Yves Dezalay
Como muchos de sus alumnos, no lo dudo, descubrí la sociología al encontrarme con Pierre Bourdieu. Esta iniciación no se dio, sin embargo, a través de sus escritos o su enseñanza, sino de modo más banal, a través de un trabajo de estudiante. Adquirí el gusto por la sociología haciendo entrevistas y me convertí poco a poco en sociólogo a través del aprendizaje del oficio. Esta formación “en el terreno” también determinó mi tema de investigación. De hecho, gracias al extraordinario talento pedagógico de este maestro de pensamiento, esta primera experiencia de investigación sociológica no solamente me apartó de una carrera en el Estado, sino que originó una curiosidad duradera por las apuestas propias del campo del poder de Estado. Esto explica también mi inclinación por un trabajo de investigación que extiende esta problemática a nuevos terrenos, tales como las noblezas de Estado y más generalmente la movilización de saberes de Estado en luchas internacionales por la hegemonía. Así, tras más de cuarenta años de esta iniciación a través de la práctica, y tras un largo derrotero, mi trabajo continúa marcado por mi interés en las “guerras de palacio”. Este interés de hecho se ha intensificado al tomar conciencia de la diversidad entre las elites nacionales, modeladas en diferentes historias de formación estatal, muy distintas a la que ha producido una “nobleza de Estado” a la francesa. Y he vuelto al mismo enfoque y a las mismas preguntas al estudiar la reproducción de las elites en América Latina o en Asia, las redes de importación-exportación de saberes de Estado y las luchas para construir un conato de campo internacional del poder.
Tras terminar Sciences Po, con buenas calificaciones, seguí el camino de costumbre, tomando cursos de preparación para concursar en la École Nationale d’Administration (ena). Con el deseo de complementar la beca que me había sido otorgada para prepararme para el concurso, bastante generosa por cierto, me puse a buscar un trabajo. Entre un trabajo de medio día en un centro de estudios de British Petroleum y un pequeño trabajo, peor pago, de búsquedas bibliográficas, elegí este último por cuestión de comodidad: la biblioteca de la calle Saint Guillaume me era más familiar que las torres de los nuevos sectores de La Defense, y sobre todo, me quedaba más cerca. A la vez, estaba muy intrigado por los proyectos de investigación sobre la alta administración en los que estaba trabajando Alain Darbel, en colaboración con Pierre Bourdieu. Sobre todo porque me habían dejado entrever que, como parte del proyecto, estaba previsto realizar entrevistas a antiguos alumnos de la ena. Vi que tenía la oportunidad de conocer lo que veía como mi futura carrera. Así es como en el otoño de 1965, me reclutaron como asistente técnico en el Centro de Sociología Europea, donde me encontré con Pierre Bourdieu y todo el equipo de jóvenes investigadores que lo rodeaban.
Este encuentro, si bien accidental, fue decisivo. Al participar en la realización de las entrevistas, no solamente me alejaba de una carrera ya totalmente planificada, sino que sobre todo adquiría el gusto por la investigación sociológica. Tras haber pasado la mayor parte de ese año de preparación para el concurso en el ena entrevistando a decenas de altos funcionarios, ya no me encontraba muy motivado para presentarme al concurso. Había cumplido veinte años y tenía un gran interés en viajes lejanos. No veía con buenos ojos pasar mi vida en la monotonía de las oficinas parisinas, todas parecidas entre sí. Por otra parte, el trabajo de formación y discusión con el equipo de encuestadores, en el que Pierre Bourdieu ponía un gran cuidado, no sólo había tenido el efecto de desmitificar los discursos de Sciences Po sobre el honor del servicio público, sino que también me había hecho tomar conciencia del peso de los determinantes sociológicos. Provinciano, no disponiendo de relaciones mundanas ni de la soltura distinguida de los herederos de la alta nobleza de Estado, concluí que no podía esperar mucho del ser parte de los escalafones de elite que se abren para candidatos de perfil cosmopolita. En el mejor de los casos, me esperaba una trayectoria tan banal como aburrida en un ministerio de segundo orden. Esta cruda sociología contribuyó a minimizar el costo de mi renuncia a una carrera en la administración. De modo que no tenía mucho que perder en intentar una reconversión, si no hacia una carrera académica por la cual yo sentía algunas disposiciones, al menos hacia actividades intelectuales o profesionales, más abiertas a lo internacional y capaces de valorizar un capital más escolar que social.
