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Roma, escuela de directivos
Descripción del libro
La antigua Roma está cargada de hechos protagonizados por grandes hombres, de cuya experiencia se pueden extraer numerosas lecciones, útiles para los profesionales, directivos y empresas actuales. A lo largo de 25 capítulos, Javier Fernández Aguado indaga en las experiencias de las legiones, Julio César, Aníbal, Escisión, Pirro, Cannas y otros muchos dirigentes para explicar de forma sencilla y cercana cómo superar problemas y dirigir las organizaciones actuales.
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Información
| 1 | El triunfo de lo imperfecto: el ejemplo de los Curiacios |
Los programas de Excelencia promovidos por instituciones públicas y privadas siempre me han parecido laudables. Han de soslayar, sin embargo, el error de considerar que la perfección es posible. Para bien o para mal, vivimos en un mundo en el que es el equilibrio de imperfecciones y no la ciega creencia en un universo impoluto lo que nos permite avanzar. Las personas u organizaciones que por fanatismo, mesianismo, ignorancia, infantilismo, orgullo u otros motivos, prometen la perfección sin matices conducen a sus seguidores al desastre.
Hitler, Stalin, Lenin, Mao, Castro, Pol Pot, entre otros, engrosan la lista de quienes aseguraron entornos plenos de perfección para sus seguidores, pero que en realidad diseñaron inmensos campos de concentración y/o de exterminio. Y es que lo excesivamente perfecto no es viable.
La victoria no está de la parte de quien gestiona como si el mundo fuese pulcro y sin mancha, sino de quien sabe aprovechar sanamente las oportunidades que proporcionan unas coordenadas plenas de dificultades y aristas. Precisamente esos obstáculos y problemas tornan la existencia en un apasionante reto:
Corría el año 699 a. C., Roma tenía poco más de medio siglo de existencia. Las relaciones entre la incipiente urbe y la ciudad de Alba Longa eran cordiales y se habían producido matrimonios mixtos. Desafortunadamente, de una apacible convivencia se pasó a un cruel enfrentamiento.
Los políticos decidieron resolver la disputa mediante el duelo de dos tríos de luchadores. Fueron seleccionados tres hermanos por parte de Roma –los Horacios– y otros tres por parte de Alba Longa –los Curiacios–. El dramatismo se incrementaba pues Camila, hermana de los Horacios, se encontraba prometida a uno de los luchadores de Alba Longa. A pesar de los conflictos sentimentales, el progenitor romano incitó a sus vástagos a aplicarse a fondo en la batalla, que había de desarrollarse hasta la victoria de una de las partes.
Tampoco por el otro bando la situación era pacífica, pues el más joven de los Horacios estaba desposado con Sabina, una joven de Alba Longa. Las actitudes fueron diversas: el Horacio clamó desde el primer momento por la relevancia de atender los deberes patrios. El Curiacio implicado gimió entristecido por la fatalidad.
La batalla comenzó de forma favorable para los Curiacios, dos de los romanos fueron heridos y rematados. Con la victoria casi en la mano, los tres se abalanzaron sobre el Horacio que quedaba en lid. Según narran diversos historiadores, ya se relamían de una victoria que tocaban con la punta de los dedos.
El Horacio superviviente, magullado, lejos de creerse superior a sus enemigos, diseñó una estrategia. Ante el disgusto de sus propios conciudadanos, salió corriendo como si el terror a la muerte le atenazara. Los Curiacios, victoriosos pero lesionados, le siguieron.
En la persecución quedaron distanciados entre sí los de Alba Longa. Fue el momento esperado por el romano para ir rematando a cada enemigo. Vencedor, fue aclamado en Roma con gritos de júbilo. Quienes antes le increparon ahora le ensalzaban. Buena enseñanza es no fiarse de clamores ajenos, ni cuando encumbran ni cuando denigran, pues las voluntades de las masas son tornadizas. Cada uno ha de hacer lo que debe hacer, según su conciencia, lejos de aflicciones por opiniones volubles.
