Irresponsables
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Irresponsables

Descripción del libro

El autor defiende que la irresponsabilidad se extiende a diferentes marcos geográficos, políticos e institucionales, pero también a algunos modos de proceder de la ciudadanía. Se hace necesario recuperar un cierto sentido de la medida y no traspasar determinados límites. Desde ese diagnóstico el libro trata de diseñar caminos hacia una sociedad más responsable en la educación, la economía, la administración y la unidad familiar.

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Información

Editorial
LID Editorial
Año
2012
ISBN de la versión impresa
9788483566862
03
La educación responsable
1. Evitar la sobreprotección
Creemos que una de las cosas que caracteriza a nuestro medio social es la excesiva sobreprotección que se da a los niños. Es lo que hace que podamos verles con trajes de neopreno en la playa o con todo tipo de cascos cuando patinan. Estamos fabricando niños burbuja. Ello hace que se sientan poco preparados para enfrentarse al mundo cuando necesariamente deban salir de esas burbujas y actuar por sí mismos.
Ese factor educacional tiene también consecuencias sociales, especialmente cuando las situaciones se vuelven complicadas. Aumentan las dificultades para superar esas situaciones entre los adultos cuando en la infancia no hemos mostrado a los hijos esas dificultades y nos esforzamos en dibujar horizontes excesivamente planos.
Uno de los factores que explica esa sobreprotección de los padres es la propia falta de seguridad en sí mismos. Tratan de evitar el problema que le pueda suceder a su hijo para así no tener que enfrentarse al mismo. No creemos que sea un modo de educación responsable. Por poner un ejemplo, podríamos decir que es más fácil y cómodo recoger los ju­gue­tes de los hijos que educarles para que sean ellos los encargados de esa tarea.
Se hace necesario educar en la administración de la propia libertad, de modo que progresivamente la persona vaya ganando en autonomía. Hay que lograr ir dotándola de los instrumentos culturales, sociales, económicos e incluso físicos para poder enfrentarse al mundo. Cuanto mejor dotada llegue a la fase del despegue del hogar familiar, mayores serán sus posibilidades de éxito.
La actual tendencia a la sobreprotección de la infancia lleva a una sociedad menos preparada para afrontar las dificultades. Se ha acostumbrado al niño a que cuando surgen los problemas son otros los que deben afrontarlos y por tanto no se le educa en fomentar su capacidad para poder superarlas.
Podríamos decir que todo ello podría tener relación con el hecho de que las parejas disponen de menos tiempo para el cuidado de sus hijos. Por una parte este hecho favorece que los hijos pasen más tiempo con los abuelos y que ello estimule ese afán por proteger a sus nietos. Diríamos que la tarea de proteger descansa más en los abuelos y la de educar en los padres. De hecho muchos padres se quejan de que cuando sus hijos vuelven a casa después de haber estado con sus abuelos se hace notar que han adquirido malos hábitos (en el comer...) ante la excesiva permisividad de los abuelos.
El acceso de la mujer al mercado del trabajo ha producido cambios sociales significativos. Ese mayor papel de los abuelos en la educación de los hijos puede ser uno de ellos. En muchas ocasiones cabría interpretar esa situación más como una necesidad de la pareja para cubrir sus necesidades económicas que como un logro en las reivindicaciones feministas. Nadie cuestiona ese derecho de la mujer al trabajo renumerado. Sin embargo, actualmente podríamos decir que para muchas mujeres es más una obligación que un derecho. Se necesitan dos sueldos para pagar la hipoteca y el coche y para poder irse de vacaciones en el verano.
En ocasiones se parte del convencimiento de que «mi hijo no es capaz de hacer las cosas por sí mismo», con lo que efectivamente se están poniendo los mecanismos para que no pueda hacerlo. Antes que buscar que madure en la asunción progresiva de riesgos se busca una seguridad que deriva en mantener en la infancia a una persona que es joven. Así, conozco casos en que los padres acompañaban a su hija al centro escolar aun cuando la niña ya contaba con 18 años. Se diría que hay padres que se niegan a ver crecer a sus hijos, tal vez con la esperanza de que permanezcan indefinidamente con ellos al modo de cuando eran bebes y siguiendo sus propios requerimientos.
