Las cinco semillas de naranja
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Las cinco semillas de naranja

Arthur Conan Doyle

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Las cinco semillas de naranja

Arthur Conan Doyle

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Información del libro

¿Cómo reaccionar cuando la muerte toca tu puerta avisándote que ya viene por vos? Sherlock Holmes y el Dr. Watson enfrentarán un caso en el que el racismo, el misterio y la muerte estarán envueltos en este intrigante misterio por resolver.John Openshaw, buscará la ayuda de la pareja de detectives cuando sus familiares empiezan a sucumbir misteriosamente. John heredará una fortuna familiar, sin saber que esta herencia aparte de bienes y riquezas contiene serios problemas sociales que representaran un peligro para su vida y la gente que lo rodea.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2020
ISBN
9788726462999
Cuando repaso mis notas y apuntes de los casos de Sherlock Holmes entre los años 1882 y 1890, son tantos los que presentan aspectos extra- ños e interesantes que no resulta fácil decidir cuáles escoger y cuáles descartar. No obstante, algunos de ellos ya han recibido publicidad en la prensa y otros no ofrecían campo para las peculiares faculta- des que mi amigo poseía en tan alto grado, y que estos escritos tienen por objeto ilustrar. Hay también algunos que escaparon a su capacidad analítica y que, como narraciones, serían principios sin final; y otros sólo quedaron resueltos en parte, y su expli- cación se basa más en conjeturas y suposiciones que en la evidencia lógica absoluta a la que era tan aficionado. Sin embargo, hay uno de estos últimos tan notable en sus detalles y tan sorprendente en sus resultados que me siento tentado de hacer una breve exposición del mismo, a pesar de que algu- nos de sus detalles nunca han estado muy claros y, probablemente, nunca lo estarán.
El año 87 nos proporcionó una larga serie de casos de mayor o menor interés, de los cuales conservo notas. Entre los archivados en estos doce meses, he encontrado una crónica de la aventura de la Sala Paradol, de la Sociedad de Mendigos Aficionados, que mantenía un club de lujo en la bóveda subterránea de un almacén de muebles; los hechos relacionados con la desaparición del velero británico Sophy Anderson; la curiosa aventura de la familia Grice Patersons en la isla de Uffa; y, por último, el caso del envenenamiento de Camberwell. Como se recordará, en este último caso Sherlock Holmes consiguió, dando toda la cuerda al reloj del muerto, demostrar que le habían dado cuerda dos horas antes y que, por lo tanto, el difunto se había ido a la cama durante ese intervalo... una deducción que resultó fundamental para resolver el caso. Es posible que en el futuro acabe de dar forma a todos estos, pero ninguno de ellos presenta característi- cas tan sorprendentes como el extraño encadena- miento de circunstancias que me propongo describir a continuación.
Nos encontrábamos en los últimos días de septiembre, y las tormentas equinocciales se nos habían echado encima con excepcional violencia. Durante todo el día, el viento había aullado y la lluvia había azotado las ventanas, de manera que hasta en el corazón del inmenso y artificial Londres nos veíamos obligados a elevar nuestros pensa- mientos, desviándolos por un instante de las rutinas de la vida, y aceptar la presencia de las grandes fuerzas elementales que rugen al género humano por entre los barrotes de su civilización, como fieras enjauladas. Según avanzaba la tarde, la tormenta se iba haciendo más ruidosa, y el viento aullaba y gemía en la chimenea como un niño. Sherlock Hol- mes estaba sentado melancólicamente a un lado de la chimenea, repasando sus archivos criminales, mientras yo me sentaba al otro lado, enfrascado en uno de los hermosos relatos marineros de Clark Russell, hasta que el fragor de la tormenta de fuera pareció fundirse con el texto, y el salpicar de la llu- via se transformó en el batir de las olas. Mi esposa había ido a visitar a una tía suya, y yo volvía a hos- pedarme durante unos días en mis antiguos apo- sentos de Baker Street.
- Caramba - dije, levantando la mirada hacia mi compañero- . ¿Eso ha sido el timbre de la puer- ta? ¿Quién podrá venir a estas horas? ¿Algún ami- go suyo?
- Exceptuándole a usted, no tengo ninguno - respondió- . No soy aficionado a recibir visitas.
- ¿Un cliente, entonces?
- Si lo es, se trata de un caso grave. Nadie saldría en un día como éste y a estas horas por algo sin importancia. Pero me parece más probable que se trate de una amiga de la casera.
Sin embargo, Sherlock Holmes se equivo- caba en esta conjetura, porque se oyeron pasos en el pasillo y unos golpes en la puerta. Holmes estiró su largo brazo para apartar de su lado la lámpara y acercarla a la silla vacía en la que se sentaría el recién llegado.
- Adelante - dijo.
El hombre que entró era joven, de unos veintidós años a juzgar por su fachada, bien arre- glado y elegantemente vestido, con cierto aire de refinamiento y delicadeza. El chorreante paraguas que sostenía en la mano y su largo y reluciente impermeable hablaban bien a las claras de la furia temporal que había tenido que afrontar. Miró ansio- samente a su alrededor a la luz de la lámpara, y pude observar su rostro pálido y sus ojos abatidos, como los de quien se siente abrumado por una gran inquietud.
- Le debo una disculpa - dijo, alzándose hasta los ojos sus gafas- . Espero no inte...

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