En este sentido, parecía que había encontrado la solución. En sus investigaciones, Pierre Bourdieu y su equipo hacían un uso importante de herramientas estadísticas. Después de L’Amour de l’art, mantenían una estrecha colaboración con Alain Darbel, un estadístico administrador del Institut National de la Statistique et des études économiques (insee), quien me había reclutado. Este último me convenció para prepararme para el concurso de la École Nationale de la Statistique et de l’Administration [Escuela Nacional de Estadística y Administración], para adquirir habilidades estadísticas, algo fácilmente convertible en una llave de entrada al mundo de la investigación en ciencias sociales, y relativamente exportable fuera de Francia. A pesar de mis reticencias frente al cálculo de probabilidades y la econometría, esos eran dos argumentos de peso para un joven aprendiz de investigación, también tentado por una extraña carrera pero alejado de la cultura teórica y letrada que se obtiene en los cursos preparatorios en humanidades y en la Escuela Normal. Sin embargo, en oposición al caso de la sociología, esta conversión no era más que táctica y, por tanto, provisoria.
Efectivamente, el atajo por la estadística facilitó mucho mi entrada al mercado de la investigación pública. Demasiado, sin duda, pues esta facilidad demostró ser, en el largo plazo, un camino que no llevaba demasiado lejos. Pero en aquel tiempo no me preocupaba mucho. Había cumplido 24 años. Volvía cansado y sin dinero de un largo periplo por Asia. Así, cuando Alain Darbel me propuso entrar al nuevo servicio de coordinación de la investigación del Ministerio de Justicia para trabajar en la elaboración de un programa de investigaciones estadísticas sobre la familia y el divorcio, no lo dudé demasiado. Eso no iba a ser más que un simple interludio antes de retornar a América Latina, en donde había hecho muchos amigos. Sin embargo, dado que los militares impusieron un endurecimiento al régimen que llevó a mis amigos brasileños a un largo exilio, me quedé más de diez años. Mientras tanto, el matrimonio y los hijos habían frenado –provisoriamente– mis planes de viajes lejanos. Además, en estos años posteriores al ‘68, la tendencia ya no era hacia el exotismo, sino el retornar al terruño. Sin embargo, aunque la inversión en la carrera no era tan importante –¡sobre todo tratándose de una institución con vocación represiva!–, con los años fui tomando en serio mi trabajo de investigador sobre el derecho. ¡Una cuestión ardua para un sociólogo! Esto porque, en esa época, la sociología del derecho estaba dominada por la figura de [Jean] Carbonnier, que consideraba que ella no podía ser más que una ciencia “auxiliar”, orientada sobre todo a no socavar la credibilidad del derecho y evitar el cuestionamiento de los grandes sacerdotes. Se promovía una sociología cuantitativa que, al objetivar las categorías del derecho, contribuía a reproducir y legitimar científicamente las alternativas ideológicas de la taxonomía jurídica: en aquella ocasión, las de la estrategia reformista del derecho de familia que se intentaba en el campo doctrinal, jugando la carta de consejero del príncipe. En este sentido, ubicado en los servicios de investigación que dependían directamente del ministerio, estábamos muy bien ubicados para observar la instrumentalización de los argumentos sociológicos dentro de las maniobras políticas que se tejían alrededor del derecho: particularmente, las de los jóvenes radicales del Sindicato de la Magistratura que seguían el ejemplo de los cautelosos modernizadores. Para esta pseudosociología, estas luchas internas siguen siendo un punto ciego. La credibilidad de la ley lo requiere.