Es un modelo educacional en el que los padres están continuamente pendientes de su hijo, impidiendo que se pueda desarrollar por sí mismo. Hay incluso guarderías que instalan cámaras web para que los padres puedan ver a sus hijos mientras están en allí. En otros casos son las llamadas continuadas para ver cómo se levanta y qué hace a cada momento. Hay que entender que es complicado establecer un adecuado equilibrio entre la libertad y la protección a los hijos, especialmente cuando ese es un equilibrio que va cambiando progresivamente a lo largo de los años. Los padres no queremos que nada malo les ocurra a nuestros hijos, para ello tratamos de evitarles problemas y dificultades. En la duda que siempre nos puede asaltar procuramos ser nosotros mismos los que hagamos las cosas ante la sospecha de que esos hijos puedan tener problemas en superar una determinada dificultad. Sin embargo, si llevamos esta situación demasiado lejos estaremos impidiendo que en un momento dado los hijos tengan la formación suficiente para superar por ellos mismos las dificultades. El momento en que ellos deban de afrontar por sí mismos el mundo va a llegar y en ese momento deben tener la autonomía suficiente para poder afrontarlo con éxito.
Diríamos que actualmente cualquier posible riesgo se extralimita. Así, es riesgo si el agua está fría y se le compra al niño un traje de neopreno, es riesgo que se pueda subir a un borrico o es riesgo que le demos la oportunidad de alimentarse por sí mismo. Lo mismo sucede en el ámbito médico, donde ante cualquier enfermedad hay padres que llevan a sus hijos a las urgencias hospitalarias.
Si en el plano individual esto hace que resulte más complicado que una persona se pueda enfrentar a las dificultades, en el plano social vendría a suceder lo mismo. Si decimos que «el hambre aguza el ingenio», la sobreprotección estimula la apatía social. Paradójicamente podríamos decir que tanta protección nos desprotege.
No siempre mayor protección significa mayor interés por el niño al que se pretende educar. Incluso hay casos en que la sobreprotección lleva aparejada una alta dosis de desinterés hacia el niño. Es como si tuviéramos una muñeca que utilizamos a nuestro gusto y cuando nos conviene, pero que luego podemos dejar aparcada en un momento dado si no coincide con nuestros intereses en ese momento. Es el caso de algunos padres que diseñan todo lo que debe hacer su hijo, que incluso hacen sus deberes pero que luego lo «aparcan» en un momento dado para hacer ellos su propia vida en la que ya no entra ese hijo al que tanto protegen.
Podemos decir que la educación en la libertad responsable es más exigente y más valiente en cuanto que también debemos asumir más riesgos. Se hace necesario evaluar en cada momento el nivel de libertad y riesgo que se ajusta a un determinado nivel de edad y desarrollo personal. Esto es menos cómodo que considerar que nuestros hijos son siempre niños. Los padres deben establecer una lucha con ellos mismos en delimitar si el grado de libertad que dan a sus hijos está o no acorde con su grado de responsabilidad. En ello siempre se asume un cierto riesgo. Si sucediera algo no deseado los padres se pueden llegar a culpabilizar de haber dejado demasiada libertad a sus hijos. Es la fase que les lleva a decir: «si no les hubiera dejado hacer tal cosa, si hubiera estado con ellos...». No resulta nada fácil y no hay reglas generales para administrar esta situación. Depende de la edad, de cada persona en concreto y hasta de las características del medio social en el que viven y se desarrollan como personas.
Esta sobreprotección la extienden los padres a los propios centros educativos. Es habitual ver que si un profesor reprende el mal comportamiento de un alumno sean los padres los que vayan a demandar cambios de conducta no a su hijo, sino al profesor que ha reprendido su mal comportamiento. Con ello se establecen mecanismos para dificultar la propia labor del profesorado en modelar esas conductas inadecuadas. Ello ha facilitado el que cada vez se produzcan más agresiones de alumnos al profesorado y que en algunos casos todo ello derive hacia un cierto «pasotismo social» entre una parte de los docentes. Es como si nadie quisiera ver los problemas.
