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¿Por qué invertir?
Habitualmente uno invierte porque no necesita disponer de todos los recursos con los que cuenta en ese preciso momento. De hecho, al invertir se está difiriendo consumo actual por futuro. Por este diferimiento se debe recibir una compensación por la inflación del período, es decir, por la protección del poder adquisitivo y por la incertidumbre de que no sean devueltos los recursos adelantados. Por lo tanto, la rentabilidad de una inversión debe compensar estos factores y a mayores incertidumbres, mayores retornos esperados.
Los niveles de incertidumbre producidos por la inflación y el riesgo de repago se ven reflejados en primas de rentabilidad por encima del activo sin riesgo, aquel que en teoría tuviera una máxima garantía de repago. En períodos largos esta prima de riesgo suele ser bastante estable, pero muy oscilante en los plazos medios y cortos, ya que se ve afectada entre otros factores, por las variaciones en los tipos de interés, la facilidad crediticia, la liquidez y la aversión al riesgo de los inversores en cada momento.
Pero, ¿qué sucede si no se quisiera invertir y se mantuviera el patrimonio de manera ociosa? Básicamente que uno se iría empobreciendo con el paso del tiempo, cada vez tendría una menor capacidad de compra. Este efecto se produce debido a la erosión que causa la inflación. Aunque en el corto plazo no se aprecia mucho, un 3% de inflación anual no tiene mucho impacto, pero al cabo de tan solo 10 años se convierte en una pérdida de poder adquisitivo aproximada del 35%.
Este riesgo adquisitivo lo suelen sufrir más los inversores que siguen estrategias conservadoras, que poco a poco y sin notarlo van perdiendo su capacidad de compra como si fuera una muerte dulce. Pasados unos años se dan cuenta de la merma en su patrimonio, lo que supone un gran precio por el hecho de haber dormido más tranquilos.
Por el contrario, para que una inversión consiga mantener el poder de compra, debe estar expuesta a una considerable volatilidad interanual, en contra de lo que uno pudiera pensar a priori. Este nivel de volatilidad no suele satisfacer a casi nadie, pero es el precio que hay que pagar para no empobrecerse.
Para los objetivos de 3 a 5 años no hay más remedio que asumir cierto riesgo de inflación, ya que se va a necesitar el capital en el corto plazo y no es conveniente asumir grandes fluctuaciones en el valor de la inversión. El problema surge cuando, por no querer asumir las fluctuaciones anuales en las valoraciones del patrimonio, se invierte demasiado de forma conservadora a largo plazo y como consecuencia no se mantiene el poder adquisitivo. Curiosamente, estas estrategias conservadoras consiguen acumular pérdidas irreversibles en el medio plazo, lo que las convierte, sin quererlo, en estrategias patrimoniales agresivas.
Esto sitúa al inversor ante decisiones difíciles, por un lado a empobrecerse de manera irremediable o a proteger su capacidad de compra mientras no se consume sus recursos. Si opta por preservar el patrimonio tendrá que asumir volatilidad, lo que a ojos y estómagos de muchos de los miembros de la familia será considerado como un alto riesgo.
Sin embargo, la inflación y la volatilidad no son los únicos problemas ya que, además de batir a la inflación, hay que invertir el patrimonio para superarlos costes y los impuestos. La simple tenencia de patrimonio exige soportar una serie de gastos e impuestos que, si no son compensados con la rentabilidad obtenida de su inversión, mermarán de manera drástica el valor patrimonial.
A lo anterior hay que sumar una variable adicional a tener en cuenta en las familias. Se trata del factor intergeneracional, es decir, el aumento del número de miembros de una familia. Este suele ser de carácter exponencial y que hace que el patrimonio per cápita se vaya reduciendo a marchas forzadas, haciendo que sea absolutamente necesario conseguir niveles de rentabilidad muy exigentes solo para mantener el patrimonio en términos reales, ajustado por la inflación y por cada miembro de la familia.
En la gran mayoría de los casos esto no se consigue y, tras la formación inicial de la riqueza familiar por parte del patriarca, el patrimonio se va diluyendo de manera progresiva en pocas generaciones. Por este motivo, una vez más se precisa que los miembros de la familia estén formados, generen fuentes de riqueza complementarias, eviten errores que supongan retrocesos patrimoniales irrecuperables y asuman patrones de gasto coherentes con la responsabilidad de traspasar, aunque solo sea parcialmente, el patrimonio a las siguientes generaciones.
Incluso en el caso de obtener rentabilidades muy elevadas, por ejemplo del 10% anual compuesto o 2% neto después de costes, impuestos y otros drenajes, a lo largo de 100 años y sin retirar ningún importe durante ese tiempo, el patrimonio per cápita seguramente no llegase a preservarse en términos per cápita.
En la gran mayoría de los casos es más fácil generar el patrimonio que preservarlo en términos absolutos y, con toda seguridad, que preservarlo en términos reales de manera per cápita durante las siguientes generaciones.
No obstante, la preservación per cápita no tiene que ser la única opción patrimonial, aunque el concepto pueda ser atractivo. Dentro de otras opciones disponibles se pueden destacar el consumo patrimonial total, el mantenimiento del patrimonio nominal (expuesto a la pérdida de poder adquisitivo) entre otras posibilidades. Cualquier opción es válida pero exige reflexionar cuidadosamente sobre los objetivos a alcanzar y aplicar coherencia en el proceso.
Si la opción que se escoge es consumir el patrimonio conseguido a lo largo de la vida, el reto es más pequeño siempre que no se viva más allá de los recursos disponibles ni surjan adversidades que puedan suponer gastos extraordinarios, por lo que hay que ser muy prudentes sobre la propia longevidad y mantener un patrón ligeramente austero, para permitir dejarse un colchón en caso de que uno se equivoque en la estimación de las anteriores variables.
1. ¿Qué cabe esperar cuando se invierte?
Dado que las inversiones de medio y largo plazo son las más importantes y las que más complicaciones tienen, pues deben compensar al menos el efecto de la inflación, los costes y los gastos, antes de lanzarse a invertir conviene ser consciente de lo que uno se va a encontrar para prepararse técnica y emocionalmente mejor.
Por un lado, el inversor se enfrenta a cambios derivados de los ciclos económicos, factores geopolíticos, globalización, cambios demográficos, variaciones en los factores de producción como las materias primas, la energía y los desastres naturales entre otros muchos. Por otro, existen la política fiscal y monetaria, las variaciones en la inflación, tipos de interés y cambios en las divisas.
Los factores anteriores te...