INCLUSIVO, un lenguaje hacia la(s) equidad(es)
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INCLUSIVO, un lenguaje hacia la(s) equidad(es)

Malena Zabalegui

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INCLUSIVO, un lenguaje hacia la(s) equidad(es)

Malena Zabalegui

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Este libro aborda el fenómeno lenguaje inclusivo desde una perspectiva integral, en base a un detallado análisis lingüístico, social y político, y con argumentos poco visitados en otros trabajos sobre el tema. Repasa críticamente todos los discursos a favor y en contra escuchados hasta el momento, y ofrece además una genealogía nacional, regional y mundial, tan necesaria para pensar los alcances de esta inquietante intervención en la lengua en común. Si bien puede funcionar como una guía práctica de uso, no se propone convencer sino comprender, y ofrece –por lo tanto– la posibilidad de adoptar prácticas lingüísticas no sexistas sin necesidad de alterar la lengua ya legitimada por las costumbres y las academias.INCLUSIVO, un lenguaje hacia la(s) equidad(s) es una invitación a pensarnos como hablantes responsables en el marco imprescindible de los derechos humanos.

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Información

Año
2021
ISBN
9789878714677
Edición
1
Categoría
Soziolinguistik

EMBESTIDAS Y RESISTENCIAS

El uso de lenguaje inclusivo –en cualquiera de sus variedades– cuenta con fervientes detractores. Sin embargo, lo curioso de los argumentos en contra de esta práctica equitativa es que no denuncian la exclusión de algún grupo humano minorizado (tal como ocurrió con las distintas versiones de lenguaje inclusivo), sino que –muy por el contrario– parecen manifestar el temor de cierto sector aventajado (minoritario en términos numéricos, aunque poderoso en términos de prestigio social y, no casualmente, masculinizado) ante una potencial pérdida de poder. Para quienes todavía prefieren las relaciones verticales a las horizontales, y naturalizan el sometimiento (el ajeno, claro) como si fuera algo inevitable o necesario, el lenguaje inclusivo representa una inaceptable ruptura del orden jerárquico establecido históricamente. Y no van a perder sin antes, patriarcal y previsiblemente, “dar batalla”.

