Fausto
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Fausto

  1. 178 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro

Una obra trágica para muchos iniciática en el hombre romántico y el destino de la humanidad. Publicado en dos partes (1808 y 1832), Fausto es el legendario personaje que ahonda y reflexiona sobre las condiciones de vida del hombre. La constante insatisfacción en su vida lo dirige a vender su alma al diablo, para descubrir los misterios del mundo y conocer los placeres de la vida. Este clásico literario profundiza la parábola entre la ciencia y el poder mediante las cuestiones existenciales entre el bien y el mal, dios y el diablo, y la sexualidad y la mortalidad.

Esta obra es considerada como la mas importante de las obras de Goethe y uno de los mejores clásicos de la literatura alemana. Ha inspirado varias creaciones artísticas en ballet, música clásica, óperas, comics y animaciones, música popular, obras teatrales, y películas. Entre los más reconocidos, Aus Goethes Faust de Ludwig van Beethoven y Bohemian Rapsody de Queen.

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2020
ISBN del libro electrónico
9788726457957
Categoría
Literature
Categoría
Classics

PRIMERA PARTE DE LA TRAGEDIA

La Noche
En una habitación de bóveda elevada, estrecha y gótica, Fausto sentado delante de su pupitre.
Fausto. ¡Ah! Filosofía, jurisprudencia, medicina y hasta teología, todo lo he profundizado con entusiasmo creciente, y ¡heme aquí, pobre loco, tan sabio como antes! Es verdad que me titulo maestro, doctor, y que aquí, allá y en todas partes cuento con innumerables discípulos que puedo dirigir a mi capricho; pero no lo es menos que nada logramos saber. Esto es lo que me hiere el alma. Sin embargo, sé más que todos cuanto necios doctores, maestros, clérigos y religiosos se conocen: ningún escrúpulo ni duda me atormentan; nada temo de todo aquello que causa a los demás espanto; pero, merced a esto mismo, no hay para mí esperanza ni placer alguno. Siento no saber nada bueno, ni poder enseñar a los hombres cosa alguna que logre convertirlos o hacerlos mejores. No tengo bienes, dinero, honra ni crédito en el mundo: ni un perro podría soportar la vida bajo tales condiciones: por eso no he tenido otro recurso que consagrarme a la magia. ¡Ah! ¡Si por la fuerza del espíritu y de la palabra me fuesen revelados algunos misterios! ¡Si no me viese por más tiempo obligado a sudar sangre y agua para decir lo que ignoro! ¡Si me fuese dado saber lo que contiene el mundo en sus entrañas y presenciar el misterio de la fecundidad, no me vería, como hasta ahora, obligado a hacer un comercio de palabras huecas! ¡Reina de la noche, dígnate dirigir tu última mirada sobre mi miseria, ya que tantas veces, después de la media noche, me has visto velar en este pupitre! Siempre me mostrabas entonces, pobre amiga, sobre un montón de libros y papeles. ¡Ah! ¡Si me fuera dado ahora trepar a tu dulce fulgor las altas montañas, flotar en las grutas profundas con los espíritus, danzar a la hora de tu crepúsculo en los prados, y, libre de todas las ansiedades de la ciencia, podré bañarme rejuvenecido en tu fresco rocío! Miserable agujero de pared tenebrosa, en el que sólo a duras penas penetra la grata luz del cielo, y en el que por todo horizonte descubro este montón de libros roído por los gusanos y legajos de papel empolvados que llegan hasta el techo. No veo en torno mío más que vidrios, cajas, instrumentos carcomidos, única herencia de mis antepasados. ¡Y eso es un mundo, y eso se llama un mundo! Y ¿aún preguntas por qué el corazón late con inquietud en tu pecho? Porque