La sombra religiosa americana
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La sombra religiosa americana

Cómo el protestantismo de los EE. UU. impacta el rostro de la iglesia latinoamericana

José Luis Avendaño

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Cómo el protestantismo de los EE. UU. impacta el rostro de la iglesia latinoamericana

José Luis Avendaño

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José Luis Avendaño expone en su libro el fenómeno del ascenso de visibilidad social y tracción pública de la iglesia evangélica. El foco de análisis es la influencia que ejerce sobre ella la American Religion; esa forma de religiosidad que encarna y glorifica los valores de la American Way of Life.En La sombra religiosa americana el autor expone uno de los fenómenos más debatidos de los últimos años en América Latina: el ascenso de visibilidad social y tracción pública de la iglesia evangélica. El crecimiento demográfico, la presencia cada vez mayor en medios y redes sociales y las incursiones en la arena política despiertan todo tipo de reacciones en un continente históricamente católico, aunque actualmente globalizado y en proceso de secularización. Las voces, desde las más esperanzadas hasta las más críticas, a menudo abundan en estereotipos; la pregunta por lo evangélico –sus características, sus luces y sombras, su unidad en medio de una enorme diversidad– sigue en pie.En esta analítica y minuciosa obra, José Luis Avendaño descifra el misterio detrás de los múltiples rostros de la iglesia evangélica latinoamericana. El foco de análisis es la sombra que ejerce sobre ella la American Religion: esa forma de religiosidad que encarna y glorifica los valores de la American Way of Life. Dos conceptos le sirven como eje para entender el cristianismo: la identidad –aquello que la revelación tiene de único e inmutable– y la relevancia –aquello que evoluciona, en dialogo con la cultura-.

