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Descripción del libro
Los dos volúmenes de Una historia de India moderna abordan los procesos históricos sucedidos entre los siglos XVIII y XX en India y Gran Bretaña (y en el mundo) que dieron forma a la primera como una nación moderna e independiente. Escritos en la tradición hermenéutica con impulsos derivados de las perspectivas de los estudios subalternos y de género, los cuatro capítulos del primer volumen ofrecen: vistas del mundo colorido y cosmopolita del siglo XVIII, el surgimiento de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales; la "misión civilizatoria" y sus efectos vivaces. El último capítulo indaga los efectos vitales de la política de la reina Victoria, que asumió el poder directo en 1858.
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Información
1. EL COLORIDO MUNDO DEL SIGLO XVIII
“Jab chod chale Lucknow nagari…” [Mientras/cuando deje la ciudad de Lucknow], se lamentaba el nawab poeta Wajid Ali Shah en la víspera de su partida de Lucknow, cuando la Compañía Inglesa de las Indias Orientales anexó formalmente a Awadh en 1856. ¿Qué era esta nagari de Lucknow y cómo se había vuelto tan preciada para el nawab? Para comprender este lamento y esta nostalgia, debemos adentrarnos en la Lucknow de finales del siglo XVIII, la ciudad vibrante y dinámica adonde Asaf-ud-Daula trasladó su capital en 1775. Asaf-ud-Daula sucedió a su padre, el valeroso rey guerrero Shuja-ud-Daula, quien había unido fuerzas con el nawab de Bengala, Mir Qasim, y con el emperador mogol Shah Alam II para luchar contra la Compañía Inglesa de las Indias Orientales en la batalla de Buxar en 1764, y había resguardado celosamente la autonomía de Awadh hasta su muerte.
El joven nawab Asaf-ud-Daula, quien era “gordo y disoluto” y adverso a la política, dejó los engorrosos asuntos de gobierno en manos de su segundo al mando, Murtaza Khan, desmanteló la corte en Faizabad y se mudó a la pequeña ciudad provincial de Lucknow, lo que le permitió evadir la influencia de su poderosa madre y de los empleados y dependientes de su padre. La mudanza volteó de cabeza la administración de Awadh y destrozó la autonomía que Shuja había fomentado. Sin embargo, la falta de prestigio político se compensó con la prominencia cultural que Lucknow adquirió con el paso del tiempo. El nawab, que era “depravado, corrupto y extravagante” y, al mismo tiempo, “refinado, dinámico y generoso”, fundó una ciudad que reflejaba su vistosidad. Lucknow estaba “repleta de extravagancia y excesos” y atrajo a pioneros, vagabundos y otros que buscaban progreso social y económico. Sus filas se llenaron con “los ‘imperialistas’ menos probables del siglo XVIII y los perfiles más destacados de entre aquellos que se forjaron a sí mismos” (Jasanoff, 2005, p. 51).
Esta imagen de India en el siglo XVIII contrasta marcadamente con aquella evocada en los debates que la rodean. Durante mucho tiempo, el siglo XVIII se consideró como un periodo de decadencia y caos para India, un interludio inexorable entre el colapso del imperio mogol y el ascenso del británico. Al mismo tiempo, esta noción y la separación arbitraria de un siglo como categoría de análisis independiente motivaron que se trabajara intensamente al respecto, lo que generó una comprensión más rica y modificó las percepciones que se tenían sobre el asunto anteriormente. El hecho de que el siglo XVIII mantenga su importancia como materia de análisis se refleja en la publicación continua de antologías sobre el tema (por ejemplo, Alavi, 2002; Marshall, 2005). Resulta interesante notar que el estudio del siglo XVIII no sólo se considera relevante para India, sino también para Asia. La historiografía de India se ajusta al debate más amplio sobre el siglo XVIII como un periodo de deterioro para el continente asiático en términos de comercio marítimo y del ascenso y la intrusión de intereses comerciales, mercantiles e imperiales europeos en países asiáticos debido a ciertos desarrollos significativos en Europa. En la década de 1930 Job van Leur, un historiador y administrador holandés, contrarrestó este análisis eurocéntrico que se enfocó en el siglo XVIII únicamente en términos de lo que ocurría en Europa y sus implicaciones para la misma.
En una reseña pionera del cuarto volumen de Geschiedenis van Nederlandsch Indië [Historia de las Indias Holandesas] que se escribió en 1940, Van Leur defendía una historia asiacéntrica yuxtaponiendo la vitalidad y la fuerte continuidad de la historia asiática con los cambios trascendentes y abruptos que se daban en Europa. En el siglo XVIII dicha continuidad se confirmó con la presencia de entidades políticas dinámicas en Asia a las que no interrumpió la invasión europea, desde Persia en el occidente hasta Japón en el Lejano Oriente.
