CAPÍTULO VIII. VIOLENCIA DE GÉNERO
Con las pibas no
El 27 de mayo de 1996, Carolina Aló fue asesinada de 113 puñaladas por su novio, Fabián Tablado. En diciembre de 1998 fue condenado a 24 años de cárcel. Carolina estaba en el colegio y la dejaron salir porque confiaron en que su novio no era un peligro. Él la increpaba por un aborto que no solo era clandestino sino que además se cobraba la doble venganza de Tablado sobre su cuerpo. El asesinato de Carolina mostraba que no solo las mujeres casadas, recluidas en su hogar, maduras, cansadas, vencidas, desamparadas, acostumbradas, vejadas y entregadas –según la lista de prejuicios– eran víctimas de la violencia doméstica. También Carolina, también una piba, también en el colegio, también antes de casarse. También ella. También todas.
En estos años de auge de la crítica de medios (más que en intentar hacer medios con perspectiva de género), se acentuó que no todas las muertes son iguales. Es cierto que la mirada sobre los crímenes, según la cámara del crimen mediático, es un espejo de víctimas divididas –mostradas o escondidas– entre inocentes o culpables, entre quienes no les tendría que haber pasado eso o de una que se lo buscó, entre una que transita las mismas calles que los dueños de los medios y quien vive en una zona tan lejana como un terremoto que no retumba en los pies de quienes deciden de qué se habla y de qué se indigna o a quién se ignora.
Pero también es cierto que los medios no son balanzas de expedientes en donde cada gramo de historia pesa lo mismo. Ni tienen esa obligación equidistante e igualitaria de la justicia (que la justicia, con mucha mayor responsabilidad, incumple). A veces eso distorsiona; a veces, simplemente, toma una foto de muertes intolerables. La de Carolina, la de las pibas, lo son.
Lo mejor es que las coberturas no sean sensacionalistas, que no busquen el morbo, la lástima, la lágrima. Pero lo peor que pasó en estos años es que se habló mucho de femicidios pero ya ni siquiera en busca de lágrimas. Las lágrimas no alcanzan, pero es peor que falten. Las víctimas ni siquiera son abrazadas por el dolor social como María Soledad en Catamarca. La perspectiva de género creció en el activismo y en la academia, incluso en las redes sociales, pero con cuentagotas que no derramó –igual que el liberalismo no derrama justicia social– otros medios con una mirada que busque igualdad y libertad a las mujeres. Apenas resoplidos y, al contrario, apego al machismo más virulento de mesa de café y chicas decorativas, que si además de decorar hablan, se les cobra, y se les cobra el doble.
El periodismo de género se esfumó y el periodismo sensiblero desapareció. Quedó una cobertura excesiva, sin lucidez ni corazón. Ante ese panorama es preferible un periodismo con el corazón en la mano porque una adolescente fue asesinada que un periodismo amarillo que no busca ni evitar más muertes de adolescentes, ni justicia para ellas y sus familias. Y, por sobre todo, un periodismo que entienda que los femicidios no son inevitables.
No se puede llegar a femicidio cero, pero sí se puede abroquelar cada muerte para que no suceda como sucede el destino. Las muertes de mujeres son evitables y eso las hace más imperdonables, para sus asesinos y para el sistema de justicia y de protección del Estado que deja que las asesinen. Y para el periodismo que las cuenta como si fueran un anuncio de una tormenta.
Después de la muerte de Carolina Aló, en abril de 2000, se creó el programa Noviazgos Violentos por decisión de la Dirección de la Mujer de la Ciudad de Buenos Aires, la primera área creada para tratar la violencia y los problemas de derechos de las mujeres en Argentina y que, a contramano de la época, está cada vez más desfinanciada y desdibujada dentro de las políticas porteñas y ya no es reflejo e impulso para otros programas a nivel nacional. Después de dieciséis años, se habla mucho más, pero no se hace mucho más. No hay más atención, aunque sí más campañas. ¿A dónde van hoy las adolescentes que saben que no las pueden maltratar, pegar, empujar, controlar o disminuir? No hay programas suficientes de Noviazgos Violentos y ni siquiera ha crecido la atención. Se fomenta más la denuncia que la protección, la atención, la contención y el tratamiento para que salgan adelante las mujeres y las pibas víctimas y que no quieren serlo.
No se sale sola
Se puede salir adelante. Pero no se sale sola. Eso enseñó “Ni Una Menos”.
