La aventura del intérprete de griego
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La aventura del intérprete de griego

  1. 268 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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La aventura del intérprete de griego

Descripción del libro

Mycroft, el talentoso hermano mayor de Sherlock Holmes necesita de su ayuda.

Su vecino griego le informó que sirvió de interprete en una situación ilegal. El interprete prestó sus servicios lingüísticos sin previamente entender el contexto en el cual se estaba involucrando. Fue obligado a trabajar dentro de un secuestro en donde la claridad en la información no existe, en donde la opresión y el misterio son pilares de lo ocurrido mientras el griego solo cumplió con su trabajo.

Anímate a escuchar como los hermanos Holmes junto con el Dr. Watson revelan la verdad este caso.

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2020
ISBN del libro electrónico
9788726458039
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

EL TRATADO NAVAL

El mes de julio que siguió a mi boda se hizo digno de mención por tres casos en los que tuve el privilegio de verme asociado con Sherlock Holmes y estudiar de cerca sus métodos. Tengo estos casos recogidos en mis notas bajo los encabezamientos de «La aventura de la segunda mancha», «La aventura del tratado naval» y «La aventura del capitán cansado». El primero de éstos, sin embargo, trata de asuntos de tal importancia e implica a tantas de las primeras familias del reino, que hasta pasados muchos años no podrá hacerse público. No obstante, ningún otro caso de los que Sherlock Holmes haya llevado ha ilustrado de un modo tan claro el valor de sus métodos analíticos o ha impresionado tan profundamente a quienes trabajaban con él en ese momento. Todavía conservo un informe casi literal de la entrevista en la que demostró la verdad de los hechos en relación con dicho caso a Monsieur Dubuque, de la policía de París, y a Fritz von Waldbaum, el conocido especialista de Dantzig, quienes habían malgastado sus energías en lo que se demostraría que no eran sino cuestiones secundarias. Habrá que esperar, pues, al inicio de un nuevo siglo para poder contar la historia con seguridad. Entre tanto, paso al segundo, el cual también prometía en su momento tener una importancia nacional y que fue notable por ciertos incidentes que le otorgaron un carácter bastante singular.
Durante mis días escolares tuve como íntimo amigo a un muchachollamado Percy Phelps, que era exactamente de mi misma edad, aunque iba dos clases por delante de mí. Era un chico brillante, que arrambló con todos los premios que daba la escuela, y terminó sus proezas escolares ganando una beca que le llevaría a terminar su triunfante carrera en Cambridge. Recuerdo que estaba muy bien relacionado e incluso, cuando no éramos más que unos niños, sabíamos muy bien que el hermano de su madre era Lord Holdhurst, el gran político conservador. Poco bien le hacía en la escuela este llamativo parentesco; por el contrario, se nos antojaba que andar persiguiéndolo por todo el patio, dándole con el aro de croquet en las espinillas, era un juego bastante divertido. Pero todo cambió cuando salió al mundo. Supe vagamente que sus aptitudes y la influencia que tenía en su mano le habían ganado una buena posición en el Foreign Office; después se borró de mi mente, hasta que la siguiente carta me recordó su existencia:
BRIARBRAE, WOKING
Mi querido Watson: Sin duda recordará al «Renacuajo» Phelps que hacía quinto curso en el mismo año en que usted hacía tercero. Es incluso posible que haya sabido que, por medio de las influencias de mi tío, pude conseguir un buen puesto en el Foreign Office y que me encontraba en una situación de confianza y honor, hasta que un horrible infortunio vino a destrozar de repente mi carrera.
De nada sirve que le escriba ahora los detalles de ese horrible suceso. En el caso de que usted acceda a la petición que voy a hacerle, es probable que tenga que narrárselos entonces. Acabo de recobrarme de una encefalitis que me ha durado nueve semanas y todavía me encuentro extremadamente débil. ¿Cree usted que podría traer a su amigo, el señor Holmes, a verme aquí? Me gustaría tener su opinión sobre el caso, aunque las autoridades me aseguran que ya no hay nada que hacer. Por favor, intente hacerlo venir lo antes posible. Cada minuto que pasa parece una hora mientras siga viviendo en este horrible suspense. Dígale que, si no le he pedido consejo antes, no ha sido debido a que no tuviera en consideración su talento, sino a que desde que me sobrevino este duro golpe no he estado totalmente en mis cabales. Ahora vuelvo a estar en disposición de pensar, aunque no me atrevo demasiado a hacerlo por temor a una recaída. Estoy todavía tan débil que, como ve, he tenido que escribirle al dictado. Inténtelo y trágamelo aquí.
