Foucault y la crítica a la concepción moderna de la locura
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Foucault y la crítica a la concepción moderna de la locura

Mauricio Lugo Vázquez

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Foucault y la crítica a la concepción moderna de la locura

Mauricio Lugo Vázquez

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Lejos de ser concebida como un objeto fijo a lo largo de la historia, respecto del cual se habrían elaborado diversos sistemas de representación, de función y de valor representativo, Michel Foucault estudia la locura como una "experiencia" singular en el seno de nuestra cultura. Pensar la locura como "experiencia" presupone analizarla como origen de muy variados tipos de conocimiento: médico, por supuesto, pero también psiquiátrico, sociológico, jurídico, psicológico, etc.; implica, asimismo, indagar el conjunto de normas mediante las cuales se determina culturalmente como fenómeno de desviación dentro de una sociedad. Por último, pensarla como "experiencia" nos obliga a interrogarnos en lo tocante a los modos de constitución del sujeto normal, de cara siempre y con referencia al sujeto loco.

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Información

Año
2021
ISBN
9789876919838
Categoría
Philosophy
Categoría
Philosophers

1. Los desplazamientos teóricos de Foucault

Enfermedad mental y personalidad es una obra completamente separada de todo cuanto escribí posteriormente […] Aunque mi primer texto sobre la enfermedad mental sea coherente en sí, no lo es en relación con los otros textos.
Michel Foucault

