Mediaciones y mediadores terapéuticos para una clínica de fronteras
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Mediaciones y mediadores terapéuticos para una clínica de fronteras

Alicia Kachinovsky, Michel Dibarboure, Daniel Camparo Avila

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Mediaciones y mediadores terapéuticos para una clínica de fronteras

Alicia Kachinovsky, Michel Dibarboure, Daniel Camparo Avila

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Información del libro

Este libro incluye trabajos presentados en el simposio internacional que lleva el mismo nombre, llevado a cabo entre el 5 y el 7 de noviembre de 2019 en la ciudad de Montevideo (Facultad de Psicología, Universidad de la República). La publicación condensa las principales contribuciones de un particular acontecimiento científico en el que académicos y profesionales de Francia, Argentina, Brasil, Uruguay y Perú fueron invitados a retratar sus prácticas con objetos mediadores y a compartir sus teorizaciones al respecto. Al amparo de un marco teórico psicoanalítico, analizaron estas diferentes modalidades de mediación terapéutica, en ámbitos clínicos y no clínicos.Los textos contemplan e ilustran la creciente diversidad de objetos mediadores posibles. Entre ellos figura el uso de la imagen fotográfica, las distintas producciones literarias (cuento, poesía y otros), la música y el ritmo, la expresión gráfica, las escenificaciones, el cine y otras manifestaciones artísticas.Las experiencias compiladas son también variadas: dispositivos de mediación grupal e individual, investigaciones en curso y finalizadas, actividades orientadas a la prevención y promoción de salud mental o al trabajo en múltiples escenarios en los que el conflicto y el sufrimiento psíquico se despliegan.

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Información

Año
2021
ISBN
9789874760838

Sección IV
La mediación en escenarios clínicos

La escenificación lúdica como propuesta del psicoterapeuta en tratamientos de niños y niñas

Virginia Varela Zitta
Las reflexiones que siguen son fruto del inspirador intercambio del que fui parte en un grupo de trabajo que compusimos con las colegas Ana Mosca y Sandra Queirolo, en la Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica (AUDEPP). Vaya a ellas mi reconocimiento y gratitud.

Algunos motivos

En la actualidad, muchas de las consultas por niños y niñas nos colocan ante situaciones que interpelan nuestra capacidad para relacionarnos con eficacia clínica, tanto con los niños como con sus familias. Cuando las dificultades que se presentan se vinculan al compromiso en los procesos de simbolización, la creatividad y la estabilidad emocional del terapeuta es convocada desde el comienzo. Tomando los planteos de Winnicott, me propongo pensar sobre el jugar del terapeuta en sesión y su consideración como mediador que intermedia y conecta o, en otras palabras, como favorecedor de la transicionalidad. Algunas preguntas orientan este intento: ¿Qué nos mueve a proponer un determinado juego en sesión? ¿En virtud de qué circunstancias transfero-contratransferenciales presentamos unos objetos y no otros? ¿Cuándo ese jugar posibilita una comunicación analíticamente facilitadora para con nuestro paciente niño o niña? ¿Cuándo el objeto o juego ofrecido cobra jerarquía por sobre otros, para el paciente en cuestión, y por qué?

