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Descripción del libro
Adriana Buenos Aires, como "última novela mala", fue concebida por Macedonio Fernández en relación con Museo de la novela de la Eterna. En verdad, su autor alguna vez se propuso editarlas juntas o una después de la otra. A pesar del carácter folletinesco -el triángulo amoroso a través de una singular concepción-, prefigura las innovaciones y propuestas novedosas de Museo de la novela de la Eterna, la "primera novela buena", al poner en evidencia los procedimientos caducos del realismo dominante en la narrativa argentina del siglo XIX. Al parecer, y aún más si consideramos que fueron escritas simultáneamente, una sirvió como soporte de la otra, en esa búsqueda estética de la "novela futura".
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Información
Editorial
Ediciones CorregidorAño
2019ISBN del libro electrónico
9789500532167Inicio de lectura
ADVERTENCIA PREVIA
Con esta edición se restaura el plan original de Macedonio Fernández de publicar juntas y mellizos la “última novela mala” (Adriana Buenos Aires) y la “primera novela buena” (Novela de la Eterna), como ya aparece prometido en las obras a aparecer anunciadas en “Papeles de Recienvenido” (edición 1944). Publicada sola en 1967 la Novela de la Eterna, quedó “desmellizada” Adriana Buenos Aires, disminución que ahora llega el tiempo de salvar.
Adriana Buenos Aires fue escrita en 1922 y revisada sumariamente en 1938, sin que en el intervalo haya sido tocada ni posteriormente se hiciera otra cosa que mencionarla alguna vez. De 1938 son el final (capítulos XI-XV) y el IV, y las páginas previas al relato propiamente dicho, además de algunas acotaciones de pie de página.
Adriana Buenos Aires se llamó originariamente (y supongo que biográficamente) Isolina Buenos Aires; pero luego del cambio de nombre pedido por un amigo-personaje, el autor resolvió una remoción general de nombres o la deformación de ciertos apellidos o su reemplazo por iniciales, pues en el original aparecían nombrados no sólo César y Santiago Dabove, J. L. Borges y E. Fernández Latour, sino otros, perdidos luego en el doble anonimato de la desmemoria literaria y personal.
Por poco que valga el tiempo en la metafísica de Macedonio Fernández (pues es, como el Espacio, el Yo y la Causalidad, mera Inexistencia), ha tenido bastante poder como para ocultar del universo físico al autor y a la mayor parte de los amigos y testigos que podrían identificarse o identificar personas y escenas del relato. Por eso, a más de cincuenta años de escrito, podrían acaso haberse restituido los nombres que estuvieron en la mente y la letra del autor, sin daño para el honor o la memoria de nadie.
En una apresurada nota “por si me muero” (1938), recogiendo una indicación del autor consigné al frente del manuscrito: “Suprimir en todo el libro los nombres César y Santiago, incluso lo marcado en rojo en la página 72”. Aprovecho no haberme muerto para recordar que la pedida supresión de nombres quedó sin hacerse efectiva, como no fue suprimido “pecho de violetas para la confidencia”, ternura metafórica resistida por el beneficiario y que al autor empero no le parecía blanda y sí exacta. Ahora solo pocos, quizás uno o dos, conocen la identidad de ciertos nombres. Y como, a diferencia de otros, tachados y sustituidos, estos no aparecen cambiados entonces, ni ciertas frases testadas, salvo las precisas correcciones consumadas, el texto aparece fiel a la redacción original. *
Es posible, en fin, que este “novelón” se haya vinculado a la aventura presidencialista de Macedonio Fernández aludida en el tomo III (Teorías), pues en ciertas anotaciones de la época se alude a Isolina Buenos Aires o El hombre que quiso ser Presidente y no lo fue, como parte de un plan proselitista.
Adolfo de Obieta
Pies de página
* Lo que en cambio no puedo recordar es si también fue revocada a pedido, o simplemente traspapelada, una dedicatoria de la novela que aparece en copia suelta con este tenor: “A Alberto Hidalgo. Y porque nunca dudó de que yo compondría la novela más mala de su género, atentas mis dotes inequívocas y mis estrictas promesas reiteradas. En lo que Alberto Hidalgo siguió siendo el único hombre que ha hecho bien a la literatura americana. Solo son benefactores de una literatura nacional los que la mortifican con la verdad. Y añadía Hidalgo, abundando en su encomio: ‘La esperaba; no es lo único malo que usted ha sabido llevar a término’.”
