
- 384 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Claves de la innovación
Descripción del libro
La innovación es la actividad más importante de nuestra época: trae progresos espectaculares a nuestro nivel de vida, pero también, en ocasiones, cambios inquietantes a la sociedad. Matt Ridley entiende la innovación como un proceso fortuito que avanza de abajo arriba y es resultado directo de la costumbre humana del intercambio, y no como un proceso ordenado que se pone en marcha desde arriba de acuerdo con un plan establecido. Siempre es un fenómeno colectivo, colaborativo, que implica ensayo y error, y nunca responde a la creación de un genio solitario. El autor extrae estas y otras conclusiones a partir de la animada historia de numerosos avances que ilustran qué es la innovación y qué mecanismos la impulsan.
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Información
Categoría
Biological SciencesCategoría
Science Generalclaves de la innovación
Matt Ridley
Traducción de Dulcinea Otero-Piñeiro

Antoni Bosch editor, S.A.U.
Manacor, 3, 08023, Barcelona
Tel. (+34) 93 206 0730
www.antonibosch.com
Título original de la obra: How Innovation Works
Copyright © Matt Ridley, 2020
© de la traducción: Dulcinea Otero-Piñeiro
© de esta edición: Antoni Bosch editor, S.A.U., 2021
ISBN: 978-84-121765-2-0
Diseño de la cubierta: Compañía
Maquetación: JesMart
Corrección de pruebas: Olga Mairal
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.
Para Felicity Bryan
Índice
Introducción. El motor de improbabilidad infinita
1. Energía
2. Salud pública
3. Transporte
4. Alimentación
5. Innovación en baja tecnología
6. Comunicación y computación
7. Innovación en la prehistoria
8. Claves de la innovación
9. Economía de la innovación
10. Mentiras, fraudes, modas y errores
11. Resistencia a la innovación
12. Una hambruna de innovación
Epílogo. Un virus nos recuerda la importancia de la innovación
Bibliografía
Agradecimientos
Introducción. El motor de improbabilidad infinita
La innovación ofrece la zanahoria de una recompensa espectacular o la vara de la destitución.
Joseph Schumpeter
Paseo por una vereda de Inner Farne, una isla situada frente a las costas nororientales de Inglaterra. A un lado del camino, entre las flores de silene marítima, hay una hembra de éider común, de color marrón oscuro, que incuba sus huevos en silencio. Me detengo para fotografiarla con el teléfono móvil desde un par de metros de distancia. Ella está acostumbrada: cientos de visitantes pasan por aquí a diario en verano y muchos se llevan un retrato suyo. Sin saber por qué, al pulsar el botón me viene una idea a la cabeza: una cantinela sobre la segunda ley de la termodinámica basada en un comentario de mi amigo John Constable. La idea es la siguiente: la electricidad de la batería del teléfono y el calor del cuerpo del éider consiguen casi lo mismo, un orden improbable (fotografías, polluelos) gastando o transformando energía. Y entonces pienso que la propia idea que acabo de tener también es, como el ave y el teléfono, una ordenación improbable de actividad sináptica en mi cerebro, igualmente propulsada por energía, la que procede de la comida que ingerí hace poco, por supuesto, pero posibilitada por un orden subyacente en el cerebro, el cual evolucionó a su vez como resultado de milenios de selección natural entre individuos cuyas improbabilidades específicas se alimentaron de la transformación de energía. Tanto la vida como la tecnología consisten en disposiciones improbables del mundo, materializaciones de las consecuencias de una producción energética.
En la Guía del autoestopista galáctico de Douglas Adams,1 la nave espacial Corazón de Oro de Zaphod Beeblebrox (una metáfora de la riqueza) se propulsa con una «energía de improbabilidad infinita». Pero lo cierto es que sí existe un motor de improbabilidad casi infinita en el mundo real, aunque solo aquí, en el planeta Tierra, y es el proceso de la innovación. Las innovaciones adoptan numerosas formas, pero todas tienen una cosa en común que, además, comparten con las innovaciones biológicas que genera la evolución, y es que son formas mejoradas de improbabilidad. Es decir, todas las innovaciones, ya sean teléfonos inteligentes, ideas o éideres, son combinaciones improbables, raras, de átomos y bits digitales de información. Es astronómicamente improbable que los átomos de un teléfono inteligente se organicen por casualidad en millones de transistores y cristales líquidos, o que los átomos de un éider común se dispongan de manera que den lugar a vasos sanguíneos y plumas sedosas, o que las conexiones de las neuronas de mi cerebro generen un patrón tal que les permita representar, y en ocasiones incluso ponerlo en práctica, el concepto de «la segunda ley de la termodinámica». La innovación, como la evolución, es un proceso que consiste en el descubrimiento constante de maneras útiles de reordenar el mundo con poca probabilidad de emerger por casualidad. Las entidades resultantes son lo contrario de la entropía: son más ordenadas, menos aleatorias que sus ingredientes de partida. Y la innovación es potencialmente infinita porque, aunque no encuentre más cosas nuevas por hacer, siempre puede encontrar formas de hacer lo mismo con más rapidez o con menos energía.
