Menos tech y más Platón
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Menos tech y más Platón

Harley, Scott

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Menos tech y más Platón

Harley, Scott

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Seguro que alguna vez te han preguntado: ¿Eres de ciencias o de letras?. Esta división nos persigue durante toda la vida, desde que decidimos qué estudiar hasta el trabajo que vamos a desempeñar. Esta dicotomía está tan presente que nos define como personas y nos limita en el entorno laboral. Pero ¿y si no fuera así? ¿Y si un filósofo puede ser igual o más útil para una empresa de inteligencia artificial que un informático? Las empresas han aceptado esta división sin cuestionarla y en la actualidad son los de ciencias quienes ocupan los cargos más relevantes del ámbito tecnológico. Pero en este libro, Hartley nos muestra que, en realidad, son los formados en humanidades los que juegan un papel clave en el desarrollo de los negocios y las tecnologías más creativos y exitosos. Los de humanidades entienden y analizan los problemas y ofrecen los mejores enfoques para resolverlos, basados en el factor humano. También aportan habilidades fundamentales para las empresas como la gestión, el liderazgo o la comunicación. Menos tech y más Platón analiza algunas de las empresas más innovadoras de la actualidad y nos muestra cómo hacen realidad la colaboración entre las humanidades y la tecnología. En definitiva, nos enseña por qué es necesario humanizar la tecnología y dotarla del componente más importante, las personas.