Resistencias institucionalizadas

En esta línea de pensamiento, se ubica la Real Academia Española (RAE), organismo que –tras consultar con sus bolas de cristal– se apuró en presagiar el carácter de “moda pasajera” del lenguaje inclusivo. Aunque cualquier estudiante de lingüística básica sabe que es imposible –y, por lo tanto, irresponsable– hacer futurología en relación con el comportamiento de las lenguas, la RAE se expresa rápida y ominosa contra esta práctica popular, y transmite una firmeza que suena más a desesperación que a argumentación. Ante las innumerables consultas que el público le formulara oportunamente en twitter, la RAE contestó textualmente:
“El uso de la @ o de las letras “e” y “x” como supuestas marcas de género inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario, pues el masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado de la oposición de género.”
Esta escueta declaración, por sí sola, merecería un libro aparte, pero alcanzará con detenernos brevemente en los conceptos “supuestas”, “marcas”, “género inclusivo”, “ajeno”, “masculino no marcado” y “oposición de género” para comprender la misión abiertamente militante del organismo en cuestión.
En principio, la RAE impone a través de esta red social su propia ideología autoritaria y clasista al adjetivar innecesariamente a las marcas inclusivas como “supuestas”, o sea: apócrifas, falsas o imaginarias. Si el objetivo de la institución hubiera sido limitarse a informar públicamente cuál es su perspectiva sobre el tema, hubiera bastado con declarar “El uso de la @ o de las letras “e” y “x” como supuestas marcas de género inclusivo es ajeno a la morfología del español…”. Sin embargo, la RAE eligió aprovechar el comunicado para descalificar el habla de millones de personas al tildarla de “pretendidamente inclusiva en términos de género”, un agregado muy poco profesional y científico.
Otro dato curioso es que el organismo naturalice la existencia de “marcas” de género como si se tratara de algo lógico o necesario. ¿Por qué habría que marcar a un sustantivo como “femenino” y a otro como “masculino”, si no se trata de seres sexuados? ¿Qué tiene de femenino una silla en relación con un sillón? ¿La ausencia de apoya-brazos/falos? ¿Qué distingue a un portón de una puerta? ¿El hecho de ser más grande y fuerte, como un varón patriarcal? ¿Cómo no suponer que los inútiles géneros gramaticales sólo cumplen la función social de establecer categorías tendientes a arraigar un estricto binarismo sexual jerarquizado que termina siendo tan anti-natural como nocivo?
Además, la RAE comete una falta de concordancia (o delata una suma ignorancia en el tema) cuando expresa “marcas de género inclusivo”. Este nuevo lenguaje que proponen les jóvenes no pretende inventar un “género inclusivo”, sino eliminar las marcas excluyentes que la academia legitima. En todo caso, la RAE debería haber dicho “marcas de género inclusivas” porque lo que se está cuestionando es la capacidad de las marcas para incluir/excluir identidades. La palabra “inclusivo”, entonces, debería referirse a “marcas” y no a “género”. ¿Será que la RAE está ciega ante el concepto “marca”, pero obsesionada con el concepto “género”?
Además, reconoce que el uso de lenguaje inclusivo es ajeno a la morfología actualmente legitimada por la RAE, pero no parece comprender que es justamente la calidad imperfecta de tal legitimación arbitraria lo que el público usuario está intentando perfeccionar con esta propuesta, y tampoco parece recordar que toda lengua se encuentra siempre en permanente transformación, por lo que no hay motivos entonces para intentar detener ningún cambio. En palabras del Profesor en Lingüística Peter Trudgill, “todas las lenguas cambian todo el tiempo, (…) las únicas lenguas que no cambian son aquellas, como el latín, que nadie habla14. Como vemos, es inherente a cualquier lengua viva, a cualquier lengua que actualmente acompañe la vida de alguna comunidad humana, el transformarse para reflejar el sentir y el pensar actualizado de sus hablantes. ¿Quién, en su sano juicio, querría detener esta adecuación entre sentimientos, ideas y palabras? ¿Para lograr qué?
Por otra parte, la noción de ajenidad se presenta acá para imprimir una pretendida superioridad moral propia en contraste con esa otredad a la que la RAE considera “ajena”, impropia en el doble sentido de “no propia” y de “improcedente”. Con esta afirmación, el organismo ibérico parece ignorar que la lengua no es propiedad de las recientes15 academias sino del conjunto de sus legítimes hablantes y que, por lo tanto, toda modificación es procedente cuando surge del pueblo y existe el consenso popular. En este sentido, uno de los fundadores de la Universidad de Berlín, Wilhelm von Humboldt, ya en el siglo XVIII aseguraba que “el lenguaje es la manifestación externa del espíritu de los pueblos” (y no de las academias), y que “un pueblo puede conferir a la lengua que ha recibido una forma tan distinta de la que tenía que de hecho la convierta en una nueva lengua16. ¿A qué se resiste, entonces, la RAE?
