Historia de la transexualidad
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Romanov López-Alfonso, Jesús

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Historia de la transexualidad

Romanov López-Alfonso, Jesús

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Cada cultura ha esperado de la persona que nace biológicamente hombre, unos determinados valores, actitudes y modos de afrontar su propia existencia, que debían ser cumplidos para de ese modo ser aceptado en la comunidad plenamente. Sin embargo, todo lo que se salía (y se sale aún en la actualidad) de estas normas debía ser arrinconado, anulado o corregido en el mejor de los casos, como ocurría con las personas que manifestaban una sexualidad diferente a los patrones heteronormativos, o una divergencia entre el sexo biológico y al que sentían pertenecer.La obra que tiene entre sus manos recoge por vez primera un análisis profundo y riguroso sobre la transexualidad, incluyendo un periplo histórico que abarca desde la Antigüedad hasta nuestros días, con todos los cambios políticos y sociales que se han ido produciendo, y desgranando también la evolución de las mentalidades y la lucha política y social de homosexuales y transexuales para reivindicar sus legítimos derechos. En este imprescindible texto se incluyen asimismo numerosos testimonios de personas transexuales que revelan en toda su crudeza el lento pero inexorable cambio registrado en nuestro país, e incluso se referencia la evolución suscitada en otras naciones de nuestro ámbito cultural; modificaciones todas ellas que influirán de manera decisiva en la adaptación de las leyes, la percepción social y el tratamiento que los medios de comunicación otorgan actualmente a la transexualidad. Un libro, en suma, más que necesario, expresión de una aspiración de justicia.

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Información

Año
2021
ISBN
9788418757235
1
El espacio grecolatino durante la Antigüedad
La mitología es la manera que tenían los hombres de la Antigüedad de dar respuesta a todas las preguntas que les surgían en torno a ellos mismos, su origen, el del mundo que les rodea, sus alegrías y tragedias, los ciclos de la naturaleza y su necesidad de trascendencia. El amor, la muerte, la búsqueda de otra vida tras esta, son temas que están presentes en las historias de dioses y héroes, de los que llama la atención en el caso griego su humanización. Aman, odian, pueden ser presas de las pasiones, movidos por los celos o el cariño y viven situaciones en las que la consecución de un fin hace que su aspecto pueda variar o, a consecuencia de los mismos, muten a otros. Así, Zeus se transforma en lluvia de oro para fecundar a Dánae, o en águila para raptar a su deseado Ganímedes. Dafne se convierte en árbol de laurel al ser perseguida por un enamorado Apolo, o Atenea se transforma en una vieja para retar a Aracne a tejer un tapiz y termina transformándola en araña.
Entre todas estas mudanzas de aspecto, tienen también importancia las relativas al sexo, que pueden implicar un cambio en el cuerpo del afectado, que se vuelve hombre o mujer, o simplemente varían sus ropas por las masculinas o femeninas. Entre los ejemplos de travestismo masculino podemos citar los siguientes:
— Aquiles: hijo de Peleo y Tetis, su madre quiso evitar que participase en la guerra de Troya y para ello lo refugió en la corte de Licomedes, rey de Esciro. Este sugiere al héroe que se disfrace de mujer y que viva como tal entre sus hijas para pasar desapercibido, destacando entre ellas por su belleza y sensualidad. Todo se descubre cuando Odiseo (o Ulises), es advertido por el profeta Calcas que sin la ayuda de Aquiles fracasarían en Troya. Por ello, se presenta ante Licomedes como vendedor de joyas y todas las mujeres se lanzaron a mirarlas, excepto una. Ante esto, Odiseo sacó un escudo y una espada que tomó la que nada quería, descubriéndose de ese modo que era Aquiles.
— Heracles (Hércules): Al ser asesinado su amigo Iphitus tuvo un ataque de locura y un oráculo le había dicho que tenía que estar tres años sirviendo como esclavo para poder restablecerse de su mal. Esta circunstancia fue aprovechada por Hermes para venderlo a Ónfale, reina de Lydia que se enamoró de él. Esta relación podía mover al escándalo, por lo que para disimularla decidieron que el héroe se disfrazase de mujer e hilase, mientras que ella se vistió con la piel del león de Nemea y llevaba la maza de su amante.
