Ideas en libertad
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eBook - ePub

Descripción del libro

Ideas en libertad es una obra que impulsa la cultura de la libertad a través de la pluma de un selecto grupo de personalidades internacionales –librepensadores, escritores, intelectuales, políticos y comunicadores de primer nivel–. Con la inspiración de la tenaz devoción a la libertad de Mario Vargas Llosa, han decidido homenajear y agradecer la obra del Premio Nobel y su fecunda labor en defensa de la doctrina liberal como valor supremo para garantizar el verdadero progreso. La riqueza y la diversidad de sus autores presentan fórmulas y matices muy diversos a través de 80 artículos, no sólo en la literatura, sino también en la política, la economía, la sociedad, la educación y la cultura. Se pueden ver aplicaciones prácticas en muchos ámbitos distintos, a la vez que se denuncian los contados casos en que la libertad sigue pisoteada, en especial, en Latinoamérica.

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Información

Editorial
LID Editorial
Año
2016
ISBN de la versión impresa
9788416624409
Atreverse a cambiar
Marcos Aguinis
Suele considerarse la fijación como una virtud. En este rubro ingresaron las ideas y, luego, las ideologías. La fijación es igual a rigidez e inmovilidad. Aunque este rasgo –que algunos consideran ético– no siempre domine, se fue imponiendo desde tiempos antiguos. De ahí que muchas evidencias tengan serias dificultades para hacerse escuchar. Porque escucharlas, entenderlas e, incluso, aceptarlas, equivale a reconocer errores. Y esto duele.
La evolución cognitiva no fue simple, no fue lineal. Un supuesto mérito radicaba en seguir siendo fieles hasta las últimas consecuencias, pese a equivocaciones o falencias. La teología –considerada durante siglos la reina de las ciencias– conformó un elocuente terreno de esta distorsión. Desde allí se extendió a los demás campos, incluidos los que se jactaban de ser coherentes con la lógica.
Tras dolorosos choques y fracturas, ahora se acepta mejor la realidad de la ignorancia. O la realidad de un punto de vista imperfecto. Admitirlo es uno de los grandes avances de la contemporaneidad. Es bienvenida la modestia de reconocer que no lo sabemos todo. O que lo sabido no es infalible. Además, muchos aciertos de hoy pueden licuarse en un futuro próximo o lejano.
En el campo intelectual florecieron nombres rutilantes que se vanagloriaron de no modificar sus convicciones. Para ellos era un mérito llevarse el error a la tumba. En muchos casos bordearon lo grotesco. Quizá uno de los casos más llamativos fue el de Jean-Paul Sartre que, para no dañar los fervores de un izquierdismo que se había vuelto fósil y reaccionario, aseguró que en la Unión Soviética no existían los gulags; dijo que era una calumnia de la derecha para lastimar el curso de la revolución.
Sartre era un emblema del pensamiento avanzado y de la ética. Hasta ahora se sigue teniendo prudencia con sus manifestaciones. Pareciera un ángel que no se debe mancillar. Pero sus aportes, vistos a la distancia, tienen defectos. Y algunos son graves.
Mario Vargas Llosa, por el contrario, cambió a tiempo. Se adelantó a muchos y, por su temeridad, recibió palizas y calumnias. Hoy su conducta es un modelo a seguir.
El cambio exige flexibilidad y coraje. Lo contrario a permanecer en el mismo sitio, que es más cómodo. Pero esta última modalidad fosiliza. Resulta curioso cuán difícil les resulta a muchos advertirlo. Suponen que emulan a los dioses que desafían el curso del tiempo. Pero no emulan a los dioses, sino a las momias. Porque hasta los dioses se han sometido, en sus infinitas versiones, a cambios morfológicos y narrativos que generan vértigo.