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Información

Editorial
LID Editorial
Año
2020
ISBN
9788417277772
Una vez hizo de Kate en La fierecilla domada. En otra ocasión, fue Adelaide en Guys and Dolls. Sin embargo, en su propia piel, Katelyn Gleason es fundadora y CEO de Eligible, una innovadora empresa tecnológica de salud. Graduada en Artes Dramáticas por la Universidad de Stony Brook en Long Island, nunca se imaginó que se convertiría en una emprendedora, y menos aún en una emprendedora tecnológica. Pero después de fundar su propia compañía cuando tenía veintiséis años y de recaudar 25 millones de dólares en fondos de capital riesgo[1] de algunos de los emprendedores de más éxito en el mundo empresarial estadounidense, asegura que su experiencia como actriz contribuyó significativamente a sus habilidades sociales, a su confianza y a su talento para las ventas, que fueron elementos decisivos para el lanzamiento de Eligible.
Katelyn se convirtió en una emprendedora tecnológica en salud por un golpe de suerte. Perfectamente podría haberse convertido en ejemplo para el debate que pone en duda la educación en humanidades, basado en el argumento de que dichas disciplinas no preparan a los estudiantes para los trabajos que la economía necesita cubrir. Con humanidades nos referimos también a las ciencias sociales. De hecho, cuando se dio cuenta de que su carrera como actriz no tenía mucho futuro y que debía buscar otro trabajo, no tenía una idea clara de qué empleo buscar, pero sí sabía que era buena vendiendo. Durante la universidad, había financiado sus estudios trabajando como directora de ventas de una compañía que publicaba directorios de empresas.
Katelyn asegura que su experiencia como actriz la ayudó en aquel empleo, ya que aprendió a ser persuasiva en su estrategia de ventas y a enfrentarse al impacto emocional de que las personas le dijeran una y otra vez que no. Actuar la enseñó a acallar sus dudas internas y a seguir adelante a pesar del rechazo. Demostró tanto talento en las ventas que a los veinte años tenía veinte personas a su cargo. Así pues, cuando buscaba ofertas de trabajo un anuncio en Craiglist llamó su atención: un empleo en ventas para una start-up llamada DrChrono que proporcionaba servicios de salud. La empresa estaba especializada en planificación, facturación y gestión de órdenes para test clínicos y prescripciones. A pesar de no saber nada de la industria farmacéutica, Katelyn sabía de ventas y se sentía con la confianza suficiente como para aprender lo que necesitara para sacar adelante el trabajo.
DrChrono la contrató como comercial, y Katelyn comenzó a aprender sobre atención médica y sobre cómo crear una empresa. Entonces, descubrió que la fascinaba el proceso de innovar un negocio y que le encantaba sentirse parte de un pequeño equipo empresarial. Los fundadores también estaban muy contentos de tenerla en su equipo; sus habilidades comerciales eran tan impresionantes que le pidieron que se uniera a ellos para presentar la empresa a un concurso muy competitivo para start-ups que Y Combinator (YC), una incubadora de start-ups de Silicon Valley, convocaba anualmente. Las empresas ganadoras eran admitidas en un programa de tres meses muy riguroso durante el cual el fundador de YC, Paul Graham, y un equipo de emprendedores de éxito e inversores orientaban a las start-ups sobre cómo desarrollar sus negocios. DrChrono se hizo con una de aquellas codiciadas plazas, y Katelyn impresionó tanto a Paul Graham que, cuando ella decidió dejar DrChrono, este le aconsejó fundar su propia start-up tecnológica de salud, aunque no contara con un grado de una universidad de la Ivy League o contactos estelares, como algunos de sus colegas.
Katelyn sabía aún muy poco de tecnología, pero tenía las ideas claras en cuanto al negocio. Estaba muy sorprendida por la ineficiencia con la que las clínicas médicas verificaban la cobertura médica de sus pacientes; solían hacerlo por teléfono y esto implicaba mucho papeleo, lo que también conllevaba largos retrasos y numerosos errores. Muy a menudo, los doctores acababan cargando con los costes de los procedimientos porque los pacientes no tenían, en realidad, la cobertura que el doctor creía que tenían. Otras veces, los pacientes recibían facturas desorbitadas e inesperadas. En palabras de Katelyn: «Solía lidiar con los empleados de administración y los sistemas de facturación. Había una compañía que todo el mundo usaba, llamada Emdeon». Pero la tecnología con la que había sido creado el sistema de Emdeon era antigua y, para las consultas de los doctores, conectar sus propios sistemas de datos a la tecnología de Emdeon era muy caro y suponía mucho tiempo. Katelyn había oído hablar de otra start-up apoyada por YC llamada Stripe que ofrecía una forma sencilla de facturación a más de 100 000 negocios, desde Best Buy o Saks, en la Quinta Avenida, hasta Adidas; además, gestionaban todas las complejidades de los pagos por internet. Entonces, decidió que crearía un sistema similar para los proveedores de servicios médicos, un sistema más rápido y sencillo que Emdeon. Aunque no tenía ni idea del nivel de programación que esto implicaría, pensó que podría aprender lo que necesitara para contratar a ingenieros de software que llevaran a cabo esa faceta del negocio.
Desde su apartamento de Mountain View, California, en el corazón de Silicon Valley, Katelyn se dedicó a leer sobre la tecnología que necesitaría aquel sistema. Asistió a clases gratuitas online sobre programación ofrecidas por varias universidades y dedicó días y días a devorar libros en la biblioteca pública. Se forzó a sí misma a leer el kit para desarrolladores de software de Apple de principio a fin y publicó las preguntas que tenía en la web de colaboración para desarrolladores, Stack Overflow. Con un conocimiento básico, contrató a dos ingenieros freelance de software y, mientras estos construían el prototipo, comenzó a buscar inversiones informales. «Como mujer y sin ningún tipo de formación técnica», recuerda, «me topé con mucho escepticismo, pero, una vez más, mi experiencia como actriz me había ayudado a desarrollar una resiliencia que me permitió continuar, a pesar de tantos rechazos». Su trabajo de actriz también le permitió crear una historia convincente sobre la compañía, lo cual es esencial para convencer a los inversores de que proporcionen su apoyo. «En el mundo teatral, el dramaturgo te da una obra, pero tú eres quien cuenta la historia», me explicó en 2016. «Sabía que tenía que descubrir cómo contar la historia correcta. Cuando empiezas a ensayar, estás completamente perdido. No conoces a los personajes en absoluto. Cuando empiezas a construir un producto, cuando empiezas a construir una empresa y ni siquiera sabes cuál va a ser tu producto, es exactamente la misma sensación: estás completamente perdido. Aprendí en el proceso de ensayo que, si me esforzaba lo suficiente, podría ganar esa claridad interna donde empezaría a despegar como un cohete»[2].