DOS PALABRAS DE AMIGOS DEL AUTOR
El entusiasmo del autor por la señorita Adriana, cuya belleza, discreción y sensibilidad apreciamos mucho, como su secreto y valentía para las luchas de una joven hermosa, huérfana y sin vínculos en la vasta ciudad, y la consagración apasionada a su hijo, hoy de diez meses y muy lindo, a cuyo nacimiento asistió E. supliendo a un padre herido por la horrible oscuridad de la locura, nos tiene desde un año temerosos de que el cruce de Adriana en el camino de nuestro amigo, a quien tenemos por una de las más poderosas inteligencias contemporáneas, resulte fatal a las realizaciones intelectuales que esperamos de él, con la certidumbre de que se incorporarían al no muy sobrado tesoro literario y filosófico de la humanidad.
En sus actuales veinte años es Adriana no solo bella y de graciosos movimientos sino generosa y condolida, realmente cortés, secretísima y nada curiosa de ajeno vivir, llevada en su corazón a alegrarse de todo éxito y de todo don que favorezca a sus semejantes. A todo esto una voz de timbre y sonoridad y un oído fácil; su canto, su paso, su danza, son precisos, enérgicos y fluidos. *
Muy bien; pero son muchas las jóvenes y señoras que igualan estas prendas. No nos hemos enamorado de la joven, aunque personas sensibles, y aunque opine E. que conocerla es amarla y no amarla es no conocerla y que no nos hemos apasionado por ella porque nuestra juventud está en suspenso, oprimida por el envejecimiento de concepción y de actitud y valoración de vida que engendra el excesivo prestigio de la ciencia y el arte que pesa sobre todo en el período universitario.
Sea así; mas lo que nos interesa es atajar que para convencer al público de que Adriana es el más alto valor humano que respira en Buenos Aires —hasta el punto de inventarle por apellido el nombre de nuestra querida y poderosa ciudad—, se presenta E. como el más inimportante de los hombres.
Contrasta verlo anularse en la dedicación a esta señorita. Solo después de cierto acontecimiento angustioso se manifestó en E. esta estima e inclinación dominante por la mujer —manteniendo correspondencia y trato con múltiples señoritas y damas de su aprecio, sin cesar de exaltarnos y recomendarnos a su heroína, pues quisiera que muchos la amaran en Buenos Aires para que nunca le faltara amparo y nos hace anotar las direcciones de las personas que han conocido a Adriana y las casas en que ha vivido o trabajado para que nos sea fácil tener noticia de ella y encontrarla si dejáramos de verla, ausente o muerto él—, por lo que esperamos que alejándose aquel suceso en el tiempo u ocurriéndóle alguna decepción con sus bellas amistades, lo que no es imposible, retorne a un juicio más exacto de la mujer y a ser pensador, artista y humorista de indecible extravagancia en la tertulia, improvisador de comicidades sin par.
Entretanto prevenimos al lector contra una adversa, descolorida impresión de E., en que puede hacerlo caer él mismo.
Añadiremos que del sentimiento que pueda haber crecido en Adriana ante los afanes por su bienestar de un hombre de cuarenta y seis años, pensador, literato, de rango distinto, con su raro modo de vivir, no tenemos idea definida: algo de gratitud y mucha perplejidad, probablemente.
Y que de la belleza de Adriana, que no negamos, puede hacerse juicio el lector considerando que, absolutamente pobre y desconocido en sociedad, una de las mejores firmas fotográficas de la capital publica en anuncio su retrato en Caras y Caretas.
Adriana nos perdonará. Ya sabe que la queremos bien y comprenderá que no somos injustos.
C.D. J.L.B. S.D. *
Pie de página
* La soltura del paso es, según E., el signo más demostrativo de un corazón limpio, y la aptitud para la danza acredita más seguramente sentimiento de la música que la solemne voluntad de asistir a todo concierto “clásico”. La mayor porción de los entendidos y cultores de la música no conocen más que la tortura y la perplejidad musical; ignoran el gozo sereno. Lo mismo pasa en otras artes, en literatura, en la contemplación de la Naturaleza y de la vida individual como espectáculo.
* ¿César Dabove, Jorge Luis Borges, Santiago Dabove? (A.O.)