El análisis de Van Leur presenta problemas evidentes, pero su provocativa tesis inspiró una gama de escritos revisionistas que debatieron vigorosamente los modelos de continuidad y de cambio en Asia. Para el historiador de Cambridge Christopher Bayly, gran defensor de la tesis de la continuidad, el ensayo de Van Leur es más “heurístico” que un ejercicio de historiografía sustantivo. De acuerdo con Bayly, lo que hay que preguntarse sobre el siglo XVIII no es si hubo cambio, continuidad, disolución o resiliencia en las sociedades asiáticas, sino por qué permanecieron muchas características del orden anterior a pesar de la transformación de la economía mundial y del trasplante del Estado europeo a Asia (Bayly, 1998b, p. 301). Para nosotros, la pregunta es, más bien, cuáles fueron los efectos del “trasplante del Estado europeo” sobre las características duraderas de las sociedades asiáticas y cómo esta resiliencia afectó al Estado europeo que se intentaba trasplantar. Además, ¿este traslado ocurrió sólo en el siglo XVIII, o la presencia europea desde el XVI y el XVII afectó la naturaleza de las entidades políticas incipientes (Subrahmanyam, 2001, pp. 3-4)? ¿Es posible que la combinación de cambios en proceso y sucesos nuevos produjera fascinantes enredos y le otorgara una nueva vivacidad al siglo XVIII?
EL FIN DE UN IMPERIO
En 1707, el año en que murió Aurangzeb, el imperio mogol había alcanzado sus confines físicos más lejanos. La conquista de los reinos de Bijapur y Golconda a finales de la década de 1680 causó la expansión del imperio hasta el límite sur de la península de Decán y colocó a casi todo el subcontinente bajo dominio mogol. No obstante, la estructura imperial mogola colapsó en los 40 años posteriores a la muerte de Aurangzeb. Para mediados de siglo, el imperio estaba en ruinas y sus vastas posesiones se habían reducido a un “pedazo de territorio más o menos rectangular de unas 250 millas de norte a sur y 100 millas de ancho” (Spear, 1951, p. 5). ¿Cómo debemos entender esta aparente paradoja?
Para ello debemos describir brevemente las “líneas de falla” del sistema administrativo mogol (Metcalf y Metcalf, 2003, p. 28). Para empezar, el emperador mogol era Shah-en-Shah, rey de reyes, un soberano entre muchos (Bayly, 1988a, p. 13), no el único soberano “déspota”. Por tanto, el imperio tenía amplia experiencia en dar cabida a la competencia y negociar entre diferentes grupos de nobles y aristócratas, de funcionarios militares y recaudadores, entre quienes la autoridad se distribuía jerárquicamente. El emperador se ubicaba en la cúspide de esta estructura “segmentaria” (Stein, 1980; 2010) y los miembros de la aristocracia le debían lealtad personal en diversos grados. El funcionamiento efectivo del sistema dependía de que el emperador manipulara juiciosamente los conflictos y mantuviera el equilibrio.
Asimismo, había un aparato administrativo centralizado que desarrolló el genial emperador Akbar en el siglo XVI y que vinculó íntimamente a la burocracia y a la aristocracia militar. El poder se distribuía y se delegaba entre la élite de una manera que fortalecía la base militar del “estado de guerra” y mantenía la supremacía del emperador. El sistema mansabdari confería a cada mansabdar, u oficial militar, un rango numérico doble de jat y sawar, donde el jat significaba el rango personal y el sawar denotaba el número de jinetes que el mansabdar debía mantener para el Estado mogol. En la mayoría de los casos el pago del servicio y la manutención de los soldados y los caballos se realizaban con la asignación del derecho a recaudar impuestos de un jagir (latifundio). Había dos tipos de jagir: el tankha (transferible) y el vatan (intransferible), pero dada la lógica del sistema, la mayoría eran transferibles. Los vatan jagir representaban un acuerdo con príncipes y terratenientes locales poderosos, quienes ofrecerían lealtad al emperador sólo con la condición de que sus tierras se reconocieran como vatan. Si bien algunos príncipes y terratenientes se convirtieron en funcionarios mogoles por medio del reconocimiento de jagires vatan en regiones controladas directamente por el imperio, los príncipes poderosos de las periferias mantuvieron su autonomía sobre asuntos internos y sólo estuvieron de acuerdo en pagar un tributo anual al emperador en reconocimiento de su condición general como monarca protector.
Sin duda, el sistema mansabdari consolidó la posición del emperador como Shah-en-Shah: él otorgaba, transfería o rechazaba a voluntad rangos y jagires, y el poder se confería con base en la lealtad directa que se le guardara. El gobierno imperial ejercía el derecho a convocar y despachar mansabdares con sus contingentes a cualquier lugar y en cualquier momento necesario. Este aparato centralizado permitió a una monarquía absoluta mantener su control y posición y funcionar durante 150 años sin ninguna amenaza seria (Habib, [1963] 1999a, pp. 364-365).
Al mismo tiempo, el sistema produjo una intensa competencia entre varios grupos étnicos y de casta que conformaban la nobleza mogola. Además, empujó al Estado mogol a expandir sus territorios constantemente, pues era la única manera de aumentar los recursos y de asignar nuevos jagires.
