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Una temporada en El Manicomio Global

  1. 288 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Una temporada en El Manicomio Global

Descripción del libro

Este libro trata sobre el amor, la locura, la política, las tecnologías, el presente distópico, las nuevas subjetividades, los extravíos del goce, el mundo desorbitado, son leídos y comentados como síntomas de una civilización mutante, incierta y no pocas veces amenazadora. El conjunto de estos trabajos trazan los rasgos fundamentales del paradigma contemporáneo, que da forma tanto a nuevos fenómenos sociales como a los padecimientos de quienes se dirigen al psicoanalista buscando una respuesta al desasosiego de vivir.El autor escribe desde julio de 2018 una columna en Facebook en la que trata estos temas, todos ellos abordados a partir del discurso psicoanalítico y la ficción literaria donde miles de seguidores le siguen domingo a domingo.

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Información

Editorial
Ned Ediciones
Año
2021
ISBN de la versión impresa
9788418273360
ISBN del libro electrónico
9788418273377
Categoría
Psicología
Categoría
Psicoanálisis
IX
Noticias sobre el año en que apestamos
23-2-20
«Todo lo que hacemos con palabras»
Las palabras no son inocuas. Pueden ser tan reales como los hechos, incluso más que los hechos mismos. Y ya no digamos sus consecuencias. Ésa es una de las razones por las que la verdad siempre termina encontrándose en aprietos, y también las cosas que las palabras nombran. Al fin de cuentas, tal vez lo único nuevo de las llamadas fake news sea el nombre que reciben.
La OMS (Organización Mundial de la Salud) es el organismo responsable del nombramiento oficial de todas las enfermedades que existen, así como de los agentes que las provocan. Es una decisión de inmensa responsabilidad, puesto que los efectos del nombre pueden también provocar una catástrofe. En el año 2015 la OMS completó una guía de actuación que recomienda desechar radicalmente nombres que estén asociados a lugares, personas o animales. Ébola es el nombre de un río del Congo; la enfermedad de Lyme surgió por primera vez en una pequeña localidad de Connecticut así llamada; en 2009 el gobierno egipcio ordenó la matanza de todos los cerdos debido a la aparición de la denominada «fiebre porcina», una enfermedad que nada tenía que ver con esos animales. Las palabras son los parásitos capaces de invadirlo todo, y su elección nunca es inocente. El actual coronavirus acaba de ser denominado con el nombre de «COVID-19», abreviatura de «Coronavirus disease 2019». Pero el nombre de una enfermedad no es equivalente a su causante, y en este caso el Comité Internacional de Taxonomía Vírica tomó la decisión de bautizar el nuevo virus como SARS-CoV-2, al considerarlo una variante del SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome, Grave Síndrome Respiratorio Agudo) desatado también en China durante 2002-2003. El gobierno chino ha expresado su enérgica protesta, puesto que el virus actual y la enfermedad que causa no poseen la misma gravedad que el anterior, lo cual parece ser admitido por la comunidad científica internacional. Ambas agencias se entrecruzan responsabilidades mutuas, y hay una gran desconformidad con lo que ha ocurrido, posiblemente como resultado de una falta de comunicación correcta, lo que demuestra que ni los científicos se libran del malentendido.
Pero más allá del nombre, comienzan a haber reacciones a nivel mundial, puesto que la debilidad mental que nos es constitutiva no espera a que los representantes del discurso universitario (los que detentan el «todo saber») se pongan de acuerdo y han decidido tomar algunas medidas por su cuenta. Como la enfermedad proviene al parecer de China, cualquiera que tenga los ojos un tanto oblicuos ya se convierte en sospechoso, y la metonimia toma las riendas. Así, ciudadanos americanos descendientes de chinos, japoneses o coreanos están sufriendo acosos, boicots y en algunos casos ataques violentos, y como una de las virtudes de la sociedad de la comunicación global es la capacidad de generar más contagio que los virus, la idea está prosperando poco a poco en otros países.
Las palabras nunca son inocentes, como lo demuestra la iniciativa que ha tenido Alternativa por Alemania, un partido nazi que, con motivo de la conmemoración el pasado jueves de los 75 años del bombardeo de la ciudad de Dresde, aprovechó la circunstancia para calificarlo de «crimen de guerra». Que lo haya sido o no, no impide reconocer que estos discípulos de Goebbels algo conocen sobre la importancia de ponerle nombres a los hechos, incluso fabricar los hechos con el artificio del lenguaje.
