Nuestro desafío ambiental
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Nuestro desafío ambiental

Diecinueve expertos hablan sobre el impacto del cambio climático en Colombia y sus retos socioeconómicos con el Proceso de Paz y la pandemia del covid-19

  1. 364 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Nuestro desafío ambiental

Diecinueve expertos hablan sobre el impacto del cambio climático en Colombia y sus retos socioeconómicos con el Proceso de Paz y la pandemia del covid-19

Descripción del libro

"Nicolás Wild Botero explica las causas de la crisis [ambiental] en Colombia y los desafíos que tenemos para superarla a través de las voces de diecinueve entrevistados, todos ellos protagonistas en la búsqueda de la construcción de un mejor futuro ambiental para el país. La voz de Nicolás se escucha en las preguntas que teje e hila con acierto y sutileza a lo largo de las entrevistas, en las conclusiones y el epílogo del libro. Entre los entrevistados se cuentan quince ambientalistas, es decir personas comprometidas con la ética de la protección de la naturaleza como un denominador común (…): Germán Andrade, Brigitte Baptiste, Daniel Bernal, Sandra Bessudo, Rodrigo Botero, Paula Caballero, Julio Carrizosa Umaña, María Claudia Diazgranados, Gabriela Eslava, Margarita Marino de Botero, María Mercedes Maldonado, Martín von Hildebrand, José Saulo Usma, Bart van Hoof y Gustavo Wilches-Chaux. Los otros cuatro entrevistados son personas que a partir de sus carreras, experiencia y realizaciones particulares tienen una valiosa mirada de la protección ambiental y que (…), han contribuido en su avance: la indígena emberá y defensora de los derechos humanos, Patricia Tobón Yagarí; el expresidente de la República, Juan Manuel Santos; el expresidente de la Corte Constitucional, Manuel José Cepeda, y la exministra de Minas y Energía, María Fernanda Suárez. Manuel Rodríguez Becerra"

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Información

Año
2021
ISBN del libro electrónico
9789585445673

Capítulo 1

La deforestación

Doctor Martín von Hildebrand

Diciembre de 2019
La conversación que sostuve con el doctor Martín von Hildebrand sucedió pocos meses después de los incendios que quemaron millones de hectáreas de la Amazonía. En medio de este desastre natural había que recurrir a un experto que llevara años ayudando a conservar esta selva tropical. Von Hildebrand, antropólogo, doctor en etnología, fundador y director de la Fundación Gaia Amazonas lleva desde 1972 promoviendo los derechos de los indígenas. Desde su punto de vista, la manera más efectiva de lograr salvar este pulmón tropical es promoviendo los derechos de las tribus sobre sus tierras. Gracias a su esfuerzo por frenar la colonización occidental y lograr el reconocimiento del derecho a sus tierras, el Gobierno colombiano ha reconocido veintiséis millones de hectáreas como territorio indígena.

Hablemos de su carrera como antropólogo: ¿qué despertó su interés en proteger las comunidades indígenas de la Amazonía?

Es muy difícil saber qué despierta en uno el interés. Uno simplemente tiene interés. Al mirar atrás, después de tantos años, puedo decir que lo que a mí me interesó es que los indígenas tuvieran su espacio para ser ellos mismos, que hubiera diversidad cultural, que se ejerciera el derecho de la gente a tener su cultura, y que pudieran ser reconocidos de manera diferente y ser ellos mismos.

¿Pesó en esta visión algún tema ancestral o familiar?

Mi madre es irlandesa, y los irlandeses pelearon durante quinientos años contra la colonización inglesa. Lograron su independencia plena en 1945, como sucedió en la posguerra con los países africanos. Fue un país que durante quinientos años fue laboratorio del colonialismo inglés. Allí experimentaron todo el sistema colonialista en el siglo XIX para luego extenderlo a todo el planeta. El espíritu irlandés estaba muy marcado por todas las guerras y revoluciones que tuvieron contra los ingleses. Mi abuelo, el papá de mi mamá, estuvo dos veces en la cárcel durante más de un año por estar comprometido con esta causa, y finalmente fue liberado porque hizo huelgas de hambre. En la familia había este sentimiento, había un espíritu muy anticolonialista. Mi abuelo, por el lado de mi papá, se opuso al nazismo, peleó y fue condenado a muerte, aunque nunca lo cogieron. Poseía un espíritu luchador en defensa de los derechos de los judíos y contra el fascismo.