— Zeus (Júpiter): Como ya hemos mencionado, los deseos del rey de los dioses oscilaban desde las muchachas a los bellos efebos. Entre el séquito de Artemisa se encontraba la ninfa Calisto, que por ello tenía voto de castidad. El dios se fijó en ella, tomó la apariencia de la diosa y consiguió seducirla, pero quedó embarazada. Para protegerla y evitar su muerte, la transformó en una osa, pero Hera (Juno) descubrió el plan. En el transcurso de una cacería sugirió a Artemisa que matase al animal, por lo que esta disparó sus flechas y acabó con su vida. Zeus entristecido, la convirtió en la constelación de la Osa Mayor y con ello la hizo inmortal.
— Himeneo: Se invocaba la presencia de este dios en todas las bodas, para que el matrimonio fuese feliz y próspero, mediante el himno Hymen. Según la tradición, era un joven ateniense de familia muy pobre que destacaba por su belleza. Se enamoró de la hija de una de las grandes fortunas de la ciudad, por lo que las diferencias sociales hacían imposible que se diese a conocer a la muchacha, el noviazgo y posterior matrimonio. Por ello decidió disfrazarse de mujer para poder acompañarla a unos cultos en Eleusis destinados exclusivamente al público femenino. Durante el viaje fueron capturadas por piratas, circunstancia que fue aprovechada por Himeneo para descubrir su verdadera identidad, trazar un plan de liberación y a cambio pedir la mano de la mujer que él desease. De este modo lograron vencerlos, matarlos, volver a Atenas y casarse con su amada.
Lo que estos mitos nos ponen de manifiesto es que sin duda el travestismo se daba entre la población de la Hélade, si bien no tal y como lo entendemos en la actualidad, sino con carácter ritual, es decir: entre los muchachos que se encontraban en la pubertad existían unos ritos de paso entre la infancia y la edad adulta, que marcaban el final de una etapa y el inicio de la otra, y tras el mismo, eran aceptados como miembros de pleno derecho dentro de la polis.
De ese modo, los héroes servían de modelo educativo para que los jóvenes repitiesen su comportamiento y los dioses, protegían y sancionaban su entrada en la sociedad1.
Parece ser que antes de comenzar con su ciclo de iniciación podrían estar obligados a vestir o ropas femeninas o parecidas a estas, con el objetivo de apaciguar o no desarrollar aún la hybris2. Esta no es otra cosa que la falta de autocontrol, que desemboca en violencia irracional. Todos sabemos que una de las características propias de la adolescencia es la rebeldía, la falta de miedo, el pensar que se lleva la razón y la desfachatez ante el adulto, al que se le considera que no entiende sus sentimientos, ni su manera de ver el mundo. Probablemente este tipo de travestismo tuviese como objetivo dentro de la formación del joven, dejarle claro quién es la autoridad, es decir: aunque su cuerpo se esté desarrollando y adquiera la fuerza y la destreza de un hombre, no es tal, y verse vestido con ropas de mujer, que no era ciudadana ateniense, ni tenía ningún derecho, se podría interpretar como una «cura de humildad». De hecho, actualmente aún en ejércitos como el de EE. UU., se les llama a los soldados «señoritas» o «nenas» por parte de las autoridades cuando reciben a los nuevos reclutas. En Grecia, una vez terminase este proceso, que parece que se aplicaría en las sociedades guerreras de origen indoeuropeo3, el muchacho se desprendía de las ropas femeninas y pasaba a ser un ciudadano ateniense de pleno derecho, consciente de su lugar en la polis y su autoridad sobre las mujeres y los menores.
Si Heracles y Aquiles nos muestran el travestismo ritual, no podemos dejar de lado el que se realizaba en torno a los cultos de Dionisos. Hijo de Zeus y la mortal Sémele, era el dios de la fecundidad y el vino, sus fiestas eran toda una ocasión para la inversión de roles, así como de los límites socialmente establecidos y aceptados. Las Grandes Dionisias eran las celebraciones más importantes que se le tributaban y comenzaban con la llegada de la estatua del dios sobre un carro a Athenas, puesto que su culto procedía del mundo de lo salvaje y sus ritos eran vistos como algo ajeno a la ciudad. La escultura era conducida en procesión a un templo cercano a la Academia y de ahí llevada al teatro que llevaba su nombre, en compañía de un cortejo encabezado por los sacerdotes de esta divinidad, los coregos que organizaban el coro y los figurantes de las representaciones teatrales, magistrados y los efebos (jóvenes miembros de la escuela militar preparatoria) guardando la imagen. Tras el carro iban las jóvenes canéfonas portando canastos con frutas y culebras atadas y, tras ellas, hombres disfrazados de sátiros, silenos y panes. Seguía la comitiva con los falóforos, sacerdotes encargados de portal el falo y los italóforos, hombres vestidos de mujer, con trajes blancos, andando como los borrachos, cerrando el desfile el aventador.