El progreso fue secuestrado por la seducción marxo-leninista antes de que se pudiesen esclarecer con fuerza otras rutas mejores. Empujó hacia revoluciones con mucho de ensueño. Consolidó sistemas que significaban una flagrante traición a los ideales de origen. Se erigió en la desopilante alternativa del egoísmo y la maldad que anida en el ser humano. Pretendía y confiaba en poder establecer el paraíso en la Tierra. Trastornó infinitas inteligencias y costó centenares de millones de vidas. Generó aparentes oposiciones que tenían muchas semejanzas, como el nazi-fascismo y el populismo. Su fracaso no es aún aceptado por completo debido a la resistencia de aceptar errores, como señalé unos párrafos atrás.
El alejamiento del extendido marxo-leninismo no fue cómodo ni placentero. Significaba ponerse en contra de lo que se consideraba políticamente correcto. Implicaba pisar un terreno minado, despreciado e irredimible.
Pero no fue sólo ahí donde se manifestó el coraje de Mario Vargas Llosa. Desde sus comienzos literarios se puso en evidencia, con claridad, una vigorosa inclinación por las innovaciones. A menudo muchos artistas las buscan y emplean con el fin de llamar la atención. Otros, porque se las han sugerido. En Mario responde a su temperamento, es evidente. Se le nota en sus primeros textos. Después logró una novela estupenda como La ciudad y los perros. No se apagaban los elogios a esta obra cuando en su cabeza iban ordenándose las contrastantes secuencias de La casa verde. Siguieron más novelas, cada una diferente de la anterior, aunque semejante por la temeridad del lenguaje o de las escenas. No lo detenía el miedo a ser descalificado por exceso de realismo o de fantasías, o de erotismo, o de crueldad, o de denuncias. En cada obra había un ascenso, producido por la negativa a permanecer en el mismo lugar. Sus dedos y su mente huían de la momificación.
Lo mismo cabe decir sobre el resto de su producción, hasta el presente. Se constata en sus manifestaciones políticas y literarias, filosóficas y económicas. Es un humanista cabal que, buscando la verdad por todos los canales posibles –con espacial potencia en la ficción– avanza, gira, observa, corrige y testimonia.
Mario Vargas Llosa o la honestidad intelectual
Esperanza Aguirre
Un adversario político y gran y admirado amigo mío, Alfredo Tejero, cuando los dos éramos concejales en el Ayuntamiento de Madrid (yo, ya en el gobierno, y él en la oposición), me regaló en 1993 un ejemplar de El pez en el agua. Ese fascinante libro de Mario Vargas Llosa en el que, además de contar –con esa maestría suya de narrador insuperable– episodios de los primeros años de su vida, analiza con inteligencia y rigor todo lo que había rodeado su peripecia como candidato a la Presidencia del Perú en las elecciones de 1990, que, por desgracia para los peruanos y fortuna para los millones de lectores de sus novelas, ganó Fujimori.
Aquel libro, que devoré de un tirón, me impresionó como pocos libros me han impresionado en mi vida. Con su prosa limpia, clara, brillante y convincente, Vargas explicaba no sólo cómo habían transcurrido todos los episodios que rodearon la accidentada campaña electoral peruana, sino cuáles habían sido los razonamientos personales que le habían llevado a tomar la valiente decisión de lanzarse al ruedo de la procelosa vida política. Aún más procelosa en un país como Perú, que vivía en medio de la amenaza constante y asesina de Sendero Luminoso.
Ahí, en aquellas páginas, descubrí la inmensa talla moral del que después va a ser mi amigo Mario.
Todos sabemos que, por su edad y por sus orígenes, Vargas Llosa estaba condenado a ser progre. No hay que investigar mucho para comprobar que la inmensísima mayoría de los escritores e intelectuales latinoamericanos de principios de los sesenta, que es cuando Mario irrumpe como una estrella fulgurante en el panorama de la literatura en español, se alineaban en las filas de la izquierda, y no en las de la izquierda moderada, sino en la que apoyaba la revolución castrista, de la que negaban o disculpaban todos sus desmanes. Eran lo que los comunistas clásicos llamaban «compañeros de viaje».