En el verano de 2012, Katelyn se encontró de nuevo en Y Combinator, con Paul Graham y su equipo, pero esta vez como fundadora de una start-up. Se ganó su apoyo y, tras esto, pudo recaudar rápidamente 1.6 millones de dólares, que le permitieron continuar con la creación del programa de Eligible. Después del lanzamiento, la compañía despegó con una tasa de crecimiento del 60 % cada semana. En 2013, Katelyn fue seleccionada por la revista Fast Company entre las cien personas más creativas[3] y, en 2015, pasó a engrosar la lista Forbes de las treinta personas menores de treinta años[4] más creativas e innovadoras del sector sanitario.
Como CEO de una compañía, Katelyn también se encuentra bajo los focos, justo en el centro del escenario. Es una fuzzy que se unió a los techies para resolver un problema que debería haberse solucionado hace mucho tiempo. Le encanta saber que su empresa ayuda a procesar más de diez millones de reclamaciones de elegibilidad para seguros de salud al mes[5], lo que aporta eficiencia y ahorro a una industria que aún tiene mucho por mejorar. Katelyn nunca podría haber anticipado que su experiencia como estudiante de arte dramático resultaría tan valiosa para enseñarle a indagar y a aprender lo que necesitaba saber sobre tecnología para crear su compañía, además de lo útiles que llegarían a ser sus habilidades de cara a convertirse en una comunicadora segura y altamente persuasiva con espíritu emprendedor. En lugar de ser un ejemplo de falta de pragmatismo por obtener un título en humanidades, se convirtió en una representante de la aplicabilidad de las habilidades que se desarrollan gracias a las artes, así como de la importancia que tienen como complemento de la experiencia tecnológica.
Muchos otros fundadores exitosos de empresas innovadoras impulsadas por la tecnología también dicen que su formación en humanidades les ha permitido descubrir nuevas formas con las que aprovechar el poder de la tecnología. El fundador de la plataforma de comunicaciones corporativas Slack, Stewart Butterfield, atribuye su capacidad para desarrollar un producto exitoso a seguir las líneas de investigación hasta alcanzar una conclusión lógica. No es de sorprender que Butterfield estudiara Filosofía[6] tanto en la Universidad de Victoria como en la Universidad de Cambridge, pero su historia no es única. El fundador de LinkedIn, Reid Hoffman, obtuvo su Máster en Filosofía en la Universidad de Oxford; Peter Thiel, capitalista de riesgo multimillonario y cofundador de PayPal, estudió Filosofía y Derecho, y su cofundador de Palantir, el director ejecutivo Alex Karp, obtuvo un título de abogado y luego un doctorado en teoría social neoclásica[7]; Ben Silbermann, el multimillonario fundador de Pinterest, estudió Ciencias Políticas en Yale, mientras que los fundadores de Airbnb, Joe Gebbia y Brian Chesky, obtuvieron su licenciatura en Bellas Artes en la Escuela de Diseño de Rhode Island, Steve Loughlin, fundador de RelateIQ —que Salesforce compró por 390 millones de dólares[8] tres años después de haber fundado la compañía—, estudió Ciencias Políticas; el cofundador de Salesforce, Parker Harris, estudió Literatura Inglesa en la Universidad de Middlebury; Carly Fiorina, exdirectora ejecutiva de Hewlett-Packard, se especializó en historia y filosofía medieval; y Susan Wojcicki, directora ejecutiva de YouTube, estudió Historia y Literatura en Harvard[9]. No hace falta más que echar un vistazo a Silicon Valley para ver que numerosos techies han basado su educación en disciplinas que enseñan métodos de investigación y de pensamiento riguroso; muchas compañías de tecnología han nacido sobre la base de filosofías aprendidas a través de la enseñanza de humanidades.
Pero Estados Unidos no tiene exclusividad en estos datos; si cruzamos el Pacífico, el hombre más rico de Asia, Jack Ma, conocido por ser el fundador del gigante del comercio electrónico Alibaba, estudió Literatura Inglesa.
No cabe duda de que existe una gran cantidad de oportunidades para los techies y de que este perfil tiene una demanda muy elevada; sin embargo, aún está por descubrir que, en la economía de hoy en día, basada en una tecnología que ofrece herramientas cada vez más accesibles, el elemento diferencial —nuestra ventaja competitiva— descansa en las enseñanzas de los programas de humanidades.
1. EL ORIGEN DE LOS TÉRMINOS
La primera vez que escuché los términos fuzzy y techie fue como estudiante en la Universidad de Stanford. Si te especializabas en humanidades o ciencias sociales, eras un fuzzy, mientras que si te especializabas en ingeniería o en ciencias computacionales eras un techie. Este apodo tan singular —que tacha de «confusos», fuzzies, a aquellos que estudian letras en contraste con la imagen de Stanford como centro líder de innovación tecnológica— nunca ha disuadido a los estudiantes de llenar sus horarios con clases de humanidades, principalmente porque la universidad promueve una educación integral, y los profesores creen firmemente que el éxito viene de la exposición a una amplia gama de disciplinas.
Yo escogí ser un fuzzy, pues me especialicé en Ciencias Políticas, pero tomé ciertas clases fascinantes que me introdujeron a los recientes desarrollos en tecnología, como Tecnología en Seguridad Nacional, o un seminario en Liderazgo de Pensamiento Empresarial, en el que los mejores fundadores de empresas tecnológicas e inversionistas venían a dar conferencias. Sin embargo, también nutrí mi curiosidad intelectual estudiando historia antigua, teoría política y literatura rusa en lugar de buscar formación profesional. Durante la universidad, colaboré dos años con el Centro de Ética Biomédica estudiando filosofía aplicada de vanguardia. Desde ahí, empecé a trabajar en el campo de la tecnología en Google, Facebook y en el Centro Berkman Klein de Internet y Sociedad de la Universidad de Harvard. Finalmente, me convertí en un inversor de capital de riesgo; mi trabajo consiste en conocer y evaluar las nuevas empresas de tecnología, trabajando con ellas para ayudarlas a lanzarse y crecer con éxito.
Mi educación en Stanford me enseñó que no me graduaría con un conjunto de habilidades de segunda clase en comparación con las aprendidas por los techies de todo el campus, sino con un conjunto de habilidades complementarias, igualmente necesarias en la economía actual impulsada por la tecnología. El orador de mi graduación fue Steve Jobs, y nos dijo en su discurso: «Manteneos hambrientos. Manteneos imprudentes»[10]. Jobs también afirmó una vez lo importantes que son las humanidades y las ciencias sociales en la creación de grandes productos y declaró que «la tecnología por sí sola no es suficiente: es la tecnología unida a las humanidades lo que genera un resultado que hace cantar a nuestro corazón»[11].
Numerosos medios de comunicación e incluso libros recientes advierten de la amenaza que supondrá para otros empleos la ola de innovación tecnológica de rápido crecimiento basada en la automoción, como coches que se conducen solos o robots que actúan como asistentes domésticos. Estamos viviendo el principio de lo que los economistas del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MI...

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