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eBook - ePub
Observaciones Sobre el Sentimiento de lo Bello y lo Sublime
Descripción del libro
Más que de estética, en el sentido estricto de la palabra, este tratado explora asuntos diversos como la moral, la psicología, la descripción de los caracteres individuales y nacionales. Temas que pueden ocurrirse alrededor del asunto principal. Es una obra sencilla, llena de ingenio y alegría. Kant, ataca por primera vez el problema estético, y aunque sus ideas fundamentales acerca del arte y la belleza se hallan sistemáticamente expuestas en su obra posterior, la "Crítica del Juicio", tienen aquí cierto interés para el conocimiento de los orígenes de la estética Kantiana. Esta obra está plagada de delicadas ocurrencias, de certeras observaciones y de agudas críticas.
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Información
Categoría
PhilosophyCategoría
Philosophy History & TheorySECCIÓN II
Sobre las propiedades de lo sublime y de lo bello en el hombre en general
La inteligencia es sublime; el ingenio, bello; la audacia es grande y sublime; la astucia es pequeña, pero bella. «La circunspección —decía Cronwell— es una virtud de alcalde». La veracidad y la rectitud son sencillas y nobles; la broma y la lisonja obsequiosas son finas y bellas. La amabilidad es la belleza de la virtud. La solicitud desinteresada es noble. La cortesía y la finura son bellas. Las cualidades sublimes infunden respeto; las bellas, amor. Los que sienten principalmente lo bello, sólo en casos de necesidad buscan sus amigos entre los hombres rectos, constantes y severos; prefieren tratarse con gentes bromistas, amables y corteses. Se estima a algunos demasiado para que pueda amárseles. Infunden asombro, pero están demasiado por encima de nosotros para que podamos acercarnos a ellos con la confianza del amor.
Aquellos en quienes se dan unidos ambos sentimientos, hallarán que la emoción de lo sublime es más poderosa que la de lo bello; pero que si ésta no la acompaña o alterna con ella, acaba por fatigar y no puede ser disfrutada por tanto tiempo. Los elevados sentimientos a que a veces se exalta la conversación de una sociedad escogida deben tener sus intermedios de broma regocijada, y las alegrías rientes deben formar, con los rostros conmovidos y serios, el hermoso contraste en que alternan espontáneamente ambos sentimientos. La amistad presenta principalmente el carácter de lo sublime; el amor sexual, el de lo bello. La delicadeza y el respeto profundo dan, sin embargo, a éste último cierta dignidad y elevación, mientras las bromas traviesas y la confianza le acentúan el carácter bello. La tragedia se distingue, en mi sentir, principalmente de la comedia en que la primera excita el sentimiento de lo sublime, y la segunda el de lo bello. En la primera se nos muestra el magnánimo sacrificio en aras del bien ajeno, la decisión audaz y la fidelidad probada. El amor es en ella melancólico, delicado y lleno de respeto; la desdicha de los demás despierta en el espectador sentimientos compasivos y hace latir su corazón con desdichas extrañas. Nos sentimos dulcemente conmovidos y vemos íntimamente la dignidad de nuestra propia naturaleza. La comedía, en cambio, presenta sutiles intrigas, confusiones asombrosas, gentes despiertas que saben salir de apuro, tontos que se dejan engañar, bromas y caracteres ridículos. El amor no es aquí tan triste, sino alegre y confiado. Lo mismo que en otros casos, sin embargo, puede en este hacerse compatible hasta cierto grado lo noble con lo bello.
