Moby Dick
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Moby Dick

  1. 708 páginas
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  4. Disponible en iOS y Android
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Moby Dick

Descripción del libro

"Llamádme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo."

Así comienza esta famosa obra que narra la travesía del barco ballenero Pequod, comandado por el capitán Ahab, junto a Ismael – quien narra la historia- y el arponero Quiqueg, en la mítica persecución de la gran ballena blanca. La venganza, la locura, la lucha contra el destino, y la arrolladora fuerza de la naturaleza, son los temas principales de esta novela de aventuras que relata la lucha del capitán Ahab y su terrible obsesión por vengarse de la enorme ballena que lo privó de su pierna.

Escrita por Herman Melville, Moby Dick fue publicada en 1851, y es considerada como una obra fundacional de la literatura norteamericana. La novela cuenta con detalladas descripciones que grafican con precisión antropológica la vida marinera y la caza de ballenas del siglo XIX. Es una obra con profundo simbolismo al punto tal que se suele interpretar a la tripulación del Pequod como una representación de la humanidad en general.

Además, ha tenido numerosas adaptaciones y referencias en el cine, teatro y televisión, siendo las más recientes entre ellas, la miniserie Moby Dick estrenada en 2011 con Ethan Hawke como Starbuck y la película de 2015, In the Hearth of the sea, protagonizada por Chris Hemsworth.

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2020
ISBN del libro electrónico
9788726457872
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