Esa condescendencia o adhesión al comunismo podía tener entonces alguna excusa. Muchos países latinoamericanos sufrían siniestras dictaduras, mientras amplias capas de la población malvivían en la miseria y bajo la explotación. Era absolutamente normal y plausible que cualquiera que contemplara ese panorama se rebelara contra la opresión, la injusticia y la falta de libertad de tantas repúblicas bananeras.
Por eso, en aquellos años sesenta fue normal que cualquiera que sintiera el impulso moral de luchar contra esas situaciones se acercara a políticas más o menos revolucionarias, en la estela del socialismo real, es decir, del comunismo, y se comprometiera en la defensa de esas políticas.
Si los intelectuales europeos, a pesar de que ya conocían los crímenes del comunismo y se había comprobado su ineficacia absoluta para promover la prosperidad de los países, seguían defendiéndolo, con Sartre a la cabeza, no es de extrañar que en Latinoamérica el comunismo y su versión caribeña concitaran adhesiones más o menos incondicionales.
Pues bien, como estaba condenado a ser «compañero de viaje», lo fue.
Pero Vargas no cayó en la adhesión incondicional a la secta del izquierdismo progre. Supo mantener sus ojos bien abiertos, su mente lúcida, su amor a la verdad intacto y, además, su constante compromiso con los más desfavorecidos. Por eso, cuando otros, aferrados a sus dogmas, se negaban a ver el fracaso del castrismo y de los demás regímenes comunistas, Mario se preguntaba sin prejuicios qué es lo que estaba pasando. Y lo estudiaba y lo analizaba con luminosa claridad de mente, que es una de sus características esenciales. Hasta que comprendió la inmensa falacia intelectual sobre la que se había construido la utopía comunista, responsable de los crímenes más horribles del siglo XX (¡y mira que ha sido un siglo de horribles crímenes!). Y se encontró descubriendo, con sorpresa, que las ideas liberales en economía y en política habían impulsado en la historia mucho más progreso, más prosperidad y, sobre todo, mucha más libertad que las colectivistas que defendían sus compañeros y amigos, escritores y pensadores de Latinoamérica y de Europa.
Y no lo dudó, con un coraje moral admirable, supo reconocer sus errores y empezó a defender con valentía esas ideas liberales, a pesar de que ello le obligara a ser expulsado de la secta progre y le expusiera, como así ocurrió, a los insultos de los mandarines de esa secta. Porque para los colectivistas y totalitarios, que hoy abundan quizá más que nunca, el liberalismo es el peor de sus enemigos.
Todo esto lo contaba Mario Vargas Llosa en El pez en el agua con el añadido del relato de su participación como candidato en las elecciones peruanas. Un episodio que acabó por completar la absoluta admiración que su ejemplo moral me suscita. Que un escritor, en la cumbre del éxito de su vida literaria, decidiera bajar a la arena de la política para ofrecer a sus conciudadanos –sobre todo, a los más necesitados– unas propuestas liberales para mejorar su país, me pareció –y me sigue pareciendo– un impresionante ejemplo de su compromiso con los más desfavorecidos. El mismo compromiso que le llevó, hace más de 50 años al error de hacerse «compañero de viaje» del comunismo.
Reconocer ese error y, remando contra corriente, haberse convertido en un defensor a ultranza de la libertad como clave para el progreso de todos, han hecho de Mario Vargas Llosa uno de los ejemplos cívicos más admirables de la época que nos ha tocado vivir.
Tolerancia y libertad
Óscar Álvarez Araya
La intolerancia ha estado presente y ha sido uno de los rasgos fundamentales de la historia humana.
En la China antigua, Confucio enseñaba una sabiduría del justo medio en la que se promovía la tolerancia como uno de los va...

Índice

  1. Ideas en libertad
  2. Contraportada
  3. Portada
  4. Portada interior
  5. Cita
  6. Índice
  7. Presentación
  8. Testimonios
  9. Artículos
  10. Notas
  11. Biografías de los autores
  12. Índices
  13. La Fundación Internacional para la Libertad (FIL)
  14. Créditos