“No se sale sola, se sale con ayuda”, explicó Nicole Vázquez, rodeada de sus compañeras del Bachillerato Popular Trans Mocha Celis, en la primera marcha de “Ni Una Menos”, el 3 de junio de 2015. La gente amuchada en la calle no era una casualidad multiplicada. La lucha contra la violencia es un camino colectivo o un callejón sin salida. Los brazos. Las voces. Las escuchas. Los alientos. Los abrazos. La abrazan a Nicole, que está ahí con los labios rojos aguerrida. Que está ahí y, dice, podría no estar.
“Si no fuera porque me ayudaron y porque pedí ayuda, estaría presa o muerta. Yo estaba aislada y una persona me obligaba a prostituirme. No podía escapar. Vivía mucha violencia. Estaba secuestrada. Tenía mucho temor y por eso necesité apoyo de otra gente para poder salir”.
Corina Fernández decidió mudarse. No quería volver al PH de donde se escapó cuando las paredes de su casa se volvieron una cárcel. Contó con más deseo que dinero para mudarse, pero ni el minimalismo forzado por la necesidad de empezar de nuevo (sin siquiera un tenedor de su vieja vida) consiguió alguna mueca distinta de esa sonrisa que tan bien enmarca su pelo largo y abundante. El pelo es la parte de su cuerpo que más quiere; la que más le dolía cuando la amenazaban con tajearle todo, todo, hasta su color cobrizo.
El 2 de agosto de 2010, su ex pareja Javier Weber intentó matarla en la puerta de la escuela “Manuela Pedraza”, de Palermo, donde ella iba a dejar a las hijas de ambos. Él estaba disfrazado y le gatilló: “Te dije que te iba a matar, hija de puta”. La sentencia, el 8 de agosto de 2012, del Tribunal Oral Criminal Nº 9 de la Ciudad de Buenos Aires, lo condenó a 21 años de prisión y, por primera vez, caratuló la causa de tentativa de femicidio.
Otro aspecto importante de la sentencia es que nombra explícitamente la violencia de género y que descarta la emoción violenta como atenuante. El fiscal general de la Ciudad de Buenos Aires, Julio Castro, remarcó –en su alegato– la importancia de que la causa “trascienda el marco jurisdiccional” para evitar que otras mujeres víctimas de violencia de género queden tan desprotegidas como Corina Fernández, y solicitó que la sentencia sea enviada al Ministerio de Justicia para que “establezca políticas públicas”.
–Muchas veces se acusa a las mujeres de aceptar la violencia y de no animarse a hacer la denuncia. Pero ahora hay mujeres muertas después de separarse y denunciar. ¿Por qué?
–Las leyes están hechas, pero no hay una red social que lo sustente. Yo creo que hay que trabajar en el después de la denuncia. El día que yo lo denuncié me sentí liberada y creí que estaba más protegida, pero me di cuenta de que estaba más desprotegida que nunca. De puertas adentro, mal que mal, sabés cómo manejarte. Pero cuando lo denunciás, las cartas están jugadas sobre la mesa y la otra persona sabe que está todo mal porque lo denunciaste y se brota. El maltratador tiene el poder sobre vos, cuando perdió el poder empieza a querer mostrarte todo el poder que tiene, como cuando a mí me decía: “Vos no estás muerta porque yo no quiero, si estás viva es porque se me canta”.
–¿Qué se necesita para poder denunciar y no quedar más desprotegida?
–Yo me pude ir porque trabajaba y tenía una red social: la casa de mi mamá. Pero cualquier mujer violentada sabe que si hay un cartel que dice “no estás sola”, ese cartel está dirigido a vos. El tema es animarse. Es horrible. Pasé mucha vergüenza. Pero la volvería a pasar mil veces. Porque cualquier cosa es mejor a estar en ese lugar.
Inseguridad íntima: el mayor peligro está en las casas
La violencia doméstica es, para las mujeres, más peligrosa que la inseguridad en la calle que ocupa la pantalla permanente de los medios y las pancartas de los políticos. Aunque hay algunas radiografías que demuestran que los medios apuntan las cámaras hacia el miedo en la vía pública y se salen de foco. Por ejemplo, en el estudio “Femicidio íntimo”, de Susana Cisneros y Silvia Chejter, con datos suministrados por la Policía Bonaerense, se demostró que en el 70 por ciento de los 1.284 crímenes hacia mujeres cometidos en la Provincia de Buenos Aires (en una investigación realizada entre 1997 y 2003 que es tomada como reflejo de una situación que no cesa), el asesino de las mujeres era la pareja, ex pareja, marido, novio o ex novio de la mujer asesinada. Además, en 669 de esos asesinatos, las mujeres fallecieron por disparos. Mientras que en 191 de los crímenes, las novias o esposas fueron apuñaladas con armas blancas. No hace falta pedir un corte. Hay que cortar con la información que fuga el peligro afuera cuando el peligro está adentro. No sólo para llorar. También para cumplir y pedir mejores políticas públicas para frenar la violencia hacia las mujeres.