Las palabras son flechas, dardos capaces de envenenarnos de amor, de goce, de deseo y de muerte. No son culpables de nada y a la vez son la causa de mucho. Por aquello que nombran, por aquello que callan, y por su importante papel en el destino. Lacan, siguiendo la idea hegeliana de que la palabra es el asesinato de la cosa, dijo una vez que la invención de la palabra «elefante» había condenado al bicho a su extinción. Pero de algún modo había que llamarlo. Hace mucho tiempo que sabemos que repetir una mentira acaba por convertirla en verdadera. Pero también sabemos que no repetirla no pone al desnudo su indecencia ni acaba con el mal que puede causar. No hay salida fácil para este dilema, puesto que la calamidad del lenguaje falla también en eso: la verdad y la mentira no son como el agua y el aceite. No es preciso tomarse el trabajo que en 2017 llevaron a cabo los investigadores de la Universidad de Edimburgo para poder mezclar ambas sustancias...
15-3-20
«Un huésped ha llegado sin que nadie lo invitase. En pocas semanas, ya nos ha retratado»
«Más que sorprenderme por lo que sucede, me sorprende lo familiar que me resulta esta historia, que no por ser real deja de ser un historia fantástica», escribe Daniela Danelinck a propósito de lo que está sucediendo con la pandemia del coronavirus (por cierto, su ensayo Debería darte vergüenza es una pieza que recomiendo para entender el mundo: http://www.grupoheteronimos.com.ar/wp-content/uploads/2018/12/Debería-darte-verguenza.pdf). El «virus extranjero», lo han rebautizado Trump y sus seguidores, porque saben (insisto en ello) que el nombre de las cosas determina las cosas. Aquí, en esta España que no sale de su asombro, algunos líderes del neofascismo se han contagiado y aprovechan la circunstancia para sacar pecho. Han identificado a su cuerpo con la unidad de España, y declaran que con la fuerza de su patriotismo van a combatir a ese extraño que nos ha invadido, como si no tuviésemos bastante con todo lo que nos invade desde dentro. No son tontos estos cretinos. La ecuación cuerpo = patria se vende fácilmente. Mientras tanto, hay teorías para todo. Boris Johnson declara la impotencia para controlar el virus y considera que es mejor que los británicos se contagien todos a la vez, así se generan anticuerpos y evitan las medidas que pueden afectar a la economía. Una selección darwiniana al servicio de la supervivencia de la especie, la especie del gran capital, por supuesto. Que se salve el más fuerte, que de pura casualidad suele vivir en Kensington. Un vídeo muestra una impresionante algarada de monos en una ciudad de Tailandia. Debido a la falta de turistas que suelen darles de comer se pelean por un yogur que uno de ellos ha encontrado tirado en una avenida. Se entiende que los monos nos fascinen: son nuestro mejor espejo. Les falta la crueldad para ser casi humanos.
El discurso tecnocientífico, que se jacta de derrotar la imposibilidad, poco puede contra este real que ha estallado y del que (ya lo ha advertido Agamben) el capitalismo sacará una buena tajada: una oportunidad de oro para que la mayoría del mundo se convierta en un gigantesco campo de pruebas, donde se ensayen y perfeccionen los métodos de vigilancia de poblaciones, cierre de fronteras, clausura de ciudades y reclusión forzosa de los ciudadanos. Se escribirán nuevos tratados de ética: ¿a quién salvar en situaciones extremas? Las mujeres y los niños primero es un lema que ya ha caducado. No interesa ni como artículo vintage. Por supuesto que estas medidas excepcionales son inevitables. Pero lo excepcional tiende a volverse familiar, y en poco tiempo cotidiano. Que lo fantástico se vuelva normal muy bien podría ser el imperativo de la época. ¿Sería mejor que después del 11 de septiembre no se hubiesen establecido sistemas de control en los aeropuertos? Es probable que no, pero lo importante es que la seguridad se haya convertido además en instrumento de manipulación política. La pandemia es maravillosa. Satisface a los que creen que Dios nos manda su castigo desde las alturas y a los que están convencidos de que el extranjero tiene la culpa. Ambas teorías son verdaderas. Dios nos manda su castigo por la arrogancia de creer en el progreso, y el extranjero que todos somos y tosemos hacia afuera es el responsable de la peste que nos mata todos los días y que no cursa con síntomas gripales, sino que sale del inmenso agujero que se ha abierto en nuestra concepción del mundo. Mientras tanto, los italianos confinados en sus casas se asoman a los balcones y cantan a la vida. Eso también es parte de la locura globalizada, y que en cierta medida ha existido siempre. Ya lo sabíamos por el Decamerón de Bocaccio (también italiano), que lo escribió a propósito de la peste bubónica de 1348 y en la que mostró queincluso al borde del final del mundosiempre hay lugar para el deseo de vivir.