LIV
La historia del Town Ho

El cabo de buena esperanza, y toda la región acuática a su alrededor, se parece mucho a ciertas famosas encrucijadas de un gran camino real, donde se encuentran más viajeros que en cualquier otra parte. No mucho después de hablar con el Goney, encontramos otro barco ballenero en viaje de vuelta, el Town Ho, Iba tripulado casi totalmente por polinesios. En el breve gam que tuvo lugar, nos dio sólidas noticias sobre Moby Dick. Para algunos, el interés genérico por la ballena blanca quedó ahora desmedidamente aumentado por una circunstancia del relato del Town Ho, que parecía oscuramente vincular a la ballena cierto prodigio sobrenatural, a la inversa, en uno de esos llamados juicios de Dios, que se dice que a veces caen sobre ciertos hombres. Esta circunstancia, con sus propios acompañamientos peculiares, formando lo que podría llamarse la parte secreta de la tragedia que se va a narrar, jamás alcanzó los oídos del capitán Ahab ni de sus oficiales. Pues esa parte secreta de la historia era desconocida por el propio capitán del Town Ho. Era propiedad reservada de tres marineros blancos de aquella nave, unidos entre sí, uno de los cuales, al parecer, se lo comunicó a Tashtego con requerimientos de secreto a lo católico romano, pero, a la noche siguiente, Tashtego charló en sueños, y de ese modo reveló tanto, que al despertar no pudo reservar el resto. No obstante, tan poderosa influencia tuvo esta cosa en aquellos marineros del Pequod que llegaron a su pleno conocimiento, y tan extraña delicadeza, por llamarla así, les gobernó en este asunto, que guardaron el secreto entre ellos de tal modo que nunca llegó a difundirse a popa del palo mayor del Pequod. Entretejiendo en su debido lugar ese hilo más oscuro con el relato según se contaba públicamente en el barco, paso ahora a poner en noticia perenne la totalidad de este extraño asunto. Siguiendo mi humor, conservaré el estilo en que lo conté una vez en Lima, a un ocioso círculo de mis amigos españoles, la víspera de cierto santo, fumando en el patio de baldosas espesamente doradas de la Posada de Oro. De aquellos admirables caballeros, los jóvenes don Pedro y don Sebastián tenían más intimidad conmigo; de aquí las preguntas intercaladas que de vez en cuando me hicieron, y que fueron debidamente respondidas en su momento.
«—Caballeros, unos años antes de que yo conociera los acontecimientos que voy a referiros, el Town Ho, barco de Nantucket a la pesca de cachalotes, navegaba por aquí, por vuestra parte del Pacífico, a no muchos días de vela al oeste de los aleros de esta Posada de Oro. Estaba un poco al norte del ecuador. Una mañana, al dar a las bombas, según la costumbre diaria, se observó que hacía más agua de la acostumbrada en la bodega. Supusieron, caballeros, que un pez espada habría perforado el barco. Pero como el capitán tenía alguna razón insólita para creer que le aguardaba una buena suerte extraordinaria en aquellas latitudes, y, por tanto, era muy contrario a abandonar las, y como la vía de agua no se consideró en absoluto peligrosa —aunque, desde luego, no pudieron encontrarla después de buscar por toda la bodega hasta la mayor profundidad posible con una mar bastante gruesa—, el barco siguió su crucero, con los marineros trabajando en las bombas a intervalos espaciados y cómodos, pero sin que llegara ninguna buena suerte; pasaron más días, y no sólo seguía sin descubrirse la vía de agua, sino que aumentaba sensiblemente. Tanto fue así, que, alarmándose algo ahora, el capitán se desvió a toda vela al puerto más cercano entre las islas para tumbar el casco y repararlo.
»Aunque no tenía por delante una breve travesía, sin embargo, con tal que le favoreciera la suerte más corriente, no tenía miedo en absoluto de que su barco se hundiera por el camino, porque sus bombas eran de las mejores, y, relevándose periódicamente en ellas, aquellos treinta y seis hombres suyos podían mantener fácilmente libre el barco, sin importar que la vía de agua se hiciera el doble. En realidad, casi toda la travesía fue acompañada por brisas muy favorables, y el Town Ho hubiera llegado a su puerto con toda seguridad sin sufrir la menor desgracia, de no ser por los brutales abusos de Radney, el primer oficial, uno del Vineyard, y por la venganza ásperamente provocada, de Steelkilt, un hombre de los lagos, un desesperado de Buffalo.
»—¡De los lagos! ¡De Buffalo! Por favor, ¿qué es un hombre de los lagos, y dónde está Buffalo? —dijo don Sebastián, incorporándose en su balanceante hamaca de hierba.