Entre el 1 de junio de 2015 y el 31 de mayo de 2016 fueron asesinadas 141 mujeres en su propia casa o en la casa que compartían con su pareja. La inseguridad íntima es el mayor peligro para las mujeres. La inseguridad entre cuatro paredes, sin testigos, sin escapatoria, sin nadie que vea, que escuche, que frene, que actúe. Entre cacerolas y sábanas que no cacerolean ni se vuelven fantasmas, sino pesadillas con los ojos abiertos. El peligro para las mujeres es su casa.
En un año, a partir de la multitudinaria marcha de “Ni Una Menos” de junio de 2015, se produjeron 275 femicidios y femicidios vinculados de mujeres y niñas, y 35 femicidios vinculados de hombres y niños (un femicidio vinculado es, por ejemplo, cuando se busca asesinar a una mujer pero se mata a sus hijos para lastimarla, a una maestra que intenta poner su cuerpo para protegerla, a su amante si se los encuentra juntos, a un escribano con el que estaba realizando una transacción, al padre o hermano que la defiende de un ataque, etc.), según una investigación realizada por el Observatorio de Femicidios “Adriana Marisel Zambrano”, dirigido por la Asociación Civil La Casa del Encuentro, con el apoyo de Fundación Avon, el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat y Naciones Unidas.
Todavía no hay un registro de femicidios oficial por falta de voluntad política. Se empezó a realizar bajo la órbita de la Secretaría de Derechos Humanos en los meses finales del kirchnerismo, pero los datos nunca se hicieron públicos. En el actual gobierno de Cambiemos tampoco se los quiere blanquear. Los costos, no solo internos sino internacionales, no son iguales cuando el Estado acepta que no puede garantizar la vida de sus ciudadanas porque nacieron mujeres. Esa falta de transparencia también habla de un Estado que no termina de mirar de frente a las mujeres que las matan por ser mujeres y que –en vez de avanzar– se culpan, esconden, retroceden o enferman por miedo a terminar muertas.
De las 275 mujeres asesinadas, 73 fueron acribilladas en su propia casa y 68 entre el piso y el techo compartido con su femicida. Hay 22 que perdieron la vida en otra casa, pero también entre cuatro paredes. Y de hogar dulce hogar, nada. Otras 8 dejaron de respirar entre el mismo aire compartido de la habitación de quien se atrevió a asesinarlas. Hay 141 argentinas menos desde el 3 de junio de 2015 que murieron desprotegidas por el blindaje de los ladrillos en donde, desde siempre, les dijeron que debían quedarse y sentirse plenas: una casa.
El mayor peligro para las mujeres no es la calle, sino no salir a la calle. No ir a trabajar, no ir a bailar, no ir a hacer deportes, no ir a estudiar, no juntarse con amigas o amigos, no ir a recitales, no visitar a su familia, no hacer talleres de tejido, reiki o cine.
No es que mataron a 275 mujeres más porque “Ni Una Menos” fue en vano. Las mataron porque no alcanza. Porque a la violencia machista de años no se la saca con pocos y pobres recursos presupuestarios o gestos de buena voluntad o despachos donde las mujeres hagan sus denuncias. Y como no alcanza, hay que pedir más. Más presupuesto para que las mujeres no solo denuncien sino que sean protegidas, contenidas y cuidadas después de denunciar. No hay Ni Una Menos sin presupuesto y políticas públicas. Y no es que no se haya hecho nada. Pero no solo falta –y falta mucho–, sino que se redobla la apuesta o las mujeres están en peligro.
O se avanza o se pone en peligro a las mujeres
El fenómeno de convocatoria de “Ni Una Menos” en el Congreso de la Nación, el 3 de junio de 2015, no nació de un repollo, sino de un largo y colectivo movimiento de mujeres. Pero la difusión por redes sociales y la repercusión en medios de comunicación generó una convocatoria que marcó un antes y un después en la Argentina y un fenómeno inédito de movilización en rechazo de la violencia machista en el mundo.
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