El Valle del Terror
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El Valle del Terror

  1. 167 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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El Valle del Terror

Descripción del libro

Narrado en distintos tiempos, El valle del terror está basado en la verdadera historia sobre los Molly Maguires. El cuento empieza con un mensaje encriptado del archienemigo de Sherlock Holmes, el malvado profesor Moriarty.

Días después del contacto de Moriarty, la policía inglesa necesitará la ayuda de la mejor pareja de detectives, debido al asesinato del Sr. John Douglas en Sussex. Sherlock Holmes y el Dr. Watson tendrán la tarea de descubrir el asesino y las razones que lo llevaron a cometer este grave delito.

Basado en una historia real norte americana y ambientado en Inglaterra con los famosos detectives del siglo XIX, atrévete a escuchar como deducen las pistas para resolver este misterio.

Preguntas frecuentes

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2020
ISBN del libro electrónico
9788726302134
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

SEGUNDA PARTE

LOS SCOWRERS

Capítulo I

EL HOMBRE
Era el 4 de febrero del año 1875. Había habido un severo invierno, y la nieve yacía profundamente en los desfiladeros de las Gilmerton Mountains. Los arados a vapor habían, sin embargo, mantenido los rieles abiertos, y el tren de la tarde que conecta la larga línea de campamentos de minería de carbón y extracción de hierro estaba lentamente sonando en su camino por las empinadas pendientes que llevan de Stagville en la planicie a Vermissa, el municipio central que permanece a la cabeza de Vermissa Valley. Desde este punto el camino desciende a Bartons Crossing, Helmdale, y el puramente agrícola condado de Merton.
Era un riel con una sola ruta; pero a cada desviador, y eran numerosos, largas líneas de camiones llenos de carbón y mineral de hierro hablaban de la riqueza escondida que había traído una vigorosa población y una vida trajinante a la más desolada esquina de los Estados Unidos de América.
¡Realmente era desolado! Poco podía el pequeño pionero que lo haya atravesado imaginar que las más despejadas praderas y las dehesas de la más lozana agua no tenían valor comparadas con esta sombría tierra de despeñaderos y enmarañados bosques. Sobre los oscuros y comúnmente escasos sotos en sus flancos, las altas, desnudas cimas de las montañas, blanca nieve, y melladas rocas descolladas a cada lado, dejaban un largo, rico en minerales y sinuosovalle en el centro. Encima de éste el pequeño tren se arrastraba lentamente.
Las lámparas de aceite recién se habían encendido en el primer vagón de pasajeros, gastado carro en el que unas veinte o treinta personas estaban sentadas. La mayoría de estos eran obreros retornando de su faena del día en la parte baja del valle. Por lo menos una docena, por sus sonrientes rostros y las linternas de seguridad que portaban, dijeron ser mineros. Estos se sentaron a fumar en un grupo y conversaron a baja voz, mirando ocasionalmente a dos hombres en el lado opuesto del carro, cuyos uniformes y medallas les anunciaban que eran policías.
Varias mujeres de la clase proletaria y uno o dos viajeros quienes pudieran haber sido locales pequeños tenderos hacían el resto de la compañía, con la excepción de un joven hombre en la esquina solo. Es este hombre el quenos concierne. Denle una buena vista, pues vale la pena hacerlo.
