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Gastronomía, comercio y predominio de las rutas terrestres en la Antigüedad
Los inicios del comercio
En épocas prehistóricas, algunos hombres iniciaron el comercio de larga distancia navegando a bordo de frágiles embarcaciones. Uno de los primeros productos comercializados fue la obsidiana, que como se afilaba con facilidad, permitía la fabricación de herramientas y armas. Procedente de los volcanes de Armenia, se empieza a encontrar en asentamientos mesopotámicos como Maghzaliya, posiblemente con anterioridad al 7000 a. C. Con la introducción de la agricultura después de la Revolución Neolítica, las comunidades sedentarias transportarían cereales, animales de granja y algún tejido o herramienta, para cambiarlos por las pieles de animales con los cazadores-recolectores.
El transporte por agua resulta siempre más económico y eficaz que el terrestre, especialmente, cuando no hay caminos. Un caballo puede transportar hasta noventa kilos. Arrastrando una carreta podría llevar 1 800, pero se necesita una buena calzada. El mismo caballo puede mover más de 25 000 kilos siempre que estos estén depositados sobre una barca que el animal pueda arrastrar desde tierra, en lo que se denomina «camino de sirga».
Posiblemente así se inició el comercio. Hace seis mil años el hombre descubrió como depurar el metal de cobre. Poco después, desde las minas anatolias de Egania, se empezó a transportar en barco a través del río Éufrates hasta los primeros asentamientos de Uruk, en el actual Iraq. Más tarde se descubrió que resultaba más sencillo importarlo desde la tierra de Magán, en Omán, cerca del estrecho de Ormuz. Pronto se mezclaría el cobre con un nuevo metal «exótico» importado, el estaño, dando lugar al bronce, que se mezclaba en proporción de diez a uno, hacia el año 2800 antes de Cristo. Pero ¿de dónde procedía el estaño? De mucho más lejos: del norte de Europa y de Asia Central.
En el aspecto geográfico, Jared Diamond recalca la importancia del eje oeste-este de Eurasia, la masa terrestre más extensa del planeta, cuando afirma que la rápida difusión de cultivos a partir del Creciente Fértil se debe a este eje, cuyos territorios están en la misma latitud, tienen la misma duración exacta de los días, y variaciones estacionales y similares regímenes de lluvias. El sur de Italia, el norte de Irán y Japón se asemejan entre sí en cuanto al clima.
Pero este eje, no solamente serviría para la rápida difusión de plantas y animales domésticos, sino que seguiría siendo crucial en la futura Historia de la Humanidad. Ya lo era en época neolítica, donde parte de la media luna que forma el Creciente Fértil coincide con la línea recta que une Anatolia con el Golfo Pérsico y por eso confluyen las circunstancias que permiten la domesticación y sedentarización, con las rutas comerciales, probablemente precedentes. Es por eso por lo que nos atrevemos a afirmar que primero surgen las migraciones humanas, esto es obvio, después el comercio, y a lo largo de las rutas comerciales, empiezan a florecer las aglomeraciones sedentarias que acabarán conformando las ciudades.
La supervivencia de las naciones mesopotámicas de Sumeria, Acadia, Asiria y Babilonia, asentadas en la zona denominada «el Creciente Fértil» dependía del intercambio de sus alimentos agrícolas por metales de Omán y el Sinaí, granito y mármol de Anatolia y Persia, y maderas del Líbano. También surgió la agricultura, ejército, religión y administración en el Valle del Indo, el actual Pakistán, en las ciudades de Harappa y Mohenjo Daro, y hay pruebas arqueológicas de comercio entre ambas regiones, separadas por más de 5000 kilómetros de distancia.
Volviendo a Oriente Próximo, hacia el año 2000 antes de Cristo se encontraron muchas más minas de cobre, por lo cual bajó su valor, y se empezó a utilizar la plata como medio de intercambio, cuyo uso facilitaba la compra y venta de otros productos, naciendo el concepto actual de moneda, que aparecería como tal durante el siglo VII a. C. en Lidia, parte de la actual Turquía.
