La pasión según G.H.
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Descripción del libro

La pasión según G.H.(1964) narra la historia de la relación de la mujer con un hombre, de la mujer consigo misma, de la mujer con otro, de la mujer con todos los otros, de la mujer con el Ser, finalmente, no deja de ser también la historia de la mujer con la novela que ella misma construye. Este trayecto que va en busca de sentidos, representa también el modo por el cual G.H. se redescubre.Sea como fuere, es la historia de la pasión y la historia de la vida cruda, sangrando, en lo que tiene de más conmovedor: toda su grandeza y toda su miseria. Luego de degustarla, sádicamente, hasta la última gota, enfrentándose a la vida en su totalidad, es decir, con la vida plena, agotada, que ya ni es vida, es muerte, se torna posible, entonces, no el trascender –porque la trascendencia también es un recurso engañoso–, sino aprehender lavida en sí, en su inmanencia, con horror y encantamiento: "la libertad soy yo delante de las cosas". Nádia Battella Gotlib

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9789500533164
Categoría
Literatura

EN EL TERRITORIO DE LA PASIÓN:
LA VIDA EN MÍ

Por
Nádia Battella Gotlib 1
Cuando G.H., el personaje principal de esta novela, decide seguir el recorrido que va de la sala al cuarto del fondo, no es solo una escultora que en determinado momento elige uno de sus quehaceres domésticos posibles: limpiar el departamento del último piso, comenzando por la parte que debería ser la más sucia, el cuarto de la empleada.
Este camino de “ordenar” o de “dar la mejor forma” al cuarto, que transcurre ahí en lo alto de un departamento de clase alta de Río de Janeiro, es mucho más que simplemente poner orden. Se transforma, poco a poco, en lo contrario. Se vuelve un lento, gradual y doloroso desordenamiento de la habitación, de la vida, de todo. Implica encaminarse irremediable y fatalmente por los numerosos espacios de esa profundidad en que se va convirtiendo el cubículo del fondo, a partir de un dato de origen social, que es estar al margen del poder en un sistema de clases institucionalizado. A partir de y motivado por eso, se inicia este largo recorrido de reconstrucción de un mundo por su reverso, que se va formando precisamente en este no tener forma ni ley, de manera tal que confronta con todo un sistema cristalizado de lo que se considera convencionalmente bueno, bello y justo.
Así, liberado en este solo ser, sin forma ni ley, el sentido también se vuelve su opuesto. Cede a no tener ningún sentido. En este territorio del caos y de la locura, en que no hay razón ni entendimiento, donde no hay reglas lógicas ni explicaciones plausibles, la amante encuentra espacio para poder llegar a la adoración, es decir, para dejar emerger el vigor de la pasión, o de la vida, en que no es más solo vida, sino todo un proceso: “es el proceso de la vida en mí”.
Leer este libro es también seguir este camino, derrumbando los mitos de los sistemas estereotipados, represores y falsos en que vivimos, por la difícil vía de la deconstrucción. Se recupera, en la lectura, aquello que sostiene la trama de la novela. Se trata de la valiente lucha por la inserción en la vida que no es la del héroe, del santo o del hombre, es la vida anónima, de ser nada y nadie, cosa neutra, pero núcleo de la vida, configurado en la especie animal arcaica, en donde todos se unen en plasma de “proteína pura”, que, a pesar de tantos siglos y de tantos pesos y castigos, aún resiste, actual.
Por esa razón, es posible que este proceso esté hecho de los mismos recursos que el libro, o este “decir”, transcurre: por el desmontaje de una forma, en el avance de la “locura promisoria”. La amante se va descubriendo en soledad y en la ausencia del amado, rememorando cómo fue siendo cada vez más atraída por lo otro, para, ya sumergida en la contemplación, encontrarse en el límite y en el sinsentido que es la pasión.
