Feminismo para América Latina
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Feminismo para América Latina

Un movimiento internacional por los derechos humanos

  1. 424 páginas
  2. Spanish
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Feminismo para América Latina

Un movimiento internacional por los derechos humanos

Descripción del libro

"¡Si pudiéramos nosotras, las mujeres, sacudir nuestro continente!", le escribió en 1931 la cubana Ofelia Domínguez Navarro a Paulina Luisi, la médica uruguaya que para entonces era una veterana de la lucha feminista en América Latina. Este libro es la historia de esa sacudida: Katherine M. Marino recorre aquí la singular forma de entender los derechos de la mujer que se dio en nuestro continente en la primera mitad del siglo XX. El feminismo panamericano fue un movimiento que se valió de las formas de la diplomacia para lograr el compromiso de los Estados por el sufragio femenino, la igualdad de derechos sociales y laborales, la protección de la infancia. En los agitados tiempos del Frente Popular, de la solidaridad internacional con la República Española, del temor al fascismo, un puñado de activistas supo sumar fuerzas más allá de las fronteras para expresar un pensamiento igualitario de vanguardia que pronto colocó la lucha feminista en un plano más amplio, aunque no menos polémico: la defensa de los derechos humanos. Además de Domínguez Navarro, Luisi y muchas más feministas de México, Argentina y otros países, estas páginas tienen como protagonistas a la bióloga brasileña Bertha Lutz, la abogada panameña Clara González y la periodista chilena Marta Vergara —y, quizás en el rol de antagonista, a la estadounidense Doris Stevens— y como clímax la aportación latinoamericana a los cimientos de la ONU. La sacudida que produjeron esas mujeres audaces y claridosas aún hoy puede sentirse."Este libro es un recuento brillante y ambicioso de los orígenes del feminismo global. Marino comprueba que en la primera mitad del siglo XX las latinoamericanas estaban a la vanguardia del activismo feminista internacional y reconstruye este movimiento radical, trasnacional e influyente." Michelle Chase, International Feminist Journal of Politics

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Información

Editorial
Grano de Sal
Año
2021
ISBN del libro electrónico
9786079946555

1. Una nueva fuerza en la historia universal

En mayo de 1921, Bertha Lutz, de 26 años, le escribió a Paulina Luisi, de 45, sobre un asunto que le preocupaba cada vez más: el “problema feminista”. El término feminisme había sido introducido en Francia y llegó a América a finales del siglo XIX, pero recién entonces empezaba a formar parte del vocabulario de líderes políticos, socialistas y mujeres de clase media, y de reformistas sociales como la brasileña Lutz y la uruguaya Luisi. Bertha buscaba introducirse en algunos grupos internacionales con los que Paulina tenía conexiones, al ser la feminista latinoamericana más famosa. En la carta, Lutz se disculpaba por su atrevimiento al escribirle sin tener el honor de conocerla personalmente y agregaba que era bien sabido que en Uruguay se le reconocía como una precursora.1
Desde Montevideo, Luisi se emocionó con la carta de Lutz. Ella creía que estaban dadas las condiciones para un nuevo movimiento de y para las mujeres de América, libre de la dominación de las europeas, capaz de promover el voto femenino, el bienestar y la paz en el hemisferio occidental. “Acepto pues con alegría esta correspondencia y colaboración internacional que promete mucho y es muy buena para nosotras”, le respondió Luisi.2 Ambas ayudarían a lanzar lo que Lutz consideró más tarde como “una nueva fuerza en la historia universal”: el feminismo panamericano.
Ambas mujeres creían que la primera Guerra Mundial había hecho añicos la creencia en la superioridad cultural europea. Se había abierto un espacio para que las nuevas naciones democráticas de América, con una historia compartida de colonialismo europeo, se transformaran en faros del progreso, la reforma social, el multilateralismo internacional y la paz. El nuevo panamericanismo defendía el progreso cultural y la soberanía política, con los derechos de la mujer como un aspecto central de ambos.
Sin embargo, Luisi y Lutz descubrirían que las suyas eran nociones diferentes y opuestas del feminismo panamericano. Paulina privilegiaba un movimiento organizado por mujeres hispanohablantes de la raza y celebraba una identidad panhispánica por sobre el imperio estadounidense y angloamericano. Su panamericanismo no siempre buscaba desmantelar la hegemonía de Estados Unidos, sino más bien que las naciones mejor constituidas de América Latina, como el propio Uruguay, fueran parte de esa hegemonía. Por otro lado, Bertha creía que los líderes legítimos del feminismo panamericano eran Brasil (representado por ella misma) y Estados Unidos (por la veterana sufragista Carrie Chapman Catt). Tanto una como otra asumían que sus países representaban el liderazgo continental. Finalmente, sus diferencias las llevarían a una ruptura.
El conflicto entre Luisi y Lutz representó una fisura ideológica más amplia entre quienes creían que el panamericanismo debía celebrar la cultura política de Estados Unidos como modelo para el continente y quienes creían que esta premisa debía rechazarse de manera explícita. Los desacuerdos a partir de las diferentes visiones de las participantes sobre el idioma, la raza y el imperio demostraron ser fundamentales para los orígenes del feminismo panamericano y darían forma al movimiento durante las décadas siguientes.