Su antiguo compañero de escuela.
PERCY PHELPS
Al leer esta carta hubo algo que me emocionó; esas reiteradas súplicas para que le llevara a Holmes tenían algo de lastimoso. Así que, con lo emocionado que estaba, incluso aunque hubiera sido un asunto difícil, lo hubiera intentado; pero, por supuesto, sabía perfectamente que Holmes amaba tanto su trabajo,que estaba siempre tan dispuesto a prestar ayuda, como dispuesto estaba su cliente a recibirla. Mi mujer estaba de acuerdo conmigo en que no se debía perder un momento en exponerle el asunto, así que una hora después de desayunar me encontraba de nuevo, una vez más, en las viejas habitaciones de Baker Street.
Holmes, ataviado con un batín, estaba sentado en su mesa de trabajo, trabajando afanosamente en una investigación química. Una larga y curvada retorta estaba hirviendo furiosamente sobre la llama azulada del mechero de Bunsen y las gotas destiladas se iban condensando en una medida de dos litros. Mi amigo apenas levantó la vista cuando entré y, viendo que su investigación debía de tener mucha importancia, me senté en un sillón y esperé. Introducía su pipeta de cristal en una botella y en otra, extrayendo de ellas unas cuantas gotas, finalmente puso sobre la mesa un tubo de ensayo que contenía cierta solución. En la mano derecha tenía un trocito de papel de tornasol.
—Llega en un momento crítico, Watson —dijo—. Si el papel permanece azul, es que todo va bien. Si se pone rojo, significa la vida de un hombre —lo introdujo en el tubo de ensayo y el papel adquirió un color carmesí apagado y sucio—. ¡Hum!, ya me lo había imaginado yo —exclamó—. En seguida estoy con usted, Watson. Encontrará tabaco en la babucha persa.
Se volvió hacia su escritorio y escribió varios telegramas, que entregó al botones. Tras esto se dejó caer en la silla que estaba enfrente de mí, levantando las rodillas hasta que sus manos estrecharon sus largos y finos tobillos.
—Un pequeño asesinato de lo más común —dijo—. Imagino que usted tiene algo mejor. Parece anunciar un crimen. ¿Qué pasa, Watson?
Le alargué la carta, que leyó con la máxima atención.
—No dice mucho, ¿verdad? —observó, mientras me la devolvía.
—Casi nada.
—Y, sin embargo, la caligrafía es interesante.
—Pero si no es la suya.
—Precisamente por eso, es la de una mujer.
—¡No, seguro que es la de un hombre!
—No, la de una mujer; una mujer de carácter singular. Mire, al inicio de una investigación tiene su importancia saber si el cliente tiene una relación íntima con alguien que, para bien o para mal, posee una naturaleza excepcional. Esto me ha despertado un interés en el caso. Si está ustedpreparado, partiremos en seguida para Woking y veremos a ese diplomático cuya situación es tan funesta y a la dama a quien dictó su carta.
Tuvimos la suerte de pillar uno de los primeros trenes en Waterloo, y en menos de una hora nos encontrábamos entre los bosques de abetos y los brezos de Woking. Briarbrae resultó ser una amplia casa construida en medio de una gran extensión de terreno, a pocos minutos de la estación. Tras entregar nuestras tarjetas de visita, nos hicieron pasar a un salón elegantemente decorado, donde a los pocos minutos se nos unió un hombre bastante corpulento, que nos recibió con gran hospitalidad. Estaba más cerca de los cuarenta que de los treinta, pero sus mejillas eran tan sonrosadas y sus ojos tan alegres, que seguía dando la impresión de un muchacho regordete y travieso.
—Qué contento estoy de que hayan venido —dijo, dándonos efusivamente la mano—. Percy lleva toda la mañana preguntando por ustedes; pobre hombre, se agarra a un clavo ardiendo. Su padre y su madre me pidieron que los recibiera yo, ya que para ellos es en extremo dolorosa la sola mención del asunto.
—Todavía no tenemos detalles —observó Holmes—. Veo que usted no es un miembro de la familia.
Nuestro conocido pareció sorprendido y, mirando el suelo, empezó a reír.
—Por supuesto, se ha fijado usted en las iniciales «J. H.» de mi medallón —dijo—. Por un momento pensé que se le había ocurrido algo inteligente. Mi nombre es Joseph Harrison y, como Percy va a casarse con mi hermana Annie, seremos al menos parientes políticos. Encontrará a mi hermana en la habitación de Percy; ha estado entregada a sus cuidados durante estos dos últimos meses. Quizá sería mejor que entráramos cuanto antes, porque sé cuán impaciente está.
La estancia a la que fuimos introducidos se hallaba en el mismo piso que el salón. Estaba amueblada en parte como un cuarto de estar y en parte como un dormitorio; había jarrones de flores dispuestos con un gusto exquisito en todos los rincones de la habitación. Un hombre joven, muy pálido y como agotado, yacía en un sofá junto a la ventana abierta, por donde entraban el agradable aroma del jardín y la suave brisa del verano. Una mujer estaba sentada a su lado y se levantó al entrar nosotros.
—¿Me retiro, Percy? —preguntó.
El agarró con fuerza su mano para detenerla.
