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Viejos lobos de mar
Descripción del libro
En Viejos lobos de Marx, cuento que da título a esta colección, dos antiguos activistas del sector estudiantil, cuarentones ya, próspero terrateniente uno, montado el otro en las alturas de la burocracia dirigente, durante una reunión en la casa de campo del primero sacan a orear las viejas glorias de su pasado militante; al final se despojan de las máscaras y no quedan sino los patéticos retratos de unos personajes que, semejantes a los de Ettore Scola, querían cambiar la vida y sin que se dieran cuenta la vida los fue cambiando.Los cuentos de Gerardo de la Torre tienen, como lo pedía Isaak Babel, el rigor y la precisión de un cheque bancario.
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Información
Editorial
Ficticia EditorialAño
2013ISBN del libro electrónico
9786075210186Viejos lobos de Marx
La casita, tal como la ves, me salió en poco más de un millón de pesos. Tuve que construirle fosa séptica porque todavía no hay drenaje en la región ni han entubado el agua potable. Para beber y cocinar me traen agua del pueblo en garrafones, y eso sí, para los tragos agua embotellada.
Estaban en una terraza alargada que comunicaba el ala principal, el edificio de ocho habitaciones dobles, con el ala que albergaba la sala, el comedor espacioso con mesas para veinte personas, la cocina, dos habitaciones extras y cuartos para la servidumbre.
Augusto levantó la botella de güisqui Ushers y con un gesto le preguntó al interlocutor si le servía.
—Sí, dos dedos.
Dos dedos colocados verticalmente uno sobre otro, repitió su antiquísimo chiste Augusto, y sirvió razonablemente en los dos vasos. Tomaron hielos semiderretidos de un platito con más agua que cubos y el interlocutor completó las bebidas con sifón.
—El terreno me costó cualquier cosa, cinco pesos el metro hace siete años, pero no había nada aquí, un erial, apenas un angosto camino que las autoridades prometieron pavimentar. Me enteré por un amigo bien colocado en el gobierno local, íntimo del director de obras. Parece que tenían la intención de hacer aquí un fraccionamiento muy exclusivo y no sé por qué pero el proyecto se cayó. De todos modos pavimentaron, es una carretera necesaria. Como te habrás dado cuenta son tierras de labranza, dan caña, maíz, frijoles, cebollas, aunque son malas para los cítricos. El terreno de la casa era una parcela de un medio pariente de mi primera esposa. El pobre tipo andaba desesperado por vender. Le habían ofrecido una chamba de visitador médico o algo así en el De Efe, y como ya le andaba por dejar la tierra se fue. Un destripado de medicina, dos años de estudios o algo así, pero el cuento es que perdió el empleo, se dio a los tragos, le iba cada vez peor, y como no tenía ganas de volver a la agricultura comenzó a ofrecer a tres pesos metros. Yo le di cinco, le compré ésta y otras dos parcelas. Aquéllas las estoy surcando y esta semana comienzo a sembrar, a ver si mañana temprano nos damos una vuelta. No son gran cosa, diez o doce hectáreas, pero es buena tierra y bien trabajada produce cantidad. Si ahora las viera el tío se moría de envidia. Pobre diablo, no sé qué habrá sido de él. De mi mujer, mi ex, tampoco sé nada. Cada dos o tres meses le mando un cheque a casa de su madre y eso es todo, jamás me molesta. ¿Te platiqué alguna vez por qué nos divorciamos?
El sol comenzaba a declinar. Al norte, doraba los peñascos del macizo atravesado entre la región y el valle de México. Augusto permaneció unos instantes embebido en los resplandores. Tocó una campanita de plata para llamar a la criada. El interlocutor había terminado su güisqui y, sin mencionarlo, reclamaba otro. En el vaso de Augusto quedaba un resto bueno para llenar la boca.
—No te imaginas cuánto gusto me da que hayas venido, Javo. De veras que estoy contento, no pensé que te fueras a animar.
—A mí también me da gusto verte, saber que te ha ido bien. La carrera te sirvió para un capirucho, ¿no?
Braulia, la sirvienta, se acercó en silencio. Era una muchachota morena, aindiada, con unos pechos grandes que le querían reventar las costuras del vestido. Augusto puso en los vasos el poco hielo que quedaba y ordenó a la muchacha que trajera más y un sifón. Sirvió güisqui en los vasos y esperó el agua.
—Me ha ido bien de milagro, pura suerte. Nunca busqué nada de lo que tengo. Estos terrenos, ya te dije, los adquirí gracias al pariente jodido. Tengo otros en mi tierra, Coahuila, que en parte eran de la familia. Quince hectáreas con peras y duraznos, pero no me ocupo de ellas, las rento. Y a ti no te va tan mal, Javo. Buen coche, esposa, tres hijos, trabajo seguro por lo menos este sexenio. No te quejes, sécate las lágrimas.
