Petróleo de sangre
Tiranos, violencia y las reglas
que rigen el mundo
Traducción de Fernando Borrajo Castanedo
www.armaeniaeditorial.com
Título original: Blood Oil. Tyrants, Violence and the Rules that Run the World
Edición original: Oxford University Press, Oxford, 2016
1.ª edición: mayo 2017
1ª edición ebook: agosto 2021
Diseño de cubiertas: Fernando G. Salgado
Ilustración de cubierta: Nigerial Delta oil spill, George Esiri © Agencia EFE, 2017
Ilustración de solapa: © Leif Wenar (D.R.), 2016
Copyright © Leif Wenar, 2016 © Oxford University Press, 2016
Copyright de la traducción © Fernando Borrajo Castanedo, 2017
Copyright de la edición en español © Armaenia Editorial, S.L. 2017, 2021
Esta traducción está publicada bajo acuerdo con Oxford University Press
Armaenia Editorial, S.L.
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ISBN: 978-84-18994-05-0
Divide y vencerás, grita el político;
une y lidera, es la consigna del sabio.
–Goethe
11 Introducción
37 Datos básicos
55 Sumario del libro
I
69 ELLOS CONTRA ELLOS
71 1. Adictos al dinero
89 2. El poder: lo que quieren los grandes hombres
103 3. Coerción, corrupción…
129 4. …Luego tal vez sangre
II
151 ELLOS CONTRA NOSOTROS CONTRA NOSOTROS
153 5. La ley del más fuerte
171 6. Nuestras maldiciones: Petrócratas, terroristas y conflictos
199 7. Cómo funciona la ley del más fuerte
225 8. Manos sucias
III
237 LOS DERECHOS DEL PUEBLO
239 9. Contrapoder
281 10. La determinación de los pueblos
309 11. La soberanía popular de los recursos
331 12. El Estado del Derecho
345 13. Filosofía popular
375 14. Nuestra corrupción: por qué mienten los líderes
IV
393 COMERCIO LIMPIO
395 15. Los principios para la acción
417 16. Comercio Limpio I: la protección de la propiedad
457 17. Comercio Limpio II: promover la responsabilidad
V
485 TODOS UNIDOS
487 18. El futuro
511 Epílogo
529 Bibliografía
INTRODUCCIÓN
La madre de todos los inventos
Coge el smartphone, ese pequeño dispositivo con el que llamas, escribes, envías correos electrónicos, buscas información, la lees, grabas vídeos y juegas. Lo que estás sujetando con las manos es una sinfonía de elementos: aluminio y silicona, litio en la batería, estaño en la soldadura, tungsteno en la alarma vibradora, además de diversos metales exóticos como itrio y lantano en la pantalla y en la cámara. Piensa en esas extrañas moléculas que componen la microestructura del aparato. Cada uno de sus átomos se extrajo del suelo, de algún punto exacto de la superficie del planeta. Tu teléfono está hecho enteramente de recursos naturales. El derroche de conceptos lógicos que te ofrece se fundamenta en la tabla periódica; su alma fluye a toda prisa por la tierra, que es la madre de todos nuestros inventos.
Nuestros deseos llegan a ser tan absorbentes que olvidamos el maravilloso movimiento molecular que garantiza su satisfacción. Como estás impaciente por llegar a casa, pisas un poco el acelerador. Tienes que hablar con un amigo en Sydney, de modo que haces doble clic con el ratón. El vuelo a París te llevará a una reunión, o a encontrarte con una amante. No te das cuenta de que, cuando despega el avión —con el carbotitanio del fuselaje, el acero del tren de aterrizaje, el queroseno de los depósitos de combustible, el sistema de guía de precisión y los dispositivos tecnológicos que llevan los pasajeros—, la nave se convierte en un pequeño planeta Tierra en órbita parcial. Los increíbles artilugios multinacionales que nos conectan unos a otros se asemejan a nuestros propios cuerpos en complejidad, y de igual manera damos por sentado su funcionamiento con solo pulsar un botón.
Todo lo que leemos, conducimos, vestimos y comemos son combinaciones de sustancias obtenidas de nuestro mundo globalizado; nos pasamos el día consumiendo mercancías de las naciones unidas. Sería fantástico encontrar los orígenes de lo que poseemos; imaginemos pues que hay una aplicación al efecto. Supón que tu móvil cuenta con una aplicación llamada Cadenas de Suministro, la cual rastrea el origen de cualquier pieza de un producto. Apuntas con el teléfono a la camisa, al anillo o al reloj, y la pantalla muestra un esquema que se ramifica en componentes y subcomponentes, cada uno de los cuales lleva etiquetado su propio origen. Compraste la camisa en Macy’s, y la aplicación indica que la confeccionaron en Italia con polímeros chinos manufacturados en la India con petróleo refinado en Corea del Sur pero extraído en Brunéi. El anillo, para tu sorpresa, tiene un diamante pulido en Israel después de pasar por Dubái procedente de una mina de Zimbabue. Si utilizas la función «mapa» y apuntas con la cámara al reloj, observarás que las cadenas de suministro que se ocultan tras los componentes de este recorren medio mundo como riachuelos de materias primas que desembocan en arroyos manufactureros que forman líquidas cadenas de montaje, las cuales conforman un río que las transporta hasta ti. Al apuntar con el teléfono a tus gafas de sol, ves que estas se desmontan de manera progresiva, como fuegos artificiales por etapas, cuyas piezas se dispersan por el mundo hasta que las materias primas se descomponen en líquidos y se funden con las piedras que regresan bajo tierra.
Las cadenas de montaje que nos proporcionan el botín de la Tierra son uno de los grandes logros de nuestra especie. Para fabricar tus zapatos, un grupo de seres humanos ejecutó un difícil baile por varios continentes, cuya coreografía es mucho más compleja que cualquier ballet de Balanchine. Y tus zapatos no son más que un producto global. Si pudiéramos observar al mismo tiempo todas las cadenas de suministro brillando sobre la superficie de la Tierra, veríamos un sistema de miles de millones de nodos formando billones de conexiones semejantes ni más ni menos que a un corte transversal del cerebro humano, esparcido por todo el mapa. Y esta red similar a la neuronal sigue creciendo. El volumen de este comercio mundial de bienes se ha cuadruplicado durante la última década, conectando a las personas en el aspecto físico, al mismo tiempo que Internet las conecta en el plano social. Además, estos dos sistemas se han hecho más simbióticos: la red de cadenas de suministro construye y alimenta Internet, a la par que esta controla el dinámico y frenético entramado de cadenas de suministro de las que recibimos nuestras propias moléculas.
La máquina de la vida
Imagínate que estás en las gradas de un estadio que tiene un reloj poco habitual: cada segundo cae del cielo un bloque de metal de 1 600 kilos y se estampa contra el suelo. Esa es la cantidad de aluminio que se usa en el mundo. Y el aluminio no es el metal más importante. En el estadio del reloj de acero, cada bloque que cae son cincuenta toneladas demoledoras que aterrizan cada segundo, las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Eso equivale a la producción mundial de hierro. Esas gigantescas cantidades de materia que se utilizan en las fábricas se ajustan al número de consumidores que demandan las moléculas: siete mil millones de seres humanos (¿cabe siquiera en la cabeza?), cada uno con los deseos diarios de una vida individual. Se trata, en definitiva, de los deseos conjuntos de la Humanidad, que extrae materias primas del suelo para trasladarlas a las redes globales que conforman las cadenas de suministro. ¿Mil millones de metros cúbicos de madera al año? Necesitamos semejante cantidad para construir y fabricar nuestras casas y pianos, pañuelos de papel y tarjetas de felicitación.
El trabajo necesario para convertir la materia prima en bienes de consumo es realmente extraordinario. Las fábricas de todo el mundo utilizan todos los años veintidós millones de toneladas de cobre con el fin de transformarlas en tuberías y cables para una población cada vez más urbana. En las cadenas de montaje, la producción es minuciosamente intensiva también. Para fabricar un solo condensador, una empresa japonesa hace agujeros de una micra de profundidad en una lámina de aluminio de cien micras de espesor. (Imagínate hacer trescientos mil agujeros en un grano de arroz, para luego darle la vuelta y volver a hacer otros trescientos mil agujeros por el otro lado). Y ese condensador es sólo una fase de una cadena de montaje global que fabrica un teléfono, el cual va a parar quizás a un megasuburbio de Kenia, a manos de una madre que ya podrá usarlo a fin de descubrir dónde encontrar agua para la jornada.
¿Es esta economía global, tan impresionante a todos los niveles, la más valiosa de las creaciones humanas? El hecho de que pensemos así dependerá del valor que otorguemos a las cosas, incluido el valor que confiramos a las vidas humanas. La red mundial de cadenas de suministro es una máquina de la vida, un solo dispositivo que sirve para mantener el prodigioso crecimiento numérico del Homo sapiens. Vemos de nuevo dos sistemas en simbiosis —los seres humanos y las cadenas de suministro—, cada uno de los cuales hace crecer al otro y lo fortalece.
Esta relación simbiótica tiene siglos de antigüedad y florece por ambas partes, sobre todo desde 1945. Ahora hay muchas más personas que se ganan la vida fabricando bienes y productos para el extranjero, al mismo tiempo que se abastecen de medicamentos y electrodomésticos producidos fuera de sus fronteras. En parte gracias a esta simbiosis global, hoy la gente es considerablemente más longeva. Cada vez mueren menos niños durante el parto. La desnutrición infantil se encuentra en los niveles más bajos, al igual que el analfabetismo. Más admirable aún es la disminución de la pobreza extrema: la disminución del porcentaje de personas que viven con lo que se puede comprar con 1,25 dólares al día en Estados Unidos. Los principales cálculos indican que durante un espacio de veinticinco años de creciente integración global, los países en vías de desarrollo han conseguido reducir la pobreza extrema en más de la mitad: de un 43% a un 21%.
Los índices globales de mortalidad materna, de desnutrición infantil, de analfabetismo y de pobreza siguen siendo inadmisibles, y este libro explicará una de las razones de semejante situación. Los últimos logros de la Humanidad acarrean también graves problemas —el cambio climático, el agotamiento de los recursos naturales, las crisis económicas, la inseguridad alimentaria, etcétera—, que también analizaremos. Sin embargo, las buenas nuevas sobre el desarrollo humano quizá nos den ánimos. La red mundial de cadenas de suministro nos deslumbra cuando transforma piedras, barro y madera en aquello que miles de personas quieren y necesitan. Los recientes descubrimientos científicos nos permiten pensar que el perfeccionamiento de esta máquina de la vida servirá para enriquecer aún más la experiencia humana. En palabras del economista Angus Deaton:
Desde la Segunda Guerra Mundial… el rápido crecimiento económico ha librado de la indigencia a millones de personas en muchos países. El bienestar material aumenta a medida que disminuye el índice de mortalidad, y la gente vive una vida más larga y plena… El mundo no sólo ha crecido en cuatro mil millones de personas durante el último medio siglo, sino que los siete mil millones que viven hoy disfrutan, por término medio, de una vida mucho mejor que la de sus padres y abuelos…
Es esta una historia de progreso… en la que la esperanza de vida aumentaba a un ritmo (en apariencia impos...