De la manipulación afectiva al chantaje emocional
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De la manipulación afectiva al chantaje emocional

Silvia Chediek

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De la manipulación afectiva al chantaje emocional

Silvia Chediek

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Información del libro

De la manipulación afectiva al chantaje emocional es un libro inspirado en la huella de vida de la autora y en las incontables horas con pacientes que acuden a la consulta con uno o varios motivos por los que sufren. La mayoría de sus relatos refieren a demandas encubiertas, exigencias amenazadoras, mentiras y engaños, omisiones y tergiversaciones presentes en sus relaciones.Estas y muchas otras formas de manipulación se encuentran en vínculos entre padres e hijos, parejas, hermanos y familiares, amigos, colegas y jefes. La manipulación afectiva es moneda corriente y son muchos los que aún sostienen que, para lograr sus objetivos, el fin justifica los medios. Y esto se ha vuelto una constante utilizada sin considerar el daño que ocasiona ni sus consecuencias a mediano y largo plazo. Cuando esta manipulación se convierte en chantaje emocional, estamos hablando de una situación aún más tóxica en la que hay un dúo involucrado y ambos son partícipes necesarios para que esa dinámica se lleve a cabo.El chantaje emocional es una manipulación devastadora que tiñe de dolor, angustia, tensión permanente, sentimiento de culpa y obligación, involucra amenazas acompañadas de una lacerante violencia psicológica, emocional, muchas veces económica y hasta física. Sin embargo, no hay víctimas ni victimarios en estas situaciones siempre y cuando el vínculo se sostenga en el tiempo, ya que, para que eso suceda, se necesita de la participación de ambos.El proceso terapéutico va haciendo foco en que el paciente recupere su autoestima y su poder personal para hacerse responsable de su participación en ese circuito, desarme viejas creencias funcionales a ese tipo de vínculos, deje de sentirse una víctima de las circunstancias y se convierta en protagonista, creador y autor de su destino.Este libro es una aproximación para comprender y poner luz sobre este tipo de vínculos en los que el amor se confunde con apego, dependencia y necesidad. Luego de años de terapia y horas de trabajo con sus pacientes, la autora comparte información esclarecedora para aquellos que se encuentran atrapados en circuitos disfuncionales como estos. Los relatos que sus pacientes han compartirdo (de quienes se han cambiado los nombres para preservar su identidad) suman testimonios muy valiosos para comprender el origen, el desarrollo y la resolución de este tipo de circuitos patológicos.

