La laguna de Agua Grande
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La laguna de Agua Grande

El conflicto ambiental en la laguna de Sonso en Colombia

  1. 144 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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La laguna de Agua Grande

El conflicto ambiental en la laguna de Sonso en Colombia

Descripción del libro

"Narran los historiadores, que cuando los conquistadores españoles llegaron al valle geográfico del río Cauca, se toparon con la Laguna de aguas grandes, lugar en donde las comunidades indígenas realizaban actividades de pesca, y cuyo paisaje era de una belleza incomparable. En el siglo XX, el proceso de modernización del Valle del Cauca, la construcción de vías, la expansión cañera y otras actividades afectaron este importante ecosistema de humedal y a las comunidades que habitaban en él. Desde hace cinco décadas, los pescadores, pequeños agricultores y habitantes, así como las universidades e instituciones educativas, agencias del Estado y entes internacionales, han tratado de protegerla, defenderla y cuidarla de los daños producidos por la avaricia de agentes privados. Ella se ha convertido en símbolo de la biodiversidad, de la huella de un pasado rico en flora y fauna y de la resistencia de las comunidades por la defensa del territorio. La Laguna de Sonso es belleza, es diversidad, conservación y naturaleza, es educación y sustentabilidad. Uribe. H. (2018)."

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Información

Año
2018
ISBN del libro electrónico
9789588994659
Categoría
Ecology

1.