Resulta de allí, un primer dato de orden estructural, fiel tanto a la línea episódica, a las acciones del personaje, como a los sentidos que ahí van siendo conquistados o desarmados a través de la sucesión de las imágenes. Cada fin de capítulo se engancha lógicamente al siguiente por la repetición de la misma frase. Pero lo que esta lógica encierra, como eslabones de una corriente poderosa, es lo que parece huir del alcance de este poder. El territorio en que la pasión se revela escapa al control, principalmente en el momento de la gloria, cuando ocurre la total integración del personaje apasionado en el espacio y en el tiempo de la vida que fluye, en la conquista del reloj, en el difícil ahora, en que “la vida se me es”.
Por lo tanto, cada capítulo instaura poco a poco, en orden ascendente, un proceso de tensión entre los personajes enfrentados, que son llevados por una irrefrenable fuerza de atracción hasta el clímax, que sucede hacia el final de la historia, cuando el Ser se revela en su plenitud.
Como esta tensión aumenta gradualmente de intensidad en cada capítulo, se trata de la historia de la explosión de este universo antes aplacado. Esta fuerza de atracción de uno por el otro, a pesar de las dificultades –retrocesos, miedos, disimulos– solo se agota por la mutua destrucción. Descubrir el jugo vital interior de lo otro es como hacer aflorar el interior de uno mismo. En otras palabras, descubrirse en otra identidad es revelarse en su ser más íntimo. Hablamos, por ende, de una narrativa de la memoria, que, al recuperar el pasado, en una retrospectiva de lo que le sucedió el día anterior a partir de las diez de la mañana, inventa un nuevo presente, al constatar un estado de pasión. En ese punto, entonces, el personaje G.H. rememorando lo que le sucedió el día anterior, puede llegar a la conclusión de que está apasionada. Y puede declarar, así, al amante y a nosotros, posibles lectores, su pasión.
Pero no es solo de tensión, progreso y clímax de lo que está hecho este recorrido narrativo, también es una declaración de amor. Este encuentro con lo otro se da por un múltiple desdoblamiento de imágenes, que se corresponden, porque se identifican entre sí: cada una representa la proyección de un yo, en el interior más subterráneo, en el exterior más superficial. Y, en una corriente de sucesivos encuentros y embates dialécticos se modifican hasta la identificación final y más plena en que todo y todos se mezclan en la nada. Admitir la ambigüedad de tales sentidos, de lo que aparece y de lo que está escondido, es soportar la evidencia de que ninguno está hecho ni de uno ni de otro, sino de ambos a la vez. Y soportar la destrucción de uno supone saber que este cambio siempre trae otro cambio, que fatalmente aflora, imponiéndose como una verdad al mismo tiempo maravillosa y terrible.
Las imágenes que se suceden van representando este proceso catastrófico del despojamiento de lo superfluo, por la “destrucción de capas y capas arqueológicas humanas”. Por un lado, G.H. y sus equivalentes van perdiendo las versiones y valores que construyeron en los sistemas en los que viven, hasta que, enterrados, recuperan “cavernas calcáreas subterráneas”, librándose del sentimentalismo, de lo utilitario… El ritual es doble. Por un lado, se desviste de las ropas cristalizadas para recuperar un goce instintivo perdido de la especie comprimida por las estratificaciones de la civilización. Por el otro, se recubre con las máscaras perdidas –escarabajo, buzo, ojos como úteros–, especies entrenadas en este acto pleno, en que ver es ya existir, sin la división del entendimiento que fragmenta el real entre un sujeto observador y un objeto observado.
¿Qué queda en este universo sino este otro, o el yo, ambos diluidos en un mundo sin sentido? ¿Y de qué sirven, a esta altura, las cantidades y las medidas, los sistemas científicos, si lo que se propone es una experiencia de lo ambiguo y de lo impreciso, en que se es todo el bien y todo el mal en el territorio ilimitado e incontrolable de la pasión?
