«En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo.
Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban.
Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.
Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.
Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.
Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas;
y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado.
Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí.
Y dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis.
Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad.
Y yo dije: ¿Hasta cuándo, Señor? Y respondió él: Hasta que las ciudades estén asoladas y sin morador, y no haya hombre en las casas, y la tierra esté hecha un desierto;
hasta que Jehová haya echado lejos a los hombres, y multiplicado los lugares abandonados en medio de la tierra.
Y si quedare aún en ella la décima parte, ésta volverá a ser destruida; pero como el roble y la encina, que al ser cortados aún queda el tronco, así será el tronco, la simiente santa.»
—ISAÍAS 6
LA VISIÓN
El relato de Isaías 6 describe una experiencia transcendental, transformadora y única en la vida. El profeta articula en palabras lo indescriptible que sólo puede trasmitirse en un idioma simbólico, figurado y místico, en el lenguaje de la poesía. Comunica, de forma directa, el encuentro entre lo divino y lo humano, que influyó de forma extraordinaria y permanente en su vida y vocación. Presenta el drama de la conversación fundamental que debía transformar reyes, individuos, pueblos y comunidades enteras.
El texto bíblico describe un instante sublime de iluminación, purificación, contemplación, transformación. El relato presenta un momento de revelación, desafío, comisión, mandato. La narración, con sus imágenes penetrantes y belleza poética, nos lleva al terreno de lo inefable e indescriptible: Dios habla con el profeta y lo comisiona directamente a cumplir un mandamiento fundamental en la vida. El profeta, por su parte, transportado en la visión al palacio celestial, es incorporado en este singular diálogo divino-humano, y responde de modo afirmativo al singular desafío y pedido de Dios.
La unidad temática y literaria del pasaje se pone de manifiesto de forma clara. Comienza con una referencia histórica precisa: la muerte del rey Uzías (Is 6:1) y finaliza con la alusión a un tiempo indefinido de restauración y salvación (Is 6:13). La redacción se articula en primera persona singular —como si el relato fuera parte de las memorias del profeta— y posiblemente es parte de la sección del libro que se relaciona con la guerra siro-efraimita (Is 6:1—9:6), aunque toda la sección debe haber sido posteriormente revisada por los redactores finales para aplicar el mensaje a las crisis posteriores con Asiria y Babilonia. La relación temática de toda la sección se pone claramente de manifiesto en la comisión dada al profeta de predicar el «endurecimiento del corazón» del pueblo y su «cumplimiento» en la respuesta del rey Ajaz, representante de «ese pueblo», al mensaje del profeta.
Tradicionalmente este relato bíblico se ha entendido e interpretado como «la vocación del profeta Isaías», pues se cree que la experiencia descrita pone en evidencia clara el momento del descubrimiento de la conciencia profética y vocacional de Isaías. Esa interpretación de la visión de Isaías, que es tan común y popular en los círculos homiléticos, no necesariamente agota las posibilidades de interpretación, pues la narración enfatiza la comisión y el mensaje específico que el profeta debía presentar al pueblo luego de la muerte del rey, particularmente en el entorno de la guerra siro-efraimita.
RELATOS DE LA VOCACIÓN PROFÉTICA
Aunque con el relato de la visión de la gloria de Dios el profeta legitima su vocación y presenta sus auténticas credenciales del llamado de Dios y envío ante el pueblo, posiblemente Isaías ya había comenzado su ministerio profético antes de tener la experiencia descrita en el capítulo seis de su libro. Además, la redacción del relato presupone la reflexión posterior y sosegada del profeta luego de la experiencia, al evaluar la reacción del pueblo al contenido de su mensaje.
Es muy interesante e importante notar, además, que el relato en ningún momento identifica con claridad al profeta. Ese silencio literario posiblemente está fundamentado en la convicción del redactor de la narración de que el lector, sin mucha dificultad, relacionará la visión descrita con el profeta Isaías del siglo VIII a.C., quien claramente se identifica previa (Is 1:1; 2:1) y posteriormente (Is 7:1—8:18).
La narración puede dividirse en cinco secciones temáticas principales: la primera (Is 6:1-5) presenta la teofanía en la corte del palacio celestial (o quizá en el Templo de Jerusalén); en la segunda (Is 6:6-7) se describe la consagración del profeta, particularmente se alude al fundamental proceso de purificación ritual y ética; la tercera sección (Is 6:8-10) incluye el mandamiento divino al profeta para «este pueblo», que revela el corazón del mensaje profético; en la cuarta (Is 6:11) se revelan las inquietudes y las preocupaciones del profeta; y, finalmente (Is 6:12-13), se añade un elemento adicional de juicio divino con alguna posibilidad tenue de esperanza y restauración.