—¿Cómo está usted, Watson? —dijo cordialmente—. Nunca lo hubiera reconocido con ese bigote y me atrevería a decir que usted no juraría que la persona que está viendo soy yo. Supongo que él es su célebre amigo, el señor Sherlock Holmes, ¿no es así?
Les presenté con pocas palabras y nos sentamos. El hombre corpulento nos había dejado, pero su hermana permanecía allí con su mano entre las del inválido, era una mujer de una apariencia impresionante, un poco baja y gruesa, pero con un hermoso cutis aceitunado, unos ojos grandes y oscuros, como de italiana, y un cabello abundante de un negro oscurísimo. Su magnífica tez contrastaba con la palidez de su compañero, quien a su lado parecía todavía más fatigado y ojeroso.
—No les haré perder tiempo —dijo él, levantándose del sofá—. Entraré sin más preámbulos en el tema. Yo era un hombre feliz y de éxito, señor Holmes, y a punto de casarme, cuando un inesperado y horroroso infortunio vino a echar por tierra todas mis esperanzas.
Trabajaba, como ya le habrá dicho Watson, en el Foreign Office, donde rápidamente ascendí hasta una posición de responsabilidad. Cuando esta Administración hizo a mi tío ministro de Asuntos Exteriores, él empezó a darme misiones de importancia y, como yo las resolviera con éxito, llegó por último a tener la máxima confianza en mi habilidad y tacto.
Hace aproximadamente diez semanas (para ser más exacto el 23 de mayo pasado) me llamó a su despacho privado y, tras felicitarme por el buen trabajo que había hecho, me informó de que tenía para mí una nueva misión de confianza.
Esto —dijo, tomando de su escritorio un rollo de papel gris— es el original de ese tratado secreto entre Inglaterra e Italia, sobre el cual siento decir que ya corren rumores en la Prensa. Es extremadamente importante que no haya ninguna filtración más. Las embajadas francesas o rusas pagarían enormes cantidades de dinero por conocer el contenido de estos documentos. No deberían salir de mi despacho, pero es absolutamente necesario hacer una copia de ellos. ¿Tienes escritorio en tu oficina?
—Sí, señor.
—Entonces, coge el tratado y guárdalo allí. Daré instrucciones para que tengas que quedarte cuando se vayan los otros, de modo que puedas hacerlo a tus anchas sin temor a que alguien te esté vigilando. Cuando termines, vuelve a guardar bajo llave en tu escritorio tanto el original como la copia y entrégamelos personalmente mañana por la mañana.
Tomé los documentos y...
—Perdóneme un inciso —dijo Holmes—. ¿Estaban solos durante aquella conversación?
—Absolutamente.
—¿Es una estancia amplia?
—Treinta pies en cada dirección.
—¿En el centro?
—Sí, más o menos.
—¿Hablando bajo?
—La voz de mi tío es siempre muy baja. Yo casi no hablé.
—Gracias —dijo Holmes, entornando los ojos—. Por favor, tenga la bondad de seguir.
—Hice exactamente lo que me había indicado y esperé hasta que los otros empleados se marcharon. Uno de ellos, que trabaja en el mismo despacho que yo, Charles Gorot, tenía que terminar un trabajo atrasado, así que le dejé allí y me fui a cenar. Cuando volví se había ido. Quería terminar cuanto antes mi trabajo, porque sabía que el señor Harrison, a quien acaban ustedes de ver, estaba en la ciudad y tomaría el tren de las once para volver a Woking y yo quería cogerlo también.
Cuando me puse a examinar el tratado, en seguida me di cuenta de que tenía una importancia tal, que mi tío no había exagerado nada con lo que había dicho. Sin entrar en detalles, puedo decir que definía la posición de Gran Bretaña en relación con la Triple Alianza y predecía la política que iba a llevar ese país en el caso de que la flota francesa aventajara en importancia a la italiana en el marco del Mediterráneo. Las cuestiones tratadas eran puramente navales. Al final estaban las rúbricas de los altos dignatarios que lo habían firmado. Les eché una mirada y me apliqué a la tarea de copiarlo.
Era un largo documento, escrito en francés, y contenía veintiséis artículos separados. Copiaba lo más de prisa que podía, pero a las nueve sólo había terminado nueve artículos y perdí las esperanzas de poder coger el tren. Me sentía soñoliento y estúpido, en parte debido a la cena y en parte también debido a un largo día de trabajo. Una taza de café me despejaría. Hay un portero que se queda toda la noche en un pequeño garito situado al pie de las escaleras; éste tiene la costumbre de preparar café en su infernillo de alcohol para los oficiales que se qued...

Índice

  1. cubrir
  2. La aventura del intérprete de griego
  3. Copyright
  4. ESTRELLA DE PLATA
  5. LA CAJA DE CARTÓN
  6. EL ROSTRO AMARILLO
  7. EL OFICINISTA DEL CORREDOR DE BOLSA
  8. LA CORBETA GLORIA SCOTT
  9. EL RITUAL DE LOS MUSGRAVE
  10. LOS HACENDADOS DE REIGATE
  11. EL JOROBADO
  12. EL PACIENTE INTERNO
  13. EL INTÉRPRETE GRIEGO
  14. EL TRATADO NAVAL
  15. EL PROBLEMA FINAL
  16. Om La aventura del intérprete de griego