PAULINA LUISI Y LOS ORÍGENES DEL FEMINISMO PANAMERICANO

En 1916, cinco años antes de su encendida correspondencia con Lutz, Paulina Luisi pronunció el discurso inaugural del Primer Congreso Americano del Niño en Buenos Aires. En él, afirmaba que los derechos de la mujer debían ser un objetivo panamericano. El término panamericano, más que referirse a la hegemonía económica o la intervención militar estadounidenses, estaba transformándose en un movimiento social encabezado por América Latina. Sus objetivos interrelacionados incluían la democracia, la paz internacional, la mejora social y, en particular, el crecimiento de los Estados de bienestar y la protección de las mujeres y la infancia. Mientras que en Europa la guerra dificultaba los avances en materia de bienestar social, Luisi proclamó que América, cuyas revoluciones democráticas habían roto las cadenas con la “vieja Europa”, se estaba uniendo para llevar a cabo “una obra de vida y de progreso que no florece sino a la sombra del árbol de la paz!”.3 Ahí presentó proyectos de resolución sobre educación sexual y salud pública, aunque su discurso ponía énfasis en una nueva exigencia: el voto de las mujeres, que en su país se hallaba en proceso de debate, pues ya se estaba considerando el sufragio universal. El derecho de las mujeres a votar perfeccionaría los objetivos fundamentales del panamericanismo: la soberanía política y el progreso cultural del hemisferio occidental.4
Hasta entonces, los derechos de la mujer no se habían articulado como demanda panamericana. Aunque en 1916 eran una meta marginal en la mayoría de los países de América Latina, durante los años siguientes se transformaron en una cuestión central para la misión panamericana.
El congreso de 1916 marcó un punto de inflexión también para Luisi. Poco después de su regreso a Montevideo, creó la primera organización nacional de sufragistas de Uruguay, el Consejo Nacional de Mujeres Uruguayas (Conamu), una filial del Consejo Internacional de Mujeres creado en 1888 (ICW, por las siglas de International Council of Women), que ya tenía sedes en Argentina y Chile. Luisi conectó al Conamu de manera formal con un nuevo grupo panamericano de mujeres creado para mejorar el bienestar de mujeres, niñas y niños del hemisferio: Women’s Auxiliary [Conferencia Auxiliar de Señoras], con base en Estados Unidos y auspiciado por el segundo Congreso Panamericano. En 1917, en las páginas de Acción Femenina, el boletín del Conamu, Luisi usó la palabra feminismo por primera vez en un documento impreso y describió lo que ella entendía por ese término:
Quiere el feminismo demostrar que la mujer es algo más que materia creada para servir al hombre y obedecerle como el esclavo a su amo; que es algo más que máquina para fabricar hijos y cuidar la casa; que la mujer tiene sentimientos elevados y clara inteligencia; que si es su misión la perpetuación de la especie, debe cumplirla, más que con sus entrañas y sus pechos, con la inteligencia y el corazón preparados para ser madre y educadora; que debe ser la cooperadora y no la súbdita del hombre, su consejera y su asociada, no su esclava.5
Esta colaboración, explicó Luisi, requería “plenos derechos” en relación con el trabajo, la propiedad, el salario y el cuidado de la infancia. La mujer necesitaba ser “dueña también, a la par del hombre, de la dirección y el destino de esa misma humanidad”. Más allá de estos derechos individuales, Luisi también tenía en mente los derechos sociales que entrañaban “la responsabilidad” implícita, herramientas para la transformación social más radical que podía provocar el feminismo.6 En el transcurso de los años siguientes, ella colaboró con amigas de Chile y Argentina para incluir los derechos de la mujer en el corazón de un nuevo movimiento de feminismo panamericano.
Identificarse con el término panamericano era algo nuevo para Luisi. La América hispana y Europa eran para ella puntos de referencia más fuertes que Estados Unidos. Se identificaba con el panhispanismo, un movimiento popularizado por los modernistas de América Latina de principios del siglo XX, que transmitía un sentido regional compartido de idioma y raza, y una historia de independencia de España y de hegemonía de Estados Unidos. Este país había surgido como un enemigo de la América hispana en épocas tan tempranas como el siglo XIX, con la anexión de Texas en 1845, la guerra con México (1846-1848) y los intereses estadounidenses en el Canal de Panamá. Pero la guerra de 1898 entre España y Estados Unidos impulsó