Un encuentro intempestivo o la historia de un paraguas

Silvina, de 3 años ha sido traída a la consulta porque se rehúsa a permanecer en el jardín de infantes, experimentando intensas crisis de angustia al momento de separarse de su madre. Sus padres la describen como una niña de temperamento fuerte, empecinada, y a quien no le gustan las sorpresas. Silvina es consecuencia de un embarazo imprevisto ocurrido cuando sus padres tenían poco tiempo de conocerse. Por tal motivo decidieron convivir para casarse un tiempo después.
También relataron que Silvina era un bebé cuyo llanto era difícil de consolar, lo que generaba cansancio y tristeza, principalmente en su madre. Entre risas, recordaron que ambos, ella y el papá, la habían apodado “la intensa”.
En una tarde de invierno me apronto para conocerla. En el consultorio he dispuesto una caja de juego para Silvina. También cuento con un cajón de uso general donde hay bebés sexuados, títeres, telas de diversos colores y tamaños, libros e instrumentos musicales, entre otros objetos.
Esa tarde, antes de que sonara el timbre, escucho desde dentro del consultorio un alboroto proveniente del pasillo del edificio. Son gritos de niña y una voz más apagada, que reconozco como la voz de la madre de Silvina. Al abrir la puerta, presencio un tironeo entre ambas. Silvina que grita “¡No quiero entrar!” y su madre que la agarra diciendo “¡Vení, vamos a entrar!”. Ante este panorama, me agacho para quedar a la altura de la niña, al tiempo que la saludo e intento preguntarle si sabe por qué ha venido a verme. Silvina me escupe mientras grita. Su madre intenta frenarla diciendo “¡no escupas!”. Sin pensarlo, alzo mis manos como verificando que llueve y les digo que, por suerte, tengo “un paraguas de atajar escupidas” en la sala de juegos. Corro hacia allí. Silvina y su madre aguardan de pie en la sala de espera. Vuelvo con una tela celeste, cubriéndome principalmente la cabeza y el rostro. Desde allí, guarecida, llamo a Silvina. Le pregunto a su madre si la niña todavía estará allí; si será que podré encontrarla y ella encontrarme a mí. Su madre, que ha captado el juego y puede sumarse, responde que no sabe, que puede ser que sí, que lo intente una vez más. Llamo a Silvina y entonces ella comienza a contestarme. Destapo mi cara y la cubro repetidas veces, diciéndole que por suerte está aquí, que la estuve esperando. Siempre jugando, le digo que quizá ella estuviera enojada por alguna razón que ignoro, porque recién nos encontramos. O asustada por tener que venir, pues no me conoce, ni conoce el lugar al que vino. Silvina juega a destaparme repetidamente sin volver a escupirme. Dice que no sabe por qué vino a verme. Después de contarle los motivos, accede a entrar en la sala de juego, un poco más tranquila. Pide a su madre que la acompañe.
Ya en la sala, reaparecen los desencuentros entre madre e hija, esta vez a propósito del juego con instrumentos musicales, que al parecer no admiten exploraciones y usos personales. “Así no se toca”, dice la madre de Silvina, temerosa de que algo se rompa cuando ella quiso tocar una pandereta con el palito de un triángulo, lo que en el acto desborda a su hija. Gritando intensamente, Silvina vuelve a escupirme cuando pretendo mediar entre ellas señalando el malestar reinante. Reanudo el juego con el paraguas, esta vez con risas y complicidad de parte de Silvina.
Al anunciar el final de la hora. Silvina me dice: “¡No voy a venir nada porque vos sos muy fea y vieja!”. Su madre acota: “Aquí la tenés a Silvina en todo su esplendor…”.

