizadas sumariamente varias redacciones de un comienzo y primer desarrollo de “Crítica del Dolor”, “Eudemonología”, “Arte de vivir”, concordantes con un esbozo de “Crítica del Valor” y teoría del Esfuerzo, o sea estudios de Psicología o Capítulo Práctico, como dicen algunos subtítulos, escritos en 1906-8. Estos textos son obviamente paralelos y hacen juego con diversos estudios de metafísica (también en varias redacciones) de la misma época que quedaron asimismo inéditos y que en parte han sido incorporados a la edición de No toda es vigilia la de los ojos abiertos de 1967 (y que aparecerán más completos en el respectivo tomo de estas Obras).
Esta relación entre los complementarios aspectos místico y práctico de la unidad humana aparece aludida en el prefacio de “Crítica del Dolor”, donde el autor, a pesar de declarar ineludible la opción entre la actitud práctica y la actitud metafísica, y hallarse exponiendo precisamente el Capítulo Práctico, confiesa empero la primacía de su personal vocación metafísica. Es posible que la comprensión plena de estos estudios eudemonológicos exija relacionarlos con los metafísicos, pues desde sus reflexiones más tempranas caracteriza al hombre como unidad místico-práctica. Esa correlación resulta a veces del propio texto, como cuando insiste en que la Vida, como posición terrestre del ser, es una invención del alma, o cuando escribe que la Metafísica es la disciplina más favorable a la felicidad. Otras veces, como en alguna anotación inédita, muestra cómo lo que desde la faz práctica aparece con determinado carácter, en su faz teórica reviste otro, por ejemplo la Sensación, que desde el punto de vista psicofisiológico aparece como información cualitativa: el sonido como diferente del color, el contacto, el olor, el sabor, la temperatura, diferenciaciones prácticamente irreductibles, mientras metafísicamente entiende que son reductibles.
Después de 1938, alguna vez aparece mencionada la “Crítica del Dolor (Psicología del esfuerzo o trabajo de exclusión de su acceso a la sensibilidad)”, como la recuerda Gómez de la Serna en el prólogo a Papeles de Recienvenido (1944). Pero, en fin, pasaron otros muchos años y el ensayo no fue publicado, ni revisado, ni anunciado.
Tiempo ha que tuve la idea de esta Crítica y anduve temiendo no saber hacerme entender a causa de mi poca disciplina y diligencia para las explicaciones –a veces la sola Gramática es suficiente para ponerme en fuga del esfuerzo comenzado– y especialmente porque la particularidad de la noción que trato de presentar, la singular denominación y tema de mi asunto o haría imaginar que traigo uno de esos libros que viven de su título, pacientemente estudiado en las mejores horas mentales de su autor, o sugeriría desde luego al lector otras ideas tras las cuales se me marcharía, no siendo aquellas a que deseo traerlo y creando una situación tan cómoda como infecunda, que es la desesperación clásica de los escritores.
A estas razones bastantes, quizá, para hacer de mi libro un caso de inoportunidad permanente, se añade la inoportunidad actual nacida de la gran prosperidad en que están viviendo los argentinos, quienes apenas conservan impresiones de la riqueza en dolor de la Vida. Viéndome hablar del Dolor no dejarán de suponerme un estudioso de cosas antiguas, y sin desdén, con amistosa lástima, pues como argentinos y como hombres felices mis lectores de ahora acogen con doblada cordialidad toda aparición de un producto de vida en la escena que ellos hacen hermosa con su trabajo, sus capacidades de esperanza y su plena buena voluntad de vivir, pensarán que seguramente se me ven méritos y labor, y haciendo de Gobierno Nacional ya estarán preocupados con un buen empleo para mí.
Por mi parte no quisiera más honroso destino, pero bien advierto que tan pronta iniciativa no significa otra cosa que la decisión firmísima de despedirse de mí desde ahora sin comprometerse en la lectura más allá de la primera página y con una ojeada al índice de “esta nueva producción que con la sugestiva carátula de “Crítica del Dolor” nos visita a principios de año y hemos de leer con detenimiento”.