El secreto de esta receta narrativa no escapa a los ingredientes que definen los perfiles de esta narradora diabólica. Va narrando como si esos simples sucesos del cotidiano carioca no fueran nada, tal como su predecesor Machado de Assis. No obstante, también como su predecesor, desde el inicio aparecen pistas, se cultiva el suspenso y se asoman dobles sentidos, intrigas misteriosas, “entre-tonos de gran sutileza”, que arman una red de seducción. De ese modo, el lector es llevado hacia esa trampa de sentidos de la que solo es posible salir, irremediablemente, después de sumergirse en una tenebrosa recodificación de esos sentidos. Nada es como antes. Nadie sobrevive, incólumne, a la fuerza de la pasión. Principalmente a una historia de pasión como esta, distinta de las de Machado de Assis, porque aquí no es posible pararse en el centro y de ella no hay retorno. Se agota hasta la última gota de jugo vital, hasta morir de amor y sobrevivir renaciendo, reconquistando así toda la miseria y toda la grandeza de que estamos hechos, experimentadas en lo neutro en que nos unimos como especie, experimentando con la misma intensidad o infierno paradisíaco –o paraíso infernal.
Si la novela parece compacta, cabe, sin embargo, al lector descamar las capas de sentido, descifrar las señales de este texto jeroglífico, en donde cada imagen desentierra lo más arcaico –y tal vez hasta convencional– pero, al mismo tiempo, lo que hay de marginal en esta configuración de su otro lado, al recuperar lo que los sistemas no protegen, más que lo sucio, lo inmundo: más que lo prohibido, lo censurado; más que lo violento, lo terrible. Estos sistemas-monstruo son poco a poco derribados en esta lucha por la reivindicación de una libertad, la difícil libertad de recomponer el mundo, reinventando todo, al abdicar de la limpieza, de la piedad, de la belleza.
Y justamente porque se trata de una historia de pasión, no puede ser una simple historia de pasión. El lector verá los enredos y los ardides que esta experiencia de seducción, tan buena y tan mala, tan dolorosa y tan placentera, provoca en los amantes. Y tal vez, también él podrá imaginar, porque esta historia de amor tiene la capacidad de equipararse a tantas otras experiencias diferentes en términos de representación pero iguales en cuanto al sentido, por todo lo que carga y provoca.
Como se trata de una historia de pasión, y la pasión es cosa de vida o muerte, sucede un crimen. En esta trama policial plagada de pistas, de hipótesis, de adelantos temerosos ante la expectativa del acto final asesino, el lector no deja de ser también un detective, que moviliza razones y más razones para, al final, tener que aceptar la verdad en lo que de ella resulta indemostrable, deshaciéndose en la adoración inenarrable. Esta narrativa también es una historia policial, de terror y suspense. Pero al detective armado –posible lector–, le compete abdicar también de su poder y rendirse a la experiencia de la evidencia, de las manos vacías, sin pruebas.
¿Es la historia de un asesinato o de un suicidio? Allí reside otra cuestión. Pues, si lo que se mata es otro y si ese otro es proyección de un yo, que en aquel se descubre idéntico, al destruir la capa de afuera dejando aflorar la sustancia más íntima, ¿el yo no estaría retornando a algo que sucede consigo mismo? ¿Un manjar autofágico en que se experimenta el pasaje de lo que tiene sabor a lo que no sabe a nada, de lo que tiene sentido al sinsentido?
En esta historia de vida y muerte, ¿no existiría también una historia de una relación profana de vida y muerte, profana y sagrada? ¿Y una historia de una relación erótica y sexual? ¿Y una orgía de Sabbat? ¿Y por qué no, una historia de los comienzos, que atraviesa tanto el estrecho de los Dardánelos, como las proximidades de la región de Elschele? ¿O una historia de aventuras, en tanto el tesoro egipcio enterrado o la caverna del hombre-animal puede ser el más arcaico?
Las experiencias primordiales de las especies en la Tierra son equivalentes, además, a los dos seres humanos ya unidos en Cristo. Porque, entre tantas pasiones, esta historia también puede ser la pasión místico-religiosa de Cristo, quien, a través del vía crucis, pasa por el dolor y por el placer de redimir a la humanidad y reintegrarla a todas las cosas, y a Dios. Tal vez por eso, el libro muestre a los seres humanos tal como el evangelio lo hace, pero ahora según G.H. Al final, este texto también es, entre tantos discursos, una parábola.