La Real Academia Española también asegura que algo masculino puede ser no marcado pese a que jamás hubiera aceptado que lo femenino representara lo no marcado. A tal punto esto es así que los sustantivos femeninos ni siquiera figuran en los diccionarios17 y, por ejemplo, encontramos en tales libracos la entrada “niño, -a” que viola el orden alfabético legitimado, con el solo propósito de privilegiar lo masculino y evitar la inclusión de “niña, -o” que sería un orden tan lógico como normativo según la disposición establecida en el abecedario y en el propio diccionario. ¿Por qué el masculino es el género que se institucionalizó como “universal”? ¿Personas de qué género habrán decidido la prioridad de lo masculino como referente total/totalitario?
Por último, esta academia afirma que existe una “oposición de género”. ¿Por qué no habla de “dualidad de género” o “binomio de género”? ¿Acaso los sustantivos femeninos “se oponen” a los masculinos, y viceversa? Con esta elección de vocabulario, la RAE parece querer ubicar a los géneros –a los gramaticales, pero especialmente a los humanos– en espacios simbólicos enfrentados. ¿Estaremos, tal vez, ante una versión académica de la vetusta “guerra de los sexos”, con una velada intención de establecer ganadores y perdedores como en toda acción bélica?
Evidentemente, no estamos ante una explicación lingüística por parte de la RAE, sino ante una declaración política (lindante con el despotismo) empleada para reforzar y naturalizar los vínculos verticalistas: por un lado, la supremacía de lo masculino por sobre lo femenino; por otro lado, la supremacía de la propia RAE por encima de la voluntad y el sentir popular. ¿Con qué intención?
Resulta pertinente recordar acá que durante los siglos XV, XVI, XVII y XVIII, en la América18 colonizada se hablaban muy diferentes lenguas, todas en igualdad de importancia, hasta que la corona española –el imperio invasor– decidió imponer en estas tierras una política monolingüe castellana (del Reino de Castilla) para consolidar el aparato del Estado y someter más fácilmente a los pueblos usurpados. Al mismo tiempo, los colonizadores se encargaron de no traer imprentas a América para impedir así que la población invadida las utilizara para divulgar sus propias ideas revolucionarias a través de signos que los invasores no pudieran comprender. Tal como hacen las empresas monopólicas de comunicación hoy en día, los viejos conquistadores se ocuparon de imponer su propia lengua y su propio discurso como estrategia colonizadora. De hecho, es con esta premisa en mente que en 1713 se crea la Real Academia Española, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga, marqués de Villena: como una artillería pesada diseñada para generar inseguridad y terror, despojar de su patrimonio lingüístico ancestral a la población invadida, y exterminar a les desobedientes que se interpusieran en el camino Real.
No debe sorprendernos, entonces, que el lema de la institución sea desde entonces “Limpia, fija y da esplendor”. En nombre de una pretendida superioridad moral e higiénica, la RAE se propone “limpiar” (hacer desaparecer, aniquilar) de la lengua todo aquello que considere sucio (por ejemplo, la equidad sexual), “fijar” (cristalizar, esencializar) en el proceso los parámetros que resulten funcionales a su ideología (o sea, las relaciones verticalistas), y así “dar esplendor” a un sistema de signos que no sólo nunca pidió ni ambicionó grandiosidad, sino que se auto-regula perfectamente desde siempre sin necesidad de organismos monárquicos intervinientes. Tal como hace cualquier gobierno de facto, entonces, la RAE se autoproclama ideóloga de La Verdad (la verdad lingüística, la verdad sexual, la verdad política), y todavía no se entera de que es su propia existencia la que resulta verdaderamente innecesaria a la hora de diseñar y legitimar el habla de los pueblos.
Para comprender mejor la línea ideológica de la Real Academia Española, así como su militancia sexista intrínseca, basta verificar el listado de autoridades que informa a través de su página web. En él, no sólo las mujeres están claramente sub-representadas (y ni pensar en disidencias sexuales), sino que la propia morfología de la RAE se deforma al asegurar que Aurora Egido es “Secretario”, pero Carme Riera y Paz Battaner son “Primera” y “Segunda Vocal Adjunta”, respectivamente. Como vemos, la RAE se niega –incoherente– a aceptar la femineidad de una Secretaria de Gobierno (cargo relevante), aunque no tiene inconveniente en reconocer el género femenino de unas simples Vocales Adjuntas. ¿O será que cayó en su propia trampa y las confunde con las vocales del alfabeto, que son gramaticalmente femeninas? Cuando se trata de cargos menores y poco prestigiosos, la Real Academia Española y el discurso que nos legó como pesada herencia no sólo olvidan sus propias reglas, sino que parecen empeñados en señalar el carácter femenino de las ocupaciones menospreciadas, mientras se resisten –bien testarudos y militantes– a asociar los puestos de jerarquía con las femineidades. Así como –tristemente– para la persona monolingüe “no hay sino una lengua desde donde se piensa un solo mundo19, para les integrantes de la RAE no hay sino un género (el masculino) desde donde se piensa un solo mundo y desde donde se pretende regir a todo el mundo.