Creo, empero, que esta gallarda Nación que es uno de los grupos nacionales de convivencia más culto y sano y vivaz de la Tierra, esta sociabilidad en que el trabajo de todos los corazones parece que está concentrando y creando el más espléndido Sol humano de Buena Voluntad actualmente existente o en formación, está sujeta a una inminente catástrofe económica que abrirá un período de dolor nacional como el que soportamos hace veinte años o como el que soportan los Estados Unidos desde 1907. El Dolor efectuará su reaparición y estos hogares argentinos cuya estructura moral no tiene igual en el mundo (los hogares son las fortalezas y la finalidad de la nacionalidad: allí se refugia y se repara la patria enferma o intimidada; de allí salen cotidianamente las fuerzas puras, la sangre moral, sin las cuales la vida política y comercial se hundiría en el crimen en una semana: un día de hogar es más eficiente que toda la instrucción-educación pública que recibe un joven: el Gobierno, la Religión Externa, las costumbres son estructuras de lujo, productos residuales y de fricción que existen simplemente porque no se les ha podido evitar del todo, porque el hogar no es una perfección) conocerán nuevamente las amarguras de esos largos años de combate estrecho y acérrimo que es preciso para que entre el pan en la casa cuando un violento ciclón económico ha pasado por la Nación.
Estamos olvidados de que si no la miseria, la estrechez más o menos disimulada y continua y el trabajo rudo es la ley en el noventa por ciento de los hogares en toda la Tierra excepto en períodos locales muy prósperos.
Solemos creer que los privilegios propios de la Argentina consistentes en la riqueza de su suelo, ausencia de gérmenes étnicos y en cierta medida económico-sociales de conflicto y ruina, salubridad en sus circunstancias físicas, benignidad de clima, son extraordinariamente prominentes. Yo declaro que en mi opinión son en conjunto superiores a los de Estados Unidos, Canadá, Australia, Trasvaal, Bélgica y algunos otros países que en la hora actual pueden reconocerse como las agrupaciones nacionales más favorablemente dotadas por ventajas físicas, étnicas, sociales, y a pesar de poner tan alto a mi patria creo que en un parangón hedónico, es decir, comparando el bienestar y malestar sustancial, subjetivo, las diferencias entre las nacionalidades son insignificantes, como son insignificantes las diferencias reales de sufrimiento y goce entre los diversos individuos cualesquiera sean las variedades de condición, educación, carácter, poder mental, etcétera, etcétera.
Sea como fuere creo que la crítica del dolor como dirección teórica sistemática, precisa –a nadie habíasele ocurrido hasta ahora que era un problema especial deslindable y que debía deslindarse, extraviado el problema entre esos tejidos de vaguedades con que se componen los libros sobre la Felicidad– es un examen y preparación cuya necesidad todo individuo siente mil veces en las vicisitudes de su carrera hedónica, y opino que tal como la propongo hará que la lectura de estas páginas sea de efecto más bien tónico que depresivo, con mejora casi imperceptible pero general del nivel permanente de combate en la “actitud” voluntaria.
Para mí es ineludible optar en la carrera terrestre o por la actitud metafísica o por la actitud práctica, tan valiosas y tan legítimas una como otra. Con cualquiera de ellas llevadas a un extremo de disciplina podemos situarnos favorablemente en lo que tiene de hedónico nuestro pasaje terrestre.
La “Crítica del Dolor” es el capítulo mayor de mi posición práctica general, lo que no significa que yo me sienta más llevado hacia la posición práctica; al contrario, la posición metafísica es mi gran escudo, pero he solido verme y he visto a otros bien defendidos en la posición práctica en toda su desnudez. No solo se puede vivir sin necesitar a Dios (Religión) sino aun sin necesitar ser Dios (Metafísica, Misticismo).
A veces en verdad parece que se hace más honor a la Tierra como escuela del momento enclavándose en un valor tan grande cual el Mundo.