Afortunadamente, con la llegada de la década de 1980, el destino quiso que converjan tres cosas. Con la llegada de los socialistas, el Ministerio de Justicia se deshizo de los investigadores, y mi colega, Jaques Commaille, negoció magistralmente nuestra incorporación al Centre National de la Recherche Scientifique [Centro Nacional para la Investigación Científica] (cnrs), lo que nos dio un auténtico espacio de libertad científica. Pude finalmente desarrollar mi interés por los agentes del derecho y sus luchas de competencia. La coyuntura era propicia: el desembarco masivo de grandes firmas de abogados, producto de la aceleración del mercado común y el Big Bang de la City, estaban alterando las jerarquías y los habitus de ese mundo, hasta entonces cerrado. En Francia, como en toda Europa, la irrupción de la lógica del mercado promovió nuevos apetitos que no dudaron en poner en cuestión las estructuras de producción del derecho. Para entonces, los pruritos de una sociología respetuosa ya no eran apropiados. Aproveché la oportunidad para reactivar una tesis doctoral sobre la que venía trabajando por varios años, pero que ya no estaba en sintonía con las nuevas problemáticas de mi director, Luc Boltanski. Felizmente, Pierre Bourdieu, con quien había mantenido una buena relación, si bien un poco distante, aceptó recibirme una vez más entre sus estudiantes. Me instó fuertemente a continuar con mi investigación y no escatimó ayuda y asesoramiento para llevar a buen término este prologando doctorado. Así, tras un primer encuentro que había despertado mi vocación de investigador, es este reencuentro sostenido a partir de mediados de los ochenta el que verdaderamente marca mi entrada –tardía– al oficio de sociólogo. Unos años más tarde, yo mismo integraría el Centro de Sociología Europea, cerrando un paréntesis de más de treinta años.
Los últimos quince años, mi actividad de investigación ha estado esencialmente inspirada en las problemáticas desarrolladas por Pierre Bourdieu. Al mismo tiempo, debido a mi desvío por el derecho y lo internacional, me vi llevado a invertir en terrenos de investigación que se sitúan en la intersección de múltiples campos de prácticas. Tal vez porque yo mismo fui un marginal de la sociología, en razón de mi formación adquirida en el terreno, y tardíamente, es que me han interesado los objetos que se sitúan en las fronteras de los campos profesionales, cuestionando los límites de la Teoría de los Campos. Ello también me ha llevado a usarla de manera poco convencional, transformando ciertos instrumentos de análisis para adaptarlos a las particularidades de mis lejanos objetos de investigación. En esas ocasiones, Pierre Bourdieu se ha mostrado extraordinariamente abierto frente a los bricolajes conceptuales, aprobándolos con su autoridad a través de elogiosos prólogos.
Tras sugerirme que no me confine a los objetos clásicos, y jugando ya un rol de mentor pleno, me incitó a que asumiera riesgos. Siendo un pedagogo muy hábil, incitó mi costado internacionalista para que hiciera una sociología del mercado del derecho que mutaba con la apertura de las fronteras. Luego, esta me sirvió como llave de acceso al terreno desde al cual explorar un tema más ambicioso: el de las luchas por la globalización. Así, sus apoyos me han permitido profundizar una línea de investigación que se aparta de los territorios habituales –y de los usos canónicos– para aventurarme en terrenos reservados al derecho y la ciencia política. Tal exploración solo puede ser hecha sobre la base de alianzas tácticas con asociados que ocupan posiciones dominantes en el campo de los saberes de Estado. Esta es una estrategia no exenta de riesgos. ¡Yo ya había tenido experiencias duras! Afortunadamente, ahora me percibía como su discípulo y colaborador, y estaba de alguna manera inmunizado contra el trato “respetuoso” y “de auxiliar” que todos esperan naturalmente del “sociólogo de la casa”. Estaba protegido por su reputación y por su capital de autoridad académica. Y me dio su apoyo en todas las circunstancias. Incluso en relación con mis nuevas alianzas, que podían aparecer en oposición con sus propias tomas de posición en el campo de la política internacional. Así, cuando le conté de la estrecha cooperación que había establecido, por razones puramente pragmáticas, con un abogado muy bien inserto en los círculos profesionales e instituciones del poder norteamericanos, no solo se contentó con expresarnos públicamente su apoyo, sino que nos incitó a explotar completamente esta doble identidad social, que es tanto nacional como disciplinaria, e incluso política o ideológica: tanto como apoyo para ingresar con éxito a los círculos cerrados de los profesionales de lo internacional, como para colaborar en una sociología de las apuestas de la globalización, nos incitaba a utilizar esta doble perspectiva como dispositivo de investigación, que reproducía, a su manera, las líneas divisorias en esa lucha por la hegemonía global. Estas estrategias de doble juego son, por lo demás, habituales en las luchas de poder; y lo son también en el oficio de sociólogo, a pesar de ser raramente asumidas como tales. Quedo profundamente agradecido por esa formidable lección de reflexividad.