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Información

Año
2021
ISBN
9789874789150
Edición
1
Categoría
Psychology

Isabella

No voy a hablar de mis experiencias pasadas a pesar de que, cuando miro hacia atrás, comprendo que fueron necesarias para que entrara a este infierno. Sí quiero referirme a este presente, hoy casi pasado, que estoy transitando.
Nunca había pensado en escribir estas líneas, sin embargo, aquí estoy porque me alienta la idea de que mi historia pueda ser útil a quienes están en una situación parecida. Quiero que sepan que, más allá de lo que su entorno opine y de lo que su mente les diga, es posible salir de la pesadilla que implica formar parte de un vínculo tóxico.
Desde la perspectiva de hoy, quiero adelantarles que fue necesario que me rodeara de un mundo que se me pareciera, que no me cuestionara o advirtiera. En definitiva, que fuera cómplice para poder seguir en ese lugar que no podía dejar.
Pese a todo, algo en mí hizo que buscara conectar con gente que fue abriéndome los ojos y me dio un punto de vista diferente. Silvia fue una de ellas y la primera en hablarme del perfil del manipulador. Sin embargo, pasaron años hasta que pude hacer algo con esa información. Cuando volvimos a encontrarnos, ya había recorrido un largo camino de dolor por eso estaba más preparada para aceptar ayuda. Así, acompañada de su amor y su dedicación, logré verlo, verme y asumir mi situación.
Javier y yo nos recibimos en la misma Universidad. Durante los primeros años de la cursada, él no me interesaba; de hecho, no existía para mí. Recién en el último año de la carrera, cuando ya estaba trabajando en una gran consultora, me lo crucé en el pasillo de la recepción. Allí me contó que tenía una entrevista con uno de los socios porque lo habían recomendado. Yo había conseguido ese trabajo a partir de un anuncio que había visto en el diario (en esa época no existía internet). Supongo que en ese momento creí que todo siempre me iba a costar demasiado, a diferencia de él que tenía contactos y no necesitaba sortear la cantidad de filtros por los que yo había pasado.
A partir de entonces, compartimos oficina, viajes de capacitación y fiestas. Hasta que un día empezamos a salir.
Debo confesar que desde nuestros primeros encuentros hubo comportamientos que me molestaron, pero, lejos de sospechar algo, hasta me parecían divertidos.
Recuerdo, en particular, un fin de semana que fuimos a la costa con un grupo de amigos (las chicas por un lado y los varones por otro). Por la noche pactamos que iríamos a un boliche. Asumí que cuando Javier me viera iba a sentirse orgulloso de mostrarse conmigo. Yo estaba deslumbrante y desde que llegamos me di cuenta de que atraía la mirada de algunos que buscaban hablar conmigo o invitarme a bailar. Lejos de lo que había imaginado, casi toda la noche estuvo con sus amigos y desde la distancia hacía señas a los que se me acercaban para indicarles que yo estaba con él.
Tengo muchas anécdotas… Como la de enterarme de que les contaba a MIS compañeros de trabajo, nuestra intimidad. Era como si le gustara que su jefe se baboseara conmigo.
Yo vivía en la Ciudad de Buenos Aires y él en el Gran Buenos Aires. Un día fui a estudiar con una amiga que vivía cerca de la casa de Javier y lo llamé para decirle que podíamos aprovechar para vernos. Su respuesta fue que tenía muchos problemas y que yo me estaba convirtiendo en uno más. Por supuesto que me ofendí y decidí dejar de tener contacto con él. Nos seguíamos viendo en la oficina, pero yo lo ignoraba.
Después de un mes, me llamó por teléfono y me invitó a comer porque quería hablar conmigo. Esa noche me pidió disculpas y me propuso que fuera su novia. A partir de ese momento, comenzó el más grande y más cruel aprendizaje de mi vida.
Siempre me jacté del trabajo personal que he hecho. Desde adolescente elegí hacer terapia por etapas porque quería mejorar “mi calidad de vida”. Aun así, necesité transitar esta experiencia sobrecogedora.
Vengo de una familia de clase media de padres trabajadores. Mi madre fue ama de casa y siempre tuvo un espíritu activo. Mis padres me educaron para que fuera independiente. Esto, sumado a mi ambición, hizo que siempre supiera dónde quería estar. El lado “B”, el menos evidente de esta familia, es que también había un patrón de comportamiento que me forjó para que fuera el complemento ideal en este tipo de relaciones tóxicas.
Un año antes de conocer a Javier, había comenzado a pagar un departamento. De hecho, trabajaba, pagaba mi facultad y todo lo que tuviera que ver con mis gastos personales. Quiero resaltar esto porque permití que Javier me hiciera creer otra cosa.
Durante los primeros tiempos de nuestro noviazgo estábamos juntos día y noche. Después del trabajo, íbamos a mi casa o a la suya. Las diferencias que teníamos se solucionaban fácilmente. Cuando comenzaron los campeonatos inter-countries, lo acompañaba todo el fin de semana a “La Provincia”, la casa de fin de semana de sus padres.