Entonces el factor de la familia si jugó evidentemente un papel fundamental.

Es cierto y, sin embargo, este no era un tema recurrente en la familia, al menos en mi generación. Nosotros somos nueve hermanos y sólo dos terminamos en la selva, mi hermano Patricio y yo; aunque yo tenía más inclinación hacia los indígenas. A pesar de ello, ese espíritu estaba en el aire, en la cotidianidad y, sin hablarlo, esos silencios terminaron siendo contagiosos. A mí me fue naciendo un sentido de aventura que recogí de mi mamá y mi papá que viajaban a conocer otros países. Yo quería pasear por las montañas para ver la vista al otro lado; yo quise ir a la selva a conocer sus culturas. De joven íbamos a la finca y nos encontrábamos con los wayúu y me gustaba ir a sus casas para ver cómo vivían y qué comían.

¿Cómo fueron los primeros pasos en esta aventura?

Cuando volvimos a Europa, me ofrecieron unos puestos interesantes en compañías petroleras en Inglaterra, pero yo no quise. Yo quería volver a Colombia. Quería ir a la selva. Eso estaba en mi espíritu. Efectivamente fui a la selva y me encontré a los indígenas. ¡Magníficos! Tenían su idioma, su cultura y estaban totalmente aislados. Me fui remando por los ríos durante seis meses, solo, con indígenas que me acompañaban, pero ellos hablaban en su idioma y yo en castellano. Me di cuenta de que estaban siendo explotados por las caucheras. Se llevaban al líder amarrado al internado durante seis años para que negara su cultura, sus ancestros, sus abuelos, su religión, su comida, su cotidianidad. ¡Todo!

¿Con que propósito?

Esto lo hicieron para reemplazar su cultura por una visión muy floja y diluida de los occidentales. Entre unas oraciones y unos cantos les enseñaron a leer y escribir, pero nunca les enseñaron a entender lo que leían, ni qué sentido tenía el escribir. Les enseñaron la técnica, pero jamás les dijeron para qué servía o para qué se utilizaba. La mera técnica no era suficiente. Decidí entonces quedarme y durante dos años me involucré con el reclamo de sus territorios, sus resguardos, sus gobiernos, su educación y su salud. Los fui acompañando. Primero entre los años setenta y ochenta fui aprendiendo con ellos y de ellos. Luego en el Gobierno fui promoviendo leyes para lograr que se reconocieran sus tierras. De los años noventa para acá monté una fundación que ha hecho posible que hoy en día tengan veintiséis millones de hectáreas y más de trece gobiernos. Todo esto para que tuvieran una conciencia muy clara de lo que son. Todo lo hicieron ellos. Yo no hice más sino acompañarlos, abrir el espacio para que ellos pudieran avanzar.

¿Qué lo animaba en esa lucha de décadas en favor de los indígenas?

A mí lo que me interesaba era que hubiera un espacio para que ellos pudieran ser ellos mismos y ejercer su cultura, evitando que el mundo occidental se impusiera. Era más bien plantear que los occidentales se mantuvieran afuera y que entraran al territorio indígena solamente cuando fueran invitados de acuerdo con sus condiciones y sus prioridades.

En este contexto, me gustaría preguntarle sobre la ley de educación.

La ley de educación no es tanto para decir cómo se pueden educar los indígenas, sino para permitir que ellos lo hagan según sus modelos y tradiciones sin que les impongamos modelos traídos de afuera. Todas estas leyes y los derechos de los pueblos indígenas son para restringir el abuso de la gente de afuera, para que no los vengan a molestar, porque los mismos indígenas dicen «somos dueños de la tierra en el sentido tradicional», es decir, «nosotros somos hijos de la tierra».

En cierta forma, ¿podríamos decir que esa ley y esos esfuerzos ayudaron a frenar la colonización moderna de la Amazonía?

Exactamente. Frenar la colonización era el objetivo fundamental. Lo que nos preocupaba era que nos colonizaran, que nos impusieran otra cultura, lo cual no quería decir que nos aisláramos en la nuestra. Los irlandeses pelearon quinientos años, se independizaron y a la vuelta de cincuenta años ya estaban vestidos de saco y corbata, negociando en todas partes de Europa como los ingleses, utilizando sus propios términos, ritmos y pensamientos.

