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El astillero O de por qué fomentar el optimismo |
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«El optimista tiene siempre un proyecto; el pesimista, una excusa».
Anónimo
Me llamo Markus Mark. Un nombre curioso, lo sé. Nací hace treinta y pocos años en la ciudad más bonita de Europa. Mi ocupación principal consiste en vivir la vida a mi manera y disfrutar de la gente que me hace feliz. Algo que resulta bastante más fácil de escribir que el hecho en sí de llevarlo a cabo.
¿Por qué nos empeñamos en hacer la vida tan difícil?
Me gano la vida asesorando a empresas sobre cómo optimizar sus recursos y gestionar mejor su potencial humano. Un área denominada gestión del talento.
Explicar cómo he llegado a trabajar en este sector o incorporar datos sobre mi experiencia pasada sería muy aburrido y tengo mucho que contar. Lo resumiré en algo simple. Un día se plantó ante mí la posibilidad de trabajar en algo que me hiciese llegar feliz a casa por las noches y además si con eso podía ayudar a otras personas a vivir mejor, la decisión estaba clara, ¿no?
Siempre me he tomado la existencia con sentido del humor. Mi vida personal parece un guión de cualquier late night show. He vivido anécdotas con las se podrían escribir cientos de monólogos del club de la comedia y es que, cuando siempre ves la vida de manera positiva, es lo que suele suceder. Te expones a vivir situaciones mucho más agradables y divertidas.
En el ámbito laboral, intento seguir siempre con el mismo planteamiento. Horarios interminables, reuniones eternas y largos informes que redactar han convertido la oficina en el lugar en el que pasamos más tiempo de nuestra vida. ¿No sería mejor si decidiésemos disfrutar un poco más y tomarnos las cosas con sentido del humor y resiliencia?
El humor es un potente catalizador capaz de crear ambientes más relajados y favorecedores para la solución de problemas y el establecimiento de unas relaciones más fluidas.
El sentido del humor hace de polea y nos ayuda a soportar la excesiva carga de trabajo, nos protege contra el estrés, es una excelente medicina y una extraordinaria terapia. Contribuye a reducir la tensión, ansiedad y, por supuesto, la depresión.
No debemos asociar tener sentido del humor con ser el graciosillo de turno. Ir contando chistes a todas horas o imitando a nuestro cómico favorito por los despachos solo reflejará que no tenemos otra cosa mejor que hacer. Y créeme, a tus jefes eso no les hará ni pizca de gracia.
Es más bien una actitud positiva ante las cosas. Una forma diferente de examinar la realidad que nos rodea. Ver las dificultades desde otra perspectiva que nos ayude a descubrir soluciones más creativas.
Por lo tanto, como podremos comprobar, todo son ventajas. Y lo mejor de todo, el humor es gratis. No supone ningún coste para la empresa y sí muchos beneficios. Así que, aunque solo sea por incentivar la rentabilidad, merece la pena.
La resiliencia es la capacidad de superar la presión y no solo recuperar nuestro estado inicial, sino además, salir fortalecidos.
La resiliencia es la aptitud necesaria para superar momentos de crisis y la habilidad de cualquier responsable para gestionar a sus equipos y crear metodologías proactivas y productivas en un menor plazo de tiempo.
No se trata de mirar a otro lado, de un sálvese quien pueda o de un aquí no pasa nada. La resiliencia profundiza en la causa del impacto negativo, trabaja la relación mutua entre el equipo, el individuo y la problemática, gestiona la construcción de la nueva realidad y potencia la salida del conflicto con eficacia.
Así que, aunque la palabra suene rara… ¡hay que trabajar para ser resilientes!
Sin embargo, y pese a que creo en todo lo anteriormente citado cual estigma de sangre, no puedo más que sorprenderme al sacar la cabeza desde mi camarote. Y no es por la pinta que llevo vestido de marinerito, ni porque este barco se mueva más que un saco de pulgas, sino porque ¿dónde encontrará mi jefe la gracia de ponerme a capitanear en la regata anual el barco corporativo de la empresa?