La verdad es que desde el momento cero sus progenitores se mostraron bastante incoherentes e inestables psíquicamente. Me trataban mal y hasta me despreciaban. Sin embargo, siempre procuré ser amable y cariñosa. Recuerdo haber contado a mis padres esto que sucedía. Esperaba que se pusieran de mi lado. No fue así, sino que justificaron su proceder y hasta lo minimizaron.
Los amigos de Javier también eran particulares: muy indiferentes y hasta por momentos crueles conmigo. Sin embargo, él negaba mi percepción y me acusaba de ser la que promovía ese comportamiento, si es que existía. La situación escaló tanto que lo puse entre la espada y la pared y decidió dejar de verlos.
En ese tiempo ya me habían entregado el departamento que, obviamente, tomó como propio y se mudó conmigo. Hasta ese momento, estaba convencida, a pesar de las señales, de que éramos una pareja feliz.
Pasaron los meses, ambos seguíamos trabajando en el mismo lugar y cobrábamos prácticamente lo mismo, pero él me pedía todo mi sueldo para “administrar mejor nuestra economía”. A partir de ese momento, no fui más dueña de lo que generaba porque todo pasaba por su supervisión.
Tengo registro de haber compartido con un colega y amigo del trabajo los malos tratos de Javier. Sabía que no podía seguir más, pero NO PODÍA SALIR porque cada vez que quería alejarme, sabía muy bien qué hacer para que no lo dejara.
Nuestra intimidad nunca fue buena, porque siempre se circunscribía a su propia satisfacción. A pesar de esto, siempre me gustó agradarle, coquetearle y seducirlo. Siempre me llamó mucho la atención que JAMÁS me elogiara ni me dijera piropos. Quiero aclarar que siempre fui sensual y atractiva para el público masculino, por eso no podía comprender que él no lo notara. Pero claro, había una voz materna que me decía que lo hacía a propósito, que no le diera importancia y lo ignorara. Lo llamativo era que sí seducía con la mirada a alguna mujer (conocida o no) y que, cuando se lo señalaba, me decía que estaba mal de la cabeza o de la vista. Me humillaba en cada salida, en cada encuentro con otras personas, en cada visita de amigos, hasta tal punto que dejé de querer salir o de estar con gente nueva que pudiera gustarle.
Al tiempo, convocaron a Javier para que fuera a trabajar a una multinacional. Mi idea siempre había sido la de independizarme, pero nunca era el momento oportuno para hacerlo. Sucedieron varias cosas que hicieron que pareciera que la mejor forma de sostener lo que teníamos y de crecer era que yo siguiera trabajando en el mismo lugar.
Quisimos casarnos primero y después formar una familia, pero sufrimos un gran robo y elegimos alterar el orden de los factores. Por eso buscamos tener un hijo y lo logramos muy pronto. Para mi sorpresa, cuando lo contamos a su familia, no pareció muy feliz con la noticia, aunque en ese momento no le di importancia porque yo sí lo estaba.
Después de que nació nuestro hijo, estaba más convencida de que quería independizarme. También quise anotarme en una nueva carrera para crecer profesionalmente. A pesar de que Javier quiso desalentarme, logré hacerlo aún con el bebé y el trabajo. Dato al margen, me recibí con 9.30 de promedio.
Al poco tiempo, llegó otro niño y yo seguía con la idea de emprender algo por mi cuenta. Y, ¡oh casualidad!, apareció un amigo de él que me invitó a que fuera su socia. Era una oportunidad grandiosa para mí, al menos eso creí, porque, al mes de renunciar a mi trabajo de casi diez años, este señor me avisó que no quería una socia, sino una empleada capacitada.
Lo cierto fue que me quedé sin trabajo, aunque repetí a quien se me cruzara que me habían hecho un favor. Cuando quise una página web para ofrecer mis servicios, la respuesta de Javier fue que no se podía porque tenía que representarlo en ladrillos de la casa que aspirábamos construir.
Insistí en que nos casáramos y su resistencia fue mucha hasta que accedió, pero con muy poco entusiasmo. Esto se notó a lo largo del matrimonio porque NUNCA festejamos un aniversario. Para él, solo fue un trámite administrativo y una fiesta para los amigos.
Cada cosa que quería emprender se convertía en una batalla personal. Una de las tantas fue cuando quise aprender a manejar porque nos íbamos a mudar a 50 kilómetros de la cuidad y yo estaba embarazada de mi tercer hijo. Lo logré gracias a una amiga que me ofreció el contacto de una instructora de manejo, a pesar de las burlas de Javier y de su padre que se esforzaba porque dudara de que alguna vez lo lograría.
Y así fue como me encerré en “mi casita de campo” (así la llamaba) con Javier y mis tres hijos y me rodeé de matrimonios con maridos de igual perfil. En ese contexto todas compartíamos anécdotas y vivencias parecidas.
Con el correr de los años, recibimos visitas de familiares y de amigos míos. Él no invitaba a su entorno porque, según sus dichos, no querían venir hasta tan lejos.