¿Cómo consiguió que el presidente Virgilio Barco les reconociera los territorios a los indígenas?

Virgilio Barco llevaba eso en su espíritu. Unos podrían decir que él conoció a los indígenas motilones de niño, pero él vivió un gobierno muy complicado. Era la guerra contra el narcotráfico y Pablo Escobar. Él decía que jamás negociaría con unos corruptos. Era un hombre de mucha integridad. El hecho es que él me llamó para construir un documento sobre la Amazonía cuando me nombraron Director Nacional de Asuntos Indígenas. Durante ese gobierno nos reuníamos todas las semanas a hablar de ellos, de los indígenas. En la medida en que el presidente Barco entendía el contexto del territorio, la función climática y lo que todo el proyecto representaba. Él le halló sentido, se entusiasmó y me dijo: «Mire Martín, ¡hagámoslo! ¡Vamos para adelante!». Inclusive yo pensé que nunca iba a alcanzar a esas dimensiones.

¿Alguna anécdota que recuerde de esos momentos?

Me acuerdo de una anécdota cuando hablábamos del predio del Putumayo. Los indígenas allí fueron explotados por las caucheras. Ese predio estaba bajo la tutela de la Caja Agraria y luego lo pasaron al Ministerio de Agricultura. Me acuerdo de que cuando llegó el momento, el presidente Barco me dijo: «Vamos a cumplir». Y luego me preguntó: «Martín, ¿cuánta tierra le vamos a entregar a los indígenas del Putumayo?». Yo nunca le había dicho cuánto. Los indígenas pedían un millón de hectáreas. Le contesté, con dudas, que les diéramos tres millones de hectáreas en el Putumayo. Me hizo otra pregunta: «¿Cuántas hectáreas tiene el predio del Putumayo?», le dije: «En total son seis millones de hectáreas, señor presidente». Todavía recuerdo su respuesta: «¿Usted por qué les va a quitar a los indígenas tres millones de hectáreas?». Al final del día, el presidente accedió a que se les dieran seis millones de hectáreas a los indígenas. Eso demuestra que el hombre estaba dispuesto a lanzarse, el hombre iba a fondo, el hombre se comprometió totalmente. Muy admirable lo que hizo el presidente Barco.

Está muy buena la anécdota. ¿Alguna otra anécdota que recuerde?

Me acuerdo cuando estaban en juego otras seis millones de hectáreas para el Guainía. La decisión dependía de la Comisión de la Comunidad Europea. Cuando hablé con los miembros de la comisión, hubo dos personas que no estaban de acuerdo. Cuando me reuní con el presidente Barco le informé sobre el impasse que se había presentado. En ese momento me dijo: «Martín, basta con que uno quiera hacer las cosas correctas para que haya un par de hijos de putas que no estén de acuerdo. Vaya arregle esa vaina y si no, me llama que yo voy personalmente y saco eso adelante».

Muy importante el aporte del presidente Barco.

Totalmente de acuerdo. ¡El tipo estaba decidido! Cuando yo fui a la comisión ya nadie se opuso porque ya sabían que yo iba por orden del presidente y era claro que no se podían oponer. De esta manera se lograron las seis millones de hectáreas para las comunidades del Guanía.

¿Qué se ha hecho para proteger a las comunidades indígenas de la Amazonía de los daños colaterales de la minería?

Tenemos dos partes de la Amazonía. Una parte es una Amazonía deforestada, colonizada, con ganado, con carreteras, con bastante minería en el piedemonte, construcción y petróleo. Y tenemos una segunda parte que es el gran pedazo de la Amazonía. Este pedazo es el ochenta por ciento de la Amazonía colombiana; contiene bosques y selvas, de los cuales el cincuenta y cinco por ciento es territorio indígena o resguardos entre el Vaupés, Amazonas y Guainía. Luego tenemos el Parque Chiribiquete, hacia el Caquetá, que es un parque muy grande como La Paya. También tenemos parques como el Yaigojé, Puré y Puinawi. En ese territorio, por fortuna, hay muy poca minería, aunque hay minerales como el oro y el coltán. Por tanto, el riesgo de la minería es grande.

En épocas más recientes, ¿se ha hecho algo para proteger esta vasta parte de la Amazonía que sigue siendo virgen?

