Sales cervantinas. Cervantes y lo jocoserio
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Sales cervantinas. Cervantes y lo jocoserio

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Sales cervantinas. Cervantes y lo jocoserio

Descripción del libro

¿Es posible decir algo novedoso sobre la obra de Cervantes, a pesar de la ingente cantidad de libros, artículos, ponencias y discursos de todo tipo que ha generado desde hace siglos? Este nuevo ensayo nos abre puertas y ventanas para asomarnos a la gracia con la que el gran escritor español compuso novelas, poemas y obras teatrales. El estudio que nos ofrecen Isabel Lozano-Renieblas y Fernando Romo es audaz y ameno, a la vez que erudito. Inmersos en el mundo de Cervantes, se pasean con delicadeza y soltura por las páginas de sus obras, destacando los momentos de humor con su hondo sentido humano y crítico, de manera que su interpretación alcanza a proyectarse hasta nuestros tiempos.Sales cervantinas es, entonces, una verdadera y profunda actualización de una obra clásica. Los lectores, luego de haber respirado sus páginas, sabemos que podemos salir de ahí divertidos, conmovidos y, ante todo, más próximos a una literatura que aún tiene mucho que decirnos.

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Información

ISBN del libro electrónico
9786075210926




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I. LA RISA COMO TURPITUDO
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ALGUNAS IDEAS SOBRE LA RISA EN EL S. XVI
Para Bajtín, la risa constituye la clave hermenéutica de la comprensión de la historia (Romo 2012a). El Renacimiento es crucial porque entonces se produce la síntesis entre el elemento de conciencia que aporta el humanismo y la tradición carnavalesca, que había sobrevivido a la represión obrada en la Edad Media por el cristianismo y la cultura oficial. Rabelais era para Bajtín el máximo exponente de esa síntesis y con respecto a él se medían los demás autores, entre los cuales, Cervantes. Esa tradición de una risa previa a la historia, esto es, inseparable de un mundo sin clases, en que prima lo colectivo sobre lo individual y la vida se renueva acorde a la naturaleza, constituye un postulado de la visión bajtiniana. La risa prehistórica sería, se supone, universal. Después del Renacimiento, un nuevo dogmatismo, el racionalista, se encargaría de reducir el espacio de la risa y recluirla progresivamente en el mundo de lo privado.
Anthony Close (2007) ofrece un interesante contrapunto a la visión bajtiniana. Apoyándose en la sociogénesis propuesta por Norbert Elias (al que aludimos en nuestra introducción), su hipótesis es que existe una mentalidad colectiva transgenérica2, compuesta por «conceptos, valores, axiomas intuitivos» (226), que se expresa en las obras de la época de Cervantes y escritores contemporáneos, pero que, a la vez que continuada, es modificada por ellos. Sin embargo, contra Freud y Bajtín3, Close no acepta ningún tipo de universalidad para la risa y el humor, que concibe relativamente a una comunidad histórica y en un momento determinado. Ni aceptaría lo que de utópico hay en la risa de Bajtín, con su proyección a una futura «pascua de resurrección de los sentidos».
Una corrección de otro orden procede de Minois (2007). Partiendo igualmente de Rabelais y aun reconociendo su deuda con el pensador ruso, insiste en que la risa de aquel revela un lado oscuro: el mundo es atroz y la risa la única escapatoria (279 ss). Más adelante Minois, como historiador que es con ambición de globalidad, da un repaso general por el uso de la risa como arma, cuando surge la caricatura al hilo de la controversia religiosa y las guerras de religión; por la figura del bufón; por las variedades nacionales de la risa (vimos que la española se circunscribía al ámbito de la picaresca) y, entre ellas, el nacimiento del humor en Inglaterra; la risa del cortesano; las colecciones de facecias… para rematar en el capítulo ix con la gran ofensiva político-religiosa de la seriedad. En resolución, la risa en Minois no es solo liberación, es también agresión, escapatoria de un mundo desquiciado y, por si fuera poco, se verá progresivamente constreñida por un aparato coactivo de creciente poder e influencia social.
Pero el problema no se reduce a si la risa de Rabelais y el propio carnaval son de signo exclusivamente liberador o no. Se supone que Rabelais aporta la visión humanista, ahora bien, ¿qué representaba la risa para el humanismo? ¿de qué signo es su risa? El humanismo quattrocentesco contenía un momento político y educador que no hay que olvidar. Los humanistas italianos sienten que el hilo con el mundo antiguo no se ha roto en Italia y buscan en él modelos e inspiración para formar nuevas clases capaces de regir ciudades como Florencia, no sometidas a poder señorial alguno y económicamente florecientes. Es el momento republicano. En un segundo momento, cuando se extiende por las cortes europeas, el humanismo se propone educar cortesanos. En los países de lenguas germánicas el acento será diferente: la fusión de humanismo y cristianismo, con fuerte acento filológico, que obrará Erasmo entre otros. Tanto en el caso del cortesano como en el del joven cristiano, se trata de educar, de formar o, lo que es lo mismo, de inculcar unos comportamientos y reprimir otros. En cualquier caso, no cabe duda de que el humanismo —a diferencia de la teología medieval— en vez de condenar indiscriminadamente la risa, ha intentado encauzarla.