Con el tiempo, empecé a observar sus manejos sutiles, como el cambio de una simple palabra que distorsionaba toda la oración, generaba discusiones desgastantes e inútiles y momentos de extrema tensión. Estos momentos que alternaban entre la tensión y la calma nos acompañaron a lo largo de todos los años que vivimos juntos. Aunque debo reconocer que, con el tiempo, los períodos de tensión comenzaron a hacerse más frecuentes e intensos y recuperar la calma cada vez era más difícil.
Sus padres, como conté anteriormente, me rechazaron desde el principio. Incluso, su madre, en una oportunidad, llegó a reunir a sus amigos para ver “qué hacían conmigo”. Todas las veces que los visitábamos cuando los niños eran pequeños demostraron ser maestros en contaminar y tensar los encuentros mientras me desautorizaban frente a ellos y frente a cualquiera que estuviera presente sin que Javier me defendiera una sola vez. Podría relatar un sinfín de anécdotas que hoy me parecen siniestras y que en aquel momento no podía calificar de ese modo a pesar del malestar que sentía. Llegaron a sugerir que sospechaban que mis hijos no eran de Javier, quisieron darle una torta borracha con vino oporto al bebé de 8 meses, me llamaron para avisarme que no vendrían al velatorio de mi padre porque Javier les había dicho que era para los íntimos, me denunciaron para pedir un régimen de visitas a sus nietos porque no los veían y cuando lo hacían el más chiquito volvía con dolor de oídos. En fin, tengo dos décadas de anécdotas.
A esta altura, ya tenía en mi haber muchas horas de terapia, coaching y lecturas sobre bio-decodificación, entre otros tantos temas. Lo que rescato de mí es la fuerza de voluntad que hizo que nunca me abandonara.
Entre tanto, los años siguieron pasando y yo, simplemente, no podía alejarme. Él siguió acaparando las tareas de la casa, al tiempo que le daba cada vez más espacio para que lo hiciera: organizaba el pedido al supermercado, decidía qué podíamos comprar y qué no, y hasta organizaba (a través de mí) las tareas de la empleada.
Sin negar que también era una comodidad, Javier iba ganando terreno en todas las áreas, a tal punto que llegué a sentir que esa no era mi casa. No podía elegir una decoración, programar un viaje ni comprar ropa para los niños. De hecho, debo reconocer que siempre tuvo el control hasta de lo que me compraba, incluso mi ropa interior. Su fundamento era que sabía cómo administrar los recursos de manera eficiente y que yo “no sabía nada”. Mi autoestima estaba tan deteriorada que terminé creyendo que Javier estaba en lo cierto y que yo era una inepta. Así fue como terminé entregándole el control de todo y me convertí en una subordinada más en este sistema autocrático y militar en el que solo cabía que no me rebelara.
Con el tiempo, fui encontrando las maneras de adquirir una falsa independencia en el tema económico. Tuve diferentes clientes y algunos trabajos temporales. Cada vez que eso sucedía, él me preguntaba cuándo cobraba el sueldito para poder sumarlo a la planilla de control de gastos.
Pese a sus humillaciones y su indiferencia (para él era solo una buena madre), continué proyectando y armando negocios, que, a medida que los compartía, sufrían una muerte segura porque ninguno le parecía viable.
De más está decir que no lo responsabilizo de que no resultaran, porque mi cabeza, a esa altura, estaba muy quemada como para que pudiera brillar con luz propia.
Algo en mí sabía que necesitaba armar mi propia estructura económica. De hecho, ese era mi argumento cada vez que se me cruzaba la idea de separarme. En definitiva, hoy no sé si esa era mi propia trampa, porque no podía crear ningún proyecto que sobreviviera a su guillotina y tampoco podía salir.
Con el tiempo, también me di cuenta de que era un gran SIMULADOR porque con los de afuera era una persona y puertas adentro otra muy distinta. Mi círculo de amigos y familiares me creían afortunada pues frente a ellos Javier se comportaba como un hombre amoroso y encantador.
Lamentablemente, esta situación salpicaba a mis hijos cuando me rebajaba con chistes machistas, los ofendía y violentaba muchísimos de los momentos que compartíamos.
En el transcurso de todos estos años y desde el primer año de mi hijo mayor, hubo indicios de infidelidad. ¡Pero prefería no verlo! Sumado a su insistente negativa y mi falsa valoración, elegí creerle y seguir adelante a costa de mi evidente deterioro y del de mis hijos.
Pasaron muchos años, hasta que un episodio muy cruel me mostró en pantalla gigante su DESPRECIO. Sin entrar en detalles, su infidelidad nos llevó a que casi todos en la familia nos contagiáramos de COVID. No consideró a las personas de riesgo que habitábamos en la casa, sino que priorizó su disfrute. Esto, a su vez, me permitió mirar hacia atrás y reconocer, como en un efecto dominó, cada uno de los episodios en los que había desconfiando de su proceder. Fue terrible y desesperante darme cuenta de tanta mentira y del grado de monstruosidad del ser nefasto con el que convivía.