El jugar del terapeuta en sesión

¿Cómo pensar la creación/presentación del paraguas de atajar escupidas? ¿Qué de la escena/interacción entre madre e hija puede haber motivado la elección de la tela celeste para ser ofrecida bajo esta forma?
Este paraguas, y el juego con él, aparece como una ocurrencia de la terapeuta, no pensada y sorpresiva. En su polivalencia, es entregado a la niña en respuesta a su acto impulsivo, disruptivo. Podría calificarse como una jugada inicial para entrar en contacto, recibiendo el gesto de la niña para transformarlo en algo diverso que ofrecer.
Pensando en este jugar, recordamos a José Valeros, psicoanalista argentino, quien sostiene la idea de que es necesario “entrar en un estado mental de juego, a través de la comprensión de la realidad psicológica que vivimos en la relación con nuestros pacientes” (1997, p. 19).
Por su parte, en su tesis sobre las mediaciones terapéuticas, Anne Brun afirma que estas promueven procesos de simbolización a partir de la experiencia sensorial con objetos que se pueden tocar y transformar. Y agrega que la implicación corporal de los terapeutas de niños no puede ser olvidada (Brun, 2007). ¿Es posible entonces pensar en este compromiso corporal y sensorial de la terapeuta cuando ofrece la ocurrencia del paraguas? La sensación de lluvia que tomó la vivencia de la terapeuta abona la hipótesis de que algo expulsado sin procesamiento alguno le cae precisamente para ser recibido-atajado-significado. Jugando con el paraguas, la terapeuta presta un significado inicial, asumiendo que el compromiso está en la capacidad de simbolizar.
Entrega un objeto y una forma de jugar con él. También se ofrece a sí misma en ese acto, anticipando una experiencia para Silvina, que puede ser germen de la capacidad de poblar de sentidos personales la propia experiencia de sí, de los otros y del mundo. Comienza así una apuesta a un más amplio desenvolvimiento en la niña, de la facultad de otorgar sentidos compartibles y por tanto comunicables a su experiencia personal (Kachinovsky, 2019).
Ahora, esta creación de la terapeuta y los juegos así iniciados solo adquieren algún valor en tanto Silvina los toma, haciéndolos propios y aun enriqueciéndolos, como se ve en la reiteración del mismo juego al final de la entrevista. La exploración y análisis del terapeuta acerca de los efectos que deja la propia contribución en su paciente marca diferencias sustantivas entre un jugar en el contexto analítico y los juegos desarrollados en otros marcos. Por ello, si bien es absolutamente necesaria la espontaneidad y confianza en la propia sensibilidad clínica, lo creado, en este caso el paraguas, ha de ser hallado por la paciente. Solo así, este jugar del terapeuta cobra alguna utilidad (Bregman Ehrenberg, 1992/2016).
Podemos considerar este jugar de la terapeuta en sí mismo como un mediador que intermedia. Conjuga lo interior con lo exterior sin ser lo uno ni lo otro, sino ambas cosas a la vez. La tela, elegida intuitivamente, quizá para introducir algo del orden de la suavidad y la caricia envolvente, evoca una piel, cobertura limitante entre Silvina y su terapeuta. Una protección que, como envoltura, puede recibir la agresividad de la niña, sus malos ratos, sus confusiones, sobreviviendo sin tomar represalias. Una salvaguarda para la niña misma quien, jugando, quizá pueda encontrarse con esos aspectos de sí, hostiles, estableciendo límites entre lo que es suyo y lo que no lo es.
Aquí también cabe recordar los planteos de Winnicott acerca de la agresividad como formando parte del impulso vital. En los comienzos de la vida, donde el sujeto y el ambiente son uno, la agresividad junto con la supervivencia ambiental, estaría al servicio de la creación de exterioridad (o la discriminación sujeto/ambiente).
Gracias a este proceso ocurre la formación de una zona intermedia de experiencia, que ahora separa lo que antes era una unidad. Separa y junta a la vez: interno-externo. Se daría así el movimiento del objeto subjetivo al objeto transicional, rico en consecuencias para la subjetividad naciente. El juego es una de ellas. Ubicado en territorios de conjunción entre lo externo-interno, entre lo puramente subjetivo y lo objetivamente percibido, el jugar colabora en el desarrollo de un self cohesivo y un sentimiento de autenticidad por contraposición al de futilidad. Ser capaz de jugar es por lo tanto un signo de progreso psíquico (Anfusso e Indart, 2009).