Mientras 3000 años antes de Cristo la zona del Golfo Pérsico constituía la principal arteria comercial, con la extensión de la civilización hacia Egipto, Fenicia y Grecia, ganaba importancia la ruta marítima del Mar Rojo, lo que resultó muy rentable para los egipcios.
Entre 1250 a. C. y el siglo II d. C. se desarrollaron las rutas terrestres comerciales entre China, India, Asia Occidental y el Mediterráneo, favorecidas en parte por la domesticación de camellos: Camelus dromedarius que permitió a los árabes nómadas controlar parte del comercio de larga distancia con Oriente a través de la península arábica. La navegación ya era conocida en Sumeria entre el cuarto y el tercer milenio antes de Cristo y probablemente en China e India desde antes, por lo que cuando se podía se transitaba por ríos y por el mar, bordeando la costa. Los egipcios mantenían rutas comerciales a través del Mar Rojo con mercancías que les llegaban de Arabia y de la llamada «Tierra de Punt», cuya ubicación exacta aún suscita fuertes controversias y como veremos más adelante, actuaba de centro reexportador.
De acuerdo con el profesor de la Universidad de Delaware, Robert Allen Denemark, la expansión del comercio desde el Mediterráneo al Valle del Indo, incluyendo el Imperio Hitita, Siria, Egipto, Mesopotamia y el Golfo Pérsico, representó un sistema mundial, donde a pesar de las diferencias ideológicas, todos eran parte de un mundo común y donde sus componentes interactuaban a través de las rutas que propiciaron la difusión de la tecnología, el comercio y la religión, y fueron vitales para el crecimiento de la civilización urbana.
Unos contactos que posteriormente quedaron unificados bajo el Imperio persa que más tarde conquistaría Alejandro Magno, iniciando la fascinación por Oriente que prevalecería en Europa en los siglos posteriores.
Paralelamente a las rutas terrestres mencionadas, tenemos evidencias de un comercio marítimo entre el Egeo, Egipto y Oriente Próximo durante la Edad de Bronce, que se extendió hasta Mesopotamia, en los siglos XV y XIV antes de Cristo y que algunos han querido bautizar como el principio de una «Edad de Oro» del internacionalismo y la globalización. Uno de los ejemplos es el barco hundido hacia el 1305 a. C. en Uluburun (Turquía) que navegaba probablemente desde Egipto hacia el Egeo y transportaba artículos asirios, egipcios, casitas, cananeos, chipriotas y micénicos, entre los que destacaban trescientos cincuenta y cuatro lingotes de cobre y cuarenta de estaño, entre más de veinticinco artículos diversos.
Tres décadas después del hundimiento del pecio, se produjo la Batalla de Qadesh (fechada en el 1274 a. C.) entre hititas y egipcios que terminó en tablas manteniéndose las fronteras y firmándose más adelante (1259 a. C.) el Tratado de Qadesh, quizás porque ambas potencias estaban más ocupadas en asuntos internos (posible Guerra de Troya en el caso hitita y éxodo hebreo en el caso egipcio, ambos por demostrar). Los hititas fueron una de las grandes potencias del mundo antiguo y podrían tratar de contener las actividades de algunos de sus súbditos rebeldes presuntamente financiadas por los micénicos, mientras que del éxodo hebreo solo tenemos conocimiento a través de la Biblia.
Se han vertido ríos de tinta sobre los llamados «Pueblos del Mar» a los que se ha responsabilizado de múltiples destrucciones de ciudades del mediterráneo Oriental hacia el año 1177 a. C. o poco después, que representaron el desmoronamiento de la Edad del Bronce tardía y que su violenta aparición podría ser consecuencia de terremotos, hambrunas, rebeliones internas en Grecia, presencia de inmigrantes o un cúmulo de circunstancias que desembocaron en el despliegue de una fuerza militar que asoló las costas del levante Mediterráneo en el siglo XII antes de Cristo.
Estamos convencidos de que algunas de dichas circunstancias y los intereses comerciales contribuyeron a que una coalición liderada por Micenas atacase primero al Imperio hitita, y tras destruir algunas importantes ciudades como el caso de Ugarit, se enfrentase a los egipcios en la batalla del Delta del Nilo, de la que salió victorioso pero debilitado el faraón Ramsés III. Lo...