»—En la orilla oriental de nuestro lago Erie, don Sebas tián, pero... hacedme la merced..., quizá pronto sabréis más de todo eso. Bien, caballeros, en bergantines con velas de respeto y en barcos de tres palos, casi tan largos y fuertes como los que jamás puedan haber zarpado de vuestro viejo Callao para la remota Manila, este hombre de los lagos, en el corazón de nuestra América, encerrado entre tierra, se había nutrido de todas esas salvajes impresiones filibusteras relacionadas popularmente con el mar abierto. Pues, en su conjunto interfluyente, esos grandes mares de agua dulce que tenemos —Erie, Ontario, Hurón, Superior y Michigan— poseen una extensión oceánica, con muchos de los más nobles rasgos del océano, y con muchas de sus variedades costeras de razas y climas. Contienen redondos archipiélagos de islas románticas, igual que los mares polinesios; en buena parte, tienen por orillas dos grandes naciones rivales, como el Atlántico; proporcionan largas comunicaciones marítimas desde el este a nuestras numerosas colonias territoriales, dispersas por todo su litoral; acá y allá, se asoman a ellos el ceño de las fortalezas, y los cañones, como cabras en lo escarpado del alto Mackinaw; han oído los truenos lejanos de victorias navales; de vez en cuando, ceden sus playas a bárbaros salvajes cuyas caras pintadas de rojo salen como relámpagos de sus cabañas de pieles; durante leguas y leguas están flanqueados de bosques antiguos y sin hollar, donde los delgados pinos se yerguen como apretadas líneas de reyes en las genealogías góticas —bosques que albergan salvajes animales africanos de rapiña, y sedeñas criaturas cuyas pieles exportadas dan mantos a los emperadores tártaros—; reflejan las pavimentadas capitales de Buffalo y Cleveland, así como las aldeas de Winnebago; hacen flotar igualmente al barco mercante de tres palos, al crucero arma do del Estado, al vapor y a la canoa de abedul; son agitados por hiperbóreos huracanes desarboladores, tan terribles como los que azotan las olas saladas; saben lo que son naufragios, pues, sin tener tierra a la vista, aunque dentro de tierra, en ellos se han ahogado muchos barcos a medianoche, con toda su tripulación clamorosa. Así, caballeros, aunque hombre de tierra adentro, Steelkilt era nativo del océano salvaje, y nutrido en el océano salvaje; un marinero tan audaz como cualquiera. Y en cuanto a Radney, aunque en su niñez se hubiera tendido en su solitaria playa de Nantucket para alimentarse de la mar maternal; y aunque en su vida posterior hubiera recorrido durante mucho tiempo nuestro austero Atlántico y vuestro contemplativo Pacífico, sin embargo, era tan vengativo y tan peleón en cualquier compañía como el marinero de los bosques vírgenes, recién llegado de las regiones de los cuchillos de monte con mango de cuerno. Con todo, el de Nantucket era hombre con algunos rasgos de buen corazón; y el de los lagos era un marine ro que, aunque ciertamente una especie de diablo, podía ser tratado con firmeza inflexible, templada sólo por la decencia común del reconocimiento humano que es derecho del más bajo esclavo; y así tratado, Steelkilt se había contenido durante mucho tiempo como inofensivo y dócil. En todo caso, hasta ahora se había mostrado así; pero Radney estaba predestinado y enloquecido, y Steelkilt..., pero ya oiréis, caballeros.
»Había pasado un día o dos todo lo más, después de dirigir su proa hacia el puerto de la isla, cuando la vía de agua del Town Ho pareció volver a aumentar, aunque sólo haciendo necesaria una hora o más cada día en las bombas. Habéis de saber que en un océano colonizado y civilizado como nuestro Atlántico, por ejemplo, a algunos capitanes les importa muy poco bombear a lo largo de toda su travesía, aunque si, en una noche tranquila y soñolienta, al oficial de guardia se le olvidase por casualidad su obligación en este aspecto, lo probable es que ni él ni sus compañeros volverían a acordarse jamás, porque toda la tripulación descendería suavemente al fondo. Y tampoco en los solitarios y salvajes mares que quedan lejos al oeste de Vuestras Mercedes es totalmente desacostumbrado que los barcos no dejen de darle a coro a los mangos de las bombas duran te un viaje, incluso, de considerable longitud; es decir, con tal que se encuentren a lo largo de una costa tolerablemente accesible, que se les ofrezca algún otro refugio razonable. Sólo cuando un barco que hace agua queda muy apartado en esas aguas, en alguna latitud realmente sin tierra, entonces su capitán empieza a sentirse un tanto preocupado.