Celebración de la vida: algunos momentos difíciles

Los juegos con Silvina se sucedieron con elaborados festejos de cumpleaños en sesión. Debíamos celebrar sus dos años. Partíamos de una torta con velitas y otros alimentos modelados en masa, a lo que yo iba preguntando qué otras cosas podíamos incluir. Surgieron nombres de invitados que yo escribía en un pizarrón, un cartel de feliz cumpleaños, un rincón con regalitos, globos que conseguí a su pedido, una piñata confeccionada por nosotras y, muy especialmente armado entre dos sillones, un teatrillo de títeres, donde ella realizaba una función para mí y los invitados (muñecos y peluches colocados cual platea enfrente del escenario). En un momento, y con la tela celeste en mis manos, le dije: “¿Y si ahora la convertimos en la cortina del teatrillo?”. Entendí que mi ofrecimiento obedeció a la tentativa de promover transformaciones, con la materialidad presente de esta tela-piel que en principio me fue útil para generar un encuentro posible con Silvina. En esos cumpleaños, la actitud de Silvina era muy demandante. Yo hacía mi mayor esfuerzo para realizar lo que pedía, sintiendo su alta exigencia. Ante el menor desencuentro o falla, mía o suya, Silvina no pocas veces terminó desparramando los juguetes, llorando muy enojada.
Este juego en particular promovió en mí sensaciones del orden de lo insoportable. Era repetitivo, por momentos tedioso y requería de mí una absoluta compenetración con las necesidades de Silvina, que muchas veces resultaba difícil de sostener. Me pregunté si era que yo experimentaba algo del orden de la aniquilación.
En la reiteración de estos cumpleaños, Silvina necesitó experimentar la celebración de su vida, escenificar el júbilo por su nacimiento que, como se infiere del relato familiar, se vivió con ambivalencia. También necesitó recrear, en la actualidad del vínculo terapéutico, la total consagración del ambiente, en razón del despliegue transferencial.
Con sus desbordes ante las fallas y la sensación que se instala en la terapeuta, podemos pensar que se jugaban allí eventos del orden de lo traumático y sus posibles efectos. Con los estallidos, en algún punto semejantes a la escupida inicial, Silvina necesitó volver a comprobar la supervivencia del ambiente y la colaboración de este para sentirse unificada. También constatar que podía ser ella misma y a la vez diferenciada del otro. Expresó así su temor de ser invadida por la terapeuta. Escenificó el repudio que permite la creación de exterioridad. Aquí la tela celeste fue ofrecida como límite entre la fantasía y la realidad consensuada. Como velo que a la vez que límite, es puente por donde transitar ilusiones y ficciones compartidas (obra de títeres).

Los destinos de la tela celeste

En lo sucesivo, Silvina eligió por sí misma la tela celeste, a la que dio diversos usos. Con su cualidad informe, la tela sirvió para recrear distintos continentes y superficies, según los requerimientos del juego creado.
En uno en que escenificaba el nacimiento de mellizos, Silvina me proponía que yo fuera su mamá embarazada. Tomaba dos muñecos a los que envolvía y ataba a mi cintura con la tela celeste. Ella era mi hija mayor y me visitaba en el sanatorio, traída por su padre. Se complacía especialmente de que yo le mostrara los bebés recién nacidos y le contara a ella (mi hija mayor) que no había podido dormir mucho porque los hermanitos lloraban pidiendo teta o porque tenían sucios los pañales. También le contaba que yo siempre buscaba algún momentito para descansar, porque los bebés se calmaban, o porque el padre también podía cuidar de ellos cuando estaba.
Así, resultante de su creciente capacidad de simbolizar, y sin que su terapeuta hiciera otra cosa que jugar con ella, desarrollando su labor interpretativa dentro del juego en forma dramática, Silvina creó situaciones y personajes (ella hija; terapeuta madre embarazada) donde seguir procesando aspectos relativos a su nacimiento y trama familiar. Podía tener huellas, memorias implícitas, de ser difícilmente sostenible, como si se tratara de dos bebés al mismo tiempo (la intensa). También haber escenificado allí algo devuelto por su entorno, que experimentó su llegada como un momento de gran esfuerzo en el que se gestaban, en forma simultánea,...

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