Una romana estaba descontenta: Camila, porque su hermano había matado a su prometido. Este, ensoberbecido por su triunfo, en vez de comprender los sentimientos de la muchacha, optó por acabar con ella, mientras le espetaba:
–¡Vete de aquí a estar con tu novio! ¡Mira que olvidarte de tus hermanos muertos y del que vive que ha salvado a tu pueblo de la esclavitud! ¡Así morirá todo aquel que se entristezca por la victoria romana y llore por los enemigos vencidos!
Los magistrados que juzgaron el caso le declararon inocente.
No está de más mencionar el elemento motivador que supuso para los Horacios el juramento que su padre les hizo prestar antes de lanzarse al combate. Aquel excelso momento ha sido recogido en el arte por David, que plasmó la emoción inmensa de las circunstancias en su famosa obra neoclásica, que vio la luz en 1784.
Todo en la historia de este enfrentamiento fratricida tiene mucho de gestión de lo imperfecto. Cuando se administra bien la imperfección –la batalla en sus momentos finales–, los resultados son sublimes. Cuando, por el contrario, la imperfección es mal gobernada –las imprecaciones de Camila que conducen a su asesinato– el desastre será seguro.
Peor hubiera sido, en cualquier caso, que el Horacio restante hubiese optado por enfrentarse sin estrategia –porque se considerase perfecto– a sus enemigos. Aceptar la propia situación en el mundo facilita mucho tomar las decisiones adecuadas. Cuando una persona o una organización se niega de manera pertinaz a asumir la realidad, las áreas de mejora, los innegables defectos que toda persona y organización acumulan, la curación resulta imposible.
Solo quien se permite diagnosticar bien estará en condiciones de proponer terapias adecuadas. Quienes se encierran en sus despachos cuidadosamente amueblados y no contrastan con la realidad acaban siempre por dañar a las organizaciones y a las personas a las que dicen servir. La humildad no es una virtud de melindrosos ascetas, sino un hábito imprescindible para directivos que aspiren a ser líderes.
| 2 | Servio Tulio: el peligro de la envidia |
Servio Tulio nació en el año 578 a. C., y acabaría su existencia asesinado en el 535, por una conspiración encabezada por su propia hija y su yerno: Tarquino el Soberbio. Servio Tulio, sexto rey de Roma, había sido nombrado monarca por la viuda de su antecesor: Lucio Tarquino Prisco.
A lo largo de su reinado, Servio Tulio incorporó a la ciudad de Roma las colinas de Esquilino y Viminal. Además, fue el promotor de la muralla que cercaba parte de la ciudad. En una política de medio plazo, trató de proporcionar poder a los plebeyos, aquellos ciudadanos que no procedían de las familias que habían habitado Roma desde sus orígenes. El objetivo era precisamente tratar de controlar en lo posible la fuerza de aquella primitiva oligarquía que acumulaba poder, pero con escaso fruto para el pueblo.
Durante el tiempo en que ejerció el mando, la sociedad romana fue abriéndose. Iban llegando colonos, peregrinos, se incrementaba el número de libertos. Esto no significó que se igualaran las rentas, más bien sucedió lo contrario: la distancia entre los adinerados y los pobres siguió incrementándose y surgió un movimiento social que aspiraba a una igualación entre las diversas clases sociales.
Resolver el problema no era sencillo. Servio Tulio lo intentó tomando decisiones que consideró de utilidad. Entre otras, las siguientes:
1. Dividió en 30 tribus a la población de Roma. No en función de sus relaciones familiares, sino de sus domicilios.
2. Aquellas personas que disponían de medios económicos en forma de propiedad tendrían la obligación de colaborar –mediante la creación de un nuevo impuesto– a los gastos de la urbe.
3. Elaboró una Constitución, la primera que se conocía en Roma con el objetivo de unificar a todo el pueblo en torno a esa carta legislativa, evitando que se impusiera definitivamente el sistema de castas.