A veces la Metafísica, es decir, una disciplina sin límites de refutación de la presentación práctica del mundo, parece más definitivo que el Valor.
Mas, ¿qué hay más definitivo que un presente bien llenado? Una recepción plena es lo que quiere el Presente para hacerse Eternidad.
Al compás de estas páginas voy pensando y haciéndome de disciplina práctica. No entiendo de otra manera el escribir libros. Yo tengo que preparar, como todos, reservas para emplearlas en las horas que el Dolor se toma con nosotros. Pero si me siento a meditar actitudes e inhibiciones con que resistir el dolor cuando llegue, la meditación se dispersa a cada minuto. Tener en la cabeza un plan de libro y ver páginas que crecen día a día, son auxilios internos y externos para la continuidad de la meditación y, sobre todo, las sensaciones musculares de la escritura la sostienen muy bien. Que después de todo y habiendo ya sido útil a quien lo hacía el libro que ayudó a pensar escribiendo ayude a pensar leyendo y que todavía sus sugestiones –ya que no trasmisiones de ideas que rara vez ocurren– levanten un minúsculo grado el tono del día anterior del hijo, del amigo, del lector, que este se separe de sus páginas con más elasticidad para la Fiesta y más disciplina de Infierno…
Se advertirá en estas páginas cierta inconstancia en el acento de serio dogmatismo con que se calzan y visten todos los que escriben libros científicos.
Es, efectivamente, así; pero ante la incesante alternativa de las opiniones de los más vigorosos pensadores, prueba eterna de la fragilidad del pensamiento o de la complicación de las cosas, me parece ridícula tanta seriedad y buenamente digo que la intención científica de mis capítulos es sincerísima y que nada me interesa tanto en este mundo como la verdad (no empleo mayúscula porque estoy harto de énfasis); las dos verdades: la práctica y la metafísica; esta última más que la otra.
Leyendo la “vida” de Napoleón, de Beethoven, de Spencer, nuestra sospecha de que la suerte humana, inextricable mixtura de sufrimiento y goce, es igual y común y no la modifica de ninguna manera favorable la posesión más extensa de cualquier “bien” (poder, riqueza, ciencia, sensibilidad) se robustece; y un examen sistemático de nuestra constitución psico-fisiológica parece conducir a lo mismo.
La “Historia” (de la Ciencia, de la Acción, de la Expresión) narra tantos fracasos como victorias y cada vida individual es un tejido de perplejidades y lucideces. Lo que se llama Progreso, hecho incuestionable en mi opinión, es una complicación creciente para el Placer y para el Dolor, para el Error y la Verdad, pero la “vida” continúa siendo una igual posibilidad de goce o sufrimiento y el “mundo” una igual posibilidad de causas de dolor y de placer.
No es, pues, el caso de adoptar una actitud de sapiencia ilimitada cuando se descerraja un libro sobre el público, no tomar esa adorable apostura de “lo sé todo” con que se retratan los autores en la primera página o tapa de su “obra” con mirada centelleante y gesto de inquebrantable voluntad; las señoritas y damas también tienen para el fotógrafo una actitud insustituible que llamaremos: la actitud virginal; pero aquella “perfecta lucidez” y “definitiva orientación” y este “perfil virginal” son cosas cuya existencia positiva …
Téngase, pues, presente que estamos escribiendo y estudiando; que rectificaremos sin dificultad cualquier afirmación de los primeros capítulos que al llegar a los últimos haya perdido nuestras simpatías, y también, que sabemos, en este momento, tan poco que ni aun podríamos decir si al fin sabremos algo irrefutable.
Es decir, que no tenemos por qué desesperar de alcanzar alguna verdad favorable a la dicha humana. Así sea.
Añadiremos, para terminar, que estas páginas tratan un tópico que no tiene la primera jerarquía en las meditaciones del autor. Han sido pensadas y escritas para amenizar la persecución de la soberana intelección metafísica, nuestra predilecta Esperanza.