Generalidades teóricas y conceptuales

Sobre ecología política y conflicto ambiental

A lo largo del pensamiento sociológico, la teoría del conflicto ha estado presente en el debate teórico y epistemológico. La cuestión por el conflicto ha sido, y sigue siéndolo, eje central de las reflexiones tanto del pensamiento clásico como del contemporáneo en las ciencias sociales (Karl Marx, Émile Durkheim y Georg Simmel). Desde una perspectiva sociológica, el conflicto es un fenómeno social, un hecho social, que evidencia las tensiones entre las apuestas de sentido de los actores, sus concepciones divergentes, las contraposiciones que flotan sobre el escenario social.
En muchos casos, conflicto y cambio social se presentan como elementos relacionados en el análisis social. En Marx, la histórica lucha de clases era la historia del conflicto histórico humano entre clases sociales. El conflicto está en las bases del pensamiento de Marx cuando analiza el desarrollo material de la historia como un proceso dinámico de largo plazo que se da por etapas, las cuales están caracterizadas por los modos de producción que se constituyen independientes, de “los proyectos utópicos ni de los buenos deseos de la gente de cada época” (Collins y González, 1996, p. 56). Marx ve en cada etapa el conflicto como parte integral de esa lógica de dinámica humana. Para Marx, “las clases son los principales actores en el escenario de la historia. Ellas son las que participan en las luchas económicas y políticas, las que hacen alianzas y producen el cambio histórico” (p. 68).
En autores como Simmel (1986), la clave del entendimiento sociológico estaba en el estudio de los grupos pequeños, del interaccionismo y del intercambio. El interés estaba dado en estudiar las formas de la interacción humana, de las distintas expresiones de las relaciones sociales. Cuando se analiza la obra de Simmel, es factible percibir que su planteamiento está fuertemente influido por un tipo de relación analítica entre lo filosófico-sociológico, algo así como un proyecto teórico de la sociología. Es posible identificar dos planteamientos en Simmel como un gran aporte para la investigación del conflicto en las ciencias sociales:
Uno de los planteamientos centrales tiene que ver con la idea según la cual toda actividad humana transcurre dentro de la sociedad, sin que nadie pueda sustraerse a su influjo.1 No existe la menor duda de que esta idea, a propósito, de carácter estructuralista, lo aproxima al razonamiento de Durkheim (1997), planteado sobre todo en Las reglas del método sociológico, donde la regla es comprender que la explicación de lo social debe hacerse desde lo social. Esto nos permite pensar en dos cuestiones esenciales: primero, que la sociedad no posee un exterior y que toda actividad humana en sentido de su acción estaba dentro de los marcos sociales; y segundo, que lo social debe ser abordado por las ciencias sociales.
El otro planteamiento tiene que ver con el hecho de que pensar en formas de socialización es pensar en la acción recíproca. Desde esta perspectiva, no es posible explicar por medio del individuo los hechos históricos, la cultura, la ciencia y la moralidad, lo que conlleva superar la idea tradicional centrada netamente en el individuo y las explicaciones de la filosofía del conocimiento. Para Simmel, ya no se estaba en condiciones de seguir replicando que las cosas del hombre han sido inventadas o pueden ser explicadas por “individuos geniales” o por Dios. Las acciones recíprocas son parte central del conocimiento sociológico a través de las cuales es posible comprender los fenómenos históricos.2 La sociología pasa, entonces, a ocupar un lugar privilegiado como un nuevo método por medio del cual se pueden explicar los fenómenos sociales, pero, sobre todo, privilegiando más una sociología del presente. Toda acción recíproca involucra, por lo menos, dos individuos, pues, para que sea recíproca, requiere una relación social.
En la experiencia cotidiana de las personas, existe una amplia gama de interacciones sociales, o bien de relaciones de solidaridad, o bien de relaciones de confrontación. Tanto unas como otras son formas de socialización, pues la cooperación y colaboración coexisten. En palabras de Simmel, “lo que en esta vida aparece inmediatamente como disociación, es, en realidad, una de las formas elementales de socialización” (1986, p. 271). Esta idea confronta las ideas de sentido común que conciben la lucha como una expresión negativa, porque disocia los integrantes de un colectivo. Simmel explicaría que esto es una idea no precisa, pues lo que se observa en verdad es que la lucha, al ser una acción recíproca, es una forma de socialización entre seres humanos.
La tarea es, por tanto, demostrar que eso que regularmente se considera como negativo para la sociedad, en verdad, representa otra cosa. Al respecto, expresa Simmel que “la oposición de un elemento frente a otro en una misma sociedad, no es un factor social meramente negativo, aunque solo sea porque muchas veces es el único medio que hace posible la convivencia con personalidades propiamente intolerables” (1986, p. 270).
Se debe recordar que la acción recíproca surge cuando los individuos se movilizan en la búsqueda de una unión con otros individuos, lo cual conlleva una unidad social. Así pues, las relaciones sociales contienen (tienden) a constituirse en unidad que puede ser a través de diversos mecanismos: por ejemplo, a través de la violencia donde unos dominan a otros y los someten y así lograr una unidad, o a través de relaciones de solidaridad entre los integrantes de la sociedad como sucede con las sociedades modernas a partir de los nacionalismos y los Estados nación, algunas de ellas como la francesa, que surgen precisamente de revoluciones y luchas.