La propia Clarice Lispector, autora del prólogo del libro, se dirige a sus “posibles lectores”, preferentemente a los “de alma ya formada”, que aceptan la invitación a recorrer esta vía sacra para ir descubriendo de forma demorada y, en ocasiones, por el reverso de lo que se persigue, esta “alegría difícil” que se llama pasión. Si en la parábola del sembrador, del Evangelio de San Lucas, hay dos tipos de lectores –“A ustedes se les concede conocer los misterios del reino de Dios, pero a los otros, [él es anunciado], en parábolas, para que viendo no vean, y oyendo no entiendan”–, parece que Clarice se dirige preferentemente a los que, viendo, ven. Y oyendo, entienden.
Esta historia de la relación de la mujer con un hombre, de la mujer consigo misma, de la mujer con otro, de la mujer con todos los otros, de la mujer con el Ser, finalmente, no deja de ser también la historia de la mujer con la novela que ella misma construye. Este trayecto que va en busca de sentidos, representa también el modo por el cual G.H. se redescubre a partir de, por ejemplo, las iniciales de su nombre, que encuentra en las valijas del cuarto de su empleada y cuyo sentido ella va descubriendo o inventando gradualmente. Para lograrlo, transgrede, excediendo el mundo posible de las verdades ya dichas. Esta es la razón por la cual este libro trae consigo, vía G.H., al personaje G.H., a la narradora, a la autora, al lector, y a todos quienes a través de la lectura o de la escritura, van descifrando las señales y se van reinventando, más allá de las normas automatizadas, en un simulacro de la propia representación creadora.
Sea como fuere, es la historia de la pasión y la historia de la vida cruda, sangrando, en lo que tiene de más conmovedor: toda su grandeza y toda su miseria. Luego de degustarla, sádicamente, hasta la última gota, enfrentándose a la vida en su totalidad, es decir, con la vida plena, agotada, que ya ni es vida, es muerte, se torna posible, entonces, no el trascender –porque la trascendencia también es un recurso engañoso–, sino aprehender la vida en sí, en su inmanencia, con horror y encantamiento: “la libertad soy yo delante de las cosas”.
Este libro simula, entonces, en última instancia, la propia simulación. Porque si es ficción, es la ficción de un ritual, en lo que representa y en lo que, al representar, acaba recuperando de más verdadero. Fingimiento que de tan fingido se vuelve verdad, como anunció Fernando Pessoa, cuyo camino traza también este modo por el cual los sentidos, de tan contrarios, se tocan en un punto de encuentro que es o dota de identidad, y que el poeta portugués también expresó en aquello de “nada que es todo”.
Probablemente sea por las numerosas capas superpuestas de sentido que, no obstante, se equiparan, que este libro haya tenido tantas interpretaciones desde que fue publicado en 1964, a partir de líneas filosóficas, psicoanalíticas y estéticas. Es que, si desde la primera novela de Clarice Lispector, publicada a fines de 1943 y titulada Cerca del corazón salvaje, ya existía el entramado que se originaba en la búsqueda de la identidad a partir de la aproximación de lo otro, en la búsqueda de la relación con lo otro; es solo en este encuentro de G.H. que se realiza por etapas sucesivas tan íntimamente ligadas entre sí y con tanta fuerza de tensión concentrada.
¿Por cuantas vidas y muertes irá pasando G.H. en este camino de verse en otros? ¿Quiénes serán esos otros, en que se ve proyectada y en que se va transformando, de a poco, hasta la totalidad?
Allí está el mayor secreto, el que el lector va descubriendo. Porque una de las lecciones de este libro, entre tantas, es la que enseña que la dolorosa alegría de la pasión reside también en el descubrimiento inenarrable que solo puede experimentar una intimidad confrontada a otra. Y no existe la posibilidad de contarlo. ¿No es así como también procede la narradora de G.H. en el momento cúlmine de este relato, cuando conquista su libertad, inventando su secreto?
Traducción de Constanza Penacini