El análisis literario y temático del texto hebreo manifiesta algunos paralelos con otras porciones de las Escrituras. La relación más cercana y clara es posiblemente con la narración en torno a Micaías ben Imlah (1 R 22): Micaías vio las «huestes [o ejércitos] de los cielos» e Isaías vio «al Señor de los ejércitos [o de las huestes celestiales]»; ambos ven al Señor como Rey; y las comisiones vocacionales de los dos profetas incluyen diálogos o conversaciones celestiales (1 R 22:21 e Is 6:11).
En referencia a los relatos de vocación profética en general, los estudiosos han descubierto en la Biblia por lo menos dos tipos de estructuras literarias básicas. En la primera se incluye el elemento de incomodidad y temor al rechazo inclusive de parte de la persona identificada y llamada. Esa actitud de inseguridad debe ser superada por alguna acción divina particular, como la persuasión y la seguridad por medio de señales o revelaciones especiales. En algunas ocasiones la seguridad se trasmite mediante la afirmación de un firme y claro «no temas» de parte de Dios. Este primer tipo de estructura literaria posiblemente tomó forma en las narraciones de vocación de los principales líderes carismáticos de Israel (p.ej: Moisés, Gedeón, Saúl y Jeremías).
En el segundo tipo de estructura vocacional, el elemento visual tiene una importancia capital y la persona comisionada está dispuesta a responder positivamente al llamado divino. Además, en esta estructura el profeta es llevado ante el «concilio celestial», o ante la presencia de Dios, donde participa activamente de la conversación y del proceso de comisión. Este estilo vocacional se puede relacionar no sólo con los profetas Isaías y Micaías, sino también con Ezequiel.
Los relatos de las visiones proféticas generalmente se presentan en primera persona singular; es decir, el profeta mismo (o quizá su amanuense o secretario) articula, describe y comunica su experiencia en forma autobiográfica. Este particular estilo se manifiesta con regularidad en las visiones de Micaías (1 R 22:17, 19-23), Amós (Am 7:1-9), Zacarías (Zac 1:8—6:8), Ezequiel (Ez 1—3) y Jeremías (Jer 1:11-19). Esa forma autobiográfica también es común en el libro de Isaías, particularmente en la sección relacionada con la guerra siro-efraimita (Is 7:1—8:23).
Esas singularidades literarias nos hacen pensar que el profeta Isaías redactó los elementos básicos y fundamentales del relato (o por lo menos los dictó). El relato de la visión incluye esencialmente la percepción del profeta en relación a su experiencia de llamado y comisión. La evaluación de la teofanía o revelación divina de la narración es fundamental para el análisis y la comprensión de todo el libro del profeta. El tono sombrío del mensaje y la referencia al «endurecimiento del corazón del pueblo» (Is 6:9-11) pueden ser indicadores de que el relato incluye reflexiones posteriores del profeta al percatarse de las reacciones adversas del pueblo a su mensaje.
De acuerdo con el versículo 1, la visión de Isaías se produjo en el año de la muerte del rey Uzías (ca.739 a.C.). Algún tiempo después de la muerte del monarca, el profeta reflexionó sobre las implicancias políticas, sociales y religiosas de esos acontecimientos y redactó su experiencia. De particular importancia para las dinámicas teológicas y sicológicas del profeta son los conflictos bélicos de Judá contra Israel y Siria. El rey Acaz no quiso escuchar el mensaje de confianza y seguridad que presentó el profeta, preparando el escenario para el cumplimiento de la palabra profética de Isaías.
La visión de Isaías, que ha sido descrita como un tipo de «unidad kerigmática» para enfatizar la continuidad literaria y la pertinencia teológica del mensaje, más que un relato inicial de llamado vocacional describe esencialmente el encuentro con lo eterno y el diálogo del profeta con Dios en el «concilio celestial». En ese singular diálogo se incluyen, además, varias formas literarias importantes. Es ciertamente un relato teofánico, pues Dios mismo presenta la comisión del profeta y subraya el mensaje de juicio al pueblo. La finalidad de la narración es afirmar la extensión y la naturaleza de las acciones divinas contra Israel y Judá, como resultado de las políticas impropias del rey Uzías.
LA TIERRA ESTÁ LLENA DE SU GLORIA
6:1. El año de la muerte del rey Uzías es posiblemente el 739 a.C. (2 R 15:7; 2 Cr 26:23). El texto bíblico ubica el ministerio profético de Isaías en un entorno histórico, político y social preciso. Los profetas bíblicos se preocuparon por relacionar sus mensajes con eventos de importancia histórica particular. De esa forma ponían de manifiesto lo fundamental de la contextualización de la revelación divina; además, subrayaban lo prioritario de la pertinencia y la relevancia del mensaje profético. El componente histórico de las intervenciones salvadoras de Dios se pone nuevamente de manifiesto. El rey, que estuvo enfermo de lepra por algún tiempo (2 R 15:5), gobernó junto a su hijo Jotam como su regente. Uzías era su nombre común, y posiblemente Azarías posiblemente era su nombre oficial como monarca.