De acuerdo con la segunda ley de la termodinámica, nuestro universo impone que la entropía no se puede revertir localmente a menos que haya una fuente de energía, la cual solo se consigue desordenando aún más otra cosa en otro lugar, de tal modo que aumenta la entropía de todo el sistema. Por tanto, la potencia del motor de improbabilidad está limitada tan solo por el suministro de energía. Mientras el ser humano aplique energía al mundo de maneras controladas, podrá crear estructuras cada vez más ingeniosas e improbables. El castillo de Dunstanburgh que diviso desde la isla es una estructura improbable, y las ruinas que se conservan de él después de 700 años son más probables, más entrópicas. En sus días de esplendor, el castillo se formó como consecuencia directa del consumo de grandes cantidades de energía, en este caso la procedente de los músculos de los obreros alimentados con pan y queso obtenidos a partir del trigo y de la hierba que crecía a la luz del sol y daba de comer a las vacas. John Constable, exacadémico de Cambridge y Kioto, señala que las cosas en las que nos basamos para conseguir una vida próspera son
todas ellas sin excepción estados físicos muy apartados del equilibrio termodinámico, y que hemos conferido al mundo, a veces durante largos periodos de tiempo, esas configuraciones ventajosas mediante la transformación de energía, cuyo uso redujo la entropía en un rincón del universo, el nuestro, y la incrementó en mayor medida aún en algún otro lugar de él. Cuanto más organizado e improbable se vuelve nuestro mundo, más riqueza obtenemos, y, como consecuencia, más se desordena el universo en su conjunto.
Innovación significa, por tanto, descubrir nuevas maneras de aplicar energía para crear cosas improbables y lograr que tengan éxito. Significa mucho más que inventar, porque el término implica el desarrollo de un invento hasta que triunfe por ser lo bastante práctico, accesible, fiable y ubicuo como para que valga la pena utilizarlo. El economista premiado con el Nobel Edmund Phelps define una innovación como «un método o producto nuevo que se convierte en una nueva práctica en algún lugar del mundo». En las páginas que siguen trazaré la sucesión de pasos que van desde un invento hasta una innovación, a través de la larga batalla para conseguir que una idea arraigue, a menudo mediante su combinación con otras ideas.
Y este es mi punto de partida: la innovación es el hecho más importante del mundo moderno, pero también uno de los menos comprendidos. Es la razón por la que la mayoría de la población tiene hoy una vida próspera e instruida, a diferencia de sus antepasados, la principal causante del gran enriquecimiento acaecido en los últimos siglos, la explicación sencilla de por qué la pobreza extrema está en caída libre en todo el mundo por primera vez en la historia: del 50 al 9 % de la población mundial en el transcurso de mi vida.
Según afirma la especialista en historia económica Deirdre McCloskey, lo que nos ha aportado a la mayoría un enriquecimiento sin precedentes es el «innovacionismo»: la costumbre de aplicar ideas nuevas para elevar el nivel de vida. Ninguna otra explicación del gran enriquecimiento en los últimos siglos tiene sentido. El comercio llevaba siglos en expansión y, con él, la explotación colonial, y por sí solos fueron incapaces de conseguir nada parecido a este orden de magnitud en el aumento de los ingresos. No había suficiente acumulación de capital para que se produjera el gran cambio, ningún «apilamiento de ladrillo sobre ladrillo, ni de licenciatura sobre licenciatura», en palabras de McCloskey. La gran expansión no se produjo de la mano de obra necesaria para ello; ni tampoco se debió a la revolución científica de Galileo y Newton, ya que la mayoría de las innovaciones que cambiaron la vida de las personas apenas se basó, al menos al principio, en conocimientos científicos nuevos, y pocos de los innovadores que depararon esos cambios tenían formación científica. De hecho, muchos de ellos, como Thomas Newcomen, inventor de la máquina de vapor, o Richard Arkwright, impulsor de la revolución textil, o George Stephenson, padre del ferrocarril, eran hombres con poca formación académica y de origen humilde. Muchas innovaciones precedieron a la ciencia en la que se basaban. Por tanto, la revolución industrial representó, en efecto, tal como sostiene Phelps, la emergencia de un sistema económico nuevo que generó innovación endógena como un producto en sí. Defenderé aquí que algunas máquinas contribuyeron a hacerlo posible. La máquina de vapor se reveló «autocatalítica»: permitió drenar minas, lo que redujo el coste del carbón, lo que a su vez abarató el precio de la siguiente máquina y facilitó su fabricación. Pero me estoy adelantando demasiado.
Las empresas que intentan parecer actuales recurren al término innovación con una frecuencia alarmante sin tener una idea clara o sistemática sobre cómo se produce. Lo sorprendente es que nadie sabe en realidad por qué surge la innovación ni cómo ocurre, por no hablar de cuándo y dónde volverá a suceder la próxima vez. Un especialista en historia económica, Angus Maddison, escribió que «el progreso técnico es la característica más esencial del crecimiento moderno y la más difícil de cuantificar o explicar»; otro, Joel Mokyr, dijo que los académicos «saben especialmente poco sobre la clase de instituciones que fomentan y estimulan el progreso tecnológico».
Consideremos el pan de molde, por ejemplo, el mejor invento para muchos. Si volvemos la vista atrás, es obvio que alguien acabaría ideando una forma de cortar el pan de manera automática para hacer bocadillos estandarizados. Es bastante obvio que sucedería durante la primera mitad del siglo xx, cuando las máquinas eléctricas hicieron furor por primera vez. Pero ¿por qué en 1928? Y ¿por qué en la pequeña localidad estadounidense de Chillicothe, en medio de Misuri? Muchas personas intentaron inventar una máquina para cortar y envasar pan en rebanadas, pero funcionaba mal o el pan se ponía duro por no estar bien empaquetado. La persona que lo consiguió fue Otto Frederick Rohwedder, quien había nacido en Iowa, se había formado como óptico en Chicago y había abierto una joyería en St. Joseph, Misuri, antes de regresar a Iowa decidido (por alguna razón) a inventar una máquina para cortar pan en rebanadas. Perdió el primer prototipo durante un incendio en 1917 y tuvo que volver a empezar desde el principio. Un detalle crucial fue que reparó en que debía inventar un empaquetado automático del pan al mismo tiempo para evitar que las rebanadas se endurecieran. La mayoría de las panaderías no mostró ningún...
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