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Información

Año
2021
ISBN
9788418204500
PART II
CONTEXTUALIDAD QUE CONDICIONA ELLA
MISMA A PRIORI EL CRITERIO DE VERDAD:
LA RELEVANCIA COMO IMPERATIVO
1
Planteamiento del problema
El teólogo dominico francés, Charles Duquoc, describía en el título de uno de sus últimos libros, La théologie en el exil. Le défi de sa survie dans la culture contemporaine319, la condición en que según su opinión se encontraría actualmente la teología cristiana en el marco de la sociedad contemporánea, a saber, como en el destierro o en el exilio, y a partir de tal sombrío escenario esforzándose por sobrevivir. Las razones para ello, se entenderá, resultan bastante complejas y diversas para ser tratadas de momento aquí, pero, a juicio de Duquoc, gran parte de dicho lamentable estado se explicaría por la falta de adaptación de esta disciplina, al menos en su acepción tradicional, a los retos de la sociedad moderna320 –o posmoderna, podríamos de paso precisar–. Se trata, con aquello de situar a la teología cristiana en un estado de confinamiento y sin mayor capacidad de interpelar o conectar con los latidos de la sociedad actual, de un juicio bastante categórico que bien podríamos matizar, pero que, en líneas generales, creemos, se condice en gran medida con la realidad. Dicho de otro modo, la actual crisis que afectaría a la teología cristiana en nuestros días sería una crisis relacionada específicamente con la dimensión de la relevancia de su mensaje, es decir, con su dificultad para articular un discurso que logre captar la atención de la sociedad contemporánea, en la medida en que primero resulte capaz de contribuir o iluminar sus inquietudes o necesidades más profundas. El precio a pagar por la falta de relevancia en cualquier actividad, se dirá, es la no vigencia, el olvido, la intrascendencia o, en las palabras de Duquoc y en relación específica con la teología, el desarrollar un tipo de existencia nada más que en el destierro o en el exilio.
Y, sin embargo, de aceptar este diagnóstico, se deberá admitir que el quehacer teológico no es más que una función entre muchas que le cabe a la fe cristiana, de modo que la crisis de relevancia de la teología es, fundamental y primeramente, la crisis de la relevancia de esta fe, la que con antelación a esta disciplina –si seguimos aquí el juicio de Duquoc–, se hallaría ya en tal condición de marginación y exclusión. Bien se trate de un exilio autoimpuesto o de un destierro forzado, el caso es que la fe cristiana y todo lo que ella implica y afirma, ya sea en su forma de tradición, comunidad o pensamiento, tiempo ha que ha dejado de ser aquella voz relevante, estimulante y rectora que acaso lo fue otrora, en un no muy lejano pasado, y esto al menos en el marco de la civilización de Occidente, cuando su mensaje todavía constituía referente autorizado para una buena parte de la sociedad, informaba la cultura, daba contenido a la ética, hallaba un espacio asegurado en la actividad académica y en la vida pública, en la que, por lo demás, sus portavoces –pastores, sacerdotes y teólogos– eran oídos y respetados. Hoy, empero, tal sitial preferencial del que gozaba antaño el cristianismo en la sociedad contemporánea se debate en clara retirada. No solo que se le niega virtualmente toda contribución en la formación de la civilización y la cultura de Occidente, sino que se le atribuyen nada más que los resabios coercitivos y oscurantistas que aún se arguye que esta ostenta. No solo que se pone en entredicho su lugar en la actividad académica, y en la modalidad ya de teología, por el hecho de fundamentar su conocimiento en una verdad que, ella insiste, ha sido ya revelada, no ajustándose en consecuencia a los estándares de veracidad requeridos para toda disciplina universitaria, sino que se le acusa por lo mismo de llevar lo que descansa en el terreno de creencias privadas y subjetivas al terreno de la educación superior –peor aún: laica y pública–, lo que viola el principio de neutralidad religiosa que debe regir al Estado democrático y moderno. No solo que se juzga su decir como extemporáneo y contraproducente en la vida pública de las sociedades y en sus instituciones fundamentales, sino que se intenta por todos los medios expulsarle de ambas, al aducir que, en razón de sus fundamentos –Escritura, primeramente, y tradición, como un fondo segundo–, no puede tal hablar más que reforzar el pensamiento único e intransigente, y todo aquello se opone al ideario del progreso y lo libertario. No solo que a sus portavoces eclesiásticos, pastores y sacerdotes, se les ha dejado prácticamente ya de oír y de estimar, en la medida en que a su mensaje se le sentencia de irrelevante e improcedente con los intereses y la dinámica de la sociedad posmoderna, sino que a partir de unos hechos ciertamente condenables y deleznables en que han incidido algunos de ellos, específicamente en cuanto a la corrupción financiera y al abuso sexual, se concluye virtualmente el descrédito per se del ministerio pastoral y sacerdotal como tal. No solo, por otra parte, que al teólogo se le reprocha el hecho de basar su estructura de pensamiento en métodos completamente subjetivos e inverificables –más rayanos con la metafísica o la alquimia que con la realidad experimental–, y en fuentes que, por lo demás, solo pueden hallar sentido para aquel que ya se halla previamente comprometido con los contenidos del cristianismo, sino que la misma disciplina de la teología en el concepto de universidad actual, rendida ya a los poderes del mercado y del cientificismo, con cada vez menos espacio para las humanidades –o, de haberlas estas, generalmente se hallan completamente secuestradas ya por el ideologismo de la izquierda cultural–, pareciera no tener ya ningún lugar o en su defecto quedar simplemente recluida y transformada, de acuerdo al sociologismo que hoy es moda, por la idea aquella de “escuela de las religiones”.