sin duda un panhispanismo antagonista que subrayaba la existencia de dos Américas: por un lado, Hispanoamérica o América Latina; por otro, la América anglosajona. La primera se caracterizaba por el humanismo, el idealismo y el colectivismo; la segunda, por el materialismo, el utilitarismo y el imperialismo. Luisi y una gran parte de las élites latinoamericanas estaban influidas por el intelectual uruguayo José Enrique Rodó, quien en su famoso libro Ariel, publicado en 1900, alertaba contra la expansión imperialista estadounidense, que empezaba a conocerse como “el peligro yanqui”.7 Durante las décadas siguientes, el término raza pasó a designar a las comunidades hispanohablantes de ambos lados del Atlántico. Luisi se identificó con los ideales que su amiga, la feminista mexicana Hermila Galindo, describió en 1919 como profeminista y prorraza.8
Luisi, nacida en Argentina, era hija de inmigrantes europeos: su madre era descendiente polaca y su padre era ciudadano italiano. A poco de nacer, su familia se mudó a Paysandú, Uruguay. Cuando Luisi cumplió 12 años, se trasladaron a la capital, Montevideo. Contrariamente a las costumbres de la época, sus padres eran progresistas, anticlericales y apoyaban a sus ocho hijas, que sobresalían en terrenos tradicionalmente asignados a los hombres. Paulina, la mayor de las hermanas, estudió medicina; su hermana Clotilde fue la primera mujer abogada de Uruguay; su hermana Luisa fue una poeta famosa.9 Después de obtener un título de profesora en 1890, en 1899 Paulina se convirtió en la primera mujer en Uruguay en conseguir un título universitario y, en 1908, fue la primera médica del país; llegaría a ser directora de la clínica ginecológica de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República. Durante ese periodo entabló amistad y relaciones profesionales con el reducido círculo de la primera generación de maestras y profesionales médicas hispanohablantes de Uruguay, Chile y Argentina.10
FIGURA 1. Paulina Luisi, “la 1a médica uruguaya, 1a doctorada”, fecha desconocida. Cortesía de la Biblioteca Nacional de Uruguay, Montevideo, Uruguay, Colección Paulina Luisi, iconografía.
FIGURA 1. Paulina Luisi, “la 1a médica uruguaya, 1a doctorada”, fecha desconocida. Cortesía de la Biblioteca Nacional de Uruguay, Montevideo, Uruguay, Colección Paulina Luisi, iconografía.
Desde mediados hasta finales del siglo XIX, cuando Luisi era joven, la industrialización, la urbanización y la inmigración transformaron las instituciones políticas y las condiciones de la vida cotidiana en muchos países de América Latina, sobre todo en el Cono Sur, lo que promovió el surgimiento de constituciones democráticas, una clase media y un giro hacia la secularización. Fue en este contexto de grandes cambios que surgió un grupo ilustrado de mujeres, primero como maestras y luego, cada vez más, como médicas, abogadas y educadoras, que encabezaron los primeros intentos por crear organizaciones feministas liberales en Sudamérica, como el primer Congreso Internacional de las Mujeres en Buenos Aires, en 1910, uno de los primeros encuentros feministas internacionales en el continente.11
Éste fue un suceso crítico para Luisi. Este encuentro regional, que abordó reformas en cuanto al trabajo de las mujeres, la salud pública, la educación sexual, el cuidado de la infancia y el feminismo, buscaba una intervención estatal para el apoyo a las madres y la infancia, a fin de corregir los males generados por el capitalismo industrial, como el trabajo infantil y la explotación de las mujeres en sus lugares de trabajo. Las participantes también presentaron proyectos de resolución sobre el acceso igualitario de las mujeres a la educación y la esfera profesional, derechos igualitarios de custodia y propiedad, y derechos políticos igualitarios, invocando un movimiento feminista latinoamericano.12 Fue allí donde Luisi conoció y fortaleció sus relaciones con una gran cantidad de influyentes reformistas, con quienes llegaría a entablar una amistad de por vida: la educadora chilena Amanda Labarca, la educadora argentina Sara Justo, la reformista Elvira Rawson de Dellepiane y las médicas Petrona Eyle y Alicia Moreau, quien se transformó en la mejor amiga de Luisi durante aquellos años.13