»Mucho de esto le había ocurrido al Town Ho, de modo que cuando se encontró una vez que aumentaba la vía de agua, en verdad hubo varios de la tripulación que manifestaron cierta preocupación, sobre todo Radney, el primer oficial. Mandó izar bien las velas altas, cazándolas a besar de nuevo, y extendiéndolas por todas partes a la brisa. Ahora, este Radney supongo que tenía poco de cobarde y se inclinaba tan escasamente a cualquier suerte de aprensión nerviosa, en cuanto a su propia persona, como cualquier criatura despreocupada y sin miedo, del mar o de la tierra, como podáis imaginar a vuestro gusto, caballeros. Por tanto, cuando manifestó esa solicitud por la seguridad del barco, algunos de los marineros afirmaron que era sólo a causa de que era copropietario de él. Así, cuando ese anochecer estaban trabajando en las bombas, hubo no pocas bromas sobre este apartado, maliciosamente intercambiadas entre ellos, mientras sus pies quedaban continuamente inundados por la ondulante agua clara; clara como de cualquier manantial de la montaña, caballeros; que salía burbujeante de la bombas, corría por cubierta, y se vertía en chorros continuos por los imbornales de sotavento.
»Ahora, como sabéis muy bien, no es raro el caso, en este nuestro mundo de convenciones en el agua o donde sea, en que, cuando una persona puesta al mando de sus semejantes encuentra que uno de ellos es notablemente superior a él en su orgullo general de virilidad, inmediatamente conciba contra ese hombre un invencible odio y antipatía, y, si tiene ocasión, derribe y pulverice esa torre de su subalterno, reduciéndola a un monton cito de polvo. Sea lo que sea esta idea mía, caballeros, en todo caso Steelkilt era un elevado y noble animal, con una cabeza como un romano y una fluyente barba dorada como las gualdrapas emborladas del resoplante corcel de vuestro último virrey; y un cerebro, y un corazón, y un alma dentro de él, caballeros, que hubieran hecho de Steelkilt un Carlomagno si hubiera nacido hijo del padre de Carlomagno. Pero Radney, el primer oficial, era feo como un mulo, y lo mismo de terco, duro y malicioso. No quería a Steelkilt, y Steelkilt lo sabía.
»Al observar que el primer oficial se acercaba mientras él trabajaba en la bomba con los demás, el de los lagos fingió no darse cuenta, sino que, sin dejarse impresionar, siguió con sus alegres bromas.
»—Eso, eso, muchachos; esta vía de agua es un encanto; tomad un vasito, uno de vosotros, y vamos a probarla. ¡Por Dios que es digna de embotellarse! Os digo de veras, hombres, que con esto se pierde la inversión del viejo Rad. Más le valdría cortar su parte de casco y remolcarla a casa. La verdad es, muchachos, que el pez espada no hizo más que empezar el trabajo; luego ha vuelto con una cuadrilla de peces carpinteros, peces sierra, peces lima, y todo lo demás; y toda su pandilla está ahora trabajando de firme en el fondo, cortando y tajando; para hacer mejoras, supongo. Si el viejo Rad estuviera ahora aquí, le diría que saltara por la borda y los dispersara. Están jugando al demonio con sus bienes, le puedo decir. Pero es un simple y un buenazo, ese Rad, y también una belleza. Muchachos, dicen que el resto de sus bienes está invertido en espejos. No sé si a un pobre diablo como yo le querría dar el modelo de su nariz.
»—¡Malditas sean vuestras almas! ¿Por qué se para la bomba? —rugió Radney, fingiendo no haber oído la conversación de los marineros—. ¡Seguid con ella como truenos!
»—Eso, eso —dijo Steelkilt, alegre como un grillo—. ¡Vivo, muchachos, vivo, ya!
»Y entonces la bomba sonó como cincuenta máquinas para incendios; los hombres tiraron los sombreros, y no tardó en oírse ese peculiar jadeo de los pulmones que indica la plena tensión de las energías extremas de la vida.
»Abandonando por fin la bomba, con el resto de su grupo, el de los lagos se fue a proa todo jadeante, y se sentó en el molinete, con su feroz cara enrojecida, los ojos inyectados de sangre, y secándose el abundante sudor de la frente. Ahora, caballeros, no sé qué diablo seductor fue el que poseyó a Radney para que se enredara con un hombre en semejante estado corporal de exasperación; pero así ocurrió. Dando zancadas insolentes por la cubierta, el oficial le ordenó que se buscase una escoba y barriese las tablas, y asimismo una pala, para quitar ciertos molestos materiales resultantes de haber dejado escapar un cerdo.
»Ahora bien, caballeros, barrer la cubierta de un barco en el mar es una cuestión de trabajo doméstico que se cumple con regularidad todas las tardes, en cualquier tiempo, salvo con galerna furiosa, y se sabe que se ha cumplido en el caso de barcos que en ese momento estaban de hecho hundiéndose. Tal es, caballeros, la inflexibidad de las costumbres marítimas y el instintivo amor a la limpieza que hay en los marineros, algunos de los cuales no se ahogarían de buena gana sin lavarse antes la cara. Pero, en todos los barcos, ese asunto de la escoba es la jurisdicción prescrita a los grumetes, si hay grumetes a bordo. Además, los hombres más fuertes del Town Ho se habían dividido en cuadrillas, turnándose en las bombas; y, siendo el marinero más atlético de todos, Steelkilt había sido debidamente nombrado capitán de una de las cuadrillas, por lo que, en con secuencia, debía haber quedado liberado de cualquier asunto trivial sin relación con los verdaderos deberes náuticos, si así ocurría con sus compañeros. Menciono todos esos detalles para que podáis comprender exactamente cómo estaba la cuestión entre los dos hombres.
