La conformación
de un cuerpo político
Las cédulas con las que Carlos V ratificó la fundación de Nueva España llegaron a manos de Cortés en 1523. Para entonces, los españoles y sus aliados indígenas habían vencido a los mexicas en Tenochtitlan y se estaban llevando a cabo diversas campañas de exploración y conquista. Además, se habían establecido nuevas alianzas entre europeos y altepeme y se habían fundado nuevos asentamientos. En 1524 llegarían los primeros evangelizadores, una misión compuesta por 12 franciscanos. Los reinos de Nueva España comenzaban a tomar forma. Si el rey y Cortés fueron los protagonistas de la fundación jurídica, la conformación de Nueva España como cuerpo político requirió la intervención de otros muchos y diversos actores: conquistadores y colonos, nobles indígenas, frailes y obispos, funcionarios del rey y de otras corporaciones.
Cada uno de estos actores participó de la invención de Nueva España desde distintos lugares, con intereses diversos y a partir de prácticas e instituciones heterogéneas. En ningún momento su actuación colectiva se dirigió hacia una misma dirección. Al contrario, los enfrentamientos fueron una constante, tanto entre los grupos como hacia el interior de éstos. El rey, quien tenía también sus intereses, figuró como una instancia superior, poderosa y lejana a la vez, a la que acudieron los habitantes de estas tierras para buscar resolver conflictos o para validar las decisiones que tomaban de forma autónoma.
Se trató, en efecto, de una historia compleja y errática. Es posible, sin embargo, identificar cinco grandes mecanismos a través de los cuales el territorio, la población y las instituciones de Nueva España se fueron materializando: la organización de nuevas empresas de conquista y descubrimiento; las alianzas entre europeos y altepeme indígenas; el establecimiento de villas y ciudades; la fundación de provincias y diócesis eclesiásticas, y la introducción de autoridades regias. Estos cinco “dispositivos”, que tenían sus antecedentes inmediatos en la colonización de las Antillas, se desplegaron desde la campaña de Cortés y se prolongaron en sincronía durante las siguientes décadas. Revisemos cada uno de ellos, comenzando por las nuevas campañas de exploración y conquista.
El dominio español sobre Mesoamérica no se concretó ni con la fundación de Nueva España, en 1520, ni con la toma de Tenochtitlan un año después. Para 1521 los españoles tenían poca claridad sobre la dimensión y las características de las tierras que estaban invadiendo, por lo que realizaron expediciones para conocer y tomar control del territorio. El mismo Cortés, como capitán general de los reinos recién creados, ordenó algunas campañas de exploración y conquista: hacia el noreste del valle de México, con dirección a la región del río Pánuco; en el occidente, hacia Michoacán, Colima y Jalisco, y con particular interés hacia el sur y sureste de Mesoamérica. A cargo de estas empresas estuvieron colaboradores cercanos a Cortés, como Gonzalo de Sandoval, Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid. Paralelamente, otras expediciones salieron de las Antillas para explorar la costa del golfo, como las de Francisco de Garay o Pánfilo de Narváez.
Estas y otras expediciones estuvieron reguladas por instrucciones y capitulaciones, las cuales, como vimos, fueron instrumentos muy efectivos para vincular los intereses de la Corona con los de los conquistadores y colonos. Entre 1520 y mediados del siglo xvi se establecieron cerca de 50 contratos de este tipo, la mayoría firmados por conquistadores españoles, aunque hubo casos de capitulaciones hechas con pueblos indígenas, como los tlaxcaltecas, o con misioneros que buscaron realizar una colonización pacífica.
Una de las primeras regiones ocupada por los europeos, una vez tomada Tenochtitlan, fue el occidente de Mesoamérica. En 1522, Cristóbal de Olid comandó una expedición que logró el sometimiento pacífico de los señoríos tarascos o purépechas. Tras una breve estancia en Tzintzuntzan, las huestes de Olid, conformadas entonces de españoles, nahuas y tarascos, siguieron su camino hacia la costa, pero fracasaron en su intento de conquistar los altepeme de Colima. Un año después, el ejército dirigido por Gonzalo de Sandoval logró derrotar a los indígenas de Tecomán y controlar la región. Durante los siguientes años, otras campañas de españoles y aliados indígenas ampliaron la ocupación territorial hacia los actuales estados de Jalisco y Nayarit. Entre éstas destaca la que encabezó Nuño de Guzmán, entre 1529 y 1531, la cual, como veremos más adelante, culminó con la fundación de un nuevo reino: el de Nueva Galicia.