4. Dispuso que los varones entre 16 y 60 años residentes en Roma tuviesen que hacer el servicio militar.
5. Sistematizó a la población en cinco niveles o clases sociales. La diferencia la constituía el tipo de armamento que empleaban, porque todos tenían las mismas obligaciones con respecto al país.
6. Captó impuestos para construir el agger, o muralla de doble defensa que amparaba Roma en la zona más vulnerable: el Esquilino.
7. Negoció un acertado tratado entre Roma y la Liga Latina. Ese texto podía verse durante la época republicana en el templo de Diana.
Todas las medidas, en términos generales, estaban diseñadas en beneficio del conjunto de la sociedad. Sin embargo, al atacar prebendas que algunos no querían ceder, comenzó una sedición encabezada por su propia hija con el apoyo de quien aspiraba a ocupar el puesto de Servio Tulio.
Para acabar con él, lo acorralaron en una vía estrecha situada en la zona del Civus Orbius. Allí fue atropellado por el carro conducido por Tulia. Esta, según cuentan los historiadores, no dejó de pasar por encima del cuerpo hasta que quedó plenamente convencida del fallecimiento de su progenitor.
Un buen gobernante es apreciado por su pueblo. Sin embargo, los mediocres –quienes no saben distinguir lo sublime de lo baladí– tienden a sentirse agredidos por quienes muestran valía. Surge entonces la envidia, que consiste en la incapacidad de contemplar de forma admirativa lo que los demás aportan, y centrarse solo en lo que se considera –sin serlo– un agravio.
En el caso de Tarquino (534-509 a. C.), el apelativo que la Historia le ha dado –el Soberbio– deja bien a las claras lo que este personaje podía pensar sobre lo que alguien estaba tratando de aportar a la naciente monarquía.
Como es propio de los insignificantes, en vez de pensar en construir, centró su actividad en aniquilar lo que su suegro había erigido. Comenzó por cancelar la constitución que sabiamente había diseñado Servio Tulio para dar un lugar adecuado a los plebeyos. No contento con esto, trató de reducir el poder del Senado para encumbrarse él. Y, como también es propio de quienes no se ocupan de los intereses de los demás, sino de los propios, instauró una guardia personal para su defensa.
A medio plazo, los alfeñiques pueden alcanzar cierto reconocimiento, pero el paso del tiempo casi siempre pone a cada uno en su sitio. Al menos así sucedió con Tarquino el Soberbio. «De la raza le viene al galgo», podría decirse, la violación de una joven romana de nombre Lucrecia cometida por su hijo Sexto Tarquino provocó el derrocamiento del cruel gobernante.
Tras aquellas lamentables experiencias, es lógico que los romanos no quisieran volver a oír hablar de monarquía. Siglos más tarde, Julio César pagaría con su vida la supuesta pretensión de devolver la realeza a Roma.
| 3 | Luchar con la competencia |
El comienzo de un proyecto reclama esfuerzo. Prácticamente en todos los ámbitos habrá alguna institución que estará ya ocupando el espacio que se desea. El Imperio Romano no fue una excepción ya que en sus comienzos tuvo que luchar por el control del Lacio. En torno al año 493 a. C., Roma se adhirió a la denominaba Liga Latina, conjunto de poblaciones que empleaban el latín, asociadas con fines comerciales y de mutua defensa.
La capital de la Liga era Alba Longa. Roma era entonces una más de las poblaciones asociadas. El dominio de la que llegaría a ser capital del Imperio comenzó durante el reinado de Tulio Hostilio cuando dio orden de arrollar con un carro al rey de Alba. Los medios para doblegar a la competencia eran entonces más sangrientos que los actuales, al menos en ocasiones.
Al principio al resto de asociados no les quedó más remedio que someterse al nuevo jefe pero en el año 340 a. C., intentaron una revuelta, conocida como guerra latina, que se prolongaría durante dos años y de la que Roma saldría reforzada. Entre las consecuencias se cuenta la disolución de la Liga Latina, sus miembros fueron integrados en el Estado romano como municipia. Sí obtuvieron, al menos, el pleno derecho a la ciudadanía.