Otra de las fiestas en las que encontraremos al hombre vestido de mujer será en las Oscoforias, que celebraba la vendimia y que, según la leyenda, instituyó Teseo al llegar de Creta tras haber matado al minotauro. En las mismas, dos jóvenes vestidos de mujer encabezaban un cortejo llevando racimos de uva desde el templo de Dioniso al de Athenea.
El hecho de que durante sus fiestas existiese el elemento travestí no es extraño, puesto que rememora la infancia del propio dios: según una de las versiones del mito, Era, la esposa de Zeus, celosa de la relación que este mantenía con Sémele, fue a verla con apariencia de anciana y le hizo dudar sobre la divinidad de su amante con la argucia de hacerle creer que era un mortal. Sémele, le pide al dios que se le muestre en toda su magnificencia para creerlo, a lo que este se negó porque esta no podría soportarlo. Finalmente accede y queda carbonizada ante el esplendor que emanaba, pero el rey de los dioses logra salvar la criatura que llevaba en el vientre e implantarla en su muslo para terminar de gestarla. Una vez acabado el proceso, lo confió a Hermes y este a su vez lo entrega a Ino, hermana de Sémele y casada con Atamante, rey de Tebas, y les pide que lo críen como una niña, para que de ese modo permaneciese oculto y no fuese reconocido por Era.
De un modo femenino encontramos al dios a inicio de la comedia Las Ranas (escrita por Aristófanes en el año 405 a. C.), vestido con una túnica color azafrán y con la nota masculina de llevar la piel de león de Heracles, así como en fragmentos atribuidos a la Licurgia de Esquilo, en concreto en Edonos, donde Dionisos se aparece al rey Licurgo vestido de mujer al modo cultural de los misterios de la diosa Cotito.
Esta manera de androginia alude a la plenitud sexual del dios, como un estado primordial de la divinidad, así como el travestismo en los participantes de las fiestas es un modo de sumisión a Dionisos y de liberación del espíritu, que es posible gracias a la participación en los cultos y fiestas4.
La sexualidad en el Mundo Antiguo:
la visión sobre la homosexualidad
La manera de vivir la sexualidad en el mundo antiguo y más concretamente en el romano, no tenía nada que ver con la que tenemos en la actualidad. Hoy entendemos que las relaciones sexuales se producen entre dos personas de mutuo acuerdo, en un plano de igualdad y respeto, en el que ambas van a vivir una experiencia placentera. Esto que hoy vemos con tanta claridad no era así en Roma, puesto que estas estaban basadas en el poder. En esta sociedad, el hombre tenía una posición preeminente sobre la mujer, el menor de edad y el esclavo, que simplemente era considerado una cosa que habla. Todos podían ser sujetos usados para su placer, si bien debía tener un papel activo, es decir, el vir (hombre) romano tenía siempre que penetrar y no ser penetrado, puesto que el rol pasivo o de irrumador se entendía como el igualarse a una mujer y, por lo tanto, dejar de lado su dignidad en la sociedad. Es más, el esclavo, el prisionero o el enemigo vencido en la guerra era sodomizado con carácter punitivo, puesto que suponía un castigo al primero y a los segundos no solo eso, sino la humillación de tratarlos como a una mujer y reducirlos al papel de las féminas, despojándolos de su dignidad masculina y afirmando la del vencedor.
Las relaciones homosexuales en Roma tenían por tanto unas determinadas restricciones, puesto que cuando un ciudadano romano dejaba de lado su situación de dominio o prefería hombres en edad adulta en vez de muchachos adolescentes, era considerado como alguien despreciable y, por lo tanto, objetivo de crítica y burlas ante la sociedad, que los denominaba phaticus (maricón). No se permitía socialmente que un hombre se enamorase de otro, puesto que se consideraba que este tipo de sentimientos dejaban de lado la gravitas y el dominio masculino para dejar paso a una pasión desenfrenada. Se podía dar rienda suelta a los placeres con esclavos o jóvenes dedicados a la prostitución, pero nunca establecer una relación de pareja homosexual tal cual la entendemos hoy. El astrónomo griego Claudio Ptolomeo (100-170) en el capítulo III de su obra Tetrabiblos habla de las enfermedades del alma, y cita la homosexualidad como una de las que atacan el alma sensitiva5. También el médico Celio Aureliano (siglo V) insiste en el carácter patológico de esta opción sexual, situándola entre las enfermedades mentales, cuya causa sería bien congénita o bien por la inadecuada mezcla del semen del varón con el óvulo de la mujer6.