“Ruptura” y continuidad en la crítica a la locura

El tema de la locura es un hilo rojo que recorre buena parte de la obra de Michel Foucault. No es el objeto principal de sus investigaciones, ya que a lo largo de su vida abordó cuestiones y problemas de muy diversa índole. Sus críticas y reflexiones sobre el psicoanálisis, el lenguaje, el poder, la sexualidad, la subjetividad o las ciencias humanas, entre muchos otros temas, ocupan un lugar tan importante como el que le concedió a la locura. No obstante, es innegable que sus primeros trabajos privilegiaron el problema de la enfermedad mental y la locura, en buena medida como consecuencia de que, en el inicio de su desarrollo teórico, su interés profesional se orientó principalmente hacia el campo de la psicología, la psicopatología y la psiquiatría.
A pesar de que rápidamente sus investigaciones tomaron nuevos derroteros, regresó, una y otra vez, a la temática de la locura. Es como si todo cuanto hubiera dicho respecto de ella requiriera ser nuevamente examinado, discutido, problematizado, quedara siempre inconcluso y tuviera, por tanto, que ser reformulado bajo nuevos enfoques. Así, aunque su obra principal sobre este tema es Historia de la locura en la época clásica, publicada en 1961, una reflexión crítica y constantemente renovada, con un sentido y significado distintos del que le da en este libro, reaparece en muchas de sus obras posteriores. Ejemplo emblemático es el curso impartido en el Colegio de Francia, entre 1973 y 1974, que está consagrado íntegramente al desarrollo de la psiquiatría en el siglo XIX y que ha sido publicado con el título El poder psiquiátrico, donde, entre otras cosas, hace literalmente un ajuste de cuentas con la obra anterior. Gracias al deslizamiento metodológico y temático operado por el enfoque genealógico, que conlleva –tal y como han observado acertadamente Hubert Dreyfus y Paul Rabinow– una decisiva inversión de la teoría por la práctica, es que Foucault puede regresar al ejemplo de Historia de la locura en la época clásica para desembarazarse de ese análisis de las representaciones que caracteriza su primer trabajo. En su curso sobre el poder psiquiátrico, la práctica se ha vuelto más fundamental que la teoría (Dreyfus y Rabinow, 2001: 123-124). Ello significa que la formación de los discursos y la configuración del saber solo pueden ser debidamente aprehendidas desde la óptica de las tácticas y estrategias de poder.
En efecto, en Historia de la locura en la época clásica Foucault se dedicó a estudiar la imagen de la locura que imperaba durante los siglos XVII y XVIII, el miedo que provocaba, el saber que se formaba a partir de ella, fuera de manera tradicional o de acuerdo con modelos botánicos, naturistas, médicos, etc. Lo esencial es que toma como punto de partida, como lugar de origen, como espacio a partir del cual encuentran su punto de anclaje las prácticas introducidas en relación con la locura durante el clasicismo, ese conjunto de imágenes tradicionales, o no, de fantasmas, de saber, de representaciones que los hombres de aquella época se forjaban en sus mentes. Para decirlo brevemente: en ese texto Foucault privilegia lo que podríamos denominar “una percepción acerca de la locura”. Por el contrario, lo que le posibilita ahora la mirada genealógica es hacer un tipo de análisis completamente distinto; ya no poner como punto de partida de la investigación ese núcleo de representaciones que inevitablemente remite a una historia de las mentalidades del pensamiento, sino más bien partir de un dispositivo de poder. A partir de aquí la pregunta a responder es: ¿de qué manera un dispositivo de poder puede ser generador de una serie de enunciados, de discursos y, en consecuencia, de todas las formas de representación que a continuación pueden suscitarse a partir de él? En síntesis: la genealogía le posibilita estudiar los dispositivos de poder como instancias productoras de prácticas discursivas, lo que permite aprehender la práctica discursiva justo ahí donde se origina. Con esto Foucault inicia un largo camino en el estudio de los dispositivos de poder que dará como resultado la formación de ciertas prácticas discursivas. El enfoque genealógico le plantea una pregunta ineludible: ¿cómo puede ese ordenamiento del poder dar origen a afirmaciones, negaciones, experiencias, teorías, en suma, a todo un juego de la verdad acerca de la locura? Relaciones de poder y juegos de verdad; dispositivo de poder y discurso de verdad.
Entre el libro Historia de la locura en la época clásica y el curso El poder psiquiátrico existe también una diferencia importante en cuanto al objeto de estudio: en el libro Foucault se centra en el análisis de las diversas experiencias que de la locura se han tenido desde el Renacimiento hasta la época moderna; en el curso –y aquí cabe también incluir el que dictó sobre Los anormales (1974-1975)– se interesa más bien en el estudio de la historia de la psiquiatría. En rigor, El poder psiquiátrico no trata de una historia de los conceptos, ni tampoco de las instituciones psiquiátricas, sino de sus prácticas, es decir, de los dispositivos de saber y poder que se han configurado en torno a la locura y al loco. En esos dos cursos, por cierto, el análisis de las prácticas psiquiátricas trasciende el espacio de la locura y se prolonga hacia la constitución de lo que se denomina la anormalidad y de lo que Foucault define como la función psi. A pesar de las diferencias mencionadas, no hay “ruptura” entre el texto y los dos cursos. Se trata más bien de un desplazamiento metodológico y temático bajo el cual el estudio de la locura es nuevamente abordado. Hay que decir, además, que algunos esbozos sobre la historia de la psiquiatría están ya presentes en Enfermedad mental y personalidad e Historia de la locura en la época clásica. En otro de sus primeros libros, Las palabras y las cosas, puede percibirse en germen el esbozo de un proyecto a realizar. Paradigmático y revelador es lo que dice en la última página, en la que nos advierte de la reciente aparición del hombre en calidad de objeto de conocimiento, así como de su cercana desaparición:
