Sala I Homenaje al médico. Estatuas y lápidas
En esta sala imaginaria se agrupan los distintos monumentos con los que la ciudad de Madrid recuerda al médico, ya sea por sus méritos científicos o por su labor sacrificada como servidor de la salud. La mirada apologética de la medicina, que concentramos en esta sala, queremos que tenga una dimensión no únicamente artística, sino que además constituya un recuerdo de nuestro pasado médico. No sólo deben estos monumentos conmovernos por su belleza plástica, sino que han de traernos al presente las razones por las que constituyen parte de nuestra conciencia histórico-médica. Para que eso se cumpla se hace preciso, en primer lugar, una visión panorámica de la sala. Queremos que durante la visita real del espectador «al pie del monumento» se reviva ese pasado a través de la vida del hombre ahí representado y que la imagen no se quede sólo en una simple remembranza del nombre.
La mayoría de los monumentos corresponden a médicos pertenecientes a la época contemporánea. Este período puede delimitarse por «dos decisivos episodios bélicos, el que se inicia, ya comenzado el siglo xix, suscitado por la pretensión del dominio napoleónico sobre el territorio peninsular, que algo tuvo de contienda civil, y el que en 1936 enfrenta a la sociedad española en la más cruenta de sus luchas fratricidas».1
Para una comprensión general de la situación médica de la época nos parece oportuno añadir un breve apunte sobre el perfil sociológico del médico. La relación médico-enfermo cambia a lo largo de los siglos. En el siglo xviii los médicos eran considerados por la nobleza e hidalguía como simples domésticos. Esto se explica por no pertenecer generalmente a su abolengo y por la desconfianza acerca de los conocimientos científicos que poseían. Durante el siglo xix existe un cambio de mentalidad que J. L. Carrillo expresa en estos términos:
A lo largo del siglo xix, en el que la figura del médico fue alcanzando un notable grado de poder, en ocasiones ejercido tiránicamente a medida que se generalizaban y extendían sus fuertemente oligárquicas organizaciones profesionales, el médico tendrá una extracción burguesa-clase media, un ejercicio liberal y una clientela igualmente burguesa. La pertenencia de ambos al mismo estamento social modificará definitivamente la relación médico-enfermo y de este modo será sin duda hegemónico a lo largo del siglo xix, con hondas repercusiones en el proceso de generación del saber médico y de su aplicación práctica. El médico se identificará sin dificultad con los problemas del enfermo facilitando su comprensión y hasta su justificación, y por otra parte ganará respetabilidad y honorabilidad. A pesar de que su práctica continuó siendo escasamente resolutiva durante buena parte del siglo xix, su saber —real o supuesto—se convirtió en una poderosa arma, generando en el enfermo una experiencia contradictoria: se está obligado a confiar en él y al mismo tiempo se le teme por la forma en que pueda usar o dejar de usar ese saber.2
Completamos este enfoque panorámico al reflexionar sobre dos aspectos relacionados con el texto del libro.
La primera parte del texto se refiere a la descripción e historia del monumento. Es la ficha técnica o descripción iconográfica, que hemos intentado que tenga una estructura concreta y homogénea. Indicamos el nombre del artista (no siempre es posible, ya que se trata de obras de artistas de muy diversa procedencia y prestigio), fecha de ejecución o inauguración, persona o entidad que promueve la obra, ubicación, características y descripción.
En relación con la descripción, muchas veces las imágenes dicen lo que el artista quiso contarnos ya que se trata de una fiel reproducción y la fotografía del mismo no precisa especiales comentarios para su interpretación. En otros el esquema compositivo requiere ser interpretado y explicado para entender plenamente lo que el artista quiso transmitirnos con sus figuras. En estos casos siempre que nos fue posible acudimos a las propias palabras del artista o en su defecto a las del experto. Si se vierte un comentario sobre la valía de la obra, es siempre transcripción fiel del especialista o del crítico de arte.
Interesa destacar que, si bien el ámbito conmemorativo de la placa es la calle, existe otro paralelo que en nuestro caso es importante. Nos referimos a las que se encuentran dentro de los edificios públicos.
El otro aspecto estructural del capítulo se refiere a la visión histórica que encuadramos bajo el epígrafe de «Entorno Histórico-Médico». Nuestra misión es facilitar los datos mediante una redacción neutra sobre el médico representado y homenajeado, aportando sólo hechos objetivos y destacando, cuando se considera oportuno, los aspectos socioculturales en que vivió, pues no se puede entender bien el significado si no se sitúa en el contexto cultural e ideológico de la época; no hacemos valoraciones subjetivas ni elaboramos hipótesis.
Con el fin de que el lector pueda llegar a adentrarse en el ambiente en que se produce el homenaje hemos recurrido, siempre que era factible, a buscar el apoyo bien de la reproducción gráfica de ese momento o bien de la trascripción del discurso de la inauguración.
La forma adoptada para organizar estos monumentos dentro de esta sala imaginaria es seguir un orden cronológico; nos parece que la disposición más racional es atenerse al tradicional esquema de reunirlos por generaciones. Aceptando para nuestro propósito la fórmula de periodización por generaciones, conviene señalar la opinión que sobre dicho fenómeno tenía Marañón. Sobre los conceptos de promoción y generación escribió:
La promoción es la turba alegre o melancólica de los que nacen cada año; de los que juntos van a la escuela; de los que con diferencia de días aprenden el gusto y el dolor de amar; de los que sueñan sobre los mismos bancos de las aulas, en el porvenir, milagrosamente sordos a la percusión de los profesores.
Pero generación es otra cosa. Es el conjunto de hombres que han oído a la vez el eco de su destino histórico. Por lo tanto, la edad no influye estrictamente en el concepto de la generación. La voz de la historia la perciben a veces oídos esclerosados por los años; y pueden no oírla los sentidos del adolescente, agudos como los del ciervo en la brama. Y, además, puesto que la generación se define por una obra y no por una edad, la generación no existe hasta que la obra se ha hecho. Cuando en la aurora de la vida se habla de «mi generación», la cosa es tan petulante como si Velázquez, cuando salió imberbe de Sevilla, para aprender a pintar, hubiera hablado de su escuela. Su escuela se hizo después de su obra, y porque hizo su obra. A veces, pasan decenios enteros sin que el mundo cambie sustancialmente de rumbo. Entonces no hay generaciones, esto es, grupos de hombres creadores: genesíacas del porvenir. La historia nos habla, en cada país, de una, de dos generaciones por cada siglo; hay siglos, también, sin «generación» alguna. Pertenecer a una generación es un honor —o un castigo— que se nos concede a post...