Pies de página

1 Nádia Battella Gotlib. Profesora de la Universidad de San Pablo, es autora de la biografía Clarice una vida que se cuenta (1995; edición en castellano revisada, 2007), Clarice fotobiografía (2014), Tarsila do Amaral, a Modernista (1988) y la edición de Retratos antigos: Esboços a serem ampliados (2011) de Elisa Lispector, hermana de Clarice.

NOTA DEL TRADUCTOR

Hay varias traducciones de La pasión según G.H., entre las que se destacan la de Alberto Villalba para Siruela y la de Mario Cámara para Cuenco de Plata. La presente traducción está cotejada con la rigurosa versión de Mario Cámara aunque introduce varias modificaciones.
Mantuve en mi traducción la puntuación inusual del texto, con su abundancia de guiones y el uso de minúsculas después de los signos de interrogación. He aceptado algunas soluciones de Mario Cámara (por ejemplo cuando deja las palabras en portugués “morro” y “favela” por considerarlas de uso frecuente para referirse a las villas en los cerros de Rio de Janeiro y porque tienen una visualización más concreta para el lector) y he sido fiel a algunos neologismos de la novela como “remotitud”, o a construcciones sintácticas raras como cuando la protagonista dice “Y nosotros sabemos a Dios”.
La traducción del ensayo de Nádia Battella Gotlib estuvo a cargo de Constanza Penacini mientras que la de “¿Ordenar la forma?” de Veronica Stigger me pertenece.

LA PASIÓN SEGÚN G.H.

A POSIBLES LECTORES

Este es un libro como cualquier otro. Pero estaría contenta si fuese leído solo por personas de alma ya formada. Aquellas que saben que la aproximación, cualquiera que sea, se hace gradual y penosamente – atravesando incluso lo opuesto de aquello hacia lo cual se está aproximando. Aquellas personas, solo ellas, entenderán muy lentamente que este libro no le quita nada a nadie. A mí, por ejemplo, el personaje G.H. me fue dando poco a poco una alegría difícil; pero alegría al fin.
C.L.
A complete life may be one ending in so full identification with the non-self that there is no self to die.
Bernard Berenson
– – – – – – estoy buscando, estoy buscando. Estoy tratando de entender. Tratando de dar a alguien lo que viví y no sé a quién, no me quiero quedar con lo que viví. No sé qué hacer con lo que viví, tengo miedo de esta desorganización profunda. No confío en lo que me pasó. ¿Me pasó algo que yo, por el hecho de no saber cómo vivir, viví otra cosa? A eso querría llamarlo desorganización, y tendría la seguridad de aventurarme, porque después sabría a dónde volver: a la organización anterior. A eso prefiero llamarlo desorganización pues no quiero confirmarme en lo que viví – en la confirmación de mí, perdería el mundo tal como lo tenía, y sé que no tengo capacidad para otro.
Si yo me confirmara y me considerase verdadera, me perderé porque no sabré dónde encajar mi nuevo modo de ser. Si yo avanzará en mis visiones fragmentarias, el mundo entero tendrá que transformarse para que yo entre en él.
Perdí una cosa que me era esencial, y que ya no lo es más. No me es necesaria, así como si hubiese perdido una tercera pierna que hasta entonces me impedía caminar pero que hacía de mí un trípode estable. Esa tercera pierna la perdí. Y volví a ser una persona que nunca fui. Volví a tener lo que nunca tuve: solo dos piernas. Sé que solo con dos piernas puedo caminar. Pero la ausencia inútil de la tercera me hace falta y me asusta, era ella la que hacía de mí una cosa encontrable por mí misma, sin ni siquiera tener que buscarme.
¿Estoy desorganizada porque perdí lo que no necesitaba? En esta mi nueva co...

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