»Pero había más que esto: la orden respecto a la pala es taba casi tan claramente pensada para insultar a Steelkilt como si Radney le hubiera escupido a la cara. Cualquiera que haya ido de marinero en un barco ballenero lo entenderá; y todo eso, y sin duda mucho más, entendió del todo el hombre de los lagos cuando el oficial pronunció su orden. Pero se quedó un momento quieto y sentado, y al mirar con firmeza los malignos ojos del oficial y percibir las pilas de barriles de pólvora amontonados en él y la mecha lenta que ardía hacia ellos, al verlo todo esto instintivamente, caballeros, se apoderó de Steelkilt, como sentimiento fantasmal y sin nombre, esa extraña indulgencia y desgana por remover el más profundo apasionamiento en ningún ser ya iracundo, esa repugnancia que sienten sobre todo, cuando la sienten, los hombres realmente valientes, aunque sean agraviados.
»Por tanto, en su tono ordinario, sólo que un poco roto por el agotamiento corporal en que se encontraba momentáneamente, le contestó diciendo que barrer la cubierta no era asunto suyo, y no lo haría. Y luego, sin aludir en absoluto a la pala, señaló como los habituales barrenderos a los tres grumetes, los cuales, no estando destinados a las bombas, tenían muy poco o nada que hacer en todo el día. A eso Radney replicó con un juramento, y en el tono más dominante y ultrajante repitió incondicionalmente su mandato, y avanzó hacia el hombre de los lagos, aún sentado, levantando un mazo de tonelero que había tomado de un barril cercano.
»Acalorado e irritado como estaba por su espasmódico esfuerzo en las bombas, a pesar de todo su innombrable sentimiento de indulgencia, el sudoroso Steelkilt no pudo aguantar esta actitud en el oficial; sin embargo, sofocando sin saber cómo la conflagración en su interior, permaneció sin hablar y terca mente arraigado en su asiento, hasta que por fin el excitado Radney tiró el mazo a pocas pulgadas de su cara, mandándole furiosamente que cumpliera su orden.
»Steelkilt se levantó y se retiró lentamente, dando la vuelta al molinete, seguido por el oficial con su mazo amenazador, y repitiendo deliberadamente su intención de no obedecer. Al ver, sin embargo, que esa paciencia no tenía el menor efecto, amenazó a aquel hombre loco e infatuado con una temible e inexpresable intimación de la mano cerrada; pero no sirvió para nada. Y de ese modo los dos dieron una vuelta lentamente al molinete, hasta que, decidido por fin a no seguir retirándose, por pensar que ya había soportado todo lo que era compatible con su humor, el hombre de los lagos se detuvo en las escotillas y habló así al oficial:
»—Señor Radney no le voy a obedecer. Deje ese mazo, o ande con cuidado.
»Pero el predestinado oficial siguió acercándose a donde estaba inmóvil el hombre de los lagos, y dejó caer el pesado mazo a una pulgada de sus dientes, repitiendo mientras tanto una sarta de maldiciones insufribles. Sin retirarse ni la milésima parte de una pulgada, y clavándole en los ojos el inflexible puñal de su mirada, Steelkilt apretó el puño derecho a su espalda y echándolo atrás insensiblemente, dijo a su perseguidor que si el mazo le rozaba la mejilla, él, Steelkilt, le mataría. Pero, caballeros, el loco está marcado por los dioses para la matanza. Inmediatamente, el mazo tocó la mejilla; un momento después, la mandíbula inferior del oficial estaba desfondada en su cabeza, y caía en la escotilla chorreando sangre como una ballena.
»Antes que el clamor pudiera llegar a popa, Steelkilt se agarró a una de las burdas que llevaban a lo alto, donde dos de sus compañeros estaban de vigías en sus cofas. Ambos eran canaleros.
»—¡Canaleros! —gritó don Pedro—. Hemos visto en nuestros puertos mochos de vuestros barcos balleneros, pero nunca hemos oído hablar de vuestros canaleros. Perdón, ¿qué son ésos?
»—Canaleros, don Pedro, son los bateleros de nuestro gran canal del Erie. Debéis haber oído hablar de eso.
»—No señor; Por aquí, en este país aburrido, caliente, perezoso y hereditario, conocemos muy poco de vuestro vigoroso norte.
»—¿Ah, sí? Bueno, entonces, don Pedro, volved a llenarme el vaso. La chicha es muy buena, y antes de seguir adelante os diré qué son nuestros canaleros, pues esa información puede proporcionar luz adicional a mi historia.
»A través de trescientas sesenta millas, caballeros, a través de toda la anchura del Estado de Nueva York; a través de numerosas ciudades populosas y muchas aldeas prósperas; a través de largas, tristes y deshabitadas marismas, y fecundos campos ...