Es un hombre joven, robusto y de estatura mediana, no lejos, uno diría, de su trigésimo año. Tenía grandes, sagaces y graciosos ojos que parpadeaban interrogantemente mientras miraba de rato en rato a través de sus anteojos a la gente a su alrededor. Es fácil ver que es de una sociable y posiblemente simple disposición, ansioso por ser amistoso a todos los hombres. Cualquiera lo cogería en un instante porque es gregario en sus hábitos y comunicativo en su naturaleza, con una rápida inteligencia y una sonrisa lista. Y aún así el hombre que lo estudie más de cerca podría distinguir una cierta firmeza en la mandíbula y fiera tensión en los labios, que le advertirían que habían profundidades en su más allá, y que este agradable, de cabellos marrones, joven irlandés podría concebiblemente dejar su marca para bien opara mal en cualquier sociedad en que sea introducido.
Teniendo uno o dos tentativos comentarios con el minero más próximo, y recibiendo sólo cortas y ásperas réplicas, el viajero se resignó al silencio incompatible, observando melancólicamente afuera de la ventana al marchito paisaje.
No era un alegre prospecto. A través de la creciente lobreguez ahí latía el rojo centelleo de los caloríferos en los lados de las colinas. Grandes pilas de basura y montones de carbón se destacaban a cada flanco, con las altas bocas de las hulleras dominando sobre ellas. Agrupados conjuntos de humildes casas de madera, cuyas ventanas comenzaban a delinearse en la luz, comenzaban a esparcirse aquí y allá a lo largo del riel, y los frecuentes paraderos estaban aglomerados con sus atezados habitantes.
Los valles de hierro y del carbón del distrito de Vermissa no eran refugio para los holgazanes o los letrados. En todas partes habían severos signos de la cruda batalla de la vida, el duro trabajo para ser hecho, y los rudos, fuertes obreros que lo hacían.
El joven peregrino clavó su mirada en este tétrico campo con el rostro de repulsión mezclado con interés, que le mostraba que el escenario era nuevo para él. En los intervalos sacaba de su bolsillo una gruesa carta por la cual acudía, y en cuyos márgenes había garabateado algunas notas.
Una vez de detrás de su cintura extrajo algo que uno raramente hubiera esperado hallar en posesión de un hombre de benigno temperamento. Era un revólver de marina del mayor tamaño. Mientras lo colocaba oblicuamente hacia la luz, el fulgor en los bordes de los cartuchos de cobre dentro del cilindro le mostrabaque estaba completamente cargado. Rápidamente lo regresó a su bolsillo secreto pero no antes de que fuera visto por un proletario que se había sentado en la contigua banca.
- ¡Hola, amigo! – saludó -. Se ve de pie y preparado.
El hombre joven sonrió con un aire de turbación.
- Sí – dijo – los necesitamos algunas en el lugar de donde provengo.
- ¿Y dónde es?
- Últimamente estuve en Chicago.
- ¿Un extraño en esta zona?
- Sí.
- Pudiera ser que la necesite aquí – alegó el trabajador.
- Ah, ¿de verdad? – el joven se vio interesado.
- ¿No ha oído nada acerca de acontecimientos por estos lugares?
- Nada fuera de lo común.
- Dios, pensé que el país estaba lleno de ellos. Los oirá rápidamente. ¿Qué le hizo venir aquí?
- Siempre presté atención cuando decían que siempre hay un trabajo para un hombre dispuesto.
- ¿Es un miembro de la unión?
- Seguro.
- Entonces hallará su trabajo, creo. ¿Tiene amigos?
- No aún; pero tengo intenciones de hacerlos.
- ¿Cómo es eso?
- Soy uno de la Eminent Order of Freemen. No hay pueblo sin una logia, y donde la haya haré amistades.
Esa revelación tuvo un singular efecto en su compañía. Observó sospechosamente a los otros en el carro. Los mineros continuaban murmurando entre ellos. Los dos policías dormitaban. Él se acercó, se sentó junto al joven viajero, y sostuvo su mano.
- ¡Póngala! – exclamó.
Un apretón de manos pasó entre los dos.
- Veo que dice la verdad – mencionó el obrero -. Pero siempre es bueno asegurarse -. Elevó su mano diestra hasta su ceja derecha. El emigrante a su vez subió su mano izquierda a su ceja izquierda.
- Las noches oscuras son desagradables – pronunció el trabajador.
- Sí, para que viajen los extraños – el otro respondió.
- Eso es suficiente. Soy el Hermano Scanlan, Logia 341, Vermissa Valley. Encantado de verlo en estos sitios.
- Gracias. Soy el Hermano John McMurdo, Logia 29, Chicago. Jefe del cuerpo J. H. Scout Pero sí que tengo suerte de encontrar un hermano tan temprano.
- Bueno, hay muchos de los nuestros por aquí. No encontrara la orden más floreciente en ningún lado de los Estados Unidos que aquí en Vermissa Valley. Pero podemos aceptar a muchachos como usted. No concibo a un hombre activo de la unión sin encontrar nada que hacer en Chicago.
- Encontré mucho trabajo que hacer – respondió McMurdo.
- ¿Entonces por qué se fue?
McMurdo movió su cabeza hacia los policías y sonrió.
- Me imagino que estos tipos estarían felices de saberlo.
Scanlan gimió compasivamente.
- ¿En problemas? – formuló en un murmullo.
- Profundos.
- ¿Un trabajo penitenciario?
- Y el resto.
- ¡Nada ridículo!
- Es muy temprano para hablar de esas cosas – manifestó McMurdo con el aire de un sujeto que ha sido sorprendido diciendo más de lo intencionado -. Tengo mis propias buenas razonas para dejar Chicago, y que sea suficiente para usted. ¿Quién es para permitirse hablar de esas cosas? - sus grises ojos centellearon con repentina y peligrosa furia de detrás de sus lentes.
- Está bien, amigo, sin ofensas. Los chicos no pensarán nada mal de usted, lo que sea que hayas hecho. ¿Hacia dónde se dirige ahora?
- Vermissa.
- Ésa es la tercera estación en la línea. ¿Dónde se quedará?
McMurdo sacó un sobre y lo acercó a la oscura lámpara de aceite.
- He aquí la dirección, Jacob Shafter, Sheridan Street. Es una casa de huéspedes que me fue recomendada por un hombre que conocí en Chicago.
- Bueno, no la conozco; pero Vermissa está fuera de mi rango. Vivo en Hobson’s Patch, y es adonde nos dirigimos. Pero, hay un pequeño consejo que le daré antes de que nos separemos: Si está en aprietos en Vermissa, vaya directamente a la Union House a ver al jefe McGinty. Él es el jefe del cuerpo en la logia de Vermissa, y nada puede ocurrir en estos lares sin que Black Jack McGinty lo desee. ¡Adiós, amigo! Quizás nos encontremos en la logia una de estas tardes. Pero recuerda mis palabras: Si está en aprietos, vaya donde el jefe McGinty.
Scanlan descendió, y McMurdo fue abandonado nuevamente a sus pensamientos. La noche ya había caído, y las flamas de los frecuentes caloríferos rugían y saltaban en la oscuridad. Contra su cárdeno fondo figuras oscuras estaban inclinándose y estirándose, torciéndose y virando, con el movimiento del torno o el árgana, al ritmo del eterno rechinamiento y bramido.
- Me figuro que el infierno debe verse algo así como eso – enunció una voz.
McMurdo se volteó y vio que uno de los policías se había cambiado a su asiento y estaba observando afuera los vehementes despojos.
- Para eso – exclamó el otro policía -, yo también digo que el infierno debe ser como eso. Si hay peores diablos más allá que algunos que podríamos nombrar, es más de lo esperado. ¿Vislumbro que es usted nuevo en esta zona, joven hombre?
- Bueno, y qué si lo soy – McMurdo contestó en una voz hosca.
- Sólo esto, señor, que le debo avisar que sea cuidadoso escogiendo a sus amigos. No creo que empezaría con Mike Scanlan o con su banda si fuera usted.
- ¿Qué demonios les interesa quienes sean mis amigos? – rugió McMurdo en una voz que trajo la atención de llevó todas las caras delcarro a presenciar el altercado -. ¿Les pedí consejo, o me cree un idiota que no me pueda mover sin él? ¡Hable cuando sea hablado, y por el Señor tendría que esperar un buen momento si fuera yo! – volcó su rostro y mostró los dientes a los policías como un perro malhumorado.
Los dos policías, hombres fuertes y de buen carácter retrocedieron por la extraordinaria violencia con la cual sus avances amistosos fueron repelidos.
- Sin ofensas, extraño – indicó uno -. Era una advertencia para su bien, viendo como es usted, por su apariencia, nuevo en el lugar.
- ¡Soy nuevo en el lugar pero no nuevo para ustedes y su clase! – gritó McMurdo en una insensible ira -. Veo que son los mismos en todas partes, dando sus consejos cuando nadie se los pide.
- Tal vez veamos más de usted en no mucho tiempo – señaló uno de los policías con una sonrisita -. Es usted un verdadero “escogido”, si lo puedo juzgar.
- Yo estaba pensando lo mismo – remarcó el otro -. Sospecho que nos encontraremos nuevamente.
- ¡No les temo a ustedes, y ni siquiera lo piensen! – vociferó McMurdo -. Mi nombre es Jack McMurdo, ¿ven? Si me quieren ver, me hallarán en la pensión de Jacob Shafter en Sheridan Street, Vermissa; así que no me estoy escondiendo de ustedes, ¿o no? ¡De día o de noche me atrevería a ver la cara de ustedes, y no confundan eso!
Hubo un murmullo de simpatía y admiración por los mineros a los impávidos modales del recién llegado, mientras los dos policías seencogieron de hombros y renovaron la conversación entre ellos.
Unos pocos minutos después el tren llegó a una mala iluminada estación, y hubo un descenso general; pues Vermissa era por mucho la más grande villa de la línea. McMurdo levantó su maleta de cuero, y ya se iba a aventurar a la oscuridad, cuando uno de los mineros le abrió conversación.
- ¡Por Dios, amigo! Usted sí sabe como hablar con los policías – pronunció en una voz de reverencia -. Fue magnífico oírlo. Déjeme cargar su saco y mostrarle el camino. Paso por donde Shafter en mi ruta a mi propia casucha.
Hubo un coro de amicales “Buenas noches” por los otros mineros mientras cruzaban la plataforma. Antes de poner un pie, McMurdo el turbulento se había vuelto un personaje en Vermissa.
El campo había sido un sitio de terror; pero el pueblo era en su propia forma más deprimente. Debajo de ese largo valle había por lo menos una tétrica grandiosidad en las enormes fogatas y las nubes de humo movedizo, mientras la fuerza y la industria del hombre hallaban convenientes monumentos en las colinas que había destruido y dejado de lado por sus monstruosas excavaciones. Pero el villorrio mostraba un nivel muerto de mezquinas fealdad y mugre. La ancha calle estaba revuelta por el tráfico y convertida en una horriblemente surcada pasta de turbia nieve. Las aceras eran estrechas y dispares. Las numerosas lámparas a gas servían únicamente para mostrar más claras las viviendas de madera, cada una con su pórtico dando a la vía, sin manutención y sucia.
Mientras se aproximaban al centro del pueblo la escena brillaba por una fila de bien iluminadas tiendas, y aún más por una caterva detabernas y casas de juego, en las que los mineros utilizaban sus difícilmente ganados pero generosos sueldos.
- Ésa es la Union House – apuntó el guía, señalando a una cantina que se elevaba casi a la dignidad de un hotel -. Jack McGinty es el líder allí.
- ¿Qué clase de hombre es? McMurdo interrogó.
- ¡Qué! ¿Nunca ha oído hablar del jefe?
- ¿Cómo puedo haber oído de él cuando sabe que soy un extraño en estos lares?
- Bueno, pensé que su nombre era conocido a lo largo del país. Ha estado en los periódicos muchas veces.
- ¿Por qué?
- Bueno – el minero bajó su voz -, por sus negocios.
- ¿C...

Índice

  1. cubrir
  2. El Valle del Terror
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  4. Advertencia de Luarna Ediciones
  5. PRIMERA PARTE
  6. SEGUNDA PARTE
  7. Om El Valle del Terror