No acabaron ahí los problemas, pues otras poblaciones también se enfrentaron al nuevo líder. En el período monárquico y en los albores de la República se sucedieron guerras tanto con los etruscos como con los sabinos. Como enseguida veremos con más detalle, uno de los puntos de inflexión se produjo con la derrota, en el año 396 a. C., de la ciudad etrusca de Veyes. El sitio había perdurado una década, buen indicativo de que cuando se quiere sacar cabeza, el esfuerzo no durará solo un momento, sino que implicará constancia y recia voluntad.
Para que no se olvidara que Roma estaba dispuesta a cualquier cosa para hacerse con el poder, Veyes fue totalmente arrasada y sus habitantes asesinados o vendidos como esclavos.
El motivo de la obsesión de Roma con esa ciudad era doble: la obtención de un botín inmediato y la eliminación de un competidor comercial en su área de influencia.
A pesar de esos comienzos, las cosas no fueron fáciles para los romanos. Seis años después de su victoria sobre la ciudad etrusca, los galos atacaron Roma. El origen del conflicto había surgido un año antes cuando las tropas galas habían amenazado la ciudad etrusca de Clusium. Sus ciudadanos acudieron a la urbe en busca de ayuda: al ser el nuevo poder de referencia esperaban que se comportase como defensor de sus anteriores enemigos, ahora aliados-subyugados.
Durante las negociaciones entre romanos y galos, uno de los primeros mató a un galo. Se encolerizaron los invasores que, dirigidos por Brennus, derrotaron a los itálicos en la batalla de Allia y entraron en la capital.
Los romanos tuvieron que pagar –como enseguida veremos– una importante indemnización para que la urbe no fuera totalmente saqueada y evitar el asesinato o la venta como esclavos de la población. El problema no fue tanto de reconstrucción material como la reconquista del estatus que hasta el momento había ido alcanzando.
Poco después empezaron las guerras samnitas contra las tribus de ese nombre afincadas en los Apeninos. Se sucedieron tres guerras desde el año 344 hasta el 290 a. C., en que concluyó la última. Durante la segunda conflagración tuvo lugar la famosa derrota romana de las Horcas Caudinas que culminó con la pena de los soldados romanos a atravesar agachados bajo unas lanzas que les hacían doblarse humillantemente ante los vencedores. Pasarían muchas décadas hasta que pudieran recuperarse de tamaña deshonra.
Los sucesos fueron así: en el año 321 a. C., Cayo Poncio, comandante samnita, se había informado sobre el campamento de un numeroso cuerpo de ejército romano cerca de Calatia. Enseguida envió soldados ataviados de pastores que debían propagar que los samnitas habían sitiado una relevante colonia romana en la Apulia, llamada Lucera. Los cónsules romanos, Espurio Postumio Albino y Tito Veturio Calvino, cayeron en la trampa. Pusieron en marcha a unos 50.000 soldados y eligieron un camino que atravesaba las Horcas Caudinas, angosto valle de los Apeninos que discurría entre los montes Tifata y Taburno. Su nombre (Furculae Caudinae) procedía de la vecina ciudad de Caudio (Caudium).
Los ...
Índice
- Cover
- Título
- Derechos de Autor
- Dedicación
- Índice
- Prólogo
- Agradecimientos
- Introducción
- Capítulo 1: El triunfo de lo imperfecto: el ejemplo de los Curiacios
- Capítulo 2: Servio Tulio: el peligro de la envidia
- Capítulo 3: Luchar con la competencia
- Capítulo 4: Vae victis!