En todo caso, una cosa es cierta: el hombre no es el problema más antiguo ni el más constante que se haya planteado el saber humano. Al tomar una cronología relativamente breve y un corte geográfico restringido –la cultura europea a partir del siglo XVI– puede estarse seguro de que el hombre es una invención reciente […] El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin. (Foucault, 2005a: 375)
Si se reflexiona detenidamente sobre lo que dice Foucault acerca del hombre, puede intuirse un programa a partir del cual todos los objetos posteriores de su investigación serán tratados como un invento cercano cuya fecha se puede datar, así como la plausibilidad de su fin inmediato.
Esta idea está ya presente en Historia de la locura en la época clásica, donde sostiene que la locura, como enfermedad, es un “invento reciente”. Ello significa que la “experiencia” moderna de la locura tiene un lugar y cumple una función específica en nuestros discursos y en nuestras instituciones que nos es propia, y que ese modo de ser nos es peculiar, tiene su historia, cercana y caduca, cuyos pormenores pueden determinarse por medio del método arqueológico. Pero esto no es todo: entre nuestra propia “experiencia” y las pasadas, no media la línea sinuosa pero continua del progreso de un conocimiento cada vez más adecuado, sino la brusca mutación que separa dos espacios de lo discursivo, dos órdenes de gestión institucional que de entrada son inconmensurables. Así, por ejemplo, si se analiza el modo de encierro de los locos en el Hospital General o las “casas de corrección”, durante la época clásica, y la forma como serán encerrados posteriormente en los asilos, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, es fácil constatar que se trata de dos modalidades de aislamiento completamente distintas. De igual manera, la rama de la medicina que se ocupa de los locos en el siglo XVII, que habla de las enfermedades de los nervios, de los humores, de las enfermedades de la cabeza, nada tiene que ver con lo que será más adelante la psiquiatría. Inútil ver en una la prefiguración de la otra: entre el Hospital General y el asilo, entre la medicina del clasicismo y la psiquiatría, un régimen de visibilidad y enunciabilidad completamente disímil define dos experiencias de la locura divergentes. Basta poner de relieve esta sola idea, con todas las implicaciones que conlleva, para darse cuenta de la distancia que separa esta obra de sus dos textos anteriores: Enfermedad mental y personalidad y la introducción a El sueño y la existencia de Ludwig Binswanger.
Asentado el principio de que todo cuanto existe ha sido creado en algún momento de la historia –tesis que recupera de Nietzsche–, Foucault se da a la tarea de investigar la trabazón de condiciones de posibilidad que se dan cita y convergen en una coyuntura histórica concreta para que la emergencia de un objeto determinado se haga necesaria. Bajo este enfoque investiga y problematiza otras “experiencias”, como el crimen o la sexualidad.
El presente trabajo tiene como propósito examinar los desplazamientos que Foucault realizó en su estudio sobre la locura. Se trata de tres momentos claramente diferenciados, cada uno de los cuales tiene su propia lógica y plantea problemas distintos. El primero de ellos acontece entre los textos redactados durante la década de 1950 e Historia de la locura en la época clásica. A este conjunto de textos que comprende Enfermedad mental y personalidad, la introducción a El sueño y la existencia de Binswanger –ambos publicados en 1954–, así como los artículos de 1957 “La investigación científica y la psicología” y “La psicología de 1850 a 1950”, lo hemos denominado “escritos predoctorales”. El segundo ocurre en ese deslizamiento que va de Historia de la locura en la época clásica a la publicación de Raymond Roussel, en 1963, y los artículos sobre crítica literaria publicados en revistas como Tel Quel, Critique, etc., durante la década de 1960. Por último, cabe mencionar los nuevos enfoques proporcionados por los cursos impartidos en el Colegio de Francia entre 1973 y 1975. Nos referimos, claro está, a El poder psiquiátrico y Los anormales. A estos desplazamientos corresponden cuatro planteamientos coherentes, sistemáticos y distintos de la locura. En el primero –el de los escritos predoctorales– la locura es definida alternativamente como patología social objetiva y proyecto fundamental de existencia; el segundo –Historia de la locura en la época clásica– aborda la cuestión desde el punto de vista histórico y se preocupa por estudiar el modo como han sido tratados los locos –principalmente a partir de las prácticas de exclusión y encierro–; el tercero trata las relaciones entre literatura y locura, en las que cada una de ellas se ciñe a una experiencia singular de lenguaje; finalmente, aunque el acento ya no esté puesto en la locura como tal, sino en el poder que el psiquiatra ejerce sobre el loco, los cursos impartidos en el Colegio de Francia retoman el trabajo iniciado en Historia de la locura en la época clásica. En efecto, esta obra termina con Philippe Pinel y el nacimiento del asilo; El poder psiquiátrico comienza con Pinel y el asilo y extiende el análisis a todo lo largo del siglo XIX hasta Jean-Martin Charcot.