Todo empezó hace un mes. El consejo anual se reunía para realizar un análisis y reporte global de las nuevas líneas de gestión y desarrollo de personal que se implementarían en el próximo ejercicio. La empresa, como otras tantas en el sector, se estaba quedando anclada en el pasado. Desfasada en su liderazgo, los altos ejecutivos nos habían animado a los jóvenes directivos a presentar un listado de nuevas opciones que consiguiesen crear en el trabajador un mayor compromiso para con la empresa y así aumentar la eficacia y rentabilidad en sus cuentas de resultados.
Tras investigar mucho en las nuevas herramientas que la globalización pone a nuestra disposición, se me ocurrió plantear al consejo mi apuesta de gestión para el siguiente ejercicio. La nueva fórmula se basaba en el positivismo, el coaching, la resiliencia y las herramientas de desarrollo proactivas. Los ejecutivos y mandos intermedios no solo trabajarían mejor, sino que además el ambiente sería más saludable y eficaz al ser compromiso de estos generar el cambio y convertirse de ese modo en sus primeros beneficiarios.
Aún recuerdo cómo, tras mi exposición, mi jefe levantó la ceja derecha, y mirándome fijamente a los ojos, me dijo: «¿Quieres ver algo realmente positivo?». Una cascada de sonrisas malévolas inundó la sala de juntas, mientras yo comenzaba a ahogarme entre tanto cinismo. Unos segundos más tarde me vi elegido por la mayoría del pleno para ser el nuevo voluntario para capitanear el barco de la empresa en la regata anual.
Seguía escuchando las risas cuando me dirigía a mi despacho y resonaba en mi cabeza aún la frase lapidaria de mi jefe: «No se preocupe, estamos todos en el mismo barco».
Ahora recuerdo lo inocente que fue por mi parte pensar que ahí terminaría la broma. La siguiente noticia que me tenían preparada era conocer a mi tripulación. Todavía me río pensando en lo poco que tardaron en traerme los expedientes laborales de mis ocho acompañantes. Y no porque no se mereciesen esa rapidez, sino porque cada expediente debía pesar entre cuatro y cinco kilos debido a sus informes de conductas, tests psicológicos, quejas varias... A alguien realmente le quemaban mucho estos expedientes en su mesa, y ahora, todos en la mía, iban a salir ardiendo.
Al parecer la selección de mis compañeros de aventura había sido realizada por las más altas esferas de Recursos Humanos. Se trataba de empleados con problemas varios que deberían demostrar su parabién y compromiso con la empresa. Evidentemente nuestro reto se había convertido en el punto de mira de la corporación. Parece que en ocasiones las personas necesitamos que otros nos demuestren sus habilidades mientras nos conformamos en pensar que somos poseedores de la verdad absoluta.
Decenas de papeles y carpetas ocultaban mi mesa, pero sin ninguna duda, el documento que más me sorprendió por su importancia y significado reinaba la montaña de información. Una carta membreteada con los colores corporativos de la empresa y firmada por el mismísimo presidente de la compañía.
«Estimado Sr. Mark:
Ha llegado a mis oídos la noticia de su decisión de participar como tripulación de nuestro barco insignia. Es mi deseo que reciba mi más ferviente enhorabuena y querría transmitirle mi apoyo en la que cada vez es una tarea más difícil.
Como usted muy bien sabe, cada primavera, desde hace más de veinte años se celebra en las aguas de nuestras costas la emblemática regata empresarial. Una tradición forjada sobre los paradigmas del trabajo en equipo, la solidaridad entre empresas y el juego limpio.
Decenas de embarcaciones se disputan ese día los honores de convertirse en la primera embarcación que cruza la baliza de meta, la embarcación más grande o más espectacular, la más corporativa... Incluso la entrada de las nuevas empresas ha creado nuevas distinciones como la más tecnológica o la más respetuosa con el medio ambiente.
Nuestra empresa ha conseguido gracias a nuestra embarcación los mejores títulos en años anteriores. Sin embargo, una racha de malos resultados está haciendo perder el interés y la esperanza en nuestro equipo por esta bella tradición. Esperamos que usted sea capaz de enfrentarse a la adversidad y dar un giro en el rumbo de dichos resultados. Cuenta con mi ayuda para ello.
En usted cae la responsabilidad de seleccionar a su tripulación. Atletas, ingenieros y estadistas, toda la plantilla de nuestra gran corporación está a su disposición. No dude en elegir a quien usted crea que puede resultar vital para el éxito global.