Esa sobreprotección lleva a que cuando el niño pase a ser joven no haya desarrollado los medios que hacen que pueda actuar con una cierta autonomía. Tal vez también podríamos decir que esa situación lleva a fomentar conductas individualistas. Es un signo de los tiempos actuales ver la estrecha relación que se establece entre una persona joven y su móvil. Resulta algo habitual ver grupos de jóvenes en los que más que hablar entre ellos se les ve como cada uno está jugando, mandando mensajes o de forma general «haciendo cosas con el móvil». Diríamos que cada vez más esos jóvenes perciben el medio social no de una forma directa sino a través de esos medios electrónicos.
Las redes sociales son canales de comunicación que ganan en difusión y muchas veces sustituyen al contacto personal. Tanto a través de los móviles como de Internet los mensajes se caracterizan por ser cortos. No hay oportunidad a desarrollar un pensamiento y podríamos decir que tampoco hay mayor interés en hacerlo. Todo ello favorece una sociedad demasiado fútil. Diríamos que esos medios nos acercan el mundo en la distancia, nos permiten contactar mucho más fácilmente con personas que se encuentran muy distantes de nosotros. Tal vez el precio de todo ello es que perdemos intensidad en nuestros contactos más cercanos. Es algo que se trasmite en esos jóvenes que miran más al propio móvil que al amigo que tienen enfrente.
En una sociedad responsable debemos educar a nuestros hijos en la asunción paulatina de cuotas de responsabilidad. La libertad hay que ejercerla desde la responsabilidad y ello supone fijar límites a la misma, así como «ver el mundo que nos rodea» y que va algo más allá de nuestra individualidad. En ese «ver el mundo» los actuales medios nos pueden permitir «ver más lejos», sin embargo también pueden dificultar el hacerlo con aquello «que nos rodea». Tal vez es el precio que tenemos que pagar por el actual desarrollo de las comunicaciones. Sería estupendo que se pudieran compatibilizar ambos aspectos.
Los retos sociales que actualmente se nos plantean hay que afrontarlos desde la madurez. La sobreprotección dificulta que se alcance esa madurez y con ello que se pueda llegar a esa sociedad responsable que demandamos.
Al igual que el niño sobreprotegido, buscamos que la solución a los problemas sociales y económicos nos las den otros. No hay una actitud madura de pensar en qué medida podemos colaborar en la solución del problema. Incluso podemos decir que demandamos que se nos den soluciones que no impliquen sacrificios. ¿En qué medida podemos decir que esta actitud se asemeja a la del niño que solicita un determinado juguete a sus padres simplemente por cuánto le gusta? ¿En qué medida somos conscientes de hasta qué punto el juguete entra dentro de las posibilidades familiares o del dinero que cuesta? ¿No es lo mismo que hacemos ahora en el plano social demandando cosas simplemente por cuánto nos gustan, sin fijar el precio y las posibilidades para acceder a las mismas?
2. El esfuerzo como motor para alcanzar metas
Vivimos en una sociedad que se caracteriza entre otras cosas por mantener un estilo de vida excesivamente acomodaticio. Hay un importante «pasotismo social» que llega a todos los rincones. La apatía recorre los diferentes ámbitos de la sociedad.
Una de las causas de esta situación es que no se premia el esfuerzo e incluso en no pocas ocasiones se penaliza. Así, si cuando un profesor prepara sus clases, ofrece contenidos en diferentes formatos a sus alumnos y otro no hace nada de eso pero los dos reciben el mismo sueldo, estamos generando una cultura que premia el «no esfuerzo». Solo desde la propia ética personal se explica ese mayor esfuerzo de uno de los profesores, que se penaliza por cuanto esa mayor dedicación se detrae del tiempo de ocio del que puede disfrutar el otro profesor. Es la igualdad en la injusticia que además atenaza el desarrollo social y cultural.
Esa cultura que premia el no esfuerzo se extiende a muchos ámbitos y también llega al mundo de la empresa. Eso supone que en demasiadas ocasiones la promoción en la compañía no se hace en función del desarrollo de las tareas de trabajo sino que más bien intervienen de modo determinante otros factores que podríamos asociar a la cercanía personal a quien tiene el poder. En otros casos ni siquiera hay lugar a que pudiera darse una carrera profesional.