Las guerras de Aurangzeb en Decán fueron onerosas y llevaron a la tesorería a sus límites. La adquisición de nuevos territorios incluyó a nuevos jugadores en la lucha por prestigio y autoridad. En particular, la incorporación a la aristocracia de lo que se conoce como grupo del Decán acrecentó la tensión y los conflictos entre la nobleza establecida, que se componía de facciones iraníes, turaníes e indostanas. Estos grupos resentían el favor que Aurangzeb mostraba como gesto diplomático a los nuevos mansabdares y comandantes reclutados en los territorios derrotados de los sultanatos de Bijapur y Golconda en el sur (Stein, 2010, p. 181). Por otro lado, los oficiales estacionados en el Decán se quejaron de que los escasos impuestos generados por sus jagires resultaban insuficientes para solventar sus gastos, por lo que los vínculos que unían a funcionarios nuevos y antiguos en ese territorio con el imperio mogol perdieron fuerza gradualmente. De hecho, los mansabdares, afectados por la brecha en la demanda y la recaudación real de impuestos, redujeron el número de soldados y de caballos que debían mantener y trataron de extraer el mayor tributo posible de los terratenientes y los campesinos, lo cual generó descontento entre estos últimos y a la vez debilitó el poder militar del imperio.
En los años que transcurrieron entre 1689 y 1719 hubo agitaciones en el corazón del imperio. Los jefes jats y los zamindares en Agra y en Mathura se rebelaron abiertamente y utilizaron su posición estratégica para interceptar y saquear los “trenes tirados por bueyes repletos de tesoros y comercio que se introducían en la cuenca del Ganges desde el Decán”, lo que provocó el abandono de esa ruta (Stein, 2010, p. 182). El ejército de Aurangzeb, que se había desplegado para subyugar a los jats, sufrió una humillación, y los siguientes intentos por sofocar la revuelta hicieron que algunas casas rajputs descontentas apoyaran a los jats, decididas a oponerse a la reinstauración del control imperial. Aurangzeb falleció en esta coyuntura crítica, lo que dio lugar a una lucha de poder entre los tres hijos que le sobrevivieron. El ganador, Muazzam, ascendió al trono con el título de Bahadur Shah. En ese momento tenía 63 años de edad y moriría al transcurrir los siguientes cinco.
Bahadur Shah no pudo hacer mucho para detener la decadencia. La revuelta de los jats había alentado a otras fuerzas recalcitrantes —los sikhs en Punjab y los marathas en el Decán— a desafiar la autoridad mogola. Los sikhs, un grupo desarticulado y divergente que se encontraba diseminado por el norte de India, sobre todo en los centros urbanos de la vasta llanura del Ganges (Oberoi, 1997, p. 42), eran seguidores del gurú Nanak (1469-1539), un hindú de casta superior que fundó la comunidad sikh en el Punjab central en la década de 1520 (Mann, 2001, p. 3). Bajo la guía de una línea de gurúes, la comunidad evolucionó y expandió su base, y para inicios del siglo XVII llegó a percibirse como una amenaza para la administración mogola en Lahore. Las tensiones entre sikhs y mogoles llevaron a la ejecución en Lahore del quinto gurú, Arjan (1563-1606), tras lo cual el centro sikh se mudó a las colinas de Shivalik. El décimo gurú, Govind Singh (quien nació en 1666 y fue gurú de 1675 a 1708), disolvió la línea de gurúes personales y confirió la autoridad de éstos al Adi Granth (el libro original, la escritura primordial que contiene las enseñanzas del gurú Nanak) y al panth (sendero) sikh, que más adelante incluyó a la comunidad (Mann, 2001, p. 3).
A inicios del siglo XVIII los sikhs tuvieron el liderazgo de Banda Bahadur, un carismático sikh nacido musulmán que adquirió poder político tras el homicidio del último gurú, Govind Singh. Anteriormente, a fines del siglo XVII los marathas gobernados por Shivaji también habían logrado demostrar la vulnerabilidad del ejército mogol. Por supuesto, ello no significó que hubiera un nuevo “sistema maratha” o un “Maharashtra de Shivaji” del siglo XVII; más bien, hubo un proceso “gradual y multifacético de centralización” que convivió con diversas instituciones e identidades centrífugas hasta bien entrado el siglo XVIII (Perlin, 1985). Sin embargo, a finales del siglo XIX y durante el XX y el XXI la resistencia de Shivaji ha llegado a considerarse como un desafío “hindú” a la agresión “musulmana”, y se le ha apreciado como un héroe popular y en ocasiones como un héroe nacional “hindú”. De manera similar, ...
Índice
- PORTADA
- PORTADILLAS Y PÁGINA LEGAL
- DEDICATORIA
- ÍNDICE
- AGRADECIMIENTOS
- INTRODUCCIÓN: EL IMPERIO Y LA COLONIA
- 1. EL COLORIDO MUNDO DEL SIGLO XVIII
- 2. LA APARICIÓN DEL RAJ DE LA COMPAÑÍA
- 3. UN SIGLO INAUGURAL
- 4. REEDIFICACIÓN
- REFERENCIAS
- SOBRE LA AUTORA
- COLOFÓN
- CONTRAPORTADA