La risa característica del humanismo tenía que ser muy diferente a la del carnaval. No es que el humanismo se niegue a la fiesta, ni mucho menos: los señores la necesitan para hacer ostentación de su presencia social, los villanos para soportar sus vidas, pero mantendrá respecto de ella una actitud que o bien es la del desprecio de lo vulgar (a la vez que lo observa, recoge y codifica), o bien la de la contención de los excesos desde la conciencia de la propia superioridad; o desde el distanciamiento irónico propio de un Erasmo. Parece natural que, a la hora de definir las posiciones del humanismo en materia de risa, acudamos precisamente a aquellos textos que habían de encontrarse con ella, acotar su espacio y someterla a normas. Es posible distinguir cuatros ámbitos discursivos de lo risible, a saber: la urbanidad cortesana y civil, la retórica, la poética y la fisiología (Vega Ramos 1116). Dado que los humanistas forjaron su ideal de humanidad a partir de las fuentes antiguas, repasaremos brevemente primero lo que había en ellas acerca de la risa.
a) Los antiguos sobre la risa
En conjunto, las autoridades griegas y romanas habían dedicado mucho más esfuerzo a delimitar el espacio de lo decoroso en materia de comicidad que a definir o analizar la esencia de la risa. Una frase ciceroniana resulta bien expresiva: «En cuanto a […] lo que la risa misma es, y cómo se excita y mueve, y dónde reside y cómo estalla de repente sin que podamos contenerla, y de qué suerte se comunica a los costados, a la boca, a las venas, al rostro y a los ojos, averígüelo Demócrito» (De or. II, 235). De las fuentes griegas, junto con leyendas tradicionales —Demócrito que ríe siempre de la marcha del mundo y es enviado a Hipócrates para que lo cure— algunos lugares textuales circularon formando una especie de particular sincretismo. Empezando por el Filebo platónico, «en toda la tragedia y comedia de la vida, los dolores están mezclados con los placeres» (50b) y, a propósito del placer, surge la cuestión de la naturaleza de lo ridículo (48-58b): taxativamente es un vicio motivado por el desconocimiento de sí mismo. Quien se desconoce es motivo de burla; si es capaz de vengarse, resultará terrible y odioso y, si no, ridículo.
La risa no escapó a la capacidad aristotélica de asombro, que le prestó mucha más atención. En primer lugar, en Las partes de los animales, en cuanto a la fisiología de la risa, que relaciona con el diafragma, es cuando afirma que el hombre es el único de los animales que ríe (673a 1-32). En relación con las virtudes éticas —en la Ética a Nicómaco—, al tratar de la agudeza (1127b 32-1128b 10) y en coherencia con el conjunto de su pensamiento, de una parte acepta la necesidad de momentos de descanso aptos para la broma, de otra, subordina la risa al término medio —el decoro—, esto es, a la necesidad de evitar tanto al bufón como al patán. El término para ello será eutrapelia. En la Retórica (1419b), aparte de remitir a la Poética, siguiendo a Gorgias exhorta a atacar la seriedad del contrario mediante la risa y a la inversa; y prefiere la ironía a la chocarrería, porque esta última busca hacer reír a los demás y la ironía a sí mismo. Y de la Poética es la famosa definición de lo risible:
La comedia es, como hemos dicho, imitación de hombres inferiores, pero no en toda la extensión del vicio, sino que lo risible es parte de lo feo. Pues lo risible es un defecto y una fealdad que no causa dolor ni ruina; así, sin ir más lejos, la máscara cómica es algo feo y contrahecho sin dolor (1449a 30-35).
Es lo que en latín se llamaría turpitudo, que dejaría larga estela. Del pasaje se infiere que, desde un principio, la comedia constituye un género de inferior categoría a la tragedia.
De las fuentes latinas seguramente la más frecuentada fue el libro II del De oratore (217-290), de Cicerón. Sea lo que sea la risa, el orador debe ser capaz de excitar los afectos del auditorio y, entre ellos, la alegría y la risa, entre las que no distingue. El primer problema es si hay método para conseguirlo o si es propio de la naturaleza. Para César (217), uno de los participantes en el diálogo, los tratados al respecto están de más porque —en consonancia con la despreocupación por la esencia de la risa— no hay doctrina posible, bastará con que el orador sea urbanus para que pueda resultar gracioso sin pasarse. Hay además en el De oratore distinciones susceptibles de uso docente: entre una gracia difusa —cavillatio o festivitas— a lo largo del discurso y la dicacitas (219) o agudeza que se concentra en una frase; la división en chistes de cosas (res) y de palabras (verba) (239); la exigencia de tener en cuenta las circunstancias de personas, asunto y tiempo (229). Se repiten las advertencias de moderación y se multiplican los ejemplos4, de mayor o menor extensión narrativa.
A imitación de Cicerón, Quintiliano incluyó en su Institutio oratoria una sección sobre «La risa en el discurso» (Inst. Or. VI, iii). En líneas generales y haciéndose eco de su proverbial afición al chiste, Quintiliano sigue a Cicerón, con el cual ejemplifica ampliamente. Pero mientras que a este le interesa cómo se produce la risa en el ámbito oratorio, a Quintiliano más el lado práctico: cómo puede valerse de ella el orador (Pueo 152). Tampoco él se siente en condiciones de explicar las causas del fenómeno, para cuya expresión corporal muestra una sensibilidad muy aguda (VI, iii, 7). Con mayor sistematismo y prolijidad que Cicerón, Quintiliano aplica el análisis retórico en materia, circunstancias, lugares, figuras, etc. Dos aspectos hay en la Institutio oratoria que, sin ser originales, nos llaman la atención. Uno, la obsesiva insistencia en evitar las formas de la...

Índice

  1. INTRODUCCIÓN
  2. I. LA RISA COMO TURPITUDO
  3. II. RISA Y SERIEDAD EN LAS NOVELAS EJEMPLARES,EL QUIJOTE DE 1615 Y EL PERSILES
  4. III. GÉNEROS CÓMICOS Y ORALIDAD
  5. IV. LA RECUPERACIÓN DE LO MÁGICO-MARAVILLOSO
  6. V. FINAL DEL JUEGO
  7. BIBLIOGRAFÍA