Filosofía y medicina
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Filosofía y medicina

Una historia de amor

Benjamín Herreros

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Filosofía y medicina

Una historia de amor

Benjamín Herreros

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Este volumen nos introduce históricamente en la relación entre medicina y filosofía, detalla la utilidad de una para la otra y analiza los problemas a medio camino entre la ciencia médica y la filosofía, como el concepto de persona, la dialéctica cuerpo-alma, la ética que propone la medicina, la neuroética o la muerte. "La medicina es más que una técnica. Es una vocación que habla de nuestra humanidad común. En Filosofía y medicina. Una historia de amor, el doctor Benjamín Herreros ha capturado elocuentemente la relación y simbiosis que existe entre ambas. Con una escritura accesible y elegante, Herreros ha escrito un libro estupendo, en la mejor tradición de sir William Osler y don Gregorio Marañón.

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Información

Año
2021
ISBN
9788417786403

Medicina para filósofos (y no filósofos)

¿Por qué es importante la medicina para los filósofos y para todo amante de la sabiduría?

La separación artificial entre ciencias y humanidades ha llevado a que se fragmente el conocimiento. Una fragmentación que da una visión parcializada de los problemas, porque si el filósofo no atiende a las cuestiones factuales que le aporta la ciencia, está ciego. Realizará especulaciones en el aire. Sobre esta cuestión, la relación entre el mundo factual y la reflexión filosófica, hay dos posturas clásicas: quienes defienden que la filosofía se puede construir fundamentándose en la razón humana, tesis que podría encuadrarse bajo el amplio paraguas del racionalismo, y aquellos que argumentan que hay que partir necesariamente de los hechos del mundo y, sobre ellos, aplicar la razón. Entendiendo que es una clasificación simplista, porque los racionalistas no desdeñan los hechos y los empiristas al final pasan la experiencia por la razón, resulta útil para explicar dos actitudes filosóficas ante la ciencia. La tradición racionalista suele emplear un método deductivista, confiando en el poder de la razón para descubrir la verdad y las leyes de la naturaleza, las cuales son aplicadas después a la realidad. Los antecedentes del racionalismo se sitúan en los presocráticos y en el platonismo, se cimienta durante la Modernidad, en gran medida gracias a Descartes, y alcanza su máxima expresión con el idealismo alemán de Fichte o Hegel. El empirismo usa una metodología más inductiva. Considera que solo se puede hablar de lo que tenemos experiencia sensible y de esto se ocupa la ciencia. Igualmente, existen antecedentes en la filosofía clásica, desde Aristóteles al epicureísmo, y es una corriente que ha tenido enorme éxito en los siglos XIX y XX, pero es durante la Modernidad y la Ilustración cuando se fundamenta, a través de autores como Francis Bacon o David Hume.
A pesar de que la distinción entre racionalistas y empiristas ha sido superada, continúa habiendo filósofos y filosofías más abiertas a los hechos, a lo que dice la ciencia, y otros a la especulación, confiando en las posibilidades y en la autonomía del pensamiento. Aquí es donde aparece la medicina. Hacer filosofía de espaldas a los hechos, a la ciencia (en este caso, a la medicina) imposibilita hacer filosofía o, como señala Mario Bunge, hacer buena filosofía. El cientificismo de Bunge le ha llevado a argumentar que la filosofía debe realizarse para buscar la verdad y evaporar las habituales cortinas de humo del pensamiento especulativo, la «jerigonza incomprensible de una escuela esotérica» y «la cacofonía de las filosofías», como ya se apuntó. Entre estas filosofías cacofónicas sitúa a la fenomenología, el existencialismo o el deconstruccionismo, escuelas que utilizan, según Bunge, una diatriba postmoderna contra la razón, la ciencia y la técnica, que son aquello que posibilita encontrar la verdad. En estas filosofías, cada filósofo define a su manera la filosofía, por lo que pueden descalificar a capricho aquellas doctrinas que no le gustan. Para Bunge se trata de un pensamiento débil y carente de rigor, de mala filosofía. Por contra, la ciencia busca la verdad y la generalidad a través de la claridad, el rigor y las pruebas, y la buena filosofía es aquella que se fundamenta en la ciencia.
En un capítulo del libro Jesús Mosterín y Javier Sádaba. Una última conversación, de María del Olmo, la autora revisa la actitud de los dos filósofos ante la ciencia. Sin llegar a la radicalidad cientificista de Mario Bunge, ambos han pretendido acercar la ciencia a la filosofía, en concreto la ciencia biomédica. Sádaba piensa que la filosofía podría servir de puente entre los dos mundos, para unir ciencias y humanidades. El filósofo estaría obligado a saber lo que ocurre en su tiempo y nuestro tiempo, según Sádaba, es radicalmente científico.
Una filosofía que no esté al tanto de los hechos que sean relevantes para nuestra vida se convierte en un instrumento inútil. De ahí que el filosofar deba estar al tanto de la actualidad científica. Muy especialmente de las llamadas ciencias duras, las empíricas por excelencia. En nuestros días tal vez la que ocupa el primer lugar frente al espejo filosófico sea la biología.
[...] La ciencia, y sobre todo la más exigente, no es ajena al filosofar. Se opone, más bien, a un filosofar que da únicamente vueltas sobre sí mismo convirtiéndose en una camelo y en una impostura.
Jesús Mosterín no entiende tanto a la filosofía como puente entre las ciencias y las humanidades. Más bien observa un continuum entre ciencia y filosofía, por lo que está más próximo a la postura de Mario Bunge. Para Mosterín la filosofía, aunque tenga autonomía, debe estar atada a la ciencia. No puede hacerse de otra manera. No obstante, no cae en el reduccionismo científico (identificar la filosofía con la ciencia), ya que el campo de la filosofía tiene su propia identidad: la discusión y reflexión global previa y posterior a los hallazgos de la ciencia, estando en continua interacción con ella.
Ciencia y filosofía forman un continuo. La filosofía es la parte más global, reflexiva y especulativa de la ciencia, la arena de las discusiones que preceden y siguen a los avances científicos. La ciencia es la parte más especializada, rigurosa y bien contrastada de la filosofía, la que se incorpora a los modelos estándar y a los libros de texto y a las aplicaciones tecnológicas. Ciencia y filosofía se desarrollan dinámicamente, en constante interacción. Lo que ayer era especulación filosófica hoy es ciencia establecida. Y la ciencia de hoy sirve de punto de partida a la filosofía de mañana. La reflexión crítica y analítica de la filosofía detecta problemas conceptuales y metodológicos en la ciencia y la empuja hacia un mayor rigor. Y los nuevos resultados de la investigación científica echan por tierra viejas hipótesis especulativas, y estimulan a la filosofía a progresar.
Recapitulando, en filosofía hay una tradición especulativa más independiente de los hechos (de la ciencia) y otra fundada en la experiencia. El filosofar se ha movido entre la reflexión abstracta creativa, próxima a la religión y a la poesía, y la realidad tangible, cercana a las ciencias (la «buena filosofía», para Bunge). Dentro de esta segunda tradición empírico-científica, que entiende que ciencia y filosofía tienen que ir de la mano porque la filosofía debe comenzar con los hechos, hay varias posturas, desde el cientificismo radical de Bunge, pasando por la continua interacción de Mosterín, hasta el diálogo mutuo de Sádaba. Desde esta tradición se explica la importancia de la medicina para los filósofos. La filosofía es un filosofar humano, hecho por humanos y, en gran medida, para ellos, que no puede obviar lo que le sucede al humano cuando enferma. El filósofo tiene que conocer la biología humana, qué cambia cuando enfermamos y los fenómenos esenciales de la sanación (de la medicina). Es la manera de hacer una filosofía rigurosa y verdaderamente humana. Si no se quedará en la especulación sobre no se sabe qué, como cuando Descartes, desconociendo la fisiología humana, situaba en la glándula pineal la interacción entre el cuerpo y el alma. En suma, la me­dicina es importante para un filósofo para que no meta la pata ni diga tonterías.