29-3-20
«Sigamos al líder. Él sabrá conducirnos al precipicio»
«Se ha tardado mucho más tiempo de lo que habría sido necesario, pero por fin los americanos han visto al charlatán escondido detrás de la cortina», escribe Peter Wehner en su columna para The Atlantic refiriéndose a Donald Trump. El acontecimiento inesperado, una vez más, puede cambiar el curso de la historia, de allí que con tanta frecuencia las predicciones políticas sufren el estallido de lo real. A Trump le ha reventado la pandemia en la cara, y frente a eso todas sus pataletas y sus tuits se perciben cada vez más como lo que son: la manifestación de una mente enajenada, de una personalidad gravemente trastornada, no sólo desde el punto de vista psicopatológico, sino fundamentalmente moral. Más allá de toda consideración diagnóstica, sobradamente demostrada, la obscena catadura del personaje, su total carencia de escrúpulos y su completa condición de canalla es ya imposible de disimular. Se ignora cuántas muertes van a producirse por la desastrosa gestión de la pandemia, pero tal vez sea la sentencia de muerte de esta presidencia, aunque tampoco es seguro. Los monstruos nunca mueren del todo. Sería curioso que el coronavirus tuviese la inesperada propiedad de ser esa clase de real que despierte la conciencia de una parte del pueblo americano, la que todavía sigue soñando el sueño idiota que irá tornándose en pesadilla.
Pero más allá de Trump y la paradójica consecuencia que esta desgracia podría traer a Estados Unidos y al mundo entero, nos encontramos una vez más con el fenómeno extraordinario, repetido a lo largo de la historia, de que bajo determinadas condiciones ciertos personajes degenerados no sólo se convierten en líderes de masas, sino en conductores de toda una nación hacia la pendiente de la catástrofe. Hitler sigue siendo, sin duda, el gran campeón de este fenómeno, así como los alemanes y muchos de sus vecinos pueden mantener hasta ahora el primer puesto de crimen y simultáneo suicidio colectivo en el El libro Guinness de los récords.
Hannah Arendt dedicó gran parte de su vida a indagar en este misterio humano, y sus resultados mantienen un alcance y una vigencia indiscutibles. A la vista del ascenso del fascismo, Freud y Lacan se vieron abocados a afinar los instrumentos analíticos para descifrar ese fenómeno letal que germina en el magma oscuro y fétido conocido con los nombres de patria, tierra natal, o pueblo, siendo este último tal vez el más peligroso de todos, en especial por la insólita velocidad con la que la seducción de su empleo puede contagiarse.
Ahora nos hemos contagiado de amor universal, porque ante la sensación de que el fin del mundo se aproxima queremos, desde nuestro encierro forzoso, abrazarnos y tomarnos de las manos. Hermanados en nuestra desdicha, confiamos en salvarnos los unos a los otros. Es algo conmovedor, y al mismo tiempo inquietante. ¿Cuál será el destino de todo ese amor que se está acumulando y se desborda en un río incontenible de solidaridad? No lo sabemos, pero mientras tanto es absolutamente bienvenido. Sí sabemoscabía suponerloque la venta de armas en Estados Unidos se ha disparado, valga la expresión. Tal vez porque ante la perspectiva que se cierne sobre el país, el milenarismo que es consustancial a esa sociedad se prepare para un escenario semejante al que plasmó Cormac McCarthy en su novela The Road: cada uno defendiendo a tiros el posible asalto a su nevera y su provisión de papel higiénico. Como la mayoría de las personas, me emociono con todas las iniciativas diarias destinadas a paliar la angustia y el dolor que padecemos. Al mismo tiempo me mantengo a una prudente distancia (mínimo un metro y medio) para prevenir la posibilidad de que nos reinfectemos de nuestra propia condición humana, ésa que tarde o temprano nos devuelve a la realidad. Muchos auguran que esto nos va a cambiar por fuera y por dentro, que habremos de reinventarnos y seremos mejores. Que este virus que cayó del cielo, como el color del cuento de Lovecraft, será recordado como lo que nos recondujo por el camino en el que nos ...

Índice

  1. Introducción
  2. I El psicoanálisis y la máquina de abrir cabezas
  3. II Políticas para todos los gustos y disgustos
  4. III Entre todos la matamos y ella sola se vengó. Crónicas de la Tierra
  5. IV Realdistopik
  6. V El amor, el deseo y otras enfermedades oportunistas
  7. VI Ellos, los animales
  8. VII La locura como patrimonio universal de la humanidad
  9. VIII La curación por la literatura
  10. IX Noticias sobre el año en que apestamos