Teniendo en cuenta la visión en la Roma de la Antigüedad de lo que debía ser un hombre y de la homosexualidad, podemos hacernos una idea de la opinión que suscitaban los afeminados, a los que se les llamaban cinaedi y que se usaron como ejemplos de la degradación más absoluta del vir, siendo lo más escandaloso el travestismo.
Como iremos viendo, a lo largo de la historia, el «afeminamiento» de las clases altas que dejan de lado en tiempos de paz su carácter guerrero para dedicarse a los placeres de la vida, va a ser visto de modo recurrente por los intelectuales del momento como un signo de la corrupción de la sociedad, ante la que contraponen los valores de una anterior edad dorada en la que el hombre encarnaba unos valores de virilidad ya perdidos.
En esta línea se encuentra el poeta Décimo Junio Juvenal (60-128) que en la sátira II, nos expone este tópico de la decadencia de Roma ejemplificado en la homosexualidad a la que considera un error de la naturaleza, estableciendo tres tipos de homosexuales: los hipócritas que la ocultan, los que la muestran abiertamente y son dignos de lástima por no querer esconder su problema y, por último, los pertenecientes a la aristocracia que deberían silenciar su condición como corresponde a su clase pero no lo hacen7, con lo cual representan el arquetipo de la suma corrupción.
En los versos 65-68 nos pone el ejemplo de Crético, un censor hipócrita, puesto que ataca a las mujeres adúlteras mientras que llevaba una toga transparente, prenda que resulta indecorosa.8
A continuación, entre los versos 83-116 pasa a describirnos la «secta de los cinaedi», que celebraban un ritual oriental a imitación de los cultos a la Bona Dea. Esta diosa estaba asociada a la virginidad y a la fertilidad femenina, y sus ceremonias se celebraban en la noche del tres al cuatro de diciembre, en casa de un magistrado cum imperio del año en curso, cuya esposa dirigía la ceremonia con la ayuda de las vírgenes vestales. Solo podían asistir las mujeres, quedando prohibido todo elemento masculino, es decir: hombres, representaciones de estos en pintura o escultura y animales machos. El carácter tan críptico de estas celebraciones ha hecho que poco sepamos de su desarrollo e incluso que desconozcamos el nombre de la diosa, ya que solo las iniciadas lo sabían y pronunciarlo estaba prohibido.
Los homosexuales travestidos en este remedo de la celebración femenina van a cuidar del maquillaje y su atuendo, de lo cual nos informa el poeta:
largas cintas en la frente y con el cuello enteramente cubierto con collares (vv 85-86);
llena con sus largos cabellos una redecilla dorada, vestido a cuadros azules o de verde liso (vv 96-97).
Uno se prolonga oblicuamente con una aguja las cejas impregnadas de hollín humedecido y elevándolos se pinta los ojos parpadeantes (vv. 93-95)9.
En este mismo aspecto de la feminización del cuerpo masculino incide el poeta y astrólogo Marco Manilio (siglo I) en su obra Astronomía (hacia el año 10) cuando habla del comportamiento de los nacidos bajo el signo de Tauro y bajo la influencia de las Pléyades:
Bajo su influencia salen a la límpida luz devotos de Baco y Venus, así como corazones insolentes, debido a los festines y a los banquetes (…). Tendrán siempre la preocupación por su ornato personal y por la hermosura de su semblante: rizar y ondular sus cabellos o sujetar la cabellera con lazos dándole forma en la poblada coronilla, o bien transformar el aspecto de la cabeza añadiendo cabellos, así como alisar los miembros ásperos con la porosa piedra pómez, detestar su virilidad y desear unos brazos torneados. Les agradan los vestidos femeninos, el calzado no para proteger los pies, sino para su adorno, y la forma de andar afeminada. Les da vergüenza su naturaleza masculina y en su pecho habita una ambición inconfesable a la par que se jactan de su enfermedad como si fuese una virtud. El amar nunca es suficiente, desearán también que parezca que aman10.
Este hecho resultaba del todo escandaloso, puesto que estaban realizando un remedo de una venerable tradición romana en la que estaban renegando de su virilidad, asumiendo un papel exclusivo de la mujer.
Por último, y para colmo de la indignación, entre los versos 117-145 nos relata la boda del noble Graco con un esclavo. En la misma, el protagonista asume el papel femenino no solo entregando la dote, sino vistiendo del modo que lo hacían las novias: larga túnica blanca con cenefas y velo naranja que cubre la cabeza y el rostro. El episodio lo que está poniendo en relieve es la corrupc...

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