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Anticipa. Las adversidades siempre ocurren
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«Las acciones correctas para el futuro son la mejor disculpa de las equivocaciones del pasado».
Tryon Edwards, teólogo norteamericano (1809-1894)
La bombilla mugrienta colgada del techo destella de forma intermitente, como si tuviera vida propia. Sin embargo, no es recomendable intentar apagarla. El enchufe desvencijado amenaza con utilizar mi cuerpo como toma de tierra.
Me armo de valor y lo consigo, apago la luz. Se hace la oscuridad en la habitación de aquel hotel sorprendente (por definirlo de una forma amable) de Moshi (Tanzania), una ciudad levantada sobre la mismísima tierra de los masai.
El zumbido de un par de mosquitos que buscan objetivos en la habitación no es precisamente tranquilizador. El paludismo es endémico en la zona y las camas no tienen mosquiteras. Intento tranquilizarme y pienso que estoy vacunado contra la malaria pero la reflexión no me convence y me tapo hasta las cejas. El frío no es lo que me obliga a desaparecer bajo la sábana. Me encojo e intento dormir en posición fetal. Creo que lo consigo.
El hotel no responde a los estándares de calidad y limpieza europeos, pero estamos en África. No deja de ser otra de las sorpresas iniciales de un viaje en el que preveíamos pernoctar en otro hotel, del que nos desvían por sobreventa. Tampoco es relevante no haber cenado. Nos cierran el restaurante y no hay alternativas.
Una cadena de contrariedades se precipita en escasas horas. La más grave amenaza incluso con llevarse al traste el objetivo de un viaje planificado desde hace meses.
La cinta transportadora de equipajes del aeropuerto de Arusha vuelve a dar la vuelta y se cumplen las peores premoniciones. Una maleta verde, que parece de adorno, es el único bulto que por quinta vez pasa ante nosotros, en solitario y sobre la cinta.
Ángel ya ha cogido su equipaje pero el de José Manuel y el mío han desaparecido. Las botas de montaña, ropa técnica contra el frío, ropa interior, sacos de dormir, todo, absolutamente todo lo que necesitamos para hacer cumbre está en aquellas maletas.
La cola para reclamar el extravío es tan larga como el tiempo de espera. Amontonados, una veintena de resignados viajeros explicamos las características de nuestras maletas desaparecidas.
En mi macuto perdido hay muchas cosas pero lo que más echo en falta son mis botas de montaña. Adaptadas a mis pies, usadas en decenas de kilómetros, son claves para hacer cima y debo empezar a olvidarme de ellas. La sensación es parecida a la del entrenador que pierde a su mejor jugador en el calentamiento previo al partido, justo antes de empezar y contra el mejor equipo posible.
La cosa no acaba ahí. El entrenador no tiene alternativas para sustituir al jugador lesionado y yo no puedo convertir mis zapatillas de correr en las botas extraviadas. Pierdes al mejor jugador y juegas contra el mejor equipo y con uno menos, difícil comienzo.
Observo mis pies. Elijo mis zapatillas para hacer más cómodo un viaje de más de catorce horas en avión y con escalas. Intento justificar una decisión desacertada. Debí ponerme las botas para el viaje ya que ahora contaría con ellas para una ascensión que sabía que discurría por un terreno accidentado, con barro y jornadas de frío intenso. Pretender subir con las zapatillas parece una temeridad, es como querer cruzar el desierto sin agua, sin camiseta y sin protección solar. Napoleón Bonaparte, militar y gobernante francés del siglo XIX, dijo: «la palabra imposible no está en mi vocabulario». Me aplico el dicho.
—Sí, es de color rojo, un macuto militar rojo —explico al funcionario de turno que parece recién asignado a la ardua tarea de atender a los «sin equipaje».
El funcionario ofrece, ante la falta de soluciones, una sonrisa que parece sincera. Comparte la misma sonrisa con cada uno de los 20 viajeros que están en una situación similar a la mía; entre ellos José Manuel, otro de los afectados.