un dolor inexplicable detiene en ti toda pulsación vital, porque vives entre el humo y la carcoma, porque en lugar de la naturaleza viva en que Dios colocó al hombre, no tienes en tu derredor más que huesos de animales y esqueletos humanos. Huye y audaz lánzate al espacio. ¿Acaso no es un guía suficientemente seguro ese misterioso libro escrito por Nostradamus? Entonces conocerás la marcha de los astros, y si la naturaleza se digna instruirte, se desenvolverá en ti la energía del alma, y sabrás cómo un espíritu habla a otro espíritu. En vano por medio de un árido sentido intentas conocer ahora los signos divinos. ¡Espíritus que flotáis en torno mío, respondedme, caso de que llegue mi vos hasta vosotros! (Abre el libro y ve el signo del microcosmo.)
A esta vista se estremecen todos mis sentidos, y desde este instante siento brotar en mí nueva vida que agita con fuerza mis nervios y mis venas. ¿Si sería un ser sobrenatural el que trazó estos signos que calman el vértigo de mi alma, que llenan de alegría mi corazón, y que por un misterio incomprensible me descubren todo el poder de la naturaleza? ¿Soy yo mismo un destello de Dios? Todo es para mi tan claro, que veo en estos sencillos caracteres revelarse a mi alma la naturaleza activa. Sólo ahora por primera ves he llegado a conocer la exactitud de estas palabras del sabio: “El mundo de los espíritus no está cerrado.” Tu sentido está aletargado, tu corazón está muerto. Levántate, discípulo, y ve a bañar sin tardanza tu seno mortal en la púrpura de la aurora. (Contempla el signo.)
¡Cómo se mueve todo en la obra universal! ¡Cómo todas las actividades viven y obran de consuno! Todas las fuerzas celestes suben y bajan, pasándose de unas a otras los sellos de oro, y, con el rumor de sus alas, de las que la bendición se exhala dirigidas incesantemente del cielo a la tierra, llevan el universo de inefable armonía. ¡Qué espectáculo! Pero, ¡ay!, no es más que un espectáculo. ¿Por donde asirme a ti, naturaleza infinita? Manantiales fecundos de toda vida, de los que están suspendidos el cielo y la tierra, hacia vosotros se vuelve el marchito seno; pero brotáis a torrentes, fecundáis el mundo y yo me consumo en vano. (Vuelve la hoja con desaliento, y apercibe el signo del Espíritu de la tierra.)
¡De cuán distinto modo obra este signo sobre mi alma! Próximo estás, sin duda, Espíritu de la tierra, pues mis fuerzas se aumentan y siento en mí algo como la embriaguez del nuevo vino. Ya no me falta valor para lanzarme al mundo, desafiar la miseria y la dicha terrenas, luchar con las tempestades y ver sin pestañear en el naufragio la desaparición de mi buque. El cielo se entenebrece, la luna oculta su luz, la lámpara se apaga, sin despedir ya más que humo; cruzan por mi mente y entorno de mis sienes lívidos fulgores, y siento en mí un estremecimiento profundo. Bien lo veo; eres tu que te agitas en mi derredor, Espíritu que invoco; preséntate a mis ojos. ¡Ah! ¡Cómo se me desgarra el seno! ¡Todo mi ser se lanza en pos de nuevos sentimientos! - Todo mi corazón a ti se entrega. ¡Aparécete de una vez, aun cuando tu aparición haya de costarme la vida!
(Coge el libro y pronuncia misteriosamente el signo del Espíritu. Chisporrotea una llama rojiza y el Espíritu aparece en ella.)
El Espíritu. ¿Quién me llama?
Fausto, (volviendo el rostro.) ¡Visión terrible!
El Espíritu. Me has evocado con todo tu poderío, me has obligado con tu llamado incesante a salir de mi esfera, y ahora...
Fausto. ¡Ah! ¡Tu vista me aterra!