Hasta los vicios y los defectos morales contienen a veces en sí algunos rasgos de lo sublime o de lo bello; por lo menos así aparecen a nuestro sentimiento sensible, prescindiendo del juicio que puedan merecer a ojos de la razón. La cólera de un hombre terrible es sublime; tal la de Aquiles en la Ilíada. En general, el héroe de Homero tiene una sublimidad terrible, y el de Virgilio, noble. El vengar una gran ofensa de un modo claro y atrevido tiene en sí algo de grande, y por ilícito que pueda ser, produce, al ser referido, una emoción al mismo tiempo terrorífica y placentera. Sorprendido Schach Nadir en su tienda por algunos conjurados, exclamó, según refiere Hamway, después de haber recibido ya algunas heridas, defendiéndose a la desesperada: «¡Piedad! Os perdonaré a todos». Uno de ellos respondió, levantando el sable: «Tú no has mostrado compasión ninguna, y tampoco la mereces». La temeridad decidida de un granuja es muy peligrosa; pero cuando la oye uno referir, impresiona, y aunque el héroe vaya a terminar en una muerte vil, la ennoblece en cierto modo cuando marcha, a ella arrogante y despectivo. Por otro lado, en un proyecto astuto, aunque su objeto sea una picardía, hay algo fino y excita la risa. El deseo de seducir o coquetería, en un sentido delicado, es decir, de admitir las atenciones y excitarlas, es acaso censurable en una persona amable ya de por sí, pero resulta, con todo, bello y comúnmente preferible a la actitud grave y seria.
La figura de las personas que agradan por su aspecto externo reviste, ya uno, ya el otro género de sentimiento. Una elevada estatura conquista prestigio y respeto; una pequeña, confianza. El cabello oscuro y los ojos negros tienen más afinidad con lo sublime; los ojos azules y el tono rubio, más con lo bello. Una edad avanzada se une más bien con los caracteres de lo sublime; en cambio, la juventud, con los de lo bello. Lo mismo ocurre con la diferencia de clases sociales, y hasta la indumentaria puede influir en la diferente calidad de estas impresiones, que aquí sólo tocamos de pasada. Las personas altas y de apariencia deben procurar en sus trajes la sencillez, o a lo más, la magnificencia; las pequeñas pueden usar de adornos y perifollos. A la vejez convienen los colores oscuros y la uniformidad; la juventud brilla en los colores claros y las formas de contrastes inanimados. Entre las clases sociales, a igualdad de fortuna y rango, deben los eclesiásticos mostrar la mayor sencillez, y el hombre de estado la mayor magnificencia. El chichisbeo puede adornarse como guste.
En las circunstancias externas de felicidad existen también, por lo menos en la imaginación de los hombres, algo que cae dentro de estas emociones. Un alto nacimiento y un título inclinan a los hombres al respeto. La riqueza, aun sin merecimientos, inspira reverencia hasta a gentes desinteresadas, porque acaso les sugiere la idea de los grandes proyectos que permite realizar. Este respeto aprovecha en ocasiones a mucho rico granuja que jamás realizará tales cosas, y no tiene la menor sospecha del noble sentimiento que sólo puede hacer estimable la riqueza. Lo que acrecienta lo malo de la pobreza es el menosprecio, que ni aun con merecimientos puede ser borrado por completo, al menos ante los ojos vulgares, a no ser que rango y título engañen este sentimiento grosero y lo falseen ventajosamente para él en cierto modo.
Nunca se encuentran en la naturaleza humana cualidades loables sin que al mismo tiempo las degeneraciones de las mismas no terminen por infinitas gradaciones en la imperfección más extrema. La cualidad de lo sublime terrible, cuando se hace completamente monstruoso, cae en lo extravagante. Cosas fuera de lo natural, por cuanto en ellas se pretende lo sublime, aunque poco o nada se consiga, son las monstruosidades. Quien guste de lo extravagante o crea en él, es un fantástico. La inclinación a lo monstruoso origina el chiflado. Por otra parte, el sentimiento de lo bello degenera cuando en él falta por completo lo noble, y entonces se le denomina frívolo. A una persona masculina de este género, cuando es joven, se le conoce por un lechuguino; en la edad madura es un fatuo; y como lo elevado o sublime es más necesario que nunca en la vejez, resulta que un viejo verde es la más despreciable criatura de la creación, así como un joven chiflado la más antipática e insoportable. Las bromas y la jovialidad entran en el sentimiento de lo bello. Con todo, puede en ellas transparentarse bastante inteligencia, y en este sentido resultan más o menos afines con lo sublime. Aquél en cuya jovialidad esta mezcla es imperceptible, desbarra. Y si esto le sucede de continuo, acaba en mentecato. Fácilmente se advierte que también gentes avisadas desbarran a veces, y que no se necesita poco ingenio para jugar con el entendimiento sin dar alguna vez una nota falsa. Aquél cuya conversación ni divierte ni conmueve, es un fastidioso, y si además se esfuerza en conseguir ambas cosas, resulta un insípido. Cuando el insípido es, además, un envanecido, viene a parar en tonto.