Quienes ya comprendieron que no es necesario, legítimo ni conveniente supeditarse a un organismo de la lengua extranjero proponen entonces que sea la Academia Argentina de Letras (AAL) la que se expida a favor o en contra del uso de lenguaje inclusivo. Tal vez con una dosis extra de patriotismo, aunque con igual vocación de sometimiento, hay quienes esperan que sea la academia local quien dirima la cuestión. Veamos, ahora, la línea ideológica de esta institución.
En su página web, la nómina de “los académicos de número” revela lo siguiente:
  1. Las mujeres ocupan sólo el 33% de los sillones. ¿Qué posibilidades efectivas tendrán ellas como para plantear cuestiones de equidad de géneros en la lengua, en caso de desear hacerlo?
  2. Como en el siglo pasado, ellas figuran con el apellido de casadas y esa preposición “de” que indica posesión o pertenencia al marido. Si se encuentran tan cosificadas como si fueran un bien mueble, propiedad de un varón, ¿qué agencia tendrán estas señoras como para poder advertir invisibilizaciones y jerarquizaciones de géneros en la lengua?
  3. Obviaron el año de nacimiento de 2 de las 5 académicas, aunque figura el de todos los 14 académicos. ¿Será que todavía consideran pudoroso revelar la edad de una mujer, con toda la carga sexista que eso supone?
  4. Incluyeron, curiosamente, el nombre de “los padres” de cada integrante (padre y madre, siempre primero el padre, otra vez sin considerar el gramatical orden alfabético), aunque el promedio de edad de esta nómina supera los 77 años y, por lo tanto, madres y padres de sus integrantes probablemente dejaron de existir hace décadas. ¿Acaso pretenden divulgar una supuesta alta alcurnia de sus miembros al incluir a sus antepasados en el cv?
La ideología vetusta de la AAL se hace evidente en una declaración de 2008 de su entonces presidente, Pedro Barcia. En una entrevista20, el académico aseguró que “el problema es que no hay familia sino hogar. Hay un lugar donde conviven, pero la familia significa que hay un padre que tiene que dar modelo de virilidad, de capacidad de decisión, de proyecto; alguien que los chicos vean que está imaginando cosas que tiene que hacer”. Fiel a su ideología conservadora y sexista, Barcia dijo esto bien entrado el siglo XXI, cuando les chiques ya estaban imaginando por sí mismes y poniendo en práctica el lenguaje inclusivo en sus hogares, muchos de los cuales son monomarentales21. Como vemos, don Pedro sólo concibe un único modelo de familia, uno liderado por un padre “viril”, “decidido”, “capaz de llevar adelante proyectos”, y niega así la autonomía de las personas para construir una masculinidad no hegemónica, desconoce la monumental capacidad de decisión de las mujeres, y ningunea la libertad de les hijes de adoptar los ejemplos adultos que mejor respondan a sus propias preferencias.
Otro dato probatorio de la dañina ideología del organismo es el hecho de que, en 2019, el actor Oscar Martínez –de reconocida ideología conservadora y anti-popular– fue nombrado académico de número de la AAL. Aunque el personaje en cuestión no terminó el secundario y jamás se dedicó al estudio de la lengua, desde la Academia Argentina de Letras justificaron su designación con el argumento de que ya habían ocupado ese puesto otras dos personalidades ajenas a la literatura. Sin embargo, se trató en aquellas ocasiones del Dr. Houssay y el Dr. Leloir, eminencias científicas que recibieron en su momento un premio Nobel cada uno. ¿Qué condición en común habrán tenido, entonces, los médicos laureados y Martínez como para ser merecedores de un preciado lugar en la AAL? Tal vez no resulte del todo descabellado suponer que Houssay, Leloir y Martínez fueron elegidos por la Academia Argentina de Letras por su compartida ideología anti-peronista. Y probablemente no fueron los únicos. ¿Acaso el pueblo argentino –bienintencionado, pero estratégicamente desinformado– está consultando y enalteciendo a una organización político-partidaria disfrazada de academia neutral?
Resulta escalofriante comprobar la cantidad de ideólogues de derecha que ocuparon y aún ocupan los sillones de la AAL. Y más escalofriante todavía recordar que esta institución fue creada en 1931, por decreto y bajo la dictadura del general José Félix Uriburu. ¿Qué profundas motivaciones lingüísticas y filológicas habrán inspirado al dictador como para convencerse de la necesidad de fundar este organismo? ¿Qué urgencias filosóficas y humanistas habrán iluminado al militar como para que decidiera dar prioridad en su agenda a la creación de la AAL sólo unos pocos meses después de haber usurpado el poder por medio de las armas?
El propio estatuto de la Academia Argentina de Letras –hoy vigente– parece reconocer que poco tuvieron que ver las motivaciones filológicas o humanistas: su texto admi...

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