El Espíritu. Te esfuerzas en invocarme; quieres oír mi voz y mirar mi rostro; cedo a la invocación poderosa de tu alma, heme aquí, y ahora se apodera de tu naturaleza sobrehumana un terror miserable. ¿Dónde está pues, aquella invocación potente, dónde aquel seno que se creaba un mundo que a su antojo dirigía y fecundaba, y que en sus arrebatos de gozo se enorgullecía hasta el punto de ponerse al nivel de los espíritus? ¿Qué se ha hecho de aquel Fausto, cuya voz incesante llegaba a mis oídos, y que se lanzaba hacia mí con todas sus fuerzas? ¿Eres tú aquel Fausto, tú a quien mi soplo asusta hasta el extremo de sacarte la fuerza de la vida? Sólo eres un vil gusano que trémulo se arrastra.
Fausto. ¿Yo retroceder ante ti, espectro flamígero? Sí: soy Fausto, soy Fausto, tu igual.
El Espíritu. En el océano de la vida, y en las borrascas de la acción, subo, bajo y floto por doquiera, tan pronto en torno de la cuna como en torno del sepulcro, llevando siempre una vida agitada y ardiente en medio de un mar proceloso y sin fin. Tal es mi constante trabajo en el telar atronador del tiempo para urdir el espléndido ropaje de la divinidad.
Fausto. ¡Espíritu ardiente que ondulas en torno del extenso mundo, casi me considero tu igual!
El Espíritu. Puedes parecerte al espíritu que ideas, pero no a mí.
Fausto, (aterrado.) Si no es a ti, ¿a quién será? Yo, que soy la imagen de la divinidad, ¿ni aun a ti puedo parecerme?
(Llaman a la puerta.)
¡Oh muerte! No hay duda, es mi discípulo; he aquí toda mi dicha desvanecida. ¡Es posible que una visita tan sublime quede sin resultado por un importuno tan despreciable!
(Entra Wagner en traje de casa y gorro de dormir, con una luz en la mano. Fausto se vuelve de mal humor.)
Wagner. ¡Perdonad! Os he oído declamar. ¿Leíais acaso una tragedia griega? Desearía mucho conocer ese arte que puede hoy día ser tan útil. He oído decir con frecuencia que puede un cómico habérselas con cualquier predicador.
Fausto. Cuando el predicador es un cómico, como sucede muchas veces.
Wagner. ¡Ah! Cuando uno está siempre recluido en su gabinete, sin ver a la gente más que en los días de fiesta, y aun de lejos y a través de un cristal, ¿cómo podrá nunca arrastrarla por medio de la persuasión?
Fausto. Es inútil que penséis en ello si no estáis poseído de un verdadero sentimiento, si no hacéis brotar de fondo de vuestra alma el entusiasmo que ha de conmover y arrebatar los corazones de todos las espectadores. Reconcentraos eternamente en vos mismo, reunid cuanto podáis, haced un guiso de los restos de ajeno festín y, haced saltar una llamo de vuestro montón de cenizas. Sólo de este modo podréis excitar el asombro de los niños y de los monos, si tal es vuestro deseo; pero nunca lograréis admirar a los hombres, si vuestra elocuencia no brota del corazón.
Wagner. Con todo, es indudable que el desembarazo da gran importancia al orador y que estoy muy lejos de tener semejante calidad.
Fausto. Aspirad tan sólo a un éxito mediano, sin imitar nunca a los locos que incesantes agitan sus cascabeles, puesto que no se necesita tanto artificio para manifestar la razón y el buen sentido: además, si es importante lo que habéis de decir, no necesitáis ir a caza de palabras. Los brillantes discursos para decir cosas frívolas acerca de la humanidad son estériles, como el nebuloso viento de otoño que gime entre las hojas secas.
Wagner. ¡Ay Dios mío! El arte es largo y la vida corta. De mí sé decir que, en medio de mis lucubraciones críticas, siento con frecuencia turbárseme la cabeza y el corazón. ¡Que de dificultades para alcanzar los medios que han de conducirnos al conocimiento de las causas! Y eso que un pobre diablo puede muy bien morirse antes de haber llegado a la mitad del camino.