Las campañas hacia el sur de Tenochtitlan se realizaron también desde fechas tempranas. La región pluriétnica del actual estado de Oaxaca —compuesta por señoríos mixtecos, zapotecos, nahuas, chinantecos, mixes e ixcatecos, entre otros— fue codiciada por Cortés y sus hombres, quienes tuvieron noticias de su oro y de su importancia como ruta comercial hacia el área maya. Los españoles que se internaron en ella establecieron alianzas con algunos altepeme de la región. De particular ayuda fue el pacto hecho con los zapotecos de Tehuantepec, quienes vencieron, en colaboración con los españoles, a pueblos mixtecos y mexicas que se habían levantado en armas. Tras distintas expediciones comandadas por Gonzalo de Umbría, Francisco de Orozco, Gonzalo de Sandoval, Andrés de Tapia y Pedro de Alvarado, los españoles lograron someter la región con el apoyo de sus aliados hacia 1523. Unos años después se conformaría ahí un marquesado que se le concedió a Hernán Cortés.
Las empresas de exploración y conquista se extendieron muy pronto hacia la llamada área maya, tanto a Tabasco y Yucatán como a las tierras altas de Chiapas y Guatemala. La conquista de la península yucateca, habitada también por múltiples señoríos, estuvo a cargo de tres capitanes llamados Francisco de Montejo (el padre, el hijo y el sobrino) y se llevó a cabo en múltiples campañas durante más de 20 años. La primera partió de España en 1527 y, tras desembarcar en Cozumel, fue detenida por una coalición de pueblos de la región. En los siguientes años la penetración española tuvo avances y retrocesos. Algunos señoríos mayas se unieron para detener a los invasores, otros se sumaron a las filas de los españoles. En 1547, tras un último intento de resistencia, los españoles y sus aliados lograron someter a los rebeldes y se dio por concluida la conquista de Yucatán.
La ocupación de Chiapas y Guatemala fue también lenta y violenta, y ocurrió en diversas campañas. Como sucedió en las otras regiones, los señoríos indígenas que se ubicaban en esta área reaccionaron de forma diferenciada a la llegada de los españoles y sus colaboradores. Algunos se aliaron a los invasores, como los zinacantecos y los kakchiqueles, mientras que otros se enfrentaron a ellos. Luis Marín, Pedro de Alvarado, Pedro Portocarrero, Diego de Mazariegos y el mismo Hernán Cortés encabezaron entradas entre 1523 y 1531, con las que lograron controlar la región, no sin tener enfrentamientos. Diez años después, como veremos más adelante, se establecería otro reino en esa provincia que llevaría el nombre de Guatemala.
En el otro extremo de Nueva España, la expansión española hacia el norte siguió una ruta distinta. Las características geográficas de lo que hoy llamamos Aridamérica y de los pueblos mayoritariamente nómadas que la habitaban llevaron a que los españoles desarrollaran estrategias diferenciadas de colonización. Las expediciones marinas hacia el norte del golfo continuaron en la década de los veinte del siglo xvi sin mayores éxitos, por lo que la frontera de los nuevos reinos se ubicó en la desembocadura del río Pánuco. Por otro lado, algunas expediciones de españoles e indígenas partieron del centro y occidente de Nueva España hacia la llamada Gran Chichimeca. Éstas tuvieron como resultado la fundación de pequeños pueblos y presidios. En la segunda mitad del siglo xvi, la minería atrajo a más colonos a la región, pero el norte permaneció como un espacio abierto, en disputa y en constante expansión.
Alianzas de indígenas y españoles en la conquista de Chiapas, fragmento del Lienzo de Quauhquechollan, Museo Regional de Cholula/Universidad Francisco Marroquín.
El segundo mecanismo con el que Nueva España se fue conformando como un cuerpo político fueron las alianzas y pactos establecidos entre europeos e indígenas. Mesoamérica, como vimos, era un mosaico de señoríos dominados en su mayoría por la Triple Alianza. Las coaliciones fueron comunes entre los altepeme mesoamericanos, de ahí que, al llegar los españoles, muchos de ellos no dudaron en asociarse con los extranjeros para modificar las fuerzas políticas de la región. Para los invasores resultaba también consecuente establecer pactos con los indígenas. Los españoles creían que su rey era el legítimo señor de las tierras americanas y de sus pobladores, por lo que no era necesario derrotarlos con las armas para reclamar su sumisión. Por el contrario, la legislación española mandaba que si los indígenas se sometían pacíficamente, sus personas y propiedades debían de ser respetadas, convirtiéndose así en súbditos libres del rey. Más aún, si algunos pueblos querían sumarse a su bando para enfrentar a otros nativos, la actuación de sus gobernantes sería recompensada con mercedes y privilegios.
Las primeras y más conocidas alianzas entre españoles y altepeme se dieron durante la expedición de Hernán Cortés, y tuvieron entre sus objetivos la derrota del imperio mexica. Los pueblos de Cempoala, Tlaxcala, Huejotzingo, Chalco y Texcoco se unieron a los españoles, y fueron sus hombres y mujeres quienes en realidad vencieron a la Triple Alianza. Pero los pactos entre señoríos indígenas y europeos no terminaron con la caída de Tenochtitlan, sino que se prolongaron durante las siguientes décadas, convirtiéndose en uno de los más importantes mecanismos de ...