Sería maravilloso ver cómo nuestra embarcación cruza la meta en primer lugar, pero creo que en la situación actual, solo sería justo pedirle que haga un buen papel y deje el nombre de nuestra empresa en las posiciones que siempre se ha merecido y que nunca debió abandonar.
Tiene 30 días hasta la gran fecha. Como sabe, en ese plazo debe estar todo preparado. Un patrón le ayudará a comprender los elementos básicos de un velero y a formar a su equipo en el noble arte de la navegación. El barco le está esperando en el muelle 141 del puerto deportivo. Inspecciónelo y procure todos los detalles para el gran día.
Sin más y esperando poder agradecerle en persona sus logros, se despide atentamente,
J. R. Maslow
Presidente
P.D. «Estamos todos en el mismo barco».
Noté cómo mi cara esbozaba una sonrisa.
La carta del presidente me dejaba claras varias cosas. En primer lugar que la información que le habían pasado al respecto era un poco incompleta o imprecisa. Seguramente comentar que he sido obligado así como lo de la selección previa de mis acompañantes se les habría pasado seguramente sin maldad, obviamente.
Lo segundo que me dejaba claro la carta era que la frasecilla del barco está bastante manida. ¡Cuántas veces y cuántas personas son capaces de pronunciar una frase así aun sabiendo que nunca se acercarían al agua!
Pero en tercer lugar y como descubrimiento más importante, la carta me demostró que había mucha gente pendiente de nuestra aventura. Muchas personas esperaban realmente que desempeñásemos un buen papel. Todos esos empleados ajenos a las luchas internas que se libran en la cima directiva y que ven el día de la regata como un día de fiesta en el que proyectan todas sus aspiraciones de éxito y orgullo organizacional. Todas esas personas iban a estar atentas, merecían ser correspondidas.
Miré los expedientes de los compañeros de aventura que ocupaban mi mesa, miré la carta del presidente y miré de nuevo cómo mi cara se reflejaba en el cristal de la ventana de mi despacho. Seguía sonriendo. Buena señal.
Al salir de mi despacho pude comprobar que una nota estaba pegada con celo sobre la puerta. Era de Diana Debayle, mi admirable colaboradora. Una de las personas más eficientes y resolutivas que conozco. Y pese a que estas son las aptitudes que la han llevado hasta su situación actual, hay algo de ella que me fascina aún más. Le encanta dibujar. Es capaz de sintetizar un pensamiento o una sensación y plasmarla en un dibujo que suele dejar por la oficina. Con ellos ayuda al resto de los compañeros a tomarnos las situaciones más tensas con un poco de humor. Una pieza clave en mi equipo de trabajo.
Leo su nota y no puedo controlar que se me escape una carcajada.
Buen trabajo, Diana.
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Atando cabos O la importancia de la preparación |
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«Suerte es lo que sucede cuando la preparación y la oportunidad se encuentran y fusionan».
Voltaire
La noche había sido interesante, todo eran dudas náuticas. Antes, lo único que me venía a la cabeza por esa palabra eran unos zapatos de dudoso gusto.
Sorprendentemente esta mañana al llegar al trabajo solo me ha hecho falta dar dos vueltas a la manzana para encontrar aparcamiento. Estoy de suerte.
Al llegar a los jardines que rodean el majestuoso edificio de oficinas de la sede de mi empresa me encuentro con un grupo de personas que al verme sonríen, haciéndome cómplice de su conversación. Uno de ellos dice en voz alta: «¡Suerte, Sr. Mark!». Extrañado tras comprobar lo rápido que corren las noticias en una empresa tan grande, le agradecí sus ánimos con una sonrisa y un guiño.
Me pareció reconocer a ese chico, trabajaba en la planta 18, en administración. Estoy casi seguro de que es uno de esos empleados recién llegados que se sienten orgullosos de haber conseguido un puesto en una gran empresa como la nuestra. Uno de esos empleados que viven la experiencia de la regata y animan cual forofo a nuestros chicos año tras año. ¡Cuánta ilusión desprende! ¡Cuánto deberíamos aprender los directivos de él!
Pensando en ell...