Fausto. ¿Será lo que encierra el pergamino el manantial sagrado que siempre haya de pagarla sed del alma? Nunca alcanzarás la gracia del consuelo mientras no te la procure tu mismo corazón.
Wagner. Dispensadme; pero siempre es un gran placer remontarse al espíritu de los tiempos antiguos, ver cómo pensó un sabio antes que nosotros y que desde tan lejos le hemos adelantado nosotros de mucho de su camino de investigación.
Fausto. ¡Ah, sí, hasta los astros! Querido mío, los siglos transcurridos son para nosotros un libro de siete sellos; lo que llamáis espíritu de los tiempos no es en sí más que el espíritu de los grandes hombres en que los tiempos se reflejan. Y esto aun para contemplar a veces una miseria que nos obliga a apartar los ojos; cuando no es un montón de inmundos escombros, es a lo más uno de esos espectáculos de mercado llenos de hermosas máximas de moral que se ponen por lo regular en boca de los muñecos.
Wagner. ¡Pero el mundo, el corazón y el espíritu humano desean saber siempre algo de aquellas cosas!
Fausto. Sí desean eso que se llama saber. ¿Quién podrá gloriarse de dar al niño su verdadero nombre? Los pocos hombres que han sabido alguna cosa y han sido bastante locos para dejar desbordar sus almas y hacer patentes al pueblo sus sentimientos y sus miras, han sido en todos los tiempos perseguidos y condenados a las llamas. Pero, dispensadme, amigo mío, es ya tarde, y dejaremos esto para otra ocasión.
Wagner. De buen grado hubiera continuado velando, para hablar de la ciencia con un hombre cual vos. Pero mañana, que es primer día de Pascua, espero os dignaréis permitirme una o dos preguntas. Me he entregado con ardor al estudio y, si bien es verdad que ya sé mucho, deseo, sin embargo, llegar a saber todo. (Vase.)
Fausto, (solo.) Nunca abandona la esperanza al hombre que piensa ea miserias. Ávida su mano escarba la tierra para hallar tesoros, y se da por muy contento con encontrar un gusano. ¡Cómo es posible que semejante voz haya resonado en este sitio donde me rodeaba una legión de espíritus! Pero no importa, te lo agradezco por esta vez, aunque sea el más miserable de los hijos de la tierra, ya que me libraste de la desesperación que me empezaba a trastornar mis sentimientos. ¡Ah! Era la aparición tan gigantesca, que a su lado debí sentirme enano. ¡Yo, la imagen de Dios, que creía haber alcanzado ya el espejo de la verdad eterna! ¡Yo, que, privado de la mortal cubierta, participaba de su propia vida en todo el resplandor de la luz celeste! ¡Yo, que, superior a los querubes, cuya fuerza libre empezaba a esparcirse por todas las arterias de la naturaleza, y que creando disfrutaba la dicha de un Dios, cuán caro pagaré ahora mi presuntuoso orgullo! Una sola palabra ha bastado para humillarme. Imposible me será igualarte; si he tenido fuerza para atraerte, en cambio me ha faltado la de conservarte. ¡En aquel dichoso instante me sentía a la vez tan pequeño y tan grande! ¿Por qué con tanta violencia me hundiste de nuevo en la incertidumbre de la humanidad? ¿Quién podrá instruirme ahora? ¿Cómo saber lo que debo evitar? ¿Debo ceder al impulso que siento, cuando nuestras acciones, como nuestros sufrimientos, acaban por parar el curso de la vida? La materia se opone sin cesar a todo de cuanto más elevado concibe el espíritu; por poco que alcancemos la felicidad de este mundo, calificamos de sueño y de quimera todo lo que vale más que ello, y todos los sentimientos sublimes...

Índice

  1. cubrir
  2. Fausto
  3. Copyright
  4. Dedicatoria
  5. PROLOGO EN EL INFIERNO
  6. PRIMERA PARTE DE LA TRAGEDIA
  7. SEGUNDA PARTE DE FAUSTO.
  8. TERCERA PARTE DE FAUSTO.
  9. Om Fausto