Bajo tal descripción, por lo tanto, que a la luz de lo que transcurre cada día en gran parte de las sociedades de Occidente no podría ser tildada en modo alguno de desmedida o estridente, es evidente que la fe cristiana no puede –menos que nunca– darse el lujo de renunciar, ora por comodidad, ora por temor, ora por conveniencia, al carácter plenamente relevante de su mensaje que indiscutiblemente siempre le ha asistido, y permitir que sean otros discursos y otras voces en medio de este mundo cada vez más escindido y fragmentado, al tiempo que amenazado por ideologías que atentan contra el orden natural del ser humano y su estructura básica, la familia, los que ofrezcan la palabra definitiva en cuanto al reordenamiento de la existencia de las personas y el destino de las sociedades mismas. Ciertamente, en medio de la vorágine de este mundo y sus profundas transformaciones –no solo supeditadas como hasta hace poco a las temáticas convencionales de lo político y económico, sino a cuestiones como nunca antes vistas de tan enorme trascendencia moral, de definición en cuanto al valor de la vida del ser humano (discusión en torno a la eutanasia y al aborto), de definición en cuanto a los límites de la experimentación con esta (discusión en torno a los límites de la bioética), de definición en cuanto la naturaleza del ser humano (discusión en torno a la ley natural y a la ideología de género), de definición en cuanto al modo de relacionarse con la tierra y sus recursos naturales (discusión en torno al tema ecológico), etc.–, la fe cristiana no puede contentarse con ser simplemente un espectador mudo e inerme de la historia, y renunciar en consecuencia a decir su palabra y a actuar en conformidad con ella. No puede resignarse a una modalidad de existencia nada más que de destierro o de exilio, a la que una sociedad cristofóbica le ha recluido y a la que al parecer ella misma dócilmente se ha sometido, y consentir sin más en su expulsión del escenario público. No puede desistir, en definitiva, de su dimensión de relevancia, por cuanto del mismo modo que la dimensión de identidad, resulta constitutiva a su propia esencia e inteligencia, ya que forma junto a esta su inextricable e inseparable dialéctica. Mas por lo mismo que esta imperiosa necesidad por activar aquella dimensión de relevancia de la fe cristiana podría llevar, en virtud precisamente de la urgencia y convulsión de los tiempos, a riesgosos exabruptos y apresuramientos, con el resultado de la lamentable desvirtuación y distorsión de esta fundamental dimensión de la fe cristiana y la consiguiente desestructuración de este indisoluble movimiento dialéctico –identidad y relevancia–, es menester ofrecer algunas advertencias y aclaraciones previas al respecto de ello.
En términos generales, podríamos afirmar que el riesgo de radicalización de la dimensión de la relevancia y en consecuencia del discurso horizontal, en detrimento desde luego de su indispensable contraparte de la identidad, viene dado principalmente por todas aquellas teologías que no siempre resultan capaces de precisar y preservar la especificidad del mensaje cristiano en su esfuerzo por intentar ofrecer inmediata reacción ante la problemática y contingencia actual. El peligro aquí, a diferencia de lo ya observado en el capítulo anterior en relación con el radicalismo de la dimensión de la identidad, es la difuminación de la distintividad de tal mensaje en el afán de resultar absolutamente atingente a las problemáticas presentes, lo que implica permitir muchas veces que sea la fluidez de estas contingencias y sus instrumentos fluctuantes de mediación los que determinen los criterios de veracidad del mensaje cristiano. También aquí, al exacerbar el estandarte de la relevancia y la contextualidad prácticamente como únicos criterios posibles de la actividad teológica, se conduce a esta a la coacción de su pensamiento y al reduccionismo de sus funciones –los mismos vicios, paradójicamente, que se le enrostran desde estos sectores a aquel sistema polarizado en torno a la dimensión de la identidad–, y todo aquello a pesar de que la insistencia sea ahora hacer del quehacer teológico un discurso diversificante y liberador. En contraposición con el cuadro anterior, podríamos decir, por lo tanto, que lo que se ha ganado aquí en relevancia se ha perdido en identidad.
Hemos dicho también que, a tal tendencia hacia la exacerbación de la dimensión de la relevancia, la hemos querido situar dentro de las posibilidades que ofrece la American Religion entre aquellos sectores eclesiásticos agrupados en aquella figura de las mainline churches. Asimismo, hemos precisado, siempre dentro de esta misma religiosidad, que se trata de sectores que por su escasa presencia misional han ejercido un muy menor influjo en la configuración y el posterior desarrollo del mundo evangélico latinoamericano, cuánto más si le comparamos con la arrolladora influencia del sector evangelical. No obstante aquello, y en vista de su cada vez más incipiente participación en estas últimas décadas en ciertos medios académicos y aun en ciertos espacios eclesiásticos de América Latina, dependientes de algún modo de ellos, nos parece necesario brindarle una detenida atención, cuánto más al considera que su influencia, a la luz de determinados condicionamientos actuales, tales como el avance del ideologismo de la izquierda cultural o la misma filosofía relativista del progresismo y la posmodernidad, podría continuar en aumento. Dicho esto, mas en el entendido de que el riesgo de radicalizar una de las dimensiones de la fe cristiana, en este caso la de la relevancia, no es patrimonio exclusivo de la religión americana, si bien aquí tal tendencia ha adquirido connotaciones casi connaturales, quisiéramos comenzar entonces por revisar ciertos quehaceres eclesiásticos y teologales descriptivos de este movimiento, procedentes de nuestro propio contexto continental, aunque no sin alguna comunicación, a pesar de lo que se pueda llegar a pensar, con el mundo religioso usamericano.
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319. Bayard, Paris, 2002. La edición en español, la cual seguiremos aquí, corresponde a, El destierro de la teología. El reto de su supervivencia en la cultura contemporánea, Mensajero, Bilbao, 2006.
320. “La marginación de la teología tradicional es, en parte, debida a su inadaptación a los retos contemporáneos” (Op. cit., 47).
2
Tendencias en América Latina