Los tres desplazamientos no tienen el mismo valor ni la misma importancia. A pesar de giros, cambios de enfoque, deslizamientos metodológicos y tesis que abandona, tanto el segundo como el tercer desplazamiento no son sino cierta continuación de las tesis nucleares postuladas en Historia de la locura en la época clásica. En el caso concreto del segundo tiempo, en el que se abordan las complejas relaciones entre literatura y locura, ¿qué otra cosa hace Foucault sino prolongar ciertas intuiciones que estaban ya contenidas en su obra principal? Recordemos que, en Historia de la locura en la época clásica, el filósofo ve en el delirio la característica principal que define a la locura durante el clasicismo:
Locura, en el sentido clásico, no designa tanto un cambio determinado en el espíritu o en el cuerpo, sino la existencia bajo las alteraciones del cuerpo, bajo la extrañeza de la conducta y de las palabras, de un discurso delirante. La definición más sencilla y más general que pueda darse de la locura clásica es el delirio. (Foucault, 1990a, I: 369)
En efecto, al estudiar la atribución de las causas de la locura durante los siglos XVII y XVIII, Foucault distingue entre aquellas que son inmediatas (que tienen que ver con la anatomía cerebral) y las que son remotas (aquí se contemplan todas las influencias posibles, desde la historia personal del alienado hasta los más minúsculos movimientos del universo). La unión de este sistema causal dual se opera en el plano de la “pasión” como lugar de confusión irreducible del alma y el cuerpo. Pero hasta aquí –apunta– no se ha hecho alusión a nada que no sean las condiciones de posibilidad de la locura. Su eclosión activa solo se realiza en el ámbito del lenguaje. Alguien puede pensar que está muerto (nos puede ocurrir durante el sueño), esto no nos convierte automáticamente en locos, a menos que, si al afirmarlo, decidamos no comer, so pretexto de que los muertos no lo hacen. “Ese discurso fundamental es el que abre las puertas de la locura” (Foucault, 1990a, I: 367). Locura es, en consecuencia, la organización de razonamientos lógicos que giran alrededor de un eje de representaciones irreales. En el meollo de cualquier locura se halla invariablemente la sintaxis hueca de un discurso que acopla formas lógicas con imágenes oníricas, visiones fantasmales. “El lenguaje es la estructura primera y última de la locura. Es su forma constituyente” (370). Para el pensamiento clásico, el delirio (que se halla hasta en el comportamiento obsesivo) está en la raíz de la locura. No está supeditado ni al alma ni al cuerpo, pero orquesta violentamente sus relaciones. Este nexo entre la locura y su lenguaje determina la relación que más adelante tendrá el psicoanálisis con la experiencia clásica. La célebre frase de Foucault: “Es preciso hacer justicia a Freud” (528) significa admitir que ha sido el psicoanálisis el que le ha dado un ímpetu renovado a la tradición clásica, al estudiar la locura a partir de lo que ella dice y definirla originariamente como “delirio”. ¿En qué puede consistir estar loco si no en colmar de imágenes quiméricas unas proposiciones lógicas, expresar el absurdo con lucidez discursiva, manifestar una nada?
En el fondo, al unir la visión y el enceguecimiento, la imagen y el juicio, el fantasma y el lenguaje, el sueño y la vigilia, el día y la noche, la locura no es nada. Pero su paradoja consiste en manifestar esa nada, hacerla estallar en signos, en palabras, en gestos. (Foucault, 1990a, I: 378)
A partir de aquí, se hace inteligible por qué Foucault afirma que razón y sinrazón se encuentran al mismo tiempo tan próximas y tan lejanas. La razón es contemplada como la negación al instante revelada en el contorno de su propio rostro; la sinrazón no es más que el absurdo nebuloso ofrecido al sol del lenguaje, en el fondo es solo deslumbramiento. En rigor, el loco no es el que carece de razón sino el que está deslumbrado: es capaz de ver, pero lo que ve es justamente nada. Por sí sola, la luz lo ciega.
Más adelante, la psiquiatría moderna concebirá al delirio como el carácter patológico que se pone de manifiesto en la capacidad de hablar o como simple expresión de los trastornos cerebrales. Para Foucault, sin embargo, lejos de ser una alteración mórbida, retrotrae la trayectoria del lenguaje hasta poner de manifiesto su posibilidad fundamental: allí donde se anuda a sí mismo, previo a su función de expresión. Dicho con otras palabras: tanto el delirio del loco como la escritura literaria muestran al lenguaje en el origen de su posibilidad, la certeza desapasionada y desconcertante de que en el comienzo del lenguaje no existe otra cosa que el lenguaje mismo. Literatura y locura se corresponden mutuamente o, mejor aún, cada una de ellas se ciñe a una experiencia particular del lenguaje. Se dirá que los textos que Foucault consagra a la literatura no se abocan, propiamente hablando, al estudio de la locura. Es cierto, pero todos ellos reconocen una manera de hablar que sirve de apertura tanto al delirio del loco como a la escritura literaria, tesis que está ya presente en Historia de la locura en la época clásica. De ahí sus constantes alusiones a escritores como Raymond Roussel, Gérard de Nerval o Antonin Artaud, todos ellos declarados por la psicopatología como enfermos mentales y que no obstante ocupan un lugar importante en la literatura. Es una “experiencia radical del lenguaje” la que hace posible al mismo tiempo tanto el delirio como la escritura. Por eso cuando Foucault explore la experiencia literaria de estos y otros autores, como Maurice Blanchot, Pierre Klossowski o Georges Bataille, no estará haciendo otra cosa sino investigar el espacio en que, para él, el delirio de los locos encuentra también su significado.
En lo que corresponde al tercer tiempo se puede también señalar –como ya se advirtió– una continuación entre el trabajo realizado en Historia de la locura en la época clásica y las tesis pr...

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