- Capítulo 5: Pirro: medir las propias fuerzas
- Capítulo 6: Aprender de los errores
- Capítulo 7: Flexibilidad en el gobierno
- Capítulo 8: Aníbal: aprender para gobernar
- Capítulo 9: Sempronio Longo: dirigente, sí; líder, no
- Capítulo 10: Aníbal: elegir bien al enemigo
- Capítulo 11: Autocrítica y crisis: el ejemplo de Cannas
- Capítulo 12: El peligroso fuego amigo
- Capítulo 13: Trabajo, ilusión y suerte: el ejemplo de Zama
- Capítulo 14: Escipión el Africano y la labor de la dirección general
- Capítulo 15: Las fiestas lupercales
- Capítulo 16: Cursus honorum: la carrera profesional
- Capítulo 17: Guerra Cimbria: la importancia de la unidad
- Capítulo 18: Las legiones: la necesidad de innovar
- Capítulo 19: Mario: el valor del ejemplo
- Capítulo 20: Verres: el administrador corrupto
- Capítulo 21: Marco Licinio Craso: políticos y economía
- Capítulo 22: Mitos y metáforas para superar una crisis: el ejemplo de Julio César
- Capítulo 23: Julio César: contradicciones de un líder (I)
- Capítulo 24: Julio César: contradicciones de un líder (II)
- Capítulo 25: La economía subsidiada: el ejemplo de César
- Capítulo 26: Clodio Pulcher: la importancia de las alianzas
- Capítulo 27: Casus belli: el fin que justifica los medios
- Capítulo 28: El valor de los símbolos
- Capítulo 29: La política romana
- Capítulo 30: Cicerón: las paradojas de un senador
- Capítulo 31: Cicerón: la traición por intereses políticos
- Capítulo 32: Grado y postgrado
- Capítulo 33: De Farsalia a Madoff: la condena de la hibris
- Capítulo 34: La sociedad romana
- Capítulo 35: Resolver una crisis: el ejemplo de César Octavio Augusto
- Capítulo 36: César Augusto Octavio y Marco Antonio: pelea entre socios
- Capítulo 37: La batalla de Actium
- Capítulo 38: César Octavio Augusto: el complejo de inmortal
- Capítulo 39: Corbullón: la importancia de una preparación eficaz
- Capítulo 40: Caio Suetonio Paulino: la relevancia de un buen modelo
- Capítulo 41: Vorones: elegir bien a los candidatos
- Capítulo 42: El pago de impuestos
- Capítulo 43: Druso: la importancia de un buen directivo
- Capítulo 44: Tiberio: la difícil tarea de los directivos
- Capítulo 45: El funcionariado y la elefantiasis
- Capítulo 46: Lucio Elio Seyano: el peligro del valido infiel
- Capítulo 47: Directivos-bufones: Calígula y Nerón
- Capítulo 48: Calígula: el final de un directivopayaso
- Capítulo 49: Claudio: navegar con bandera de tonto
- Capítulo 50: Galba: promesas incumplidas
- Capítulo 51: Nolentibus datur: el año de los cuatro emperadores
- Capítulo 52: Vespasiano: jugar las propias bazas
- Capítulo 53: Tito: premiar iniciativas
- Capítulo 54: Nerva: gasto social, intereses políticos y sentido común
- Capítulo 55: Trajano: la pérdida del sentido de la realidad
- Capítulo 56: Adriano: palabras y antipalabras del liderazgo
- Capítulo 57: Antonino Pío: paradigma de buen directivo
- Capítulo 58: Marco Aurelio: un ejemplo de buen gobierno
- Capítulo 59: Avidio Casio: la locura de la ambición
- Capítulo 60: Cómodo: el directivo patán
- Capítulo 61: Pertinax: riesgo del cambio excesivamente rápido
- Capítulo 62: Septimio Severo: complejidades del liderazgo
- Capítulo 63: Caracalla: el mal de altura
- Capítulo 64: Heliogábalo: el conductor loco
- Capítulo 65: Severo Alejandro: el egoísmo corporativista
- Capítulo 66: Probo: realidades y utopías
- Capítulo 67: Crisis económica
- Capítulo 68: El ejemplo de Diocleciano: de la eficacia a la burocracia
- Capítulo 69: Galerio: tácticas político-militares y estrategia vital
- Capítulo 70: Constantino: el valor de la tenacidad
- Capítulo 71: La disolución de un proyecto