Nos referimos aquí, por supuesto, a aquellos sectores evangélicos de nuestro continente cuya articulación teológica procura sobrepujar, por una parte, el tradicional esquema del fundamentalismo evangélico usamericano, pero también, por la otra, los límites impuestos por sus respectivas (re)ortodoxias –en el caso de proceder de estas–, e incluso el modelo tradicional de iglesias de trasplante que subyace en el origen de no pocas de estas comunidades y que encuentran por lo general representación visible –aunque no exclusivamente– en el Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI) y otras organizaciones semejantes. Tales sectores, como ya se ha dicho, comprometidos con la enfatización de la dimensión relevante de la fe cristiana, constituyen a nuestro juicio la segunda fuerza evangélica en el continente, luego, por supuesto, del bloque evangelical. Una segunda fuerza que, si la comparamos con la hegemónica presencia de aquel otro sector, aparece ocupando un sitial ostensiblemente rezagado, tanto en proporción numérica como en cuanto a influencia real de acción y pensamiento en el contexto evangélico de América Latina, pero que debido a su inserción en el concierto ecuménico internacional321, o incluso a través de su misma asociación con la teología de la liberación y otras teologías del genitivo, ha sido capaz de despertar un enorme interés y seguimiento entre aquellos grupos protestantes del primer mundo, ocupados del mismo modo que ella en el desarrollo de la dimensión relevante de la fe cristiana. Es el hecho de concitar esta segunda fuerza tan alta expectativa entre aquellos grupos protestantes ya mentados, al punto de que la tendencia es allí a considerarla, sin dubitación alguna, como la expresión más auténtica del quehacer teológico de América Latina o, más precisamente, el hecho de que la misma sea portadora de un tan importante influjo por parte de aquellos grupos, en especial de los Estados Unidos, y no tanto su trascendencia real en la realidad evangélica y social de América Latina, lo que nos lleva a desmenuzar en este presente capítulo algunos de sus más importantes insumos.
2.1 La relevancia como imperativo
Plantear la dimensión relevante de la fe cristiana como agenda central del quehacer teológico ofrecerá, no hay duda de ello, la posibilidad de abrirse a oportunidades no previstas en relación con aquel sistema, cuyo único modo de afirmación de esta lo constituía prácticamente el solo resguardo por su identidad, pero, a su vez, no menos justificadas inquietudes, toda vez que se haga de tal dimensión relevante la preocupación última, sino única, de la teología. Enunciemos aquí tan solo algunas de estas dificultades: ¿Quién y bajo qué criterios habrá de determinar, en última instancia, qué resulta relevante y qué periférico para el quehacer teológico de la iglesia? ¿No se corre el evidente riesgo, en virtud de aquel mismo afán por resultar a toda costa relevante –¡ahora, aquí, en este preciso momento!–, de ofrecer respuestas y soluciones de precario valor metodológico, de escasa profundidad en el análisis teológico que, por lo mismo, contribuyan efímeramente –más allá de las alegres consignas– a la resolución de esas mismas problemáticas que se procura emplazar? ¿No se halla siempre presente el peligro, bajo tal proceder, de excluir el valor e incluso la legitimidad de los intereses de otros sectores teológicos, particularmente de aquellos que no se rigen por la agenda de la relevancia, sino que, por el contrario, se muestran más atentos a la dimensión de la identidad de la fe? ¿No es cierto, si se es lo suficientemente honesto como para reconocerlo, que cuando se exacerba el estandarte de la relevancia como excluyente criterio del quehacer teológico, lo que en principio podría aparecer como una legítima preocupación teológica consecuente e interpelante, muy pronto corre el riesgo de transformarse simplemente en un eslogan, en un seguro éxito de ventas, en una llave casi mágica para abrir puertas al reconocimiento y a las invitaciones sociales, aunque muchas veces el intérprete de este o aquel discurso relevante se encuentre, existencial y moralmente hablando, casi completamente descomprometido y distante de su declaración relevante oficial?
Y, por lo mismo, ¿no se produce, muchas veces también una especie de sacralización en torno a ciertos expositores y sus discursos relevantes, al punto de que prácticamente no se permite ningún cuestionamiento o confrontación de estos, y a aquel que osadamente desconozca tal advertencia, se le amenaza con retirarle tanto el báculo de la protección, como el sello del reconocimiento que aquella cofradía edificada en torno a aquel expositor y su discurso confieren, aunque aquello redunde, finalmente, en un empobrecimiento claramente insano del mismo expositor y su alocución contingente? ¿No ocurre en ciertas oportunidades que discursos que se promocionaban tan pomposamente relevantes, y que alertaban sobre el gran impacto que habría de producir su seguimiento y aplicación en el área social y eclesiástica, resultaron finalmente incapaces de cubrir las propias expectativas que ellos mismos se habían forjado, viniendo a dar en nada más que mera extravagancia académica o en simple activismo de grupos progresistas laicos, no solamente sin el publicitado impacto antes proclamado, sino evidenciando además ser meras modas pasajeras? Y, además de todo esto, ¿quién podría afirmar o demostrar que lo que se piensa y se produce, no precisamente desde la urgencia contextual o la coyuntura relevante, carece de toda validez e importancia solo porque no se circunscribe a la agenda contingente más mediática o al interés más candente de turno? Y, sin duda, lo más importante todavía, ¿no existe también el enorme peligro de que al plantear la agenda de la relevancia prácticamente como la única finalidad del quehacer teológico, cuánto más en flagrante soslayamiento de la dimensión de identidad, tal agenda en realidad no sea más que un juego de palabras teológicas, pero ya bastante vaciadas de contenido, para la consecución de un programa más bien de preferencia cultural o político que, por lo mismo, ya no sea capaz tampoco de preservar aquello que resulta distintivo e insustituible del mensaje cristiano, a pesar de todo su imprimátur eclesiástico ...

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