Tras varios minutos de duelo por lo perdido, lamentamos el hecho de no haber podido contar con al menos uno de los dos equipajes. Nos hubiera permitido compartir ropa porque somos de altura similar. Ya da igual, los astros están en nuestra contra.
El empleado nos confirma que una de las maletas está en Ámsterdam, el aeropuerto en el que hicimos escala desde Madrid. La otra no aparece. También puede que lleguen o que no a Arusha en próximos vuelos. «Se va a intentar», nos dicen. En cualquier caso, nunca antes de la noche siguiente. Demasiado tarde para nosotros. En escasas horas, a la mañana siguiente, iniciamos ruta hacia la cima.
Las luces se apagan en el aeropuerto. Anuncian la vigilia de vuelos para las próximas horas o quizás días, quién sabe. La conversación con el funcionario finaliza. Jean Dolent, escritor y crítico de arte francés, que vivió entre 1835 y 1909, siempre dijo que «la desesperación es el dolor de los débiles» y nosotros no estamos en ese grupo.
En la habitación del hotel intento aplicar racionalidad a mi situación. Busco soluciones a imposibles porque no tengo elección, voy a subir una montaña de 6.000 metros con temperaturas bajo cero, en camiseta de manga corta, con un pantalón de deporte, unas zapatillas de correr y unos calcetines de tenis.
Estoy muy cansado. El día ha sido largo y difícil pero lo que está por venir es todavía más exigente. Buscaremos soluciones en cuanto se pueda. Mañana por la mañana. Asumo que siempre existen adversidades pero también que la dimensión de las mismas me sobrecoge.
Dwight Eisenhower, el militar, político y expresidente de Estados Unidos (1860-1969), dice que «un plan no es nada pero la planificación lo es todo». Lo cierto es que siempre tuvimos un plan e incluso creíamos tener la planificación bien amarrada pero no es así. Miguel Costa, profesor del Instituto de Empresa (IE) y director de Marketing de la Universidad SEK, asegura que «un buen plan o una buena idea empresarial es un buen punto de partida, pero puede ser un fracaso si no tiene detrás un proceso reflexivo, ordenado y estructurado que posibilite su consecución».
Debí haber viajado con mis botas de montaña puestas, incómodo pero práctico. Pude haber llevado conmigo la principal prenda de abrigo y ahora la tendría o haber echado algo de ropa interior y calcetines en la mochila que llevaba como equipaje de mano.
Encuentro en la mochila un gorro y unos guantes, pero no están allí por previsión si no porque me faltaba espacio en el macuto que facturé. Mi situación es complicada. De hecho corro el riesgo de fracasar antes de intentarlo. Dura reflexión para alguien que lleva seis meses preparando un reto. Ahora todo pende de un hilo, uno muy fino, pero me encuentro aquí y no voy a rendirme. Lao-Tsé, filósofo chino del siglo IV a. C., afirmó que «un viaje de 1.000 millas empieza con el primer paso».
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ANTICIPA
Asumir que las adversidades siempre existen es clave. En primer lugar, te permite anticiparte a las mismas e incluso evitarlas si tienes la solución antes de que surjan los problemas.
En segundo lugar, el hecho de conocer las soluciones a las posibles eventualidades, te da la tranquilidad y el conocimiento de cómo puedes y debes reaccionar.
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En tercer lugar, estás mejor preparado física y mentalmente para superar los problemas. Es decir, puedes anticipar, definir y concretar aquellos métodos, herramientas y necesidades que precisas para superar tus cimas.
Debes, por ejemplo, preocuparte de recibir la formación adecuada para enfrentarte mejor a los retos futuros de tu desempeño profesional o dotarte de las herramientas que faciliten tu trabajo e, incluso, tu vida.
La anticipación es clave en la superación de tus retos diarios y aumenta tus posibilidades de éxito.
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