Llegaron los hielos y el sifón. Con los vasos llenos Augusto y Javier se reacomodaron en los equipales. Mudos, miraban los dos en la misma dirección, hacia aquellos peñascales que se iban desdorando, que adquirían tonalidades anaranjadas, violetas, cada vez más oscuras.
—No me quejo, no me estoy quejando. Tendría que estar ardiendo de envidia, Augusto, y no estoy. A cada quien le va como debe irle.
—¡Carajo! Esas muchachas no se cansan del deporte. Lo bueno es que ya comienza a oscurecer. A lo más la luz aguanta hasta las siete y faltan veinte. Ya que se vengan a tomar un trago. ¿Te dije por qué nos divorciamos? Tú conociste a Patricia, la conociste bien, no sé si salieron alguna vez. A Patricia la jodía mucho su madre, pero en la escuela era de las liberadas, ¿te acuerdas? Bronca y de trato fácil.
—Como las demás, como casi todas.
—¿Saliste con ella? ¿Tuvieron relaciones?
—No preguntes pendejadas —dijo Javier con gesto de fastidio—. En aquellos tiempos salir con alguna muchacha no significaba nada. No pasábamos de las caricias, el manoseo y el noviazgo apenas un poco más que platónico. Pero no te preocupes, nunca me acosté con ella, si eso es lo que te está matando.
—Sí, fue una estupidez preguntar, pero tuve miedo de que... Bueno, no lo entiendo, Patricia dejó de interesarme hace muchos años, antes del divorcio, tal vez antes del matrimonio. Además tienes razón. Éramos distintos, distintos de los jóvenes de hoy. Yo quisiera creer que éramos más sanos, más limpios de corazón. La verdad es que padecimos muchas frustraciones, sobre todo en lo sexual. Tú sabes, nos faltaron las pastillas y odiábamos los condones. ¿Alguna vez nos fuimos juntos de putas? Siempre le tuve miedo a las enfermedades, y así y todo cuando menos les caía una vez a la quincena y después me lavaba el aparato con alcohol y con no sé qué tantas cosas. Ni así me libré de las condecoraciones. Fue la época en que trabajaba en Singer, ya pasante. Máquinas de coser, tejedoras, refrigeradores. En la escuela, tú lo sabes, siempre andaba ofreciendo artefactos a crédito a los compañeros, pero muy pocos se dejaron enganchar. Qué muertos de hambre éramos, pero recuerdo cosas muy bellas, momentos muy auténticos, discusiones apasionadas y violentas. A veces me dan ganas de volver a vivir aquello.
—Con la vida que te das, lo dudo.
—No te creas... Ahí vienen ya las mujeres, anímate. Te estoy viendo tristón, como que no te sientan los tragos. O a la mejor eres de los que extrañan a la mujer, a la legítima. Ya no sé quién eres, Javo, cómo vives, cómo piensas.
Javier se sintió colocado bajo una lupa. Quién eres, cómo vives, cómo piensas, había inquirido Augusto, quien ahora, güisqui en mano, lo contemplaba desde la altura de sus posesiones, esa casa enorme, esa piscina, esa cancha de tenis desde la cual se acercaban las muchachas. Tres preguntas de aire inofensivo que no tenían respuesta o tenían múltiples respuestas parciales, incompletas, definiciones elaboradas a lo largo de años y modificadas ante el acoso de las circunstancias, reinventadas por cada gesto o actitud que uno se descubría.
—Sabes perfectamente quién soy. En realidad no he cambiado gran cosa. Trabajo para el gobierno, soy un burócrata, si quieres un burócrata bien pagado. Tecnócratas, nos dicen.
—No te lo preguntaba para que te disculparas. Lo que sucede, mi querido Javo, es que de verdad he pensado mucho en nosotros, en mí, en ti, en David, en Pablo Pancardo, en otros compañeros de la escuela. Fue una buena generación. Abres los diarios y te enteras de que uno llegó a secretario de Estado, dos o tres son subsecretarios, alguno director general, y una vez, en las páginas de sociales, me topé con Paco, Paco Delibes, aquel muchacho brillante, de armas tomar, ¿lo recuerdas? Ahora es, o fue, presidente de la sociedad de economistas de la industria automotriz. A Paco todos le augurábamos otro porvenir, podría llegar a presidente o pudrirse en la cárcel. Y mira qué mezquindad, economistas de la industria automotriz. De verdad, Javo, qué poco nos conocíamos entonces.
Las muchachas bordeaban ya la piscina. Desparpajadas, subieron riendo los escalones de la terraza y fueron en derechura hacia Augusto y Javier. De paso dejaron las raquetas sobre una mesa de pin pon. Javier atrajo a Jul...
Índice
- La muerte del salvavidas
- La máscara de Muerte Roja
- Viejos lobos de Marx
- Por qué amo a Jane Fonda
- Primero de Mayo
- Corazón jaguar
- Fantoches
- Cualquier tarde de lluvia
- Pantalón de peto
- Qué pasó con Moncho
- Palabras del general