Estas mujeres alentaron a Luisi a organizarse por los derechos de la mujer en Uruguay, reconocido como uno de los países más progresistas del hemisferio. Durante y después de las presidencias de José Batlle y Ordóñez (1903-1907 y 1911-1915), Uruguay impulsó la legislación social más progresista de América: jornada laboral de ocho horas, ministerios de Industria y Trabajo, y un sistema de seguridad social que fue el primero no sólo en América Latina, sino en todo el hemisferio occidental.14 En parte debido a estos avances y a una clase media cada vez más amplia, allí las organizaciones feministas florecieron bajo el liderazgo de Luisi. En 1918, un artículo en la popular revista argentina Caras y Caretas sostenía: “En la América de Sud, al Uruguay le corresponde el haber presentado una más definida corriente feminista.”15
La reputación progresista y feminista de Uruguay potenció el giro que finalmente daría Luisi hacia el panamericanismo. A principios del siglo XX, en los círculos intelectuales en que ella se movía, abogados, médicos y expertos latinoamericanos comenzaron a reformular el significado de panamericanismo como una unión hemisférica por la democracia, el internacionalismo liberal, el saber científico y las reformas sociales. Luisi asistió al Congreso Científico Latinoamericano de 1905, en el que el jurista internacional chileno Alejandro Álvarez promovió una síntesis legislativa interamericana, proponiendo que el próximo congreso científico fuera un evento panamericano que incluyera a Estados Unidos.16
Álvarez era, sin duda, el portavoz más influyente del nuevo panamericanismo entre las élites hispanoamericanas. Al hacer énfasis en el papel de los hechos y la justicia sociales en las relaciones internacionales, lanzó una nueva definición del término: un nuevo sistema de derecho internacional general marcado por el multilateralismo y la paz, en lugar de por la hegemonía estadounidense.17 Álvarez aplicó al hemisferio occidental preceptos del pensamiento internacionalista liberal europeo, incluyendo el arbitraje y la solución pacífica de controversias. Sin embargo, sostenía que América Latina tenía una historia propia y de gran riqueza en cuanto al multilateralismo, la cual debía servir de modelo para otras naciones. Se apoyaba en gran medida en el pensamiento de Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, José Martí y otros héroes libertadores del siglo XIX que habían declarado la unidad de las repúblicas hispanohablantes. También incorporó el panhispanismo de Rodó, que consideraba a las culturas latinas como superiores a la anglosajona y sostenía que los países hispanohablantes debían ser los que encabezaran la civilización. Álvarez pensaba que, mientras que la confederación panamericana soñada por Bolívar había sido una fantasía utópica, no era así en el caso de una confederación panamericana. América Latina y Estados Unidos, decía, compartían una historia, la de haber expulsado al gobierno colonial europeo y de haber abrazado formas de gobierno democráticas y republicanas. Por lo tanto, este panamericanismo debía mirar a Estados Unidos como socio igualitario.18
Cabe destacar que la nueva definición de panamericanismo que daba Álvarez, a pesar de poner énfasis en la igualdad, reservaba un papel especial para los países considerados como potencias hegemónicas en el hemisferio: las naciones sudamericanas de Argentina, Brasil y Chile, llamados países del Pacto ABC por su poder político y económico, así como Uruguay, clasificado junto a las otras tres naciones por su estatus cultural y político, aunque no económico.19 Álvarez no buscaba una revisión de la Doctrina Monroe, sino internacionalizarla y extender su aplicación a estos países latinoamericanos mejor constituidos, considerados como los más avanzados.20 En ese momento, los países del Pacto ABC estaban adquiriendo una relación multilateral con Estados Unidos y desempeñarían un papel esencial en la mediación del conflicto entre México y Estados Unidos en 1916.21
La visión que tenía Álvarez del panamericanismo logró un gran apoyo pues defen...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Portada
  4. Créditos
  5. Índice
  6. Dedicatoria
  7. Prólogo | Feminismo americano
  8. 1. Una nueva fuerza en la historia universal
  9. 2. Los orígenes antiimperialistas de los derechos internacionales de la mujer
  10. 3. Feminismo práctico
  11. 4. La Gran Batalla Feminista de Montevideo
  12. 5. El nacimiento del feminismo panamericano del Frente Popular
  13. 6. Frente unido por los derechos de la mujer y los derechos humanos
  14. 7. La movilización de los derechos de la mujer como derechos humanos
  15. 8. La contribución latinoamericana a la Constitución del mundo
  16. Epílogo | Historia y derechos humanos
  17. Agradecimientos
  18. Notas
  19. Bibliografía