Al principio estaba desconcertada y me debatía entre la tristeza y la libertad. Sentía, por primera vez, que esta última situación era una gran oportunidad que me brindaba la vida para poder salir de ese vínculo.
De manera sincrónica, comenzaron a llegar a mi vida personas que me fueron mostrando otra realidad. Y así, de a poco, se fue corriendo el velo de mis ojos.
Mi terapeuta, Silvia, fue un gran sostén y mi guía. Con ella fui supervisando cada momento y guionando cada movimiento. Esto permitió que regulara mi presencia a su lado para lograr ver sus manejos y manipulaciones.
Con el tiempo y con ayuda profesional aprendí a leer a este tipo de personajes: son sumamente mentirosos, manipuladores, no tienen escrúpulos, no les interesa nada de nadie y su egocentrismo es tal que solo buscan su satisfacción personal. Viven hambrientos por saciar su sed de control y poder y para lograrlo siempre manipulan a las personas que van por la vida distraídas e inconscientes de sus propias carencias. Supe también que por esto mismo fui su blanco preferido por ser maleable, vulnerable y necesitada de afecto y aceptación. Sus estrategias preferidas incluyeron la seducción, la persuasión, el engaño, la victimización para generar culpa en mí. Llegué a sentirme intimidada por sus agresiones verbales por eso siempre cedí a su voracidad. Sé que el único camino posible es el de tomar distancia emocional para no volver a caer en mando de sus hechizos.
Hubo un momento en que no sabía quién era ni quién quería ser. Me fui descubriendo con el correr de los días, con miedos e incertidumbre, y girando en el vacío con una sensación de caída libre.
Me daba cuenta de que estaba tan hecha a su medida que no podía distinguirme más allá de su presencia. Suponía que era una inútil, que no sabía cómo avanzar, para dónde ir ni cómo surgir porque él había trabajado durante años para que me sintiera así. Y lo había logrado porque yo se lo había permitido.
Comencé a entender que el hecho de poder escuchar otras voces me permitió pisar suelo firme y vislumbrar otra vida. Esta nueva RED me dio contención y amor, pero la desolación interna, ¡es solo mía!
A partir de tanta angustia, ansiedad y desesperación por estar en otro lugar para cambiar de vida, mi lema, como el de los adictos al alcohol o a las sustancias tóxicas, comenzó a ser un día a la vez.
Soy una mujer muy cuidadosa de mi persona y mi presencia. Me angustiaba ver mi rostro sumido en un rictus de tristeza y mis ojos hundidos de dolor. Dejé de exigirme tanto y seguí repitiendo ese mantra: un día a la vez, una cosa a la vez.
De a poco empecé a cambiar mi discurso. Antes necesitaba que todo el mundo se enterara del monstruo que habitaba en esa persona, hasta que comprendí que la única que tenía que asumirlo era YO, sin aliados ni cómplices.
Mientras escribo estas líneas, reconozco que aún no puedo estar en ese lugar de agradecimiento con él porque resultó ser un maestro y porque nuestras almas lo pactaron así. Es tanto el dolor, la frustración y la decepción que todavía siento que esa asignatura sigue pendiente. Sé que primero necesito perdonarme para luego poder perdonarlo y aceptar que todo esto fue producto de la magia de una experiencia que de forma inconsciente elegí en algún momento de mi camino para permitirme madurar y evolucionar, pero aún estoy en ese proceso.
En este momento mi dolor se combina con el daño que les he hecho a mis hijos. Tantos años simulé la situación, filtré y neutralicé la realidad para que ellos no sufrieran ni se afectara su psiquismo que puedo ver, con claridad, que fui tan dañina como su padre.
En una de las tantas conversaciones que tuve con mis los tres, les dije que ellos eran mi vida. Recuerdo muy bien que el mayor me contestó que iba a resultar mejor para todos que no fuera así, que de lo que me tenía que ocupar era de tener mi propia vida. Hoy por fin puedo entender que tenía razón.
La relación que tuve con Javier fue adictiva. El proceso de trascenderla es lento. Cuando mi mente me quiere jugar una mala pasada, solo vuelvo a recordar algún episodio de los tantos vividos que me muestra sin piedad la pesadilla que significó estar a su lado. Trato de visualizarme en ese momento para volver a rescatarme.
Quisiera decir a quien esté leyendo que escribir cada una de estas palabras revolvió (literalmente) mi estómago. Solo me sostuvo la esperanza de que este testimonio pueda ser útil a quien se reconozca en una historia semejante y se anime a no seguir posponiendo la posibilidad de emprender su viaje hacia la libertad.

Alfredo

Un choque sexual que abolló mi vida

Mi nombre es Alfredo y quiero contarles el infierno emocional que viví a partir de una relación de chantaje....

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