La sociedad debe su existencia no solo a la armonía, sino también a la desarmonía, de asociación y competencia; y requiere esto para existir unida, por lo que un grupo totalmente armonioso es empíricamente irreal. Incluso, partiendo desde el individuo, es factible encontrar que este no unifica su personalidad solo con procesos armonizadores mediante normas, sino que también lo hace mediante la contradicción y la lucha con la norma, que le persisten durante toda su vida. La lucha es un complemento de la función de la sociedad, por lo que la sociedad está constituida por el conflicto. La significación sociológica de la lucha se puede entender de dos maneras: por un lado, existen en la lucha diferentes formas de acción recíproca entre las partes como la confrontación, la competencia, el antagonismo, el aniquilamiento y la sumisión; y por otro, además de las relaciones entre las partes, existe en cada parte una estructura que hace de esa parte algo diferente una vez se ve expuesta a la lucha. Por ejemplo, no sería lo mismo el grupo en tiempo de paz que el grupo en tiempo conflicto. En otras palabras, se puede entender que existen matices sociológicos en la explicación de la lucha: por una parte, la que se refiere a la relación entre las partes y, por otra, la que alude a la estructura interior de cada parte.
Simmel plantea que “la experiencia diaria enseña cuán fácilmente la lucha entre dos individuos modifica no solo la relación de cada uno con el otro, sino al individuo mismo” (1986, p. 325). Para Simmel, si los elementos disociadores provocan la lucha, esta se convierte en el remedio para esa disociación y se convierte en una vía para llegar a la unidad, aunque sea través del aniquilamiento del opositor. Dentro de la unidad, los desacuerdos no son siempre negativos, pues los acuerdos-desacuerdos, la negociaciónenfrentamiento, la simpatía-antipatía, son elementos inherentes a la acción de la vida en sociedad.
Existen entonces diversas clases de unificaciones a las que pueden llegar las partes enfrentadas, tales como mezclas de antítesis y síntesis, construcción de unas sobre otras, limitaciones y potenciaciones mutuas, etc.; y a estas formas de unificación se puede llegar a través de diversos caminos, uno de ellos la avenencia. La avenencia representa en la posibilidad de las partes en lucha, aunque solo parcialmente realizada, de evitar la lucha o ponerle término antes de decidirla por la simple fuerza, mediante la firma de un tratado, un convenio, que es la propuesta negociada para el caso del conflicto colombiano o los resultados del proceso de resolución a los conflictos en Sudáfrica.
A diferencia de la avenencia está la reconciliación, que constituye un modo puramente subjetivo. Una manera de llegar a soluciones a partir de diálogo y mecanismo diplomáticos. Para Simmel, la reconciliación está “emparentada en su peculiaridad psíquico-sociológica con el perdón, que tampoco presupone una laxitud de la reacción, una falta de ímpetu antagónico, sino que brilla con entera pureza tras la injusticia hondamente sentida, y tras la apasionada contienda” (1986, p. 350). Pero no todas las luchas logran estos niveles de socialización. Existen otras donde no se controla el límite de violencia como sucede con luchas extremas, aquellas que llegan al exterminio, o cuando se orientan hacia el aniquilamiento y la historia. Ya dio ejemplo de ello la decisión del presidente estadounidense Harry Truman el 6 de agosto de 1945 de soltar la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki en Japón. Pero cuando se da un límite de violencia ya existe un aspecto socializador. Finalmente, en Simmel, el conflicto se entiende, no como una perturbación de una situación idealmente inestable, sino como el resultado de fuerzas opuestas en interacción. La oposición surge como una consecuencia inevitable de movimiento y de cambio. Factores disociativos como el odio, la envidia, la necesidad y el deseo son por tanto formas de socialización.
Por ejemplo, Coser (1970) recupera la idea de Sorel quien veía que una de las funciones del conflicto era, precisamente, evitar la “osificación” de la sociedad o del sistema social debido a que este forzaba la innovación y la creatividad de los actores. Del mismo modo, el conflicto no solo genera nuevas normas y nuevas instituciones, sino que también lograba estimular la esfera económica y tecnológica. Una visión que se podría considerar positiva con respecto al papel del conflicto en la sociedad.
Como respuesta a la visión estructural del conflicto, autores como Collins y González (1996) consideran que la tradición en la teoría del conflicto ha estado centrada, especialmente, en las estructuras sociales, dejando de lado aspectos del conflicto en los actores. Logró detectar cuatro tradiciones en la teoría del conflicto: la tradición marxista (Marx, Friedrich Engels), la tradición racional-utilitarista (Willard Waller), la tradición durkheimiana (Durkheim y los funcionalistas) y la tradición microinteraccionista (Charles Cooley, George Herbert Mead, entre otros). La sociedad debe su existencia no solo a la armonía sino también a la desarmonía, de asociación y competencia; y requiere esto para existir unida, por lo que, sociológicamente, un grupo del todo armonioso es empíricamente irreal. Incluso, partiendo desde el individuo, es posible encontrar que este no unifica su personalidad solo con procesos armonizadores mediante normas, sino que también lo hace mediante la contradicción y el conflicto con la norma que preceden a esta unidad y que le persisten durante toda su vida. Así como el conflicto interno está en el individuo, el conflicto colectivo se puede hallar en la sociedad.