Con algunos ejemplos voy a hacer algo más inteligible este extraño compendio de las debilidades humanas; quien carece del buril de Hogarth tiene que suplir con la descripción las deficiencias de la expresión en el dibujo. El arrostrar audazmente los peligros por nuestros derechos, por los de la patria o por los de nuestros amigos, es sublime. Las cruzadas, la antigua caballería, eran extravagantes; los duelos, resto desdichado de ella, originado de un equivocado concepto del honor, son monstruosos. Un melancólico alejamiento del mundano bullicio a consecuencia de un fastidio legítimo, es noble. La devoción solitaria de los antiguos eremitas, era extravagante. Los conventos y los sepulcros de tal género para encerrar santos vivos, son monstruosos. El dominio de las pasiones en nombre de principios, es sublime. Las mortificaciones, los votos y otras virtudes monacales, son más bien cosas monstruosas. Entre las obras del ingenio y del sentimiento delicado, las poesías épicas de Virgilio y Klopstock, se quedan en lo noble; las de Homero y Milton, caen en lo extravagante. Las metamorfosis de Ovidio, son monstruosas, y los cuentos de hadas de la superstición francesa, son las más lamentables monstruosidades jamás imaginadas. Las poesías anacreónticas están a menudo muy cerca de lo frívolo.
Las obras de la razón y del entendimiento penetrante, en cuanto sus objetos, encierran también algo de sentimiento, participan en cierto modo de las indicadas diferencias. La representación matemática de la magnitud inconmensurable del universo, las consideraciones de la metafísica acerca de la eternidad, de la providencia, de la inmortalidad de nuestra alma, contienen un cierto carácter sublime y majestuoso. En cambio, hay muchas sutilezas vanas que desfiguran la filosofía. La apariencia de profundidad no impide que las cuatro figuras silogísticas merezcan ser contadas entre las monstruosidades de escuela.
En las cualidades morales sólo la verdadera virtud es sublime. Existen algunas, sin embargo, que son amables y bellas, y en cuanto armonizan con la virtud pueden ser consideradas como nobles, aunque no deba incluírselas en la intención virtuosa. El juicio sobre todo esto es sutil y complicado. No puede, ciertamente, denominarse virtuoso el estado de ánimo del cual se originan actos que también la virtud inspiraría, porque los motivos que inspiran tales actos, aunque casualmente coinciden con la virtud, pueden, por su naturaleza, entrar a menudo en conflicto con las reglas generales de la virtud. Una cierta blandura, que fácilmente lleva a un cálido sentimiento de compasión, es bella y amable, pues muestra una bondadosa participación en el destino de otros hombres, a la que llevan igualmente los principios de la virtud. Pero esta buena pasión es débil y siempre ciega. Supongamos que tal sentimiento os mueve a socorrer con vuestros recursos a un necesitado en ocasión en que debemos...
Índice
- ÍNDICE
- SOBRE EL AUTOR
- INTRODUCCIÓN
- SECCIÓN I Sobre los diferentes objetos del sentimiento de lo sublime y de lo bello
- SECCIÓN II Sobre las propiedades de lo sublime y de lo bello en el hombre en general
- SECCIÓN III Sobre la diferencia entre lo sublime y lo bello en la relación recíproca de ambos sexos
- SECCIÓN IV Sobre los caracteres nacionales en cuanto descansan en la diferente sensibilidad para lo sublime y lo bello
- FIN