El profeta indica que «vio al Señor». No estaba interesado en explicar los detalles de su experiencia, sólo la describe en términos visuales. En efecto, el uso de la palabra «visión» revela la naturaleza y extensión de la teofanía y revelación divinas. Además del acto visual específico, la palabra hebrea alude también a la experiencia de percatarse de algo extraordinario y fundamental en la vida. No eran estáticos los profetas, pues no perdían la razón ni la conciencia ni disminuían sus capacidades de análisis crítico. Tampoco eran místicos, pues no se «fundían en Dios», alcanzando un estado extraordinario y sublime de espiritualidad.
Los profetas eran personas fieles a Dios y comprometidas con el pueblo, que anunciaban los juicios y designios divinos. También eran agentes del arrepentimiento y la contrición, pues el Dios bíblico incentiva las posibilidades del perdón y la restauración. En esa tradición profética se hallaba Isaías.
La referencia al trono «alto y sublime» alude no sólo al Templo de Jerusalén, que pudo haber sido el contexto inmediato del profeta, sino al santuario celestial en el que se encuentra Dios como Rey de su pueblo y Señor de las huestes de los cielos. El profeta no ve ni describe al Señor, sino afirma la magnificencia del trono. De forma indirecta pone el énfasis en la grandeza divina. Y su presencia gloriosa se subraya con la descripción de su entorno inmediato.
La imagen «sus faldas llenaban el templo» sugiere la idea de que Dios era concebido como un coloso o gigante (Jer 20), con vestiduras que llenaban el lugar sagrado. El texto revela la relación íntima entre el palacio eterno de Dios y el Templo de Jerusalén, el cual era la representación humana del diseño divino. El profeta es transportado en visión al lugar de la teofanía, que es el santuario celestial.
6:2. Los serafines eran criaturas extraordinarias concebidas en Israel como serpientes con alas; además tenían rostro, manos y pies como las personas. Poseían tres pares de alas: con dos se cubrían el rostro, en deferencia a la presencia y la santidad de Dios; con dos volaban, para cumplir con sus funciones de servicio al Señor; y con las otras dos se cubrían «los pies», que era una forma eufemística de referirse a sus partes genitales. En Israel se pensaba que nadie podía ver a Dios y vivir (Éx 33:20; Jue 13:22); además, se evitaba mencionar las partes privadas del cuerpo, por la relación íntima que había entre el sexo y el sentido de culpa (Éx 4:25; Is 7:20).
La imagen de la serpiente era común en el simbolismo y la mitología de Egipto; inclusive, una cobra alada se incluía en los adornos del trono y la corona del faraón. En Israel, posiblemente, estas criaturas se percibían como servidoras y guardianas del trono del Señor, comparable a los querubines que estaban en el santuario interior del Templo de Jerusalén. Aunque no hay evidencia de que en el Templo hubiera serafines, el texto bíblico indica que, en efecto, había una serpiente de bronce que fue removida durante el reinado de Ezequías (2 R 18:4).
Los relatos bíblicos que incluyen referencias al trono de Dios, regularmente presentan e identifican a las «huestes celestiales», pero utilizan expresiones variadas y diferentes: por ejemplo: «querubines» (Gn 3:24), «espíritus» (2 R 22:21), «hijos de Dios» y «adversario» (Job 1:6).
6:3. El cántico de los serafines «santo, santo, santo», que ciertamente es un acto de alabanza, adoración y humildad ante Dios, debe ser un eco de la liturgia del Templo, que posteriormente se incorporó en el culto cristiano (Ap 1). La aclamación y alabanza se dirige a Dios como Señor de los ejércitos, que ciertamente debe haber sido el nombre divino utilizado en el culto de Jerusalén. La afirmación de las criaturas, «que Dios es tres veces santo» y que la tierra está llena de su «gloria», por un lado, representa la esencia y naturaleza divinas; y por el otro, afirma su poder sobre la humanidad y el cosmos.
La afirmación de la santidad divina (en hebreo, kadosh) es una contribución fundamental del libro de Isaías a la teología bíblica y también a la comprensión humana de la naturaleza divina. Uno de los títulos de Dios que se utiliza con mayor frecuencia en el libro es «El Santo de Israel» (p.ej., Is 1:4; 5:16,19,24; 10:20; 30:11). La santidad describe efectivamente la naturaleza interna de Dios, que ciertamente tiene inmediatas repercusiones éticas y pragmáticas para el pueblo y la comunidad (véase particularmente Is 1:10-18). La santidad divina revela, además, su trascendencia y subraya su rectitud: por un lado, se manifiesta lo extraordinario e inimaginable del Señor; y por...