NOTA A LA NOVELA MALA
De los dos géneros de la novela, esta es la “Última Novela del Género de Mala”, como la “Novela de la Eterna y Niña de Dolor, la Dulce-Persona de-un-amor que no fue sabido” es la “Primera Novela del Género de Buena”, según ha quedado advertido en prólogos de esta última con más la evidente explicación de por qué se necesitaba antes acertar, y hacer, la última mala.
Prueba dura ha sido: el mayor mérito quizá para el autor, que detenta el secreto de la doctrina de la novela buena, resistir a la incesante tentación de corregir las muchas inocencias artísticas de este relato, las ridículas interjecciones y las frases sentimentales, las casualidades y prodigios del azar; compréndase que para un autor al cual le es tan fácil hacer genial una novela, ello fue verdadera proeza de disciplina.
Estímeseme el trabajo que me ha costado no hacer genial a esta novela. Con razón encontré tantos modestos que alegaron falta de talento suficiente para encargarse. Y por cierto que hacer una novela mala en falso es más difícil que hacer la buena en buena.
Y una vez más: que no se las confunda.
En fin, declárome culpable, en mi debilidad por lo muy bueno, de haber destrozado y desechado un precioso de malo Final sangriento y de total ruina que tenía perfectamente construido hasta el punto de que todo el novelar no era más que la preparación adecuada para tal Final, y suplantándolo por el que vais a leer, que es perfecto, pero de perfecta novela, no en género malo, conforme a mi teoría de que la única verdadera tragedia no es el imposible de amor ni la muerte de los amantes sino el descaecimiento de lo que fue amor, el Olvido.
Los buenos lectores de novela mala tendrán que perdonarme el no detonante desenlace. Admito que es un final que no lo oyen ni los vecinos, ni los protagonistas. De todo en el mundo lo verdaderamente trágico es el Olvido, y de este, lo más desesperante es que no se lo advierte: el gradual insidioso advenimiento de la conformidad. Y los protagonistas no saben que son muertos.
M. F.
AUTORIZADAS OPINIONES
Un lector: —No tiene perdón el fatuo pretencioso que crea ser el hombre más feo del mundo. Y esta novela, por creerse la más del género de mala, ¿no es inmodesta?
Sí lo es; no hay talento capaz de construir la obra máxima, perfecta en su Género.
No hay Feo que contente del todo. Pudo serlo más, se dirá de lo genérico de esta novela.
(El autor: —Inténtala, lector. ¿A que te sale “buena” y te deja mohíno?)
Dijo Hidalgo: —Es lo único bueno que se quisiera último.
Dijo Borges: —Si es del género de mala, que me han prometido, no será última.
Dijo Bernárdez: —Habrá quien prometa encargarse de no dejarla ser última; pero fracasará porque hará una “buena”.
Dijo Scalabrini Ortiz: —Procurar hacerla última es tomar por lo difícil; más fácil es que resulte última una “buena”.
Y dijo un futuro autor: —La condición de “mala” le durará; la de última, muy poco: tengo completa una manuscrita que saltará la antojosa prohibición.
(Si algunos de los nombrados desautorizan haber dicho cosa alguna, no saben lo que pierden. El lector estará de mi parte y se asombrará de que alguien se cosquillee de ser autor de cosas tan bonitas y tan justas.)
M. F.
GUÍA DE OMISIONES
—Academias que no han podido resistir por más tiempo el ignorar su existencia y a las que pertenece el autor como Miembro Corresponsal, que sería largo, es decir veintiunístico, enumerar. (Resisten todavía la Imperial Academia de Odina, la Academia Francesa, etcétera.)
—Diversos lugares en que han sido redactados los episodios de la novela.
—Colección de plumas que la escribieron.
—Lo que se ha dicho de esta novela en Santa Rosa de Toay.
—Nómina de los amigos muy abnegados y uniformemente sindineristas que el día antes de puesto a venta el libro preguntaron por él en todas las librerías de Buenos Aires.
—La dietética que conviene a su complexión.
M.F.
Inicio de lectura
I
La conocí en febrero de 1921, ella de diecinueve años, soltera, empleada, yo de cuarenta y cinco, sin compañera, profesional de abandonada profesión y limitados recursos, encontrándome en mi alojamiento Libertad 44 cuando pasó acompañada de un niño a examinar y tratar la habitación en ángulo con la mía, que ocupó sola, únicamente cuatro días, después de los cuales cesé de verla por varias semanas.