En tanto resulta más fácilmente medible la cantidad a la calidad de las cosas cuando se establecen mecanismos de control, se tienden a hacer en base a ese criterio cuantitativo. La referencia es más «¿Cuánto ha hecho?» que la de «¿Qué ha hecho?». Medir la calidad es mucho más complejo y susceptible de interpretaciones distintas. Todavía es más complicado unir la cantidad a la calidad.
Toda esta caracterización lleva a la desmotivación social para alcanzar distintas metas. ¿Para qué esforzarse?
La cultura del no esfuerzo lleva al individualismo, que tiene un componente importante de egoísmo. Nos retraemos en nuestro propio mundo y nos aislamos de una realidad que aun cuando no nos agrade tampoco estamos dispuestos a esforzarnos por cambiarla.
Hay una desconfianza generalizada que se extiende al marco social y a sus agentes. Pocas cosas son creíbles y esa sensación llega tanto a los que ocupan el poder como a los que ejercen de oposición en sus diferentes versiones.
La sociedad responsable debe tener entre sus fundamentos el de personas que deseen avanzar en sus condiciones de vida y que se muestren dispuestos a esforzarse para lograrlo. Todo ello no significa que planteemos un medio social en lucha permanente. Habrá que buscar compaginar ese esfuerzo por avanzar con las dosis de solidaridad social necesarias para que ese avance sea armónico. Sin embargo, no estamos tampoco por un discurso que presenta la competitividad como algo en sí mismo negativo. Creemos posible una competitividad regulada y responsable en la que no todo vale y que tampoco puede basarse en causar cualquier mal al otro para avanzar sobre él. Es la competencia en la que se busca mejorar en las propias condiciones personales ampliando conocimientos, dedicando esfuerzo en el desarrollo de las tareas. Como ya he comentado anteriormente, creemos injusto que se plantee una igualdad que premie el no esfuerzo aunque ello se enmascare con rechazo a planteamientos excesivamente competitivos.
En un medio social cada vez más globalizado e interrelacionado avanzamos hacia una mayor cohesión social y económica. Podría considerarse uno de los pocos efectos positivos de la actual crisis. Mientras las economías occidentales se estancan, las emergentes son las que presentan mayores signos de vitalidad en cuanto a tasas de crecimiento de su PIB. Todo ello lleva a que se reduzca la distancia económica entre los países más desarrollados y aquellos que se encuentran en vías de crecimiento. Esto es así hasta el punto de que son economías emergentes como China o Brasil las que han tenido que salir en ayuda de países occidentales con problemas para pagar sus deudas. Sin que ello quiera decir que el hambre haya perdido importancia como problema en el mundo, entre otras cosas por cuanto siempre lo será mientras haya alguien que muera de hambre.
Esa cultura del esfuerzo también se enmarca en un univer­so de valores y podría tener algo que ver con la propia crisis de las sociedades occidentales. Los niños de las sociedades occidentales muchas veces cuentan con más juguetes de los que pueden utilizar, mientras en los países en desarrollo el niño construye la pelota con la que juega con aquellos elementos que ha podido encontrar. Evidentemente no planteamos como ideal el modelo de esos países en desarrollo donde encontramos muchas situaciones penosas e injustas entre niños que se ven obligados a trabajar en condiciones lamentables. Sin embargo, siempre habrá valores a recuperar en esos modelos sin que caigamos en reproducir esas situaciones de injusticia. Entre esos valores tenemos el de evitar difundir entre los hijos la imagen de una sociedad que nos regala todo si...

Índice

  1. ¡Irresponsables!
  2. Portada
  3. Portada interior
  4. Créditos
  5. Dedicatoria
  6. Índice
  7. Prólogo de Carlos espinosa de los Monteros
  8. Cita
  9. 01. La irresponsabilidad social
  10. 02. El sentido de la medida
  11. 03. La educación responsable
  12. 04. La economía responsable
  13. 05. La administración responsable
  14. 06. La unidad familiar responsable
  15. 07. Las etapas hacia la sociedad responsable
  16. Notas
  17. Colofón