Collins y González (1996) consideraban que los sociólogos del conflicto “han tendido a centrar su atención en los materiales históricos y observan sobre todo los patrones de cambio a largo plazo. A esta tradición intelectual se le podría llamar también la tradición de la sociología histórica, o del “conflicto histórico” (p. 52). Por ello, desde su tradición fenomenológica y etnometodológica, proponen el estudio del conflicto, donde el eje central lo tienen los actores en sus pensamientos y en sus acciones (Ritzer, 1993, p. 81).
Autores como Dahrendorf (1962) consideraron que la sociedad se caracteriza por poseer dos caras: el conflicto y el consenso. Ello conllevaría que, desde una perspectiva intelectual, la sociológica tendería a dividirse en dos vertientes. Por un lado, los teóricos del consenso que estudiarían cómo en la sociedad se expresan procesos de integración de los valores. Por otro, los teóricos del conflicto encargados de abordar los asuntos de la coerción social, cuyo propósito es tratar de mantener a la sociedad en control y unida a pesar de las tensiones que se dan en ella. Ritzer (1993) considera que autores como Dahrendorf admitieron “que la sociedad no podía existir sin conflicto y consenso, que son prerrequisitos uno para el otro” (p. 140). La teoría del conflicto ha estado presente también en campo como la teoría del comportamiento social o de la acción colectiva y los movimientos sociales, como se podrá observar con la perspectiva de Tilly (1978) y Tarrow (1994).
En la segunda parte del siglo XX, aparecen los aportes de la sociología del estructuralismo-constructivista o como también se le conoce el constructivismo estructuralista de Bourdieu.3 Bourdieu y Passeron (1970) definen a la sociedad o, en su sentido más exacto, la formación social, como “un sistema de relaciones de fuerza y de sentido entre los grupos y las clases” (p. 20). De este modo, el conflicto en cuanto un tipo de relación social es un complemento de la función de la sociedad, por lo que la sociedad está constituida por el conflicto y consenso, no como entes separados, sino complementados. Bourdieu considera, además, que la noción de campo pulveriza “todo tipo de oposiciones comunes, empezando por la oposición entre consenso y conflicto” (2003, p. 85). Incluso, en cuestiones tan sutiles como lo son las opiniones que emiten los individuos de una sociedad, estas se entienden como “fuerzas” “y las relaciones de opiniones son conflictos de fuerza entre grupos” (Bourdieu, 1990, p. 177).
La sociología y, en general, las ciencias sociales, ha atendido el conflicto desde lo social, territorial, político y económico. Conflictos que han marcado de modo recurrente el devenir del proceso civilizatorio humano y que han acaparado el interés de los académicos, estudiosos e intelectuales por abordarlos y plasmarlos en sus investigaciones o reflexiones. No obstante, el creciente interés por abordar estos tipos de conflictos en las últimas décadas se ha dado en aparición y se han puesto en escena los llamados conflictos ambientales, conflictos socioambientales o también conocidos como conflictos ecológicos o conflictos ecológicos distributivos, denominaciones que dependen del autor o de la escuela que los estudia.
Es claro que la acción y la actividad humana han producido efectos sobre los ecosistemas a lo largo del proceso civilizatorio. Pero, al parecer, estos efectos no habían captado el interés de los investigadores y no habían sido tratados como “conflictos ambientales” hasta muy reciente época, especialmente, cuando en el mundo se toma más en serio la problemática ambiental del planeta como resultado del modelo de desarrollo implementado por la sociedad en los últimos siglos.
Por ejemplo, si se observa la historia humana, muchos de los hechos acontecidos pueden entenderse no solo como conflictos territoriales, económicos, políticos o sociales, sino como conflictos ambientales. Una reelaboración de casos como el fenómeno histórico producido por los efectos de la Conquista y la Colonia de los europeos sobre las civilizaciones prehispánicas (incas, mayas, aztecas y demás grupos humanos triviales) en el nuevo continente podrían evidenciar que los impactos de este proceso de incursión no solo se presentaron respecto de los efectos sociales, económicos y políticos de estas civilizaciones, sino también en referencia a las condiciones y transformaciones ambientales relacionadas por la incursión y explotación europea sobre los recursos de estos territ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Portada
  4. Créditos
  5. Contenido
  6. Introducción
  7. 1. Generalidades teóricas y conceptuales
  8. 2. Características ecosistémicas y proceso de poblamiento de la laguna de Sonso
  9. 3. La laguna de Sonso, construcción de un conflicto ambiental
  10. 4. Acción, conflicto ambiental en la laguna de Sonso
  11. Conclusiones
  12. Bibliografía
  13. Anexos
  14. Notas al pie
  15. Contracubierta