Bibliografía complementaria

Bunge, M., Evaluando filosofías. Gedisa: Barcelona, 2015, pp. 15-29.
Bunge, M., «Contra el charlatanismo académico». ABC. 06/01/1998. Disponible en: http://www.lainsignia.org/2007/febrero/cyt_001.htm
Del Olmo, M., Jesús Mosterín y Javier Sádaba. Una última conversación. Apeiron: Madrid, 2019, pp. 44-45.
Mosterín, J. «Ciencia, filosofía y humanidades». Pasajes. Revista de Pensamiento Contemporáneo, 2000, 4: 7-16.
Sádaba, J., «Filosofía». Público. 09/3/2017. Disponible en: http://blogs.publico.es/dominiopublico/19396/filosofia/

¿Para qué le sirve la medicina a un filósofo?

La filosofía tiene muchas ramas y los filósofos deben tener una visión panorámica de todas ellas: metafísica, ética, filosofía de la ciencia, teoría del conocimiento, antropología, lógica, etcétera, aunque después se especialicen en alguna. Incluso dentro de una rama pueden subespecializarse en un tema, por ejemplo, dentro de la ética en las éticas emotivistas. El buen filósofo, además, tiene que tener conocimientos sobre las disciplinas relacionadas con los saberes filosóficos, desde sociología hasta historia, economía o, por supuesto, ciencia. Es imprescindible para fundamentar el pensamiento y para saber cómo se aplica la filosofía (por ejemplo, a la medicina); para no meter la pata y porque, siguiendo a Aristóteles, si queremos decir algo sobre algo, hay que conocer ese algo sobre el que predicar. No se puede hacer filosofía de la medicina, bioética o antropología sin acercarse y estudiar algo de medicina.
La medicina, junto con otras disciplinas, aporta los datos que permiten construir una filosofía rigurosa y que quiera decir algo sobre el mundo experiencial, el único que todos conocemos. En concreto, que quiera decir algo sobre la salud y la enfermedad. Entre otras, la medicina tiene las siguientes aplicaciones para la filosofía.
  1. La medicina sirve para darle una base científica a la filosofía. Ha habido cantidad de filósofos que han dicho muchas tonterías sobre medicina. Bien para refutar o para reforzar argumentos, muchos filósofos han inventado teorías fisiológicas, nutritivas o patológicas. En ocasiones, cuando formulaban sus teorías no se sabían falsas y, tras descubrir que la medicina desmentía sus teorías, continuaban insistiendo en ellas. La filosofía tiene que apoyarse en hechos: médicos, físicos y de todo tipo....

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