Por fortuna, en el gobierno de Santos se lograron archivar todas las solicitudes de minería, que fueron alrededor de dos mil. El presidente Santos sacó una norma que fue muy cuestionada y fue malinterpretada, desde mi punto de vista, al sacar las zonas estratégicas mineras en Guainía y Vaupés. En ese momento los ambientalistas salieron a dar un grito al cielo: «¡Como que están haciendo zonas estratégicas en Guainía y Vaupés!». Pero la realidad es que las normas que expidió el Gobierno en ese entonces buscaban más bien defender esas tierras de la minería ilegal.

En este campo, ¿qué otras acciones de la administración Santos podría resaltar?

En algún momento hablé con el ministro de Hacienda del gobierno de ese entonces, Mauricio Cárdenas. Él estuvo de acuerdo con una iniciativa fundamental en el sentido de expedir una ley prohibiendo la minería en la Amazonía por razones de seguridad. Como eje central de esa iniciativa argumentamos que había una seguridad ambiental, económica y social que se lograría con la protección de la minería. Fue un proceso muy difícil, pero a fin de cuentas se logró redactar la ley a tiempo para la cumbre de «Río+20».

¿Usted haría un buen balance del gobierno del presidente Santos en esta materia?

Yo diría en forma muy breve que Santos y su gobierno terminaron archivando todos los títulos de minería en el Amazonas y no se entregó ninguna licencia de minería hasta el sol de hoy. Entonces sí, efectivamente, lo que hizo Santos fue una protección. Y eso no deja de tener enorme importancia. Efectivamente la minería no ha progresado en ese sentido legal.

Pero existe también una actividad minera de los propios indígenas.

Eso es cierto. Hay como ocho casos mineros en Vaupés y Guainía, hay una zona minera indígena en Cubeo, y otras más. Las zonas mineras indígenas son un talón de Aquiles porque establece que los indígenas tienen prioridad para explotar la minería en su territorio y, por lo tanto, pueden tramitar un permiso.

Pero la minería para los indígenas es muy diferente a la minería que existe en la civilización occidental.

Sí claro. Los indígenas, en su forma tradicional de pensar y arreglar el mundo, tienen todo un sistema de sitios sagrados. Es importante recalcar, cuando uno habla de sitios sagrados, que los indígenas viven al interior de su «sistema», un sistema donde corre la energía vital del pensamiento y la energía de la vida, y eso va alimentando a la naturaleza y a los animales. Eso está presente en su chamanismo y es parte de su visión del mundo. Los sitios sagrados son para ellos como los puntos neurálgicos por donde la energía fluye. Fuera de eso, los indígenas tienen una economía que se sustenta en el flujo de la energía, y no en el intercambio individualista como la nuestra, porque eso bloquea al sistema y genera enfermedad, bien sea social, física o ambiental, pero genera un malestar.

¿Para los indígenas existe la preocupación de que esta energía, de la cual habla, se estanque o se bloquee?

Así es. A través de estos sistemas ellos tienen sus formas de curación para los momentos en que la energía no fluye. Por ejemplo, un sistema de ellos que inicia en el río Apaporis va hasta el Araracuara, vuelve a bajar y sube por el río Apaporis hasta el Casabe y termina en el río Popeyacá, ellos lo van curando y atendiendo energéticamente. Ellos han dicho que, si un grupo indígena quiere hacer una zona minera en el Araracuara, no es suficiente hacer la consulta previa a la comunidad indígena presente en el territorio, sino que toca hacerla con todos los chamanes del sistema energético, así estén a muchos kilómetros de distancia porque afecta el sistema. Y este es un argumento que nos parece dif...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Portada
  4. Créditos
  5. Contenido
  6. La Selva
  7. Agradecimientos
  8. Prólogo - De la vulnerabilidad de la protección ambiental a lo político
  9. Introducción
  10. Capítulo 1 - La deforestación
  11. Capítulo 2 - La pérdida de biodiversidad
  12. Capítulo 3 - El daño colateral de la minería ilegal
  13. Capítulo 4 - El acceso al agua potable y su escasez
  14. Capítulo 5 - El descuido de los mares y océanos
  15. Capítulo 6 - La contaminación en los centros urbanos
  16. Capítulo 7 - Las ciudades y la economía circular
  17. Capítulo 8 - Las iniciativas del desarrollo sostenible
  18. Capítulo 9 - La masacre de los líderes ambientales y los indígenas
  19. Epílogo
  20. Siglas
  21. Referencias
  22. Notas al pie
  23. Contracubierta