Índice

  1. cubrir
  2. Moby Dick
  3. Copyright
  4. I Espejismos
  5. II El saco del marinero
  6. III La Posada del Chorro
  7. IV La colcha
  8. V Desayuno
  9. VI La calle
  10. VII La capilla
  11. VIII El púlpito
  12. IX El Sermón
  13. X Un amigo entrañable
  14. XI Camisón de dormir
  15. XII Biográfico
  16. XIII Carretilla
  17. XIV Nantucket
  18. XV Caldereta de pescado
  19. XVI El barco
  20. XVII El ramadán
  21. XVIII Su señal
  22. XIX El profeta
  23. XX En plena agitación
  24. XXI Yendo a bordo
  25. XXII Feliz Navidad
  26. XXIII La costa a sotavento
  27. XXIV El abogado defensor
  28. XXV Apéndice
  29. XXVI Caballeros y escuderos
  30. XXVII Caballeros y escuderos
  31. XXVIII Ahab
  32. XXIX Entra Ahab; después, Stubb
  33. XXX La pipa
  34. XXXI La Reina Mab
  35. XXXII Cetología
  36. XXXIII El troceador
  37. XXXIV La mesa de la cabina
  38. XXXV La cofa
  39. XXXVI La toldilla
  40. XXXVII Atardecer
  41. XXXVIII Oscurecer
  42. XXXIX Primera guardia nocturna
  43. XL Medianoche. Castillo de proa
  44. XLI Moby Dick
  45. XLII La blancura de la ballena
  46. XLIII ¡Escucha!
  47. XLIV La carta
  48. XLV El testimonio
  49. XLVI Hipótesis
  50. XLVII El esterero
  51. XLVIII El primer ataque
  52. XLIX La hyena
  53. L La lancha y la tripulación de Ahab Fedallah
  54. LI El chorro fantasma
  55. LII El Albatros
  56. LIII El Gam
  57. LIV La historia del Town Ho
  58. LV De las imágenes monstruosas de las ballenas
  59. LVI De las imágenes más erróneas de las ballenas y de las imagines verdaderas
  60. LVII Sobre las ballenas en pintura, en dientes, en madera, en plancha de hierro, en piedra, en montañas, en estrellas
  61. LVIII Brit
  62. LIX El pulpo
  63. LX La estacha
  64. LXI Stubb mata un cachalote
  65. LXII El arponeo
  66. LXIII La horquilla
  67. LXIV La cena de Stubb
  68. LXV La ballena como plato
  69. LXVI La matanza de los tiburones
  70. LXVII Descuartizando
  71. LXVIII El cobertor
  72. LXIX El funeral
  73. LXX La esfinge
  74. LXXI La historia del Jeroboam
  75. LXXII El andarivel
  76. LXXIII Stubb y Flask matan una ballena y luego tienen una conversación sobre ella
  77. LXXIV La cabeza del cachalote vista contrastada
  78. LXXV La cabeza de la ballena franca vista comparada
  79. LXXVI El ariete
  80. LXXVII El gran tonel de Heidelberg
  81. LXXVIII Cisterna y cubos
  82. LXXIX La dehesa
  83. LXXX El núcleo
  84. LXXXI El Pequod encuentra al Virgen
  85. LXXXII El honor y la gloria de la caza de la ballena
  86. LXXXIII Jonás considerado históricamente
  87. LXXXIV El marcado
  88. LXXXV La fuente
  89. LXXXVI La cola
  90. LXXXVII La gran armada
  91. LXXXVIII Escuelas y maestros
  92. LXXXIX Pez sujeto y pez libre
  93. XC Cabezas o colas
  94. XCI El Pequod se encuentra con el Capullo de Rosa
  95. XCII Ámbar gris
  96. XCIII El náufrago
  97. XCIV Un apretón de manos
  98. XCV La sotana
  99. XCVI La destilería
  100. XCVII La lámpara
  101. XCVIII Estiba y limpieza
  102. XCIX El doblón
  103. C Pierna y brazo
  104. CI El frasco
  105. CII Una glorieta entre los sarsácidas
  106. CIII Medidas del esqueleto del cachalote
  107. CIV La ballena fósil
  108. CV ¿Disminuye el tamaño de la ballena? ¿Van a desaparecer?
  109. CVI La pierna de Ahab
  110. CVII El carpintero
  111. CVIII Ahab y el carpintero
  112. CIX Ahab y Starbuck en la cabina
  113. CX Queequeg en su ataúd
  114. CXI El pacífico
  115. CXII El herrero
  116. CXIII La forja
  117. CXIV El dorador
  118. CXV El Pequod encuentra al Soltero
  119. CXVI La ballena agonizante
  120. CXVII La guardia a la ballena
  121. CXVIII El cuadrante
  122. CXIX Las candelas
  123. CXX La cubierta, hacia el final del primer cuarto de guardia de noche
  124. CXXI Medianoche; las almuradas del castillo de proa
  125. CXXII Medianoche arriba. Truenos y rayos.
  126. CXXIII El mosquete
  127. CXXIV La aguja
  128. CXXV La corredera y el cordel
  129. CXXVI La boya de salvamento
  130. CXXVII En cubierta
  131. CXXIII El Pequod encuentra al Raquel
  132. CXXIX La cabina
  133. CXXX El sombrero
  134. CXXXI El Pequod encuentra al Deleite
  135. CXXXII La sinfonía
  136. CXXXIII La caza. Primer día.
  137. CXXXIV La caza. Segundo día.
  138. CXXXV La caza. Tercer día.
  139. Epílogo
  140. Om Moby Dick