Antes de que la viera oí su voz poderosa, clara, de fáciles pases y dulcificándose a cada movimiento de su ánimo, una voz que puede definirse precisamente como rica. He sido muy tardío para descubrir la Música, y alguna otra magia de la vida, debido a mi mala, pésima formación de carácter, y al predominio del interés por lo científico y la Metafísica. Aunque todavía dudo de si yo y muchos asistentes a conciertos, ejecutantes, críticos, poseemos el gusto musical, habiéndome creído a los veinte años entendedor de Schumann, de Wagner, no obstante lo cual he vivido después otros veinte sin interesarme la voz de las personas, sin distinguirlas –en aquella época me venía yo obsesionando con la música, pasándome horas componiendo o queriendo creer que componía en la guitarra, y en esa misma mañana estaba reconstruyendo de oído los temas de Tristán e Isolda escuchados en orquesta la noche última. En mi soledad e inmovilidad la guitarra se había hecho reina, la misma guitarra que estuvo diez años sin ser tocada en el desván de mi casa–.
Sabemos muy poco de nuestros gustos y actividades posibles. Sorprende y es hasta cómico que después de diez años de guitarra tirada por ahí, de piano enmoheciendo, aquella se hiciera el mueble más atendido y yo descubriera recién la Fantasie-Tanz de Schumann, un coral de Haydn, una pastoral de Scarlatti.
También he descubierto a la mujer a los cuarenta y cinco años. Y soy un pensador. Inteligente, observador. ¿Observador un hombre que recién al comienzo de la declinación comprende a la mujer, a los niños, y advierte la varia belleza de la voz humana? Todavía, y a veces por siempre, no comprende la muerte, la vida. Aunque esto, se ha convenido por los inteligentes que no es inteligible. Si ellos lo dicen…
La voz hermosa se acercó y vi a una linda joven detenerse, dialogando a dos pasos de mí. Ofrecía, por su actitud y elegantes ropas, la característica de una señorita de rango, lo que no era. Formas y estatura regulares, el hablar y ademanes firmes y corteses, sonrisa presta, trato condescendiente. Cabellera abundosa de rubio quemado, cutis limpio muy blanco, rostro de moderada amplitud, un poco fuerte por la leve acentuación ósea de la buena frente, arcos frontales y maxilares, boca proporcionada de pliegue grácil cuyas líneas de cierre, borde y comisura, por finura y por ondeadas parecen movibles al tacto del aire, alusión a que da pie su fácil agitación por movilidad del alma. Torneado y blanco cuello, como el pecho y las manos, de dedos afilados, fuerte la muñeca como la garganta del pie. Una fuerte estructura ósea dejaba adivinar todo su cuerpo sin dañar la impresión sexual femenina –que tanto se perjudica por la visibilidad de aquella–, gracias a la suficiencia del recubrimiento cárneo, que era más abundante en las piernas. Después supe cuánto le avergonzaban sus redondas piernas.
Me vio en seguida porque giraba la seria mirada con la curiosidad sana de persona que se preocupa de la vecindad que puede tocarle. Parecía que con desagrado, como obligada, tenía que elegir una pieza de hotel. Era la desconfianza de una persona inclinada a confiar.
Yo pensé: cuánto le cuesta desconfiar, cuántas veces habrá sido ya decepcionada su credulidad. Y pensé también: pero debe haber conocido a alguien que le dio pruebas de que hay bondad en la tierra pues aún cree, confía.
Lo veremos pronto; pero he de confesar avergonzado que todavía hace dos meses tuvo la franqueza de decirme que no me tenía fe.
Con conocerme a mí no se ha afirmado su confianza en la bondad humana; ¡cuán inteligente y sincera es!
Cierro el puño y lo oprimo contra mi boca, revolviéndome en el imposible de mi destrozado carácter. Solo un diabolismo de naturaleza o una caída torpísima puede tenerme aquí, a pocos pasos de ella, sin verla desde dos meses, sin sostenerla y cuidarla, sin saber de ella, e impedirme que descolgando el teléfono a un metro de mí llame al número 592, Juncal, para oír al instante su voz y saber cómo son hoy sus días con su hijito Sergio.
Debier...
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