Título original: Journey to Virginland: Epistle I
Edición original: © Two Harbors Press, 2011
1.ª edición: marzo 2016
1ª edicion ebook: agosto 2021
Diseño: A. Amann & J. Palao
Ilustración de cubierta: Random, © Eduardo Bertone
Ilustración de solapa: Armen Melikian
Copyright © Armen Melikian, 2010
Copyright de la traducción © Elia Maqueda López, 2016
Copyright de la edición en español © Armaenia Editorial, S.L. 2016, 2021
Armaenia Editorial, S.L.
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ISBN: 978-84-18994-00-5
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En el nombre de la Madre Yupi, del Padre Canalá, del hijo Candadá y del Espíritu Maléfico —sallallahu aleihem wasallam—, me dirijo hacia mi casa una hora antes de que anochezca, tras dar por terminadas mis pesquisas en la Bibliomorgue Nacional, en la Academia de las Ciencias de Virgenia. Las noches en vela me tienen agotado. Necesito relajarme. Los días son más largos, el frío lacerante va remitiendo a regañadientes, pero aún es pronto para ir a Natashima… En el patio, los perros se están dando un festín; el camión de la basura tampoco ha pasado hoy. Casi mejor, al menos así mis amigos siguen vivos. Desde que el ejército inició la Operación Matacanes, doy un respingo cada vez que oigo el eco de las ráfagas de las ametralladoras desde puntos indefinidos. A veces me alegro de no haber nacido can.
Pero, ¿no soy Can, en realidad?
En cualquier caso, no me encuentro en un estado mental particularmente canino cuando suena el timbre. Es Katy. Siempre llama antes de venir. Presiento que algo no va bien. No me equivoco: está llorando. Nunca la había visto llorar.
Katy es una chica dura, tiene una habilidad innata para enfrentarse a las crisis con un pragmatismo inusual. Ahora se pone de cara a la pared, a cuatro patas, coge mi polla, la guía hasta su entrepierna y me susurra entre sollozos:
—Fóllame… Fóllame… ¡Venga, fóllame!
El sexo está prohibido por ley en Virgenia.
Sin aliento, me cuenta lo que le ha pasado hoy, y luego se desvanece dentro del taxi en el que ha venido, que la espera aparcado al otro lado de la Universidad de Satanás en Virgenal, según sus instrucciones.
Estoy aturdido. La visita de Katy ha sido como un sueño. «¡Matad al perro!» —aún puedo oírlo—.«¡Matad al perro!».
***
Katy lleva meses esperando una respuesta del Departamento Tributario de Diosoh, donde solicitó un puesto de trabajo. La verdad es que se lo merece de sobra. Tiene el título oficial de contable y domina varios programas informáticos. Además, ha investigado y puesto en evidencia a dos importantes clanes de la mafia que conspiraban con empleados del Departamento Tributario para eludir el pago de impuestos que ascendían a varios millones de washingtons. Gracias a su buen trabajo, en Diosoh habían conseguido recuperar el botín. Al-hamdu lillahi rabbul alameen, Padre de los hombres y los genios. Con el clima político que reinaba aquellos días en Virgenia, aquello era un asunto intrincado y con mala pinta. Aun así, Katy había salido airosa de la acrobacia.
Pero los clanes, que se saciaban a costa de los Redimidos y de Diosoh, salieron impunes de aquella. El desprecio por la ley era más que habitual en las agencias policiales del Paraíso, y los Redimidos sufrían las consecuencias. Así las cosas, los esfuerzos bienintencionados de Satanji habían traído consigo la caída de Leninstán, de forma que el Paraíso había conseguido la independencia y había acudido diligente y dócil a las faldas de las Naciones Unidas del Hombre. Lo que siguió fue la estampida de un millón de espectros, mientras un Diosoh famélico, a la cabeza de una procesión de ávidos arcángeles, conquistaba el Paraíso-Virgenia en un abrir y cerrar de ojos.
Durante una época trabajé en el Infierno, luchando contra los funcionarios corruptos del gobierno del Santo Satanji, como abogado de oficio de los fugitivos del Paraíso. Estaba enfadado con Satanji, y él estaba enfadado conmigo. Judith, una amiga, productora de cine en el Hadeswood Occidental y fetichista empedernida del poder, me contaba los abusos que perpetraban sus amantes policías. Uno de ellos, Owen, se jactaba de sus tejemanejes siempre que se acostaban, y en una ocasión le contó, muerto de la risa, que